«Recuérdame»: Margaret Mead; poema y análisis.


«Recuérdame»: Margaret Mead; poema y análisis.




Recuérdame (Remember Me) es un poema fúnebre de la antropóloga y escritora norteamericana Margaret Mead (1901-1978).

Recuérdame, posiblemente uno de los poemas de Margaret Mead más conocidos, está escrito desde el punto de vista de una persona fallecida que se dirige a sus deudos decirles que seguirá viva si continúan recordándola.


No puedo hablar, pero puedo escuchar.
No puedo ser visto, pero puedo ser oído.
Así que cuando estés en la orilla contemplando un hermoso mar,
cuando mires una flor y admires su sencillez,
recuérdame.


Si bien Margaret Mead es conocida [y duramente criticada] por su trabajo en el campo de la antropología, uno de sus poemas, Recuérdame, ha trascendido sus estudios académicos y se ha convertido en un poema fúnebre clásico, tal vez porque incita a la idea de unión con alguien que ha fallecido a través del recuerdo de las cosas compartidas. Pero esta mirada positiva, idílica, que fomenta un sentimiento de conexión aunque la otra persona no esté físicamente presente, tiene algunos problemas.


Recuérdame en tu corazón:
tus pensamientos y tu memoria
de los tiempos que amamos,
las veces que lloramos,
las veces que peleamos,
las veces que nos reímos.
Porque si siempre piensas en mí, nunca me habré ido.


Recuérdame es un poema para leer en un funeral: suena bien, el mensaje es positivo, y los concurrentes probablemente encuentren algún consuelo, pero este será pasajero, porque Margaret Mead apenas roza superficialmente una cuestión que fue perforada por el pensamiento de Spinoza: la vida persevera en su ser, no porque ansíe la existencia en sí, sino porque este esfuerzo es su verdadera esencia. La voz del difunto en el poema de Margaret Mead es la de la persona que fue en vida, pero, según Spinoza, la existencia en el más allá implica la pérdida de este esmero por existir, que entonces está dado por una fuerza superior, de modo que, en la muerte, uno no puede ser el mismo que fue en vida.

La cuestión de la muerte es preocupante, entre otras cosas, porque no podemos concebirnos como no existiendo. De hecho, concebir este estado implica consciencia y, por lo tanto, existencia. En este sentido, Recuérdame de Margaret Mead es paradójico: por un lado, la voz del difunto implica existencia, pero su mensaje es que lo recuerden para seguir existiendo a través de esos recuerdos. Son dos ideas en conflicto.

Realmente no importa demasiado que las doctrinas religiosas y espirituales nos prometan una existencia post-mortem que nos permita ensancharnos, extendernos por todo el universo y más allá, ser todas las cosas, ser todo al mismo tiempo, si uno no puede seguir siendo Yo en alguna medida. Fundirse en la infinitud, en el Creador, en lo que sea que adore esta doctrina, es como si dejáramos de ser. Esa partícula de individualidad que somos, al disolverse en su fuente, es indistinguible de la no existencia. Ya no es, en la medida en que era. Es otra cosa que no es Yo.

Recuérdame de Margaret Mead evita estas dificultades, probablemente porque su objetivo es llevar consuelo a las personas que han perdido a un ser querido, no añadirle preocupaciones. Y en esta loable misión también evita el error de sugerir que las cosas terrenales son vanas y transitorias, cuando no directamente ilusorias, y que lo único que importa es la existencia en la eternidad. Porque si esta ecuación es correcta la voz del difunto habría dicho, como Christina Rossetti en Cuando esté muerta (When I am Dead, My Dearest), que lo olvidemos, o lo recordemos, da lo mismo, porque este recuerdo y olvido son también asuntos terrenales:


Cuando esté muerta, mi amor,
No cantes tristes canciones para mí,
No plantes rosas en mi cabeza
Ni sombríos cipreses:
Sé la hierba verde sobre mí,
Con rocíos y gotas, mójame;
Y si te marchitas, recuerda;
Y si te marchitas, olvida.
Ya no veré las sombras,
No sentiré la lluvia,
No escucharé al ruiseñor
Cantando su dolor:
Y soñando a través del crepúsculo
Que no crece ni desciende,
Felizmente podría recordar,
Y felizmente podría olvidar.


