Horror Uterino: descenso hacia el inconsciente colectivo.
Muchos relatos de terror tienen como escenario un lugar oscuro, subterráneo, sin aire, sin tiempo, claustrofóbico, lleno de formas de vida repelentes y atravesado por catacumbas y pasadizos que bordean un abismo negro, sin luz.
De eso se trata el Horror Uterino: la posibilidad de merodear en las profundidades, donde uno ya no está en el planeta tierra, es decir, en la superficie de la consciencia, sino más bien en un lugar del cual venimos, un mundo onírico, un reino donde predomina el subconsciente (ver: El Horror siempre viene desde el Sótano).
En este sentido, las cuevas y túneles que conducen a las profundidades subterráneas, en términos metafóricos, sirven como un pasaje al inconsciente colectivo, es decir, a lo subsuelos de nuestro ser. Cavernas, grutas, pasadizos oscuros, cámaras subterráneas, todo esto forma parte de un sustrato psicogeológico donde el tiempo no transcurre.
¿Qué es el «allá abajo» después de todo, sino la muerte, o mejor dicho, el «antes de la vida»?
Un ejemplo paradigmático es el relato de H.P. Lovecraft: La bestia en la cueva (The Beast In The Cave), entre otros cuentos que nos sumergen en ese reino subterráneo, como El horror oculto (The Lurking Fear) y El modelo de Pickman (Pickman’s Model). Pero la pieza de ficción más interesante al respecto, a título personal, es el relato de Robert E. Howard: El pueblo de la oscuridad (The People of the Dark).
Allí se narra la historia de dos hombres, y una mujer, que se introducen en la Cueva de Dagón. Hay un triángulo romántico, claro, totalmente superficial, ya que lo más interesante aquí es la historia de fondo de los habitantes de la región.
Conducidos a las colinas y luego arrastrados hacia las cuevas por tribus gaélicas, este pueblo sobrevivió como pudo en los oscuros pasadizos subterráneos, y así se convirtieron en «la gente pequeña» de la leyenda; es decir, las hadas de los mitos celtas y los elfos de los mitos nórdicos.
A pesar de que Robert E. Howard los llama Niños de la Oscuridad, el entorno subterráneo ha causado una involución en este pueblo a lo largo de las generaciones. Lo humano, o lo racional, poco a poco ha ido desapareciendo en ellos, tanto en términos físicos como psicológicos.
En lo subterráneo, al parecer, solo se puede sobrevivir si el subconsciente es quien lleva las riendas.
A su vez, Lovecraft llega a la misma conclusión: vivir bajo tierra (lo subconsciente) durante períodos prolongados de tiempo, incluso durante generaciones, causará una degradación de la forma humana hacia algo más elemental, más reptiliano, si se quiere.
En este contexto, la degradación física es análoga a la degradación psicológica. El cuerpo humano se adapta a las asperezas de la vida subterránea, así como su psique, gobernada por el consciente, se retira para dejar lugar al subconsciente y sus aspectos más elementales para poder sobrevivir en esas condiciones, digamos, uterinas.
Esto forma parte de la biología de los demonios —seres subterráneos por excelencia—, y también de los Ghouls, especie de vampiros de los cementerios. Lovecraft toma este recurso y explica por qué, genéticamente hablando, los Ghouls todavía son capaces de procrear con los humanos y producir mestizos aborrecibles, como el famoso Pickman.
Es decir que los monstruos que vienen desde abajo, incluso los monstruos que viven debajo de la cama, especie de pequeño reino subterráneo de la infancia, nos aterrorizan precisamente porque hay algo familiar en ellas.
Todo lo que viene desde abajo, tanto en la ficción como en los mitos y las leyendas, invariablemente es malo, es feo, es retorcido, es bestial, es inhumano. Esas formas que merodean en lo profundo nos aterrorizan, en efecto, quizás porque nuestros ojos no están acostumbrados a la oscuridad, y en consecuencia somos incapaces de reconocernos en ellas.
Taller literario. I El lado oscuro de la psicología.
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