«Eena»: Manly Banister; relato y análisis.


«Eena»: Manly Banister; relato y análisis.




Eena (Eena) es un relato de hombres lobo del escritor norteamericano Manly Banister (1914-1986), publicado originalmente en la edición de septiembre de 1947 de la revista Weird Tales y luego reeditado en varias antologías.

Eena, posiblemente el cuento de Manly Banister más conocido, relata la historia de una cachorra de loba albina criada por el trampero que mató a su madre. Al crecer, Eena escapa a los boques y toma el control de una manada; pero nunca podrá olvidar a Joel Cameron, quien siempre la trató con amabilidad y la protegió contra los granjeros que la desollarían por monedas.

Los Hombres Lobo del relato pulp son una manada extraña. En cierto modo, los autores del ámbito pulp tomaron este motivo ancestral, la licantropía, que ya tenía reglas bastante sólidas, y comenzaron a expandir sus límites. Eena de Manly Banister es un ejemplo de esta exploración. No solo relata la historia de una Mujer Loba con empatía, sino que además está llena de ideas poco convencionales [ver: El Hombre Lobo y la Mujer Loba: algunas diferencias de género]

Eena comienza su vida como una loba blanca [las mujeres-loba de Manly Banister siempre son blancas]. Es una cachorra criada por Joel Cameron, un escritor y cazador aficionado, que se instala en el bosque durante el verano para escribir y recaudar dinero del estado por cada lobo que caza. Es un hombre amable, a pesar de sus actividades, que siente un afecto particular por Eena. Finalmente, la loba escapa al bosque cuando Cameron se dispone a volver a la ciudad, y en poco tiempo se convierte en el azote de la zona, liderando una manada de lobos con una astucia casi humana. Cameron es visto de reojo por los cazadores por no haber matado a Eena cuando tuvo la oportunidad.

Cuando regresa el próximo verano, Cameron se siente obligado a cazar a la loba. A esta altura, Eena ha causado estragos. La loba siempre está un paso adelante. Es imposible atraparla, a ella y a su manda, empleando los estrategias de caza convencionales. No obstante, Eena recuerda a Cameron con cariño, y regresa a su cabaña... con la forma de una hermosa mujer desnuda.

En efecto, Eena de Manly Banister no es la historia de una mujer que se transforma en lobo, sino al revés: Eena se convierte en mujer por el poder del deseo y la luz de la luna [ver: Razas y clanes de licántropos]

Por supuesto, Cameron se enamora de esta mujer salvaje del bosque. La historia termina cuando una recompensa de mil dólares atrae a cazadores de todo el estado. La persiguen, la acorralan, y finalmente dan con ella. Herida, Eena regresa a la cabaña de Cameron en su forma lobuna. Y este, sin saber que se trata de la mujer salvaje, toma su arma y mata a la loba blanca. Al acercarse observa el cuerpo abatido de una mujer.

Eena de Manly Banister introduce varios elementos novedosos en la ficción de hombres lobo. En primer lugar, invierte la relación lobo-humano, es decir, narra la historia de una loba que se convierte en mujer. También evita el folclore de la licantropía [la maldición, las balas de plata, etc.]. En cambio, Manly Banister se enfoca en las emociones. Eena se transforma en mujer por el deseo hacia el hombre que la crió; y esto hace que la transformación [el Cambio] de loba en mujer se sienta como algo placentero, casi orgásmico, mientras que el regreso a su forma lobuna es extremadamente doloroso [ver: Atrapado en el cuerpo equivocado]

Aunque el prototipo del Hombre Lobo en términos de ser trágico, dividido entre impulsos humanos y lupinos, domina las representaciones de esta criatura legendaria en la ficción, Eena de Manly Banister introduce una nueva forma de experimentar la licantropía. En general, el cuento de hombres lobo promedio presenta a un varón que es mordido e infectado con la maldición de la licantropía. Este sujeto no solo se transforma en lobo cuando hay luna llena, sino que se vuelve más competente, organizado, inteligente, en cierto modo, incorporando algunos atributos del lobo a su forma humana. Eena no sigue este patrón. La «maldición» que la convierte en mujer es el deseo, el amor, y cuando asume una forma humana sigue comportándose como una loba: es incapaz de hablar, desconoce las reglas [o los prejuicios] del cortejo humano; simplemente ansía estar con Cameron.