Aquí en El Espejo Gótico analizamos tantas historias de terror que a veces resulta difícil cambiar la lente para examinar otros géneros, formatos e intenciones. Tal es así que, al releer Recuérdame de Margaret Mead, no puedo dejar de pensar que el difunto, que no puede hablar pero sí puede escuchar, tal vez se encuentra en un estado de no existencia, de no ser, pero su conciencia se activa, como una chispa en la oscuridad, cuando los vivos lo recuerdan. Esto validaría su reputación como un excelente poema para leer en un entierro, un momento en el que varias personas se reúnen y, además de presentar honores y acongojarse, recuerdan. Esta sincronización de consciencias que recuerdan bien podrían haberle dado al difunto ese chispazo de ser que le permite comunicarse. Sin embargo, no creo que esta haya sido la intención de Margaret Mead.

Todas las religiones son hijas de los antiguos cultos, y estos del culto a los muertos en el amanecer de la humanidad. Si una civilización extraterrestre nos visitara algún día, quizás no distinga la sutil diferencia entre la inteligencia humana y, digamos, la cetácea, pero seguramente advertiría que somos los únicos seres en el planeta que no descuidamos a nuestros muertos. Cuando construíamos casas precarias en la edad de bronce, levantábamos túmulos para los muertos. Robert Graves sostiene que primero se empleó la piedra para las sepulturas, y mucho después para las viviendas. Somos, como dice Unamuno, «guardamuertos».

En calidad de «guardamuertos» no damos culto a la muerte, sino a la inmortalidad; y lo más cerca que podemos aspirar a esa prolongación indefinida es a través del recuerdo, que conserva la individualidad del difunto, su identidad, no esa fusión con el Creador fabricada por las posteriores religiones, donde el Yo está ausente. El recuerdo puede erosionarse, las voces se van perdiendo, el sonido de la risa se apaga, pero lo que queda es el registro más valioso que tenemos. Somos «guardamuertos» no porque enterramos y honramos a nuestros muertos, sino porque los conservamos vivos en nuestra memoria.




Recuérdame.
Remember Me, Margaret Mead (1901-1978)

(Traducido al español por Sebastián Beringheli para El Espejo Gótico)


Para los vivos me he ido,
para los afligidos nunca volveré,
para los enojados fui engañado,
para los felices estoy en paz,
y para los fieles nunca me fui.

No puedo hablar, pero puedo escuchar.
No puedo ser visto, pero puedo ser oído.
Así que cuando estés en la orilla contemplando un hermoso mar,
cuando mires una flor y admires su sencillez,
recuérdame.

Recuérdame en tu corazón:
Tus pensamientos y tu memoria
de los tiempos que amamos,
las veces que lloramos,
las veces que peleamos,
las veces que nos reímos.
Porque si siempre piensas en mí, nunca me habré ido.


To the living, I am gone,
To the sorrowful, I will never return,
To the angry, I was cheated,
But to the happy, I am at peace,
And to the faithful, I have never left.

I cannot speak, but I can listen.
I cannot be seen, but I can be heard.
So as you stand upon a shore gazing at a beautiful sea,
As you look upon a flower and admire its simplicity,
Remember me.

Remember me in your heart:
Your thoughts, and your memories,
Of the times we loved,
The times we cried,
The times we fought,
The times we laughed.
For if you always think of me, I will never have gone.


Margaret Mead
(1901-1978)

(Traducido al español por Sebastián Beringheli para El Espejo Gótico)




Poemas góticos. I Poemas de muerte.


Más literatura gótica:
El análisis, traducción al español y resumen del poema de Margaret Mead: Recuérdame (Remember Me), fueron realizados por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com

1 comentarios:

Anónimo dijo...

Tan poético



Lo más visto esta semana en El Espejo Gótico:

Análisis de «La pequeña habitación» de Madeline Yale Wynne.
Poema de Emily Dickinson.
Relatos de Edith Nesbit.


Paranormal.
Poema de Charlotte Mew.
Relato de Walter de la Mare.