«Doctor Porthos»: Basil Copper; relato y análisis.
Doctor Porthos (Doctor Porthos) es un relato de vampiros del escritor inglés Basil Copper (1924-2013), publicado originalmente en la antología de 1968: La gente de medianoche (The Midnight People).
Doctor Porthos, uno de los mejores cuentos de Basil Copper, relata la historia de un hombre [el narrador] y su esposa [Angelina], quienes reciben una inesperada herencia: una antigua mansión gótica. Pero tiene un precio: la pareja debe vivir durante cinco años en este lugar apartado de la comunidad más cercana y que carece de todas las comodidades modernas, como la electricidad.
Poco tiempo después de mudarse, el narrador comienza a experimentar estados de ánimo melancólicos. La esposa enferma, y el Doctor Porthos [no es una referencia a Alejandro Dumas aunque parece haber un mosquetero en esta historia], el médico de cabecera del antiguo propietario de la casa [y ancestro del narrador], realiza visitas diarias para atender a su nueva paciente. El doctor pronto descubre que la causa de la enfermedad de la esposa es la pérdida de sangre a través de dos pequeños orificios en su cuello. En este punto, el narrador comienza a sospechar del Doctor Porthos, quien, a pesar de realizar largas vigilias junto a la cama de la mujer, no logra descubir la identidad del atacante.
Doctor Porthos de Basil Copper parece explorar la posibilidad de un Abraham Van Helsing vampírico, y construye su hilo gótico con muchos elementos de Edgar Allan Poe, sobre todo con la extraña enfermedad de Angelina y las sospechas de su esposo, que apuntan directamente al médico. El ataque a medianoche, que deja a la paciente sangrando por el cuello, sugiere fuertemente la naturaleza de su agresor; sin embargo, el final de Doctor Porthos invierte la carga de la prueba, y expone al Vampiro de una manera sorprendente.
[«Desperté con dolor y frío. Angelina también está aquí. Se ve aterrorizada pero de alguna manera triste y serena. Ella está sosteniendo el brazo del Doctor Porthos. Él está suspendido sobre mí, su rostro se ve satánico en la tenue luz de la cripta debajo de la casa. Hace girar un mazo mientras, golpe tras golpe, perturba el silencio de este lugar. ¡Amado Cristo, la estaca está contra MI PECHO!»]
En efecto, el Vampiro es el narrador, lo cual es un giro inesperado. Sin embargo, creo que Basil Copper no está jugando limpio con el lector.
Toda la historia se basa en la sombría determinación del narrador de mantener su diario actualizado, independientemente de las circunstancias; razón por la cual este último párrafo es imposible. ¿Acaso el narrador tiene tiempo para escribir una última entrada en su diario mientras el Doctor Porthos está clavándole una estaca en el pecho? Es difícil imaginar una proeza más inverosímil. Por otro lado, tampoco parece probable que el narrador haya sobrevivido al ataque del Doctor Porthos, quien presumiblemente también acabó con el antiguo propietario de la casa.
Doctor Porthos.
Doctor Porthos, Basil Copper (1924-2013)
Debilidad nerviosa, dice el doctor. Y, sin embargo, Angelina nunca ha estado enferma en su vida. ¡Debilidad nerviosa! Aquí está involucrado algo mucho más poderoso.
Me pregunto si no debería llamar al consejo de un especialista. Sin embargo, estamos tan lejos y la gente local habla bien del Doctor Porthos. ¿Por qué demonios vinimos a esta casa? Angelina estaba perfectamente bien hasta entonces. Es extraordinario pensar que dos meses hayan producido tal cambio en mi esposa.
En la ciudad era animada y vivaz; sin embargo, ahora apenas puedo soportar mirarla sin una profunda emoción. Sus mejillas están hundidas y pálidas, sus ojos oscuros y cansados, su rubor ha desaparecido a los veinticinco años. ¿Podría ser algo en el aire de la casa? Parece apenas posible. Pero, en ese caso, los servicios del Doctor Porthos deberían haber resultado efectivos. Hasta ahora todas sus habilidades han sido impotentes para producir cualquier mejora. Si no hubiera sido por los términos del testamento de mi tío, nunca hubiéramos venido.