Alejado de los paradigmas de la licantropía [entre ellos, el satanismo y la brujería como condiciones previas para convertirse en licántropo], Eena de Manly Banister desarrolla una concepción positiva de la naturaleza [representada en los lobos] y, en consecuencia, un enfoque negativo sobre la cultura humana [representada en los cazadores]. Ahora bien, para contar [por primera vez] la historia de un lobo que se convierte en humano en las noches de luna llena, y no al revés, Manly Banister necesita que el lector de 1947 se indentifique primero con Eena, y solo después con el ser humano en que se convierte. En este contexto, el Bosque se presenta como un entorno familiar, en contraste con las leyendas, donde aparece como el refugio pagano de amenazas sobrenaturales, como en la historia de Caperucita Roja [ver: ¡No salgas del camino! El Modelo «Caperucita Roja» en el Horror]

En Eena, la única manada a la que debemos temer es la de los cazadores. De hecho, Eena solo mata dos veces: la primera víctima es un cazador que había hablado de matarla mientras estaba al cuidado de su futuro amante, Joel Cameron; la segunda es un cazador que la acorrala, lo que puede verse como un acto de defensa propia.

Eena, entonces, retrata a los hombres, no a los lobos, como una amenaza, lo cual también es contrario a los cuentos de hadas y las leyendas tradicionales de licántropos. Esto necesariamente conduce a una tragedia griega: Eena es asesinada en su encarnación lupina por su amante, en quien esperaba encontrar refugio, como cuando era una cachorra, de los cazadores que la persiguen [ver: Análisis psicológico del Hombre Lobo en la ficción]

Eena de Manly Banister es un punto de ruptura con la tradición y el folclore de hombres lobo. Hasta entonces, el licántropo promedio era un ser detestable [a menudo un practicamente de magia negra] que mataba animales y personas inocentes, a veces por placer, a veces movido por sus impulsos salvajes. A partir de Eena las historias de hombres lobo cambiaron. Comenzaron a buscar la compasión del lector introduciendo la lucha interna del protagonista por aceptar o controlar su licantropía.

Al igual que con los Vampiros, hay un elemento sexual en los Hombres Lobo. Mientras el Vampiro promedio es un ser elegante, etéreo, seductor, el Hombre Lobo típico es hipermasculino. Es excepcionalmente musculoso, hirsuto y violento. En términos psicológicos, el licántropo representa nuestra lucha por aceptar, o deshacernos, de nuestra naturaleza primitiva. Cuando un hombre o una mujer se convierten en lobos, sus instintos primarios toman el control [ver: Freud y el caso del Hombre de los Lobos]

Eena, en cambio, se transforma en mujer y parece disfrutar de las pasiones humanas. Así como el licántropo promedio goza con el salvajismo, el poder y la brutalidad de su forma lobuna, en contraste con la debilidad de su forma humana original, Eena disfruta de la sexualidad humana. Sin embargo, desprecia el resto de nuestras construcciones sociales, como la civilización. Solo acepta el amor y el deseo.

Manly Banister publicó otros tres cuentos de hombres lobo en Weird Tales, que iremos traduciendo al español en El Espejo Gótico: El cautiverio de Satanás (Satan's Bondage), Perro del demonio (Devil Dog) y Loup-Garou (Loup-Garou).




Eena.
Eena, Manly Banister (1914-1986)

(Traducido al español por Sebastián Beringheli para El Espejo Gótico)


La silueta de la loba se recortaba nítidamente contra las aguas doradas por la luna del lago Wolf. Silencioso como la muerte en la cubierta de un tronco podrido, Joel Cameron apuntó a lo largo del cañón de un rifle que brillaba apagadamente. Apretó el gatillo. La loba gris saltó alto, retozando grotescamente en el aire. La bestia trilló en breve agonía sobre el suelo y se quedó inmóvil. Joel expulsó el cartucho de la cámara.

—¡Cinco dólares! —gruñó, anticipando la recompensa del Estado.

En el acto de pasar por encima del tronco, se detuvo y rápidamente levantó su arma. Su atención había estado tan concentrada en la loba mientras se escabullía desde el borde del bosque no se había dado cuenta del cachorro que la seguía. Aterrorizado, el lobezno galopaba hacia la seguridad del bosque.

Joel dejó caer su rifle y echó a correr.

—¡Maldita sea! —jadeó, levantando al lobezno en sus brazos—. ¡Un cachorro albino!

De esta manera, Eena, la loba, conoció el mundo y las costumbres de los hombres.

La cabaña de Joel estaba a un kilómetro y medio de la orilla del lago, escondida en un bosque que la protegía del viento y el clima, y separada del lago por una delgada pantalla de madera.

