Lovecraft, los gatos y un paseo por Ulthar


Lovecraft, los gatos y un paseo por Ulthar.




En junio de 1920, H.P. Lovecraft escribió Los gatos de Ulthar (The Cats of Ulthar) [publicado en la edición de febrero de 1926 de Weird Tales y luego reeditado por Arkham House en la antología de 1939: El extraño y otros (The Outsider and Others)], un cuento corto al estilo de Lord Dunsany que revela el costado más sentimental del flaco de Providence, un auténtico amante de los gatos:


[Se dice que en Ulthar —comienza la historia—, que se encuentra más allá del río Skai, ningún hombre puede matar a un gato.]

El narrador, antes de relatar los acontecimientos de la historia, considera al gato «que ronronea delante del fuego» y reflexiona que el este desciende de linajes antiguos, parientes de la Esfinge, y poseedor de secretos eternos. En Ulthar, se nos informa, vivió una vez una pareja de ancianos en una pequeña cabaña «oscuramente escondida bajo robles extendidos», una pareja que «se deleitaba en atrapar y matar a los gatos de sus vecinos».

Una caravana de «vagabundos» llega un día a Ulthar. Entre ellos hay un niño huérfano con un gatito. La mascota desaparece y el niño dirige sus oraciones al cielo «en una lengua que ningún aldeano podría entender», ante lo cual las nubes empiezan a adoptan formas peculiares.

Después de que los gitanos se van, todos los gatos de Ulthar desaparecen misteriosamente. Sin embargo, reaparecen a la mañana siguiente, «lustrosos y gordos», y desinteresados en la comida. Después de una semana, el burgomaestre y sus amigos investigan la cabaña de la pareja de ancianos, y encuentran «dos limpios esqueletos humanos». Posteriormente se aprueba la ley a la que aluden las líneas de apertura y cierre de la historia y que es discutida por comerciantes y viajeros hasta el día de hoy:


[En Ulthar, ningún hombre puede matar a un gato.]


El encanto de esta historia no radica simplemente en su narración simple y pintoresca, como un cuento de hadas, sino en un nivel más sutil. Los gatos de Ulthar no es tan simple como parece.

Hagamos una pausa en el nombre de esta aldea, Ulthar, y reflexionemos sobre sus afinidades lingüísticas. En cierto modo, Ulthar recuerda la forma latina ultra, la cual deriva de la raíz indoeuropea al, «más allá», de donde provienen también los términos latinos ile, «allá», y alter, «el otro». Alter se conecta con términos como «alterno», sugiriendo cambio, elección, pluralidad. La misma raíz es responsable también de alias y alibi [ing: «coartada»], lo que sugiere un desplazamiento de la identidad, el disimulo, la discontinuidad entre el parecer y el ser.

En la apertura del relato [donde se nos informa que algo ocurrió en Ulthar] podemos leer un indicio involuntario de un sutil engaño. Ulthar, imbuido de una lejanía mítica por su parentesco con ultra, y por el narrador omnisciente que parece haber sido testigo de toda la historia [«Esa noche los vagabundos abandonaron Ulthar y nunca más fueron vistos»], se convierte en el escenario de una significación desplazada, de una no identidad [ver: El adverbio que cayó del espacio: Lovecraft y «lo innombrable»]

Como veremos, en Los gatos de Ulthar predomina la ausencia. Lovecraft no pierde tiempo en forjar conexiones con el lenguaje mismo y de esa forma sentar las bases para un escenario textual en el que el lenguaje y las formas de lectura son tan centrales como cualquier elemento en el relato. Al abrir con «Se dice que», el relato comienza con un lenguaje que huele a performativo; es decir, a una cuestión de oídas [alguien que dice que dicen...]. Además, el narrador en primera persona forja rápidamente un vínculo simbólico entre el lenguaje y los gatos de la historia cuando describe al felino que ronronea delante de él:


[La Esfinge es su prima y él habla su idioma.]


Lovecraft está siendo poético aquí, es cierto, pero también está proporcionando indicios bastante claros. Este lenguaje, por supuesto, el lenguaje de la Esfinge, es el lenguaje del acertijo, del misterio, del enigma, lo cual nos lleva directamente a asociar a los a los gatos con el inefable funcionamiento de los signos lingüísticos [ver: ¿La palabra «CTHULHU» es un código secreto?].

El narrador continúa relacionando sintácticamente al gato con la Esfinge en términos de depósito de un lenguaje insondable, misterioso, enigmático:


[Pero él es más antiguo que la Esfinge, y recuerda lo que ella ha olvidado.]


Refiriéndose al gato y la Esfinge, Lovecraft extrae de su caja de herramientas narrativas algunas formas verbales muy anticuadas, casi afectadas, como him who sitteth purring before the fire [«él, que está sentado ronroneando ante el fuego»] o that which she hath forgotten [«aquello que ella ha olvidado»]. La unión entre Gato y Esfinge, es decir, entre gatos y la intriga atemporal del lenguaje, se ve reforzada por el uso de estas formas anacrónicas. Sería ilegítimo aquí [pero lo haremos de todos modos] relacionar la palabra francesa chat, «gato», con la palabra inglesa para «conversar», chat. Parecería haber un sustrato antiguo de asociaciones entre el gato y el idioma.

En el punto de la historia en el que los gatos han regresado a Ulthar, presumiblemente del vengativo banquete que se dieron con los ancianos, se nos dice lo siguiente:


[Lustrosos y gordos aparecieron los gatos, y con sonoros ronroneos contenidos.]


Gracias a un feliz accidente, la palabra cat [«gato», en inglés] se asocia con numerosas palabras con el prefijo cata, el cual indica inversión y tiene significados como «abajo», «contra», «fuera», «lejos». Cat es una palabra de orígenes misteriosos, muy anterior al latín tardío cattus y catta, pero la similitud de forma hace que la asociación sea inevitablemente convincente. En cualquier caso, existe una posibilidad etimológica intrigante en el prefijo cata relacionado con la descendencia, como en el latín catulus, «cachorro». Al menos indirectamente puede haber una conexión aquí con los gatos. Sin embargo, de palabras que recuerdan a los gatos hay una oferta abundante.

Lovecraft parece proponerle al lector que, como los aldeanos, debemos reflexionar sobre la naturaleza de los gatos y su relación con el lenguaje:


[Muchos odian la voz del gato en la noche, y odian que estos corran sigilosamente por patios y jardines al anochecer.]


Los aldeanos son los lectores empeñados en una lectura textual, lineal. Sin los aldeanos los gatos de Ulthar no tendrían ningún contraste, ninguna fuente de amenaza. Los aleanos-lectores no son gente mala, sino poco imaginativa; gente que se siente bien viviendo en la superficie del lenguaje, gente que, en última instancia, quiere matar a los gatos porque no comprende la complejidad del lenguaje. Es decir que, para los aldeanos de Ulthar [los lectores prosaicos] los gatos [el lenguaje] son un misterio:


[La gente de Ulthar era sencilla, y no sabía de dónde venían todos los gatos.]


El texto no nos ilumina sobre este punto porque no puede. Los gatos se fusionan con el lenguaje mismo, en particular, con la antigüedad y la naturaleza enigmática de la Esfinge. El lenguaje es necesariamente anterior a cualquier cosa que Lovecraft pueda intentar decir. Los aldeanos son lectores ignorantes; no pueden «leer» a los gatos. Además, se nos dice que el niño, llamado Menes, que ha perdido a su gatito, reza «en una lengua que ningún aldeano podría entender» [ver: Lovecraft y las lenguas prehumanas]. Sin embargo, los aldeanos también están incluidos en el texto; son el texto, en parte, que se niega a entenderse en un nivel más profundo y simbólico. 

¿Qué hay de los «vagabundos»?

La palabra wanderer deriva del indoeuropeo wendh, «girar», «viento», «tejer», de donde también proviene wand, «varita». Esta sugerencia a la magia, junto con las nociones de dar vueltas, pinta a los vagabundos como relacionados con los gatos mismos. Los gitanos están representados en el niño, Menes, cuyo nombre hace eco de meaning, «significado», y que por eso está imbuido de la perpetua ausencia de significado al lamentarse de la ausencia simbólica de su gatito.


[Esa noche los vagabundos salieron de Ulthar, y nunca fueron vistos de nuevo.]


Los gitanos tienen cierta proximidad y simpatía con los gatos y, por tanto, con su misterio lingüístico. Lovecraft nos informa que los carros de su caravana están pintados con «extrañas figuras con cuerpos humanos y cabezas de gatos, halcones, carneros y leones», una configuración opuesta a la de la Esfinge con la que se asocian los gatos, pero que paradójicamente establece un similitud y un vínculo, entonces, con la Esfinge y los gatos.

También se nos dice que «el líder de la caravana llevaba un tocado con dos cuernos y un curioso disco entre los cuernos». La palabra inglesa disc, «disco», deriva del indoeuropeo deik, «pronunciar», de donde viene el latín dicere, «decir». La misma raíz produce un sufijo dik, del cual deriva el latín index, «índice», que sugiere señalar hacia otro lado, como hacen los significantes lingüísticos. De ahí que los vagabundos tenan una conexión indirecta con los aldeanos alienados por el lenguaje [ver: Lovecraft y las lenguas extraterrestres]

Los vagabundos, en cierto sentido, también responsables de la ley de Ulthar que prohibe matar a los gatos. Son los lectores que los aldeanos no son, son los «otros», los que vienen a ofrecer una lectura diferente:


[Y al final, los burgueses aprobaron esa notable ley que cuentan los comerciantes en Hatheg y los viajeros en Nir, a saber, que en Ulthar ningún hombre puede matar a un gato.]


¿Qué hacemos con esta ley en términos de la asociación de los gatos con el lenguaje?

Una respuesta obvia es que esta ley roza el absurdo. La ley, incluso en una lectura superficial, está cerca de ser inútil, ya que solo la pareja de ancianos ha matado gatos, y esas dos personas ya fueron reducidas a esqueletos. Como respuesta a estos eventos, la ley tiene poco efecto más que conmemorar lo sucedido. Pero además, si los gatos simbolizan el funcionamiento libre del lenguaje, entonces la noción de una ley que prohíba su matanza es inútil. La variaciones del lenguaje no se pueden matar. Valdría lo mismo promulgar una ley que prohiba la lluvia.

La palabra law, «ley», deriva de la raíz indoeuropea legh, «poner», en el sentido de algo que se establece. Una raíz similar, leugh, es responsable lie, «mentir»; es decir que la posibilidad de tal ley es una mentira en sí misma. Por tanto, el estatuto de la ley de Ulthar es ambiguo desde el principio porque la prohibición que postula no puede aplicarse. De hecho, la ley aprobada por los burgueses de Ulthar, en la medida en que protege simbólicamente los libres vagabundeos del lenguaje [los gatos], se convierte en su propia ruina. No hay nada más fácil de destruír para el lenguaje que las estructuras rígidas.

La ley de Ulthar suena más a una ley descriptiva que a una prescriptiva: ningún hombre, sin duda, puede matar lo que representan los gatos. Pero hay una paradoja aquí. La ausencia de posibilidad de rigidez de una ley hace que, al ser rígidamente aplicada, lograría proteger aquello que hace imposible tal rigidez.

Pero hay ausencias textuales más evidentes en Los gatos de Ulthar. Los malvados ancianos nunca se ven. Su cabaña está «oscuramente escondida bajo robles extendidos», y no los vemos en el exterior, ni matar a ningún gato por tal caso. Se observa que los gatos, para funcionar en el texto, desaparecen, al igual que el gatito de Menes y el mismo Menes y su gente más adelante. Incluso la sórdida reputación de la pareja invisible en la cabaña escondida es una cuestión de reputación. No sabemos cómo mataron a los gatos, asumiendo que de hecho los mataron. Que los gatos, a su vez, hayan matado vengativamente a los ancianos es algo que no se ve en la historia. Tampoco vemos a los gatos la noche siguiente a la desaparición del gatito de Menes, y los aldeanos no ven luces en las ventanas de los ancianos, lo cual los lleva a deducir que algo les ha sucedido. Los propios aldeanos están ausentes con respecto a la comprensión de los gatos. No somos testigos directos de nada en Los gatos de Ulthar.

Los gatos de Ulthar es un relato que se apoya en diversos patrones lingüísticos de ausencia. El movimiento de los gatos «lenta y solemnemente en círculo alrededor de la cabaña» es un gesto simbólico, casi irónico. Pretende hacer de los ancianos el núcleo textual de la historia, aunque el lenguaje [los gatos] diversifica esa centralidad; de manera tal que lo supuestamente central en el relato, la pareja de ancianos con mala fama, está marcada por la ausencia.

Los gatos de Ulthar de Lovecraft es un baile de sombras, de espacios vacíos, donde no puede existir ninguna estructura. El flaco de Providence, además de celebrar su amor por los gatos, celebra la ausencia [ver: Algo sobre gatos y otras piezas]. Para eso nos coloca al borde de cualquier anhelo de comprensión. Aunque la historia empieza y termina con una alusión [¿ilusión?] a la Ley, el funcionamiento del relato es rebelde, es libre, no puede domesticarse bajo una serie de reglas, normas o prohibiciones, como todos los aficionados a los gatos seguramente saben.



*El gato en brazos de Lovecraft en la imagen que encabeza este artículo es Felis, el gato de Frank Belknap Long, quien solo permitía ser acariciado por el flaco de Providence [me refiero a Felis, aunque Frank Belknap Long no se hubiese opuesto a eso]. De hecho, Lovecraft le escribió a Felis dos poemas muy divertidos [ver: Dos poemas de Navidad para un gato]




H.P. Lovecraft. I Taller gótico.


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