El terror antropofágico en Las aventuras de Arthur Gordon Pym

Nuestro amigo Aldo Astete Cuadra vuelve a sorprendernos con un estudio realmente interesante acerca de la novela de Edgar Allan Poe: La narración de Arthur Gordon Pym de Nantucket (The Narrative of Arthur Gordon Pym Of Nantucket).









El terror antropofágico en Las aventuras de Arthur Gordon Pym.

Hablar acerca de la antropofagia humana consciente en la literatura es un tema complejo por la gran cantidad de bibliografía existente, sin embargo centraré mi esfuerzo en nombrar algunos ejemplos, para luego analizar un capítulo de la novela Las aventuras de Arthur Gordon Pym, de Edgar Allan Poe, donde el canibalismo se presenta como eje articulador del terror y la narración.

Sabemos que muchos animales depredadores y carroñeros son antropófagos por naturaleza. En más de una ocasión hemos leído mitos sobre animales devora humanos, especies que nos ponen en peligro, que gustan de nuestra particular carne. Por otra parte, se conocen grupos humanos, ciertas tribus que practican el canibalismo de manera ritual, con la intención de obtener facultades de sus enemigos sacrificados, un refinamiento gustativo y la promesa de poder transferido en la acción antropófaga, que no repara en la moral de otras culturas; una forma distinta de concebir las relaciones humanas, pero que nosotros llamaríamos salvajismo.

En la literatura occidental, tal vez el primer caso de antropofagia humana que no depende de una leyenda o mito, como es el caso del dios griego Cronos que engulle a su descendencia, por miedo a ser usurpado, vencido por sus hijos, se puede encontrar en la Biblia. Es un breve versículo del Segundo Libro de los Reyes (6: 28-29) muy poco conocido y de una claridad que no soporta reparos.

28 Y le dijo el rey: ¿Qué tienes? Ella respondió: Esta mujer me dijo: Da acá tu hijo, y comámoslo hoy, y mañana comeremos el mío.

29 Cocimos, pues, a mi hijo, y lo comimos. El día siguiente yo le dije: Da acá tu hijo y comámoslo. Mas ella ha escondido a su hijo.

El contexto en el que ocurre este breve relato, se trataría es un sitio sufrido por el pueblo hebreo en que se padeció suficiente hambre como para llegar a tal tipo de tratos entre dos madres capaces de matar, cocinar y comerse a sus propios hijos, situación ya advertida por Jehová anteriormente y que, sin lugar a dudas, parece ser la concreción de las amenazas hechas a su pueblo, como consecuencia de la desobediencia a su Dios.

Ya mucho más avanzados en el tiempo, en pleno siglo XIX, el poeta y escritor Edgar Allan Poe nos brindará una excelente narración, una novela de aventuras en la que ocurrirá un evento espeluznante de antropofagia humana consciente y voluntaria como le hemos llamado a esta escena de Las Aventuras de Arthur Gordon Pym, capítulo XII, La suerte, a Pajas.

Será necesario hacer una distinción entre el canibalismo consciente voluntario, como en el caso del protagonista Pym y de aquel que observa un acto caníbal, contrario a sus principios, ejecutados por terceros y libre de todo cuestionamiento ético de parte de quienes lo perpetran o de aquellos festines humanos que tienen lugar sin que el protagonista sepa que, en verdad, está degustando carne de un semejante.

En el capítulo XII de Las Aventuras de Arthur Gordon Pym, apreciamos el proceso previo a la ejecución del acto caníbal, la antropofagia utilitaria y necesaria. Alimentarse de un humano, asesinándolo previamente, para salvarse, para continuar con alguna esperanza de vida es lo que aterroriza y desencaja de toda una tradición en los relatos de terror. Sin duda que acá la enunciación literaria, es decir. Cómo está narrada la secuencia, será el aspecto fundamental, más que el componente anecdótico, de manera que remite al lector el terror y sufrimiento del protagonista al realizar semejante acto que, bajo otras circunstancias, no puede, sino ser, de una barbarie sin límites y altamente detestable, contra natura.

"Paso a referir con excesiva repugnancia la escena espantosa que siguió, escena que ningún otro acontecimiento posterior ha logrado borrar de mi memoria, que conservo grabada en ella con sus más minuciosos detalles y cuyo recuerdo envenenará todos los instantes de mí vida. Séame permitido referir esta parte de mi historia tan brevemente como exige el carácter de los incidentes […]

"Hay pocas situaciones decisivas para el hombre en que no le inspire un profundo interés su  propia conservación, interés que crece de minuto  en minuto, con la fragilidad del lazo que  sostiene nuestra existencia; pero entonces el carácter silencioso, positivo, riguroso de la tarea que me habían impuesto, tan diferente de los tumultuosos peligros de la tempestad o de los horrores progresivos del hambre, me hizo  reflexionar en las pocas probabilidades que tenía de escapar de la más espantosa de la muertes, de una muerte de horrible utilidad , y cada partícula de la energía que por tanto tiempo me sostuviera huía entonces como plumas arrebatadas por el viento, dejándome impotente a merced del más abyecto y lastimoso terror […] ya pensaba echarme a los pies de mis compañeros y suplicarles que me permitieran sustraerme a aquella necesidad; ya intentaba precipitarme sobre ellos por sorpresa, matar a uno y hacer por este medio superflua la decisión de la suerte; ya ... en todo pensaba menos en hacer lo que me habían encargado. Al cabo, después de haber perdido mucho tiempo en esta conducta imbécil, me hizo volver en mi acuerdo la voz de Parker que me daba prisa para los sacase de la terrible inquietud en que los tenía […] Me puse a discurrir sobre todos los medios para alcanzar que la suerte me favoreciese y para inducir a uno de mis compañeros de infortunio a sacar la astilla más corta, pues habíamos convenido que el que sacase ésta moriría para salvar a los demás […] Ya no era posible tardar más, y sintiendo que el corazón iba a rompérseme, me dirigía hacía el castillo de proa donde mis compañeros me esperaban. Extendí la mano con las astillas y Peters tiró inmediatamente. ¡Estaba libre! Al menos su astilla no era la más corta; había pues una probabilidad más contra mí. Reuní todo mi valor y presenté la mano a Augustus; tiró inmediatamente y quedó libre; cualquiera que fuese la suerte que me aguardaba, eran iguales las probabilidades de vivir o morir. En aquel momento se apoderó de mi corazón toda la ferocidad del tigre y sentí contra Parker, mi semejante, mi desgraciado compañero, el odio más intenso y más infernal; pero este sentimiento duró poco, y luego estremeciéndome convulsivamente y cerrando los ojos, le presenté las dos astillas restantes.

"Cinco minutos transcurrieron antes de resolverse a sacar la suya y durante aquel siglo de  indecisión capaz de desgarrar el alma, no abrí una sola vez los ojos. Al cabo me quitaron de la mano vivamente una de las astillas: la suerte quedaba decidida, pero yo ignoraba si me había sido favorable o adversa.  Nadie decía una palabra y yo no me atrevía a aclarar mis dudas mirando la astilla que me quedaba. Peters me estrechó entonces la mano y procuré mirar, observando en seguida en el semblante de Parker que yo me había salvado y que él era la víctima condenada. Respiré convulsivamente y caí desmayado.

"Me recobré a tiempo para ver el desenlace de la tragedia y asistir a la muerte del que, como autor de la proposición, era, por decirlo así, su propio asesino. El desdichado no hizo ninguna resistencia, y herido en la espalda por Peters, cayó muerto del golpe.

"No hablaré del terrible festín que siguió inmediatamente; el lector puede figurárselo, las palabras no tienen la virtud suficiente para describir todo el horror de la realidad; sólo diré que después de haber aplacado nuestra sed con la sangre de la víctima, echamos al mar los pies, las manos y la cabeza, así como las entrañas, y devoramos el resto del cuerpo durante los cuatro días de eterno recuerdo que siguieron; esto es, 17, 18, 19 y 20 de julio […]

Este relato nos lleva a la raíz de la antropofagia que nos resulta más horrorosa, es decir, a aquella de la que somos partícipes, ya no como observadores temerosos y privilegiados, como en el caso de Robinson Crusoe, sino que como protagonistas que no pueden sustraerse del destino y de la propia supervivencia. Tampoco quedamos indiferentes al entender que esta situación podría ser perfectamente posible y que de estar nosotros involucrados, actuaríamos de la misma manera.

En algún momento de la narración, el protagonista Pym nos invita a ponernos en su lugar, a no juzgarlo, a comprenderlo; un último acto consciente, antes de vivir el horrendo juego que decidirá el destino de quien debe transformarse en la comida de los demás, no tan sólo ser asesinado, sino que ser devorado, servir de bebida y alimento. Un sacrificio que podríamos homologarlo con la Eucaristía: Beber y comer el cuerpo de Cristo, también en busca de la salvación.

Otra novela que trata la antropofagia es Robinson Crusoe de Daniel Defoe. Su protagonista presencia lo que estima son actos de brutalidad inhumana, en ellos no existe la necesidad de supervivencia acordada, debatida o extrema entre los involucrados, que les lleve a comportarse de tal modo, sino que el protagonista observa desenfreno y salvajismo en personajes ajenos. Los indígenas disfrutan alimentándose de los adversarios sin remordimientos, de manera natural.

El terror que, en este caso, padece Crusoe es, no ser encontrado y capturado, transformándose en la cena de aquellos inhumanos aborígenes.

"Así armados nos dirigimos al lugar donde habían estado los salvajes, y apenas llegamos el corazón se me paralizó ante el horror del espectáculo.

"Viernes, en cambio no mostró sorpresa alguna. El suelo estaba cubierto por huesos humanos manchados de sangre y arrojados en la arena había pedazos de carne medio comidos y chamuscados. Viernes me explicó por señas que habían traído cuatro prisioneros, y que los otros tres habían sido devorados. Comprendí también que se había librado una batalla entre estos salvajes y los súbditos de un rey vecino, Uno de los cuales era él y que sus enemigos habían hecho gran cantidad de prisioneros.

"Luego recogimos los huesos y las calaveras, lo amontonamos todo y lo quemamos en una gran hoguera.

"Viernes ansiaba comer carne humana, pero demostré tal repugnancia que no se atrevió a hacerlo.   

También encontramos en el relato breve Carne de Luis Britto García. Un canibalismo ejecutado por personas con situación de calle, esto lo hace patente el autor en el tipo de lenguaje que utiliza el personaje, intentando lograr mayor grado de verosimilitud y consiguiéndola dentro de lo caótico que se hace por la manera de narrar que utiliza el protagonista, así como de lo intrincada que puede ser una lectura con modismos y con una falta casi total de ortografía, escrita a propósito y muy experimental para lograr verosimilitud. Pero nuevamente acá estamos ante un relato en que la antropofagia se lleva a cabo no por una necesidad apremiante por sobrevivir, sino que, al parecer, por una desviación mental psicológica, por una especie de monstruos limosneros que habitan una ciudad que permite su propagación. La alimentación aquí reviste trazas de anormalidad y enfermedad mental, como protagonizan los hermanos idiotas en el cuento La gallina degollada, de Horacio Quiroga.

En Las ménades, de Julio Cortázar asistimos a una antropofagia que no se revela, pero que se sugiere hasta el final, un cuento magistralmente narrado en el que la música de Ludwig Van Beethoven, la 5ª Sinfonía en Do Menor otorga un elemento extraordinario para sentir la atmósfera opresiva de este relato que cautiva y altera. Sin embargo, aquí estaríamos ante una especie de canibalismo, posibilitado por el ardoroso entusiasmo, por una especie de locura colectiva, una catarsis que lleva a los admiradores de un director de sinfónica hasta el paroxismo; una escena similar a la que leemos en El Perfume, de Patrick Süskind, en que Jean-Baptiste Grenouille es devorado por los demás en un acto de amor supremo, creyéndolo un ángel.

Por otra parte, en el relato El Hambre de Manuel Mujica Lainez estamos frente a un canibalismo similar al que aparece en Las Aventuras de Arthur Gordon Pym pero acá los personajes se encuentran sitiados por indígenas y padeciendo de un hambre atroz, llevando al protagonista intentar alimentarse del cuerpo de tres ahorcados, pero se encontrará que, en el lugar, cuatro hombres de alto rango militar conversan alrededor de una fogata, esto lo hace abrazar un odio tremendo que se concentra especialmente en quien viste un abrigo de pieles de nutrias. Su hermano está de guardia aquella noche de hambre. Luego de un desmayo sufrido por el protagonista, ve que todos se han ido, excepto quien viste el abrigo.

"En su delirio no sabe ya si ha muerto al cuatralbo del Príncipe Doria o a uno de los tigres que merodean en torno del campamento. Hasta que cesa todo estertor. Busca bajo el manto y al topar con un brazo del hombre que acaba de apuñalar, lo cercena con la faca e hinca en él los dientes que aguza el hambre. No piensa en el horror de lo que está haciendo, sino en morder, en saciarse. Sólo entonces la pincelada bermeja de las brasas le muestra más allá, mucho más allá, tumbado junto a la empalizada, al corsario italiano. Tiene una flecha plantada entre los ojos de vidrio. Los dientes de Baitos tropiezan con el anillo de plata de su madre, el anillo con una labrada cruz, y ve el rostro torcido de su hermano, entre esas pieles que Francisco le quitó al cuatralbo después de su muerte, para abrigarse. El ballestero lanza un grito inhumano. Como un borracho se encarama en la estacada de troncos de sauce y ceibo, y se echa a correr barranca abajo, hacia las hogueras de los indios. Los ojos se le salen de las órbitas, como si la mano trunca de su hermano le fuera apretando la garganta más y más.

Sin embargo, volviendo a la novela en análisis, Poe nos lleva a un paso más allá, a la decisión, a un acto vital, a la búsqueda de la supervivencia que no estará libre de escrúpulos ético-culturales, porque no hay otra salida. El autor nos muestra el terror verdadero, el más real y nos hace partícipes de él, mostrándonos una realidad que puede estar en cualquier lugar del Globo, con seres civilizados, en perfecto uso de su razón, pero sometidos a circunstancias extremas, imposibles de soslayar, si se quiere continuar viviendo o en este caso sobreviviendo.

Un ejemplo extremo de supervivencia, coincidencias y locura se encuentra en el cuento de Stephen King, Superviviente, narración de un canibalismo extremo, una auto antropofagia, es decir, alimentarse de uno mismo.

Es casi improbable que esto ocurra, pero King lo hace posible, poniendo como protagonista a un médico inescrupuloso que naufraga llegando a una isla con los artículos básicos, pero necesarios para operar además de dos kilos de heroína capaces de calmar el dolor y de evadir la realidad por muy adversa que sea. Es así como este cirujano, primero, por necesidad médica y luego por hambre, amputará, poco a poco, sus extremidades inferiores ante la falta de otra posibilidad de comida.

Es un cuento excelentemente narrado, sin embargo, lo extraño y poco probable de la situación narrada, hace que solamente lo imaginado por King quede en nuestra memoria como una anécdota genialmente contada, pues es bastante improbable que algo así ocurra realmente, pese a que su autor lo ha dotado de verosimilitud.

No obstante, lo que diferencia a este cuento con el capítulo de Las aventuras de Arthur Gordon Pym, es la posibilidad cierta de vernos involucrados en una situación similar, provocándonos más terror, al sentir que podríamos actuar de la misma manera ante eventualidades similares. En cambio, en el Sobreviviente, necesitaríamos tener conocimientos quirúrgicos, elementos adecuados y una gran dosis de calmantes para impedir que el shock o la anemia nos arrebataran la vida, como bien lo expresa el mismo protagonista.

Sin duda, como se expuso en el inicio de este ensayo, existe más bibliografía, en torno a la antropofagia humana consciente y voluntaria, lo interesante será constatar que se relacione con nuestras posibilidades reales de vivirlas, de somatizarlas, de que el terror descrito por los personajes pueda transformarse en un terror propio, en una situación de vida o muerte en la que no tengamos más alternativa que comernos a nuestro prójimo.

"5 de febrero

[…] Abrí una de las bolsitas y aspiré dos generosas dosis sobre una roca plana, primero la ventanilla derecha, luego, la izquierda. Era una especie de hielo deslumbradoramente anestésico que invadía mi cerebro íntegro […]

"Operé en esas condiciones.

"Como era de esperar, sentí un dolor agudísimo, especialmente en la primera parte de la operación. Pero el dolor parecía desconectado de mí, como si fuera de otro. Me molestaba, pero me resultaba extraordinariamente interesante. ¿Podéis entender lo que digo? Si alguna vez habéis empleado un calmante con una fuerte base de morfina, sabréis de qué hablo. Hace algo más que mitigar el dolor. Induce un estado mental. Una cierta serenidad[…]

"A media operación, el dolor empezó a ser algo más personal. Oleadas de desfallecimiento me acometían. Miré con ansia la bolsita de heroína, pero me obligué a apartar la vista. Si volvía a adormilarme, moriría desangrado con la misma seguridad que si me desmayara. Conté hasta cien al revés.

"La pérdida de sangre era el factor más crítico. Como cirujano, era vitalmente consciente de ello. No debía perder una gota más que lo imprescindible. Si un paciente sufre una hemorragia durante una operación en un hospital, se le puede suministrar sangre. Yo carecía de esos medios. Todo lo que se había perdido —la arena debajo de mi pie estaba ya negra— estaba perdido hasta que mi propia fábrica lo repusiera. No tenía hemostáticos, ni hilo de sutura, ni grapas.

"Empecé la operación exactamente a las 12.45. Acabé a la 1.50 e inmediatamente me atonté con heroína, una dosis mayor que la anterior. Me dormí en un mundo gris, indoloro, y permanecí así hasta alrededor de las cinco. Cuando me espabilé, el sol estaba cerca del horizonte occidental, trazando un camino de oro sobre el azul del Pacífico que llegaba hasta mí. Nunca he visto algo tan increíble. Tanto, que me compensó del dolor en un segundo. Una hora más tarde aspiré un poquito más, para seguir disfrutando de la puesta de sol.

"Poco después de hacerse de noche, yo...

"Yo...

Esperad un segundo. ¿Os he dicho que no he comido absolutamente nada durante cuatro días? ¿Y que lo único que tenía a mi alcance para recuperar mis energías agotadas era mi propio cuerpo? Después de todo, ¿no se ha dicho, una y otra vez, que la supervivencia es una cuestión mental? ¿De una mente superior? No voy a justificarme diciendo que cualquiera hubiera hecho lo mismo. En primer lugar, hay que ser cirujano. Y aun conociendo la técnica de la amputación, es posible hacer una carnicería y desangrarse de todos modos. Y, aun en el caso de poder sobrevivir a la amputación y al shock traumático, jamás se le ocurriría algo semejante a alguien convencional. No importa. Nadie tiene por qué enterarse. Lo último que haré antes de abandonar la isla será destruir este libro.

"Tuve mucho cuidado.
"Lo lavé muy bien antes de comérmelo.

Finalmente, convendremos en que la antropofagia humana será uno de los terrores más despiadados que podamos encontrar en la literatura, al que eventualmente, bajo ciertas circunstancias, podríamos llegar a vernos expuestos. El hambre y la sed son estados que impiden mantener nuestros principios intactos y que nos mueven a llevar a cabo actos antropófagos sin precedentes. De algún modo, la literatura se encarga de mostrárnoslo con una cuidada estilística y con intención de conmovernos, haciéndonos estimar nuestro comportamiento bajo ciertas situaciones extremas.

Casos en la vida cotidiana hay suficientes como para hacer de este ensayo un libro. Tal vez, el más conocido sea el de los rugbistas uruguayos que debieron soportar meses aislados en la Cordillera de los Andes, alimentándose del cuerpo de los muertos en la caída del avión, acontecimiento que nos aterriza y demuestra lo frágiles que son nuestras convicciones cristianas o morales, hasta el punto de alimentarnos de nosotros mismos.

El ensayo: El terror antropofágico en Las aventuras de Arthur Gordon Pym fue realizado por Aldo Astete Cuadra. Todos los derechos de reproducción son patrimonio del autor.

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