Joel Cameron había nacido y crecido en los altos pinares. Más tarde, la fortuna, por medio de una máquina de escribir maltratada y cierta destreza para tejer un hilo fantasioso, lo había llevado a la vida en la ciudad. Pero cada tanto volvía a la cabaña que había construido en las colinas y permanecía allí hasta que la frialdad del otoño presagiaba la llegada de la nieve. Era una vida ideal, a la que el temperamento de Joel se adaptaba perfectamente. Cuando el favor editorial declinaba, lo que sucedía a menudo, podía depender de la cabaña para refugiarse.

Eena demostró ser diferente de los lobos habituales. Joel lo reconoció desde el principio. Incluso su albinismo era diferente. Carecía de los ojos rojos generalmente asociados con la falta de pigmentación. Eran de color gris avellana y le daban a Joel una extraña sensación de ser de alguna manera humanos. Estaban claramente fuera de lugar en el blanco rostro lupino.

Eena creció rápida y prodigiosamente. Todos los granjeros del valle de abajo pasaban a verla. Algunos admiraban su mirada de inteligencia, su creciente fuerza. Algunos deploraron el hecho de que a un lobo tan hábil para matar se le permitiera vivir. Pierre Lebrut, un trampero que tenía una cabaña en ruinas a una milla de distancia, se frotó las palmas de las manos en su mono grasiento y escupió hacia la loba enjaulada.

Los pelos de Eena se erizaron en respuesta.

El hombre se fue. Joel se agachó junto a la cerca de alambre. Se había acostumbrado a hablar suavemente con el animal.

—¿Matarte? ¡No a ti, mi belleza! —dijo con cariño.

La loba a medio crecer ladeó la cabeza hacia él y lo miró sin pestañear con sus ojos gris avellana.

—A veces me pregunto si me dejarías rascarte las orejas —dijo a través de la reja.

Eena dejó caer la lengua con una sonrisa amistosa.

—Por otro lado —dijo Joel—, necesito ambas manos para escribir. Eres independiente. Tal vez por eso me gustas.

Eena proporcionó a Joel material para varias historias que funcionaron bastante bien. Mientras el verano pasaba soñoliento, él la miraba con creciente cariño. Para cuando llegó el otoño, Joel se consideraba amistoso con la loba, aunque nunca se atrevió a acercarse lo suficiente como para tocarla. En esta época, también, la curiosidad del campo estaba más o menos saciada, y el tráfico de visitantes hacía tiempo que había vuelto a la normalidad, uno cada dos semanas.

Pete Martin trabajaba en la primera granja en el camino rural que conducía a Valley Junction. Pete era el orgullo del valle como cazador de lobos.

—¡Envié a tres hijos y una hija a la universidad cazando lobos! —solía afirmar, refiriéndose a los cheques de recompensas mensuales del Estado—. Te daré cincuenta dólares por esa loba —le dijo a Joel—. Muy pronto pasarás el invierno en la ciudad y no podrás llevarte al demonio contigo. Quiero cruzarla con algunos de mis mejores perros y criar una raza de buenos cazadores.

Eena, que ya tenía seis meses y era tan grande como un lobo adulto, dormitaba a la sombra de la perrera que Joel había construido para ella.

Joel frunció el ceño.

—Si pudiera pensar en alguna manera de conservarla —le dijo al granjero—, nunca me separaría de ella. Dadas las circunstancias, aceptaré tu oferta. Estaré conduciendo a la ciudad dentro de tres días. La traeré para entonces.

Los dos hombres se dieron la mano solemnemente en el acuerdo.

Esa noche, Eena cavó debajo de la cerca de alambre de su recinto. Como un espectro silencioso, desapareció en la selva sin caminos del bosque de pinos. Joel condujo su destartalado cupé de regreso a la ciudad, cincuenta dólares más pobre de lo que podría haber sido.

Los vientos de octubre susurraban sobre las aguas del lago. Los árboles se volvieron rojos, dorados y marrones. Las colinas resplandecían. Los cielos de noviembre eran plomizos. Los gigantes de hielo despertaron en la tierra. La nieve cubrió el valle y las colinas. La existencia en la naturaleza se volvió sombría, árida y desgarradora. Sobre almohadillas silenciosas, la manada de lobos se escabulló en las guaridas de los hombres. Siguieron el ejemplo de una gran loba blanca, la loba más grande y astuta jamás vista.

Los lobos descendieron de las colinas y acecharon en las faldas arremolinadas por la ventisca para atacar y matar. Tomaron un alto precio del ganado que pastaba en el valle. Los colonos maldijeron a la líder blanca de la manada. El nombre de Joel Cameron era anatema en todas las lenguas. Eena cumplió un año la primavera siguiente.

