«El Hombre de Nieve»: Wallace Stevens; poema y análisis.


«El Hombre de Nieve»: Wallace Stevens; poema y análisis.




El Hombre de Nieve (The Snow Man) es un poema del escritor norteamericano Wallace Stevens (1879-1955), publicado originalmente en la edición de octubre de 1921 de la revista Poetry, y luego reeditado en la antología de 1923: Armonio (Harmonium).

El Hombre de Nieve, uno de los grandes poemas de Wallace Stevens, es un juego de perspectivas donde el mundo «exterior» parece vacío y sin sentido si no fuera por nuestro mundo «interior». En esta exploración, El Hombre de Nieve hace una descripción relativamente objetiva de un paisaje invernal [exterior] tamizada por una respuesta emocional [interior], y concluye que ambas dimensiones son «nada» más allá de sus perspectivas. Ni lo real en términos objetivos, ni lo mental en términos subjetivos, pueden privilegarse como caminos hacia la verdad.


Uno debe tener una mente de invierno
para considerar la escarcha y las ramas
de los pinos encostrados por la nieve;
y haber tenido frío un largo tiempo
para contemplar los enebros sacudidos por el hielo.


Para observar la naturaleza del invierno, sugiere Wallace Stevens, el observador debe «tener una mente de invierno», es decir, asumir una actitud fría [emocionalmente distante] al contemplar la escarcha y la nieve sobre los árboles. Debe resistir la tentación de asociar el sonido del viento con la «miseria»; en definitiva, debe abstenerse de proyectar sentimientos humanos en el paisaje. Si el observador logra contener esa perspectiva, digamos, humana, incluso animista, podrá ver la pura «nada» del paisaje. Para contemplar el invierno tal como «es» debemos ser como el invierno...

Estaba a punto de escribir: «debemos ser como muñecos de nieve», pero el título del poema de Wallace Stevens es ambiguo. No es The Snowman [«muñeco u hombre de nieve»], sino The Snow Man. ¿Es este un hombre hecho de nieve o un hombre real que está en la nieve? Ninguna de las dos cosas. Wallace Stevens lo describe como «nada en sí mismo», pero también como la forma a la que debe aspirar el oyente y el observador del invierno para capturar su esencia. Este «hombre-nieve» posee las cualidades del inverno, pero en ese caso no necesitaría observar y escuchar el exterior; él mismo sería invierno. Otro cambio de perspectiva.

Una instancia menos rebuscada del mensaje podría ser: no proyectemos cualidades humanas en el invierno; seamos como la nieve, tratemos de parecernos más al invierno en lugar de intentar que el invierno se parezca a nosotros.


...y haber tenido frío un largo tiempo
para contemplar los enebros sacudidos por el hielo,
los abetos, agrestes en el brillo lejano
del sol de enero; y no pensar
en ninguna miseria en el sonido del viento,
en el sonido de unas pocas hojas...


Esto me hace pensar en el poema de Christina Rossetti: Cuando esté muerta (When I am dead):


Cuando esté muerta, mi amor,
no entones canciones tristes para mí,
no plantes rosas en mi lápida,
ni sombríos cipreses:
sé la hierba verde sobre mí,
con gotas y rocío, mójame.
Y si te marchitas, recuerda;
y si te marchitas, olvida.


La Oradora no quiere que su amado cante «canciones tristes» y plante «rosas» en su tumba; esas son proyecciones humanas. Para acercarse a ella [cuando esté muerta] es necesario ser la «hierba verde» sobre su tumba, ser el rocío que cae sobre la tierra a la que ha regresado. Si Wallace Stevens nos propone que seamos más como el invierno para aproximarnos a su esencia, Christina Rossetti sugiere que seamos más como la tierra para acercarnos a quienes han regresado a ella [ver: La Tierra como superorganismo consciente]

«Uno debe tener una mente de invierno», dice Wallace Stevens, en la misma línea de Oscar Wilde cuando afirmó que hay que tener un «corazón de piedra» para leer la muerte de la pequeña e inocente Nell [protagonista de la novela de Charles Dickenns: La tienda de antigüedades (The Old Curiosity Shop)] sin cagarse de risa. La reacción de Oscar Wilde no es simplemente cruel: rechazaba el sentimentalismo de Dickens. Del mismo modo, la «mente de invierno» es necesaria para dejar atrás la idealización sentimental de la experiencia humana:


y no pensar
en ninguna miseria en el sonido del viento,
en el sonido de unas pocas hojas,
que es el sonido de la tierra
llena de ese mismo viento
que sopla en el mismo lugar desnudo
para el oyente, el que escucha en la nieve,
y, en sí mismo nada, contempla
la nada que no está y la nada que está.


Este observador ideal del invierno [el Hombre de Nieve] no contemplará «nada» que no esté ahí; es decir, no proyectará sus emociones y significados humanos sobre el invierno. En cambio, podrá contemplar «la nada» que está ahí: el invierno desprovisto de proyecciones humanas [como la noción de «miseria»]. Esta es la paradoja del perspectivismo [que Wallace Stevens defendía], el cual sostiene que todo es subjetivo, de modo que no puede haber una experiencia objetiva del mundo. Entonces, aún si dejamos de ver el invierno como una época de «miseria» [o embebida en cualquier otro concepto humano], y asumimos la mirada fría y desapasionada del Hombre de Nieve, al final solo estaremos cambiando de perpectiva, de subjetividad.

Wallace Stevens comenzó su carrera como una especie de post-romántico [Borges diría como un «imitador involuntario» de John Keats], pero El Hombre de Nieve [¿en este punto deberíamos llamarlo «El Hombre de las Nieves»?] desbarata el principal impulso del Romanticismo: proyectar sentimientos humanos sobre el mundo natural. Esto último se conoce como «falacia patética»: dotar a la naturaleza de sensaciones, pensamientos y sentimientos humanos. El Hombre de Nieve invierte los términos románticos y nos incita a dejar de humanizar a la naturaleza [ver: La Llamada de lo Salvaje: análisis de «El Wendigo»]

Pero, ¿realmente queremos ver las cosas como son? ¿Somos capaces de tolerar un mundo despojado de proyecciones humanas? Para ver «la nada que está» [no «la nada» que proyectamos], El Hombre de Nieve está libre de suposiciones y prejuicios humanos. Para él, los días de invierno no son miserables, ni siquiera son «fríos». El Hombre de Nieve tiene una «mente de invierno», una mente despojada emociones, que a su vez son respuestas genuinas e involuntarias a estímulos externos, pensamientos o recuerdos. Cuando pensamos en el invierno recurrimos a nuestro depósito personal de experiencias asociadas; es parte de nuestra constitución que todas estas cosas afloren en nuestra mente. Wallace Stevens afirma que es necesario «haber tenido frío un largo tiempo» para forjar una «mente de nieve», cuando en realidad parecería necesario trascender esa categoría; es decir, ya no sentir frío.


para el oyente, el que escucha en la nieve,
y, en sí mismo nada, contempla
la nada que no está allí y la nada que está.


El «oyente», presumiblemente humano, el «que escucha en la nieve», es sometido a una prueba imposible para alcanzar una «mente de nieve». En primer lugar, él mismo necesita ser «nada» [tal vez arrancar su ego] para contemplar la «nada que no está» [las proyecciones humanas] y «la nada que está» [el invierno tal como es], es decir, debe prescindir de la consciencia humana ordinaria. Suena como una experiencia similar a la individuación de la que habla Carl Jung, a la integración de la Sombra, del inconsciente, a nuestra experiencia consciente. Al final, tener una «mente de invierno» no sería del todo diferente del soñar.




El Hombre de Nieve.
The Snow Man, Wallace Stevens (1879-1955)

(Traducido al español por Sebastián Beringheli para El Espejo Gótico)


Uno debe tener una mente de invierno
para considerar la escarcha y las ramas
de los pinos encostrados por la nieve;

y haber tenido frío un largo tiempo
para contemplar los enebros sacudidos por el hielo,
los abetos, agrestes en el brillo lejano

del sol de enero; y no pensar
en ninguna miseria en el sonido del viento,
en el sonido de unas pocas hojas,

que es el sonido de la tierra
llena de ese mismo viento
que sopla en el mismo lugar desnudo

para el oyente, el que escucha en la nieve,
y, en sí mismo nada, contempla
la nada que no está y la nada que está.


One must have a mind of winter
To regard the frost and the boughs
Of the pine-trees crusted with snow;

And have been cold a long time
To behold the junipers shagged with ice,
The spruces rough in the distant glitter

Of the January sun; and not to think
Of any misery in the sound of the wind,
In the sound of a few leaves,

Which is the sound of the land
Full of the same wind
That is blowing in the same bare place

For the listener, who listens in the snow,
And, nothing himself, beholds
Nothing that is not there and the nothing that is.


Wallace Stevens (1879-1955)

(Traducido al español por Sebastián Beringheli para El Espejo Gótico)




Poemas góticos. I Poemas de Wallace Stevens.


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El análisis, traducción al español y resumen del poema de Wallace Stevens: El Hombre de Nieve (The Snow Man), fueron realizados por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com

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