Los amigos pueden llamarlo codicia, el mundo puede pensar lo que quiera, pero la pura verdad es que necesitaba el dinero. Mi propia salud está lejos de ser sólida y las largas horas en el negocio familiar (la nuestra es una casa de contabilidad honrada y bien establecida) me habían dejado perfectamente claro que debía buscar otro modo de vida. Y, sin embargo, no podía permitirme jubilarme; los términos del testamento de mi tío, tal como me los entregó el abogado de la familia, brindaron la solución perfecta.
Una anualidad, una buena anualidad para decirlo sin rodeos, pero con la condición de que mi esposa y yo residiéramos en la casa del anciano por un período no menor de cinco años a partir de la fecha en que los términos del testamento entraron en vigencia. Dudé mucho; tanto a mi esposa como a mí nos gustaba la vida de la ciudad y la propiedad de mi tío estaba en un área remota, donde la vida es primitiva y las comodidades son pocas. Tal como lo había entendido por el abogado, la casa en sí ni siquiera tenía el beneficio de la iluminación a gas; en verano no era tan malo, pero los largos meses de invierno eran verdaderamente melancólicos, con sólo el resplandor de las velas y el pálido brillo de las lámparas de aceite para aliviar la penumbra del viejo y solitario lugar.
Debatí con Angelina y luego salí solo un fin de semana para hacer un recorrido por la propiedad. Había telegrafiado y después de un largo y frío viaje en tren que ocupó la mayor parte del día, un caballo y un carruaje me recibieron en mi destino. La siguiente parte de mi peregrinaje ocupó casi cuatro horas y quedé consternado al ver en qué región salvaje y remota había decidido penetrar mi tío para elegir una morada.
La noche era oscura, pero la luna de vez en cuando rompía su velo de nubes para revelar con débiles detalles los contornos de rocas, colinas y árboles; el carruaje se sacudió y se tambaleó sobre un camino sin pavimentar, que estaba profundamente surcado por las ruedas de los pocos vehículos que habían desgarrado la superficie a su paso durante muchos meses. Mi abogado había telegrafiado a un viejo amigo, el Doctor Porthos, a cuyos buenos oficios debía mi medio de transporte, y me había prometido recibirme al llegar al pueblo más cercano a la finca.
Efectivamente, salió de debajo del gran porche de la posada de madera cuando nuestro carruaje entraba en el patio. Era un hombre alto y enjuto, con lentes cuadrados que se asentaban firmemente sobre su delgada nariz; vestía una capa de muchos pliegues como un mozo de cuadra y el sombrero de copa verde, puesto con desenvoltura sobre un ojo, le daba un aspecto un tanto disipado. Me saludó efusivamente, pero había algo en el hombre que me produjo inquietud.
No era nada en particular; era solo su manera general; tal vez la frialdad de su mano que golpeó mi palma con la humedad de un pez. Además, sus ojos tenían una forma desconcertante de mirar por encima de las gafas; eran de un gris vaporoso y su mirada era penetrante. Para mi consternación supe que aún no había llegado a mi destino. La finca estaba lejos, dijo el Doctor Porthos, y tendríamos que pasar la noche en la posada. Mi mal humor por sus comentarios pronto se disipó por el fuego rugiente y la buena comida con la que me agasajó; había pocos viajeros en esta época del año y éramos los únicos que cenábamos en el amplio comedor con paneles de roble.
El Doctor Porthos había sido el asistente médico de mi tío y, aunque hacía muchos años que no veía a mi pariente, tenía curiosidad por saber qué tipo de persona había sido.
—El barón fue un gran hombre en estos lugares —dijo Porthos.
Su manera afable me animó a hacer una pregunta para la que había estado esperando una respuesta durante mucho tiempo.
—¿De qué murió mi tío? —pregunté.
La luz del fuego parpadeó a través del rojo brillante de la copa de vino del Doctor Porthos y tiñó su rostro de ámbar cuando respondió simplemente:
—Deficiencia en la sangre. Una cualidad fatal en su línea inmediata, podría decir.
Reflexioné por un momento.
—¿Por qué cree que me eligió como su heredero? —añadí.
La respuesta del Doctor Porthos fue directa y clara, dada sin vacilación.
—Usted es de una rama diferente de la familia —dijo—. Sangre nueva, mi querido señor. El barón fue muy particular en ese sentido. Quería continuar con la gran tradición.
Cortó cualquier otra pregunta levantándose abruptamente.
—Esas fueron las propias palabras del barón mientras agonizaba. Y ahora debemos retirarnos, ya que todavía tenemos un largo viaje por la mañana.
Las palabras del Doctor Porthos volvieron a mí: «Sangre nueva.» ¿Y si esto tiene que ver con esas oscuras leyendas que la gente del lugar cuenta sobre la casa? Apenas se sabe qué pensar en este ambiente. Mi inspección de la casa con el Doctor Porthos confirmó mis peores temores; dinteles caídos, cornisas desmoronadas, artesonados carcomidos. Los únicos servidores son una pareja de mediana edad, marido y mujer, que han sido cuidadores desde la muerte del barón; la gente local es hosca y poco cooperativa, dice Porthos.
Ciertamente, la pequeña aldea a una milla de la mansión tenía todas las puertas y ventanas cerradas mientras pasábamos ruidosamente y ni un alma se movía. La casa tiene una belleza gótica, supongo, vista desde la distancia; no tiene mucha antigüedad, ya que se reconstruyó en gran parte sobre los restos de un edificio más antiguo destruido por el fuego. El restaurador, ya sea mi tío o algún residente mayor que no me he molestado en descubrir, tuvo la fantasía de agregar torres, un puente levadizo y un foso alrededor. Nuestros pasos resonaron tristemente cuando nos dimos la vuelta para inspeccionar los terrenos.
Me sorprendió ver estatuas de mármol y obeliscos gastados, todos caídos y torcidos, como si los muertos inquietos brotaran del suelo, sobresaliendo por encima de un antiguo muro cubierto de musgo contiguo al patio de la casa.
El Doctor Porthos sonrió sardónicamente.
—El antiguo cementerio familiar —explicó—. Su tío está enterrado aquí. Dijo que le gusta estar cerca de la casa.
No pasaron ni dos meses desde nuestra llegada cuando comenzó el profundo y melancólico cambio del que ya he hablado. No solo la atmósfera, aunque las mismas piedras de la casa parecen impregnadas de susurros malignos, sino que el entorno, los árboles oscuros e inmóviles, incluso los muebles, parecen exudar algo hostil.
Una niebla venenosa se eleva desde el foso al atardecer; parece enfatizar doblemente nuestro aislamiento. La presencia de la propia criada de Angelina y de un personal de mantenimiento que estaba empleado por mi padre antes que yo, hacen poco para disipar el ambiente de este lugar. Incluso su sólida realidad parece afectada por un miasma que brota de los poros del edificio. Se ha vuelto tan evidente últimamente que incluso agradezco las visitas diarias del Doctor Porthos, a pesar de que sospecho que él es el autor de nuestros problemas.
Comenzaron una semana después de nuestra llegada, cuando Angelina no despertó a mi lado como de costumbre. La sacudí para despertarla y mis gritos debieron despertar a la criada. Creo que entonces me desmayé y volví en mí en el gran salón de día; la cama estaba inundada de sangre, que manchaba las sábanas y las almohadas alrededor de la cabeza de mi querida esposa. Los curiosos ojos grises de Porthos tenían una mirada que yo nunca había visto antes. Me administró una poderosa medicina y luego se volvió para atenderme.
Fuera lo que fuera lo que había atacado a Angelina, tenía dientes como el canino más afilado, dijo Porthos; había encontrado dos pinchazos distintos en el cuello, suficientes para explicar la cantidad de sangre. De hecho, había habido tanta que mis propias manos y ropa estaban manchadas. Creo que fue esto lo que me hizo llorar.
Porthos había anunciado que se sentaría junto al paciente esa noche.
Angelina todavía estaba dormida, como descubrí cuando entré de puntillas más tarde. Porthos me había administrado un somnífero y me había aconsejado que lo tomara para calmar mis nervios, pero lo rechacé. Dije que esperaría con él. El médico tenía alguna teoría sobre ratas u otras criaturas nocturnas y se sentó durante mucho tiempo en la biblioteca a hojear algunos de los libros antiguos del barón sobre historia natural. La actitud del hombre me desconcierta; ¿Qué clase de criatura atacaría a Angelina en su propio dormitorio? Mirando los extraños ojos de Porthos, mis viejos miedos comenzaron a regresar, trayendo consigo otros nuevos.
Hubo tres ataques más, que se extendieron durante quince días. Mi amada se debilita visiblemente, aunque Porthos ha ido al pueblo en busca de drogas más potentes y otros remedios. Estoy en el purgatorio. No he conocido horas tan oscuras. Sin embargo, la propia Angelina insiste en que debemos quedarnos para ver esta grotesca pesadilla.
La primera noche de vigilia, Porthos y yo dormimos, y por la mañana el resultado fue como la noche anterior. Se habían retirado considerables emisiones de sangre aunque el vendaje que cubría la herida estaba casi intacto. Difícilmente me atrevo a conjeturar qué clase de bestia podría haber hecho esto.
Estaba bastante agotado y al anochecer del día siguiente acepté la sugerencia de Porthos de tomar un somnífero. No pasó nada durante varias noches y Angelina comenzó a recuperarse; entonces el terror golpeó de nuevo.
Y así seguirá, me dicen mis sentidos tambaleantes. No me atrevo a confiar en Porthos y, por otro lado, no puedo acusarlo. Estamos aislados y cualquier error que cometa puede ser fatal.
En la última ocasión casi lo descubro. Me desperté al amanecer y encontré a Porthos tendido en la cama, su forma larga y oscura temblando, sus manos en el cuello de Angelina. Lo golpeé, porque no sabía quién era (estaba medio dormido) y se volvió, sus ojos grises brillaron en la habitación en penumbra. Tenía una jeringa hipodérmica medio llena de sangre en la mano. Me temo que la tiré al suelo y la destrocé bajo mi talón.
En mi propio corazón estoy convencido de haber atrapado a esta criatura que nos ha estado atormentando, pero ¿cómo probarlo? El Doctor Porthos se está quedando en la casa ahora. No me atrevo a dormir y rechazo continuamente las pociones que me presiona a tomar con urgencia. ¿Cuánto tiempo antes de que me destruya a mí y a Angelina? ¿Ha estado el hombre alguna vez en una situación tan espantosa desde que comenzó el mundo?
Me siento y observo a Porthos, que me mira de soslayo con esos ojos curiosos, su rostro inexpresivo parece insinuar que puede darse el lujo de mirar y esperar y que su hora está llegando. Mi pálida esposa, en sus escasos intervalos de conciencia, se sienta y nos mira temerosa a ambos. Sin embargo, ni siquiera puedo confiar en ella porque pensaría que estoy loco. Trato de calmar mi cerebro acelerado. A veces creo que me volveré loco por completo, las noches son muy largas. Dios ayúdame.
Está terminado.
La crisis vino y se fue. Atrapé al demonio loco que nos tiene esclavizados. Lo atrapé en el acto.
Porthos se retorció cuando le puse las manos en el cuello. Lo habría matado por su sucio trabajo, la jeringa brillaba en su mano. Ahora se ha hecho a un lado, eludiéndome por el momento. Mis gritos atrajeron a los sirvientes, que tienen mis instrucciones expresas para darle caza. No se me escapará esta vez.
Recorro los pasillos de esta mansión carcomida y cuando lo haya acorralado lo destruiré. ¡Angelina vivirá! Y mis manos realizarán la obra curativa de su destrucción…
Pero ahora debo descansar. Ya amanece de nuevo. Me sentaré en esta silla junto a la columna, desde donde puedo observar el salón. Duermo.
Más tarde desperté con dolor y frío. Estoy acostado en la tierra. Algo resbaladizo gotea sobre mi mano. Abro mis ojos. Me paso la mano por la boca. Está roja. Puedo ver más claramente ahora. Angelina también está aquí. Se ve aterrorizada pero de alguna manera triste y serena. Ella está sosteniendo el brazo del Doctor Porthos.
Él está suspendido sobre mí, su rostro se ve satánico en la tenue luz de la cripta debajo de la casa. Hace girar un mazo mientras, golpe tras golpe, perturba el silencio de este lugar. ¡Amado Cristo, la estaca está contra MI PECHO!
Relatos góticos. I Relatos de Basil Copper.
Más literatura gótica:
El análisis, traducción al español y resumen del cuento de Basil Copper: Doctor Porthos (Doctor Porthos), fueron realizados por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com
Doctor Porthos.
Doctor Porthos, Basil Copper (1924-2013)
(Traducido al español por Sebastián Beringheli para El Espejo Gótico)
I
Debilidad nerviosa, dice el doctor. Y, sin embargo, Angelina nunca ha estado enferma en su vida. ¡Debilidad nerviosa! Aquí está involucrado algo mucho más poderoso.
Me pregunto si no debería llamar al consejo de un especialista. Sin embargo, estamos tan lejos y la gente local habla bien del Doctor Porthos. ¿Por qué demonios vinimos a esta casa? Angelina estaba perfectamente bien hasta entonces. Es extraordinario pensar que dos meses hayan producido tal cambio en mi esposa.
En la ciudad era animada y vivaz; sin embargo, ahora apenas puedo soportar mirarla sin una profunda emoción. Sus mejillas están hundidas y pálidas, sus ojos oscuros y cansados, su rubor ha desaparecido a los veinticinco años. ¿Podría ser algo en el aire de la casa? Parece apenas posible. Pero, en ese caso, los servicios del Doctor Porthos deberían haber resultado efectivos. Hasta ahora todas sus habilidades han sido impotentes para producir cualquier mejora. Si no hubiera sido por los términos del testamento de mi tío, nunca hubiéramos venido.
Los amigos pueden llamarlo codicia, el mundo puede pensar lo que quiera, pero la pura verdad es que necesitaba el dinero. Mi propia salud está lejos de ser sólida y las largas horas en el negocio familiar (la nuestra es una casa de contabilidad honrada y bien establecida) me habían dejado perfectamente claro que debía buscar otro modo de vida. Y, sin embargo, no podía permitirme jubilarme; los términos del testamento de mi tío, tal como me los entregó el abogado de la familia, brindaron la solución perfecta.
Una anualidad, una buena anualidad para decirlo sin rodeos, pero con la condición de que mi esposa y yo residiéramos en la casa del anciano por un período no menor de cinco años a partir de la fecha en que los términos del testamento entraron en vigencia. Dudé mucho; tanto a mi esposa como a mí nos gustaba la vida de la ciudad y la propiedad de mi tío estaba en un área remota, donde la vida es primitiva y las comodidades son pocas. Tal como lo había entendido por el abogado, la casa en sí ni siquiera tenía el beneficio de la iluminación a gas; en verano no era tan malo, pero los largos meses de invierno eran verdaderamente melancólicos, con sólo el resplandor de las velas y el pálido brillo de las lámparas de aceite para aliviar la penumbra del viejo y solitario lugar.
Debatí con Angelina y luego salí solo un fin de semana para hacer un recorrido por la propiedad. Había telegrafiado y después de un largo y frío viaje en tren que ocupó la mayor parte del día, un caballo y un carruaje me recibieron en mi destino. La siguiente parte de mi peregrinaje ocupó casi cuatro horas y quedé consternado al ver en qué región salvaje y remota había decidido penetrar mi tío para elegir una morada.
La noche era oscura, pero la luna de vez en cuando rompía su velo de nubes para revelar con débiles detalles los contornos de rocas, colinas y árboles; el carruaje se sacudió y se tambaleó sobre un camino sin pavimentar, que estaba profundamente surcado por las ruedas de los pocos vehículos que habían desgarrado la superficie a su paso durante muchos meses. Mi abogado había telegrafiado a un viejo amigo, el Doctor Porthos, a cuyos buenos oficios debía mi medio de transporte, y me había prometido recibirme al llegar al pueblo más cercano a la finca.
Efectivamente, salió de debajo del gran porche de la posada de madera cuando nuestro carruaje entraba en el patio. Era un hombre alto y enjuto, con lentes cuadrados que se asentaban firmemente sobre su delgada nariz; vestía una capa de muchos pliegues como un mozo de cuadra y el sombrero de copa verde, puesto con desenvoltura sobre un ojo, le daba un aspecto un tanto disipado. Me saludó efusivamente, pero había algo en el hombre que me produjo inquietud.
No era nada en particular; era solo su manera general; tal vez la frialdad de su mano que golpeó mi palma con la humedad de un pez. Además, sus ojos tenían una forma desconcertante de mirar por encima de las gafas; eran de un gris vaporoso y su mirada era penetrante. Para mi consternación supe que aún no había llegado a mi destino. La finca estaba lejos, dijo el Doctor Porthos, y tendríamos que pasar la noche en la posada. Mi mal humor por sus comentarios pronto se disipó por el fuego rugiente y la buena comida con la que me agasajó; había pocos viajeros en esta época del año y éramos los únicos que cenábamos en el amplio comedor con paneles de roble.
El Doctor Porthos había sido el asistente médico de mi tío y, aunque hacía muchos años que no veía a mi pariente, tenía curiosidad por saber qué tipo de persona había sido.
—El barón fue un gran hombre en estos lugares —dijo Porthos.
Su manera afable me animó a hacer una pregunta para la que había estado esperando una respuesta durante mucho tiempo.
—¿De qué murió mi tío? —pregunté.
La luz del fuego parpadeó a través del rojo brillante de la copa de vino del Doctor Porthos y tiñó su rostro de ámbar cuando respondió simplemente:
—Deficiencia en la sangre. Una cualidad fatal en su línea inmediata, podría decir.
Reflexioné por un momento.
—¿Por qué cree que me eligió como su heredero? —añadí.
La respuesta del Doctor Porthos fue directa y clara, dada sin vacilación.
—Usted es de una rama diferente de la familia —dijo—. Sangre nueva, mi querido señor. El barón fue muy particular en ese sentido. Quería continuar con la gran tradición.
Cortó cualquier otra pregunta levantándose abruptamente.
—Esas fueron las propias palabras del barón mientras agonizaba. Y ahora debemos retirarnos, ya que todavía tenemos un largo viaje por la mañana.
II
Las palabras del Doctor Porthos volvieron a mí: «Sangre nueva.» ¿Y si esto tiene que ver con esas oscuras leyendas que la gente del lugar cuenta sobre la casa? Apenas se sabe qué pensar en este ambiente. Mi inspección de la casa con el Doctor Porthos confirmó mis peores temores; dinteles caídos, cornisas desmoronadas, artesonados carcomidos. Los únicos servidores son una pareja de mediana edad, marido y mujer, que han sido cuidadores desde la muerte del barón; la gente local es hosca y poco cooperativa, dice Porthos.
Ciertamente, la pequeña aldea a una milla de la mansión tenía todas las puertas y ventanas cerradas mientras pasábamos ruidosamente y ni un alma se movía. La casa tiene una belleza gótica, supongo, vista desde la distancia; no tiene mucha antigüedad, ya que se reconstruyó en gran parte sobre los restos de un edificio más antiguo destruido por el fuego. El restaurador, ya sea mi tío o algún residente mayor que no me he molestado en descubrir, tuvo la fantasía de agregar torres, un puente levadizo y un foso alrededor. Nuestros pasos resonaron tristemente cuando nos dimos la vuelta para inspeccionar los terrenos.
Me sorprendió ver estatuas de mármol y obeliscos gastados, todos caídos y torcidos, como si los muertos inquietos brotaran del suelo, sobresaliendo por encima de un antiguo muro cubierto de musgo contiguo al patio de la casa.
El Doctor Porthos sonrió sardónicamente.
—El antiguo cementerio familiar —explicó—. Su tío está enterrado aquí. Dijo que le gusta estar cerca de la casa.
III
No pasaron ni dos meses desde nuestra llegada cuando comenzó el profundo y melancólico cambio del que ya he hablado. No solo la atmósfera, aunque las mismas piedras de la casa parecen impregnadas de susurros malignos, sino que el entorno, los árboles oscuros e inmóviles, incluso los muebles, parecen exudar algo hostil.
Una niebla venenosa se eleva desde el foso al atardecer; parece enfatizar doblemente nuestro aislamiento. La presencia de la propia criada de Angelina y de un personal de mantenimiento que estaba empleado por mi padre antes que yo, hacen poco para disipar el ambiente de este lugar. Incluso su sólida realidad parece afectada por un miasma que brota de los poros del edificio. Se ha vuelto tan evidente últimamente que incluso agradezco las visitas diarias del Doctor Porthos, a pesar de que sospecho que él es el autor de nuestros problemas.
Comenzaron una semana después de nuestra llegada, cuando Angelina no despertó a mi lado como de costumbre. La sacudí para despertarla y mis gritos debieron despertar a la criada. Creo que entonces me desmayé y volví en mí en el gran salón de día; la cama estaba inundada de sangre, que manchaba las sábanas y las almohadas alrededor de la cabeza de mi querida esposa. Los curiosos ojos grises de Porthos tenían una mirada que yo nunca había visto antes. Me administró una poderosa medicina y luego se volvió para atenderme.
Fuera lo que fuera lo que había atacado a Angelina, tenía dientes como el canino más afilado, dijo Porthos; había encontrado dos pinchazos distintos en el cuello, suficientes para explicar la cantidad de sangre. De hecho, había habido tanta que mis propias manos y ropa estaban manchadas. Creo que fue esto lo que me hizo llorar.
Porthos había anunciado que se sentaría junto al paciente esa noche.
Angelina todavía estaba dormida, como descubrí cuando entré de puntillas más tarde. Porthos me había administrado un somnífero y me había aconsejado que lo tomara para calmar mis nervios, pero lo rechacé. Dije que esperaría con él. El médico tenía alguna teoría sobre ratas u otras criaturas nocturnas y se sentó durante mucho tiempo en la biblioteca a hojear algunos de los libros antiguos del barón sobre historia natural. La actitud del hombre me desconcierta; ¿Qué clase de criatura atacaría a Angelina en su propio dormitorio? Mirando los extraños ojos de Porthos, mis viejos miedos comenzaron a regresar, trayendo consigo otros nuevos.
IV
Hubo tres ataques más, que se extendieron durante quince días. Mi amada se debilita visiblemente, aunque Porthos ha ido al pueblo en busca de drogas más potentes y otros remedios. Estoy en el purgatorio. No he conocido horas tan oscuras. Sin embargo, la propia Angelina insiste en que debemos quedarnos para ver esta grotesca pesadilla.
La primera noche de vigilia, Porthos y yo dormimos, y por la mañana el resultado fue como la noche anterior. Se habían retirado considerables emisiones de sangre aunque el vendaje que cubría la herida estaba casi intacto. Difícilmente me atrevo a conjeturar qué clase de bestia podría haber hecho esto.
Estaba bastante agotado y al anochecer del día siguiente acepté la sugerencia de Porthos de tomar un somnífero. No pasó nada durante varias noches y Angelina comenzó a recuperarse; entonces el terror golpeó de nuevo.
Y así seguirá, me dicen mis sentidos tambaleantes. No me atrevo a confiar en Porthos y, por otro lado, no puedo acusarlo. Estamos aislados y cualquier error que cometa puede ser fatal.
En la última ocasión casi lo descubro. Me desperté al amanecer y encontré a Porthos tendido en la cama, su forma larga y oscura temblando, sus manos en el cuello de Angelina. Lo golpeé, porque no sabía quién era (estaba medio dormido) y se volvió, sus ojos grises brillaron en la habitación en penumbra. Tenía una jeringa hipodérmica medio llena de sangre en la mano. Me temo que la tiré al suelo y la destrocé bajo mi talón.
En mi propio corazón estoy convencido de haber atrapado a esta criatura que nos ha estado atormentando, pero ¿cómo probarlo? El Doctor Porthos se está quedando en la casa ahora. No me atrevo a dormir y rechazo continuamente las pociones que me presiona a tomar con urgencia. ¿Cuánto tiempo antes de que me destruya a mí y a Angelina? ¿Ha estado el hombre alguna vez en una situación tan espantosa desde que comenzó el mundo?
Me siento y observo a Porthos, que me mira de soslayo con esos ojos curiosos, su rostro inexpresivo parece insinuar que puede darse el lujo de mirar y esperar y que su hora está llegando. Mi pálida esposa, en sus escasos intervalos de conciencia, se sienta y nos mira temerosa a ambos. Sin embargo, ni siquiera puedo confiar en ella porque pensaría que estoy loco. Trato de calmar mi cerebro acelerado. A veces creo que me volveré loco por completo, las noches son muy largas. Dios ayúdame.
V
Está terminado.
La crisis vino y se fue. Atrapé al demonio loco que nos tiene esclavizados. Lo atrapé en el acto.
Porthos se retorció cuando le puse las manos en el cuello. Lo habría matado por su sucio trabajo, la jeringa brillaba en su mano. Ahora se ha hecho a un lado, eludiéndome por el momento. Mis gritos atrajeron a los sirvientes, que tienen mis instrucciones expresas para darle caza. No se me escapará esta vez.
Recorro los pasillos de esta mansión carcomida y cuando lo haya acorralado lo destruiré. ¡Angelina vivirá! Y mis manos realizarán la obra curativa de su destrucción…
Pero ahora debo descansar. Ya amanece de nuevo. Me sentaré en esta silla junto a la columna, desde donde puedo observar el salón. Duermo.
VI
Más tarde desperté con dolor y frío. Estoy acostado en la tierra. Algo resbaladizo gotea sobre mi mano. Abro mis ojos. Me paso la mano por la boca. Está roja. Puedo ver más claramente ahora. Angelina también está aquí. Se ve aterrorizada pero de alguna manera triste y serena. Ella está sosteniendo el brazo del Doctor Porthos.
Él está suspendido sobre mí, su rostro se ve satánico en la tenue luz de la cripta debajo de la casa. Hace girar un mazo mientras, golpe tras golpe, perturba el silencio de este lugar. ¡Amado Cristo, la estaca está contra MI PECHO!
Basil Copper (1924-2013)
(Traducido al español por Sebastián Beringheli para El Espejo Gótico)
Relatos góticos. I Relatos de Basil Copper.
Más literatura gótica:
El análisis, traducción al español y resumen del cuento de Basil Copper: Doctor Porthos (Doctor Porthos), fueron realizados por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com
2 comentarios:
El análisis está muy bien, es exhaustivo. Pero tiene el inconveniente de revelar el final. Lo que pasa con otros cuentos. Creo que estas reseñas deberían estar después de los cuentos. O desdoblarse.
Está el tema del no confiar en el narrador personaje. Que también puede mentir, como el resto de los personajes. Hasta el momento de revelar la verdad.
Aunque tal vez haya habido algún indicio. Angelina pareció recuperarse mientras el protagonista estuvo dormido por los remedios del doctor Porthos. Que fue insistiendo en administrarlos al protagonista.
Buena objeción.
Podría ser que el estacazo no fue mortal. Recuerdo tu mención a que los estacazos no eran mortales, sino que retenían al vampiro prisionero. Puede ser que este sea el caso.
Otra alternativa es que no se trate de un diario, por lo menos en ese fragmento final.
Magistral imagen, muy bien con el relato.
Podría tratarse del narrador y su esposa.
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