La loba que Joel Cameron había llevado a su cabaña un año antes era ahora el doble del tamaño del macho más grande y robusto de su manada. Fue a esto, y a su sabia astucia, a lo que debió su liderazgo.

Eena miró a los lobos negros que descansaban a su alrededor bajo el cálido sol. Éstos eran de su raza, pero no de su clase. Sabía que era diferente en más aspectos además del tamaño y el color de su pelaje. Durante semanas había sentido una inquietud en su interior, un escalofrío inexplicable de significado desconocido.

Al otro lado del lago, que resplandecía como una joya turquesa en su marco de bosque esmeralda, el sol centelleaba sobre la nevada mantilla de la montaña que asomaba hombros desnudos de piedra sobre un corpiño ceñido de bosques de pinos. El recuerdo agitó la mente de la loba blanca. Estaba pensando en una cabaña escondida en un bosque, junto a las aguas del lago. Recordaba un rostro joven de líneas limpias, una voz tranquilizadora que le había hablado en agradables sonidos ininteligibles. Recordó la amabilidad y algo que equivalía a la amistad con una criatura que se llamaba hombre.

Eena gimió y se levantó.

Los lobos se levantaron con ella y la rodearon, expectantes. Un largo momento Eena permaneció tranquila y en silencio, empequeñeciendo a los miembros de su manada. Un pensamiento, un sentimiento... una orden… pasó de ella a ellos. Los lobos se echaron hacia atrás sobre sus ancas, con las lenguas colgando. Eena dio media vuelta y trotó sola hacia el bosque.

La loba blanca caminó silenciosamente a lo largo de los senderos del bosque protegidos por el sol. Andaba en círculos alrededor del lago. Cerca de la puesta del sol, llegó al claro ocupado por la cabaña de Joel Cameron. Se deslizó hasta un matorral de saúcos y miró expectante hacia adelante. No hacia la cabaña, que con el sol poniente estaba a sus espaldas. Su mirada inquisitiva voló a través de las oscurecidas aguas azules del lago y se fijó en la cumbre resplandeciente de la montaña.

Fascinada, Eena observó cómo se desvanecía su belleza. El cielo se volvió de un color opaco. Una o dos estrellas brillaban con la dureza de un diamante. Un resplandor dorado palideció el cielo negro más allá del hombro de la montaña.

Agachada en las sombras sin voz, Eena contuvo la respiración y se estremeció de suspenso.

El instinto le dio una advertencia emocionante. Estaba a punto de presenciar la esencia de su diferencia con los lobos. La luna salió, llena, un disco amarillo, y apoyó la barbilla sobre la montaña para reflexionar sobre la escena antes de comenzar su ascenso hacia el cielo...

Eena cambió.

El cambio la sacudió con éxtasis.

Un éxtasis burbujeante acompañaba el fluir suave de los músculos flexibles, el ajuste de los huesos en sus cuencas. Una excitación de placer sensual envolvió cada nervio y tendón. Después se quedó tendida durante mucho tiempo en posición supina, con un brazo sobre los ojos para bloquear el resplandor sobrenatural de la luna, jadeando, temblando con el recuerdo del deleite.

Se sentó por fin y se emocionó con la belleza de su forma. Eena sabía que era una mujer y estaba contenta. No cuestionó cómo había sucedido.

Eena se deslizó hasta la orilla y examinó su reflejo en la superficie oscura del lago. Una leve brisa agitó los mechones de platino contra los hombros redondos y dorados. Su rostro estaba ansioso, con labios carnosos y cejas ensanchadas que acentuaban sus ojos gris avellana. Su cuerpo era alto, y la luz de la luna la acariciaba con un toque de misterio y magia.

La cabaña estaba en silencio, iluminada y sombreada por la luna. Eena caminó a su alrededor en un círculo cauteloso. El aire estaba muerto, sin olor. El hombre de rostro amable y voz tranquilizadora no estaba allí.

Desconcertada y herida, Eena se dio la vuelta. Nadó un rato en las aguas heladas del lago, deleitándose con el efecto tónico del frío. Más tarde, deambuló sin rumbo fijo, disfrutando de la fácil respuesta de sus nervios y músculos. Una vez, su agudo sentido lobuno detectó un conejo temblando en una zona de maleza. Cuando el animal asustado salió corriendo, ella corrió rápidamente y lo agarró en sus manos.

El conejo emitió un chillido tenue y aterrorizado y murió.

Eena hundió los dientes en la garganta del conejo y se regocijó ante la calidez de la sangre que brotaba.

Se sentó sobre el césped, descuartizó metódicamente al animal y se lo comió.

De vez en cuando, en su deambular, Eena respondía a su naturaleza de mujer y bajaba sigilosamente al lago para admirar su reflejo.

La noche fue corta, demasiado corta. La peregrinación sin rumbo de Eena la llevó justo antes del amanecer a otra cabaña. Pierre Lebrut vivía allí. La nariz sensible de Eena captó el hedor del trampero en el aire. Un recuerdo lento se agitó en su cerebro. Eena gruñó y se retiró con el hormigueo de invisibles pelos de punta que se agitaban a lo largo de su columna.

Una ramita se partió bajo el pie de Eena. El alambre de acero silbó, y un retoño doblado se enderezó con rapidez. Eena fue arrojada a la tierra. Un pie saltó alto en la soga de alambre de una trampa. Se retorció presa del pánico salvaje, arañando y mordiendo como un lobo el dolor abrasador de su tobillo.

Dentro de la cabaña mohosa, Lebrut se incorporó en su litera.

—¡Por Dios, suena como un oso en esa trampa!

Se puso unas botas pesadas (dormía con pantalones y camiseta), agarró su rifle y salió corriendo.

El amanecer gris iluminaba el este, reflejado pálidamente en el bosque. Lebrut vio a la mujer atrapada en su trampa, dejó el rifle y se apresuró a soltarla.

¡No es un lobo! —murmuró, aflojando el alambre para quitar la soga del tobillo de Eena—. Señora, elija un buen momento y lugar para merodear. ¿Qué hace sin ropa?

Pierre estaba emocionado y su voz chillaba. Su olor era abrumador en las fosas nasales de Eena. Ella lo mordió salvajemente en la pantorrilla.

Pierre gritó, en un susto repentino. Cayó pesadamente sobre la chica, y ella lo mordió y arañó con renovado terror. El hombre gruñó de ira y luchó contra ella, sujetándole los brazos.

—Eres salvaje, ¿eh?

El cuerpo de Eena estaba arqueado y tembloroso. Pierre sonrió.

—Tal vez Pierre te dome.

El sol salió por encima del hombro de la montaña y tiñó el lago de sangre.

Y Eena cambió.

No fue placentero. Eena sintió la agonía del cambio en cada músculo y nervio. Gritó con el horrible crujido y rechinar de huesos en su cabeza, alargándose en el hocico lupino. El pelaje albino brotó como un millón de púas espinosas de su tierna piel.

Pierre todavía tenía los ojos muy abiertos y estaba congelado por el horror cuando los colmillos de la loba arrancaron la vida de su cuerpo aterrorizado.


Pete Martin parecía sombrío mientras abría los dedos rígidos del trampero muerto. El viento agitó un mechón de pelo albino en la palma del muerto.

—¡Tu perra albina, Joel —dijo el granjero.

Joel se mordió el labio.

—Es una cosa endiablada que un lobo regrese, Pete —miró impasible al hombre muerto—. ¡Pobre Pierre! Tuvo una muerte dura.

Joel levantó la vista para encontrarse con la amable mirada del granjero.

—Sé que el valle me culpa por no haber matado a Eena cuando era una cachorra.

Martín se encogió de hombros.

—Ya es demasiado tarde para culpar, Joel. Tal vez yo tenga la culpa de no llevarla conmigo el día que me ofrecí a comprarla —se rascó la larga mandíbula.

La expresión de Joel era oscuramente tormentosa.

—Me siento responsable por el ganado... por Pierre.

Se preguntó en silencio cuándo y dónde volvería a matar la loba blanca. Se lamió los labios secos.

—Seguiré su rastro y la destruiré.

—Hay mil dólares en su piel, Joel. Todos los granjeros del valle contribuyeron.

—Si traigo su piel —cortó Joel—, no les costará ni un centavo a los colonos.

Los ojos grises del granjero se iluminaron con un brillo amistoso.

—Supuse que lo verías así, Joel. Te daré toda la ayuda que pueda...

Joel pasó el mes siguiente en el interior, regresando a su cabaña a intervalos solo para reponer suministros. Los lobos estaban cautelosos. Rara vez se encontraba con rastros y no vio lobos en absoluto. Pero los escuchó. Por la noche, su canción solitaria resonaba inquietantemente a través del bosque y resonaba desde las montañas.

Joel regresó por última vez a su cabaña y esa noche condujo su cupé por un camino iluminado por la luna hasta la casa de los Martin.

—Supuse que no la encontrarías —reconoció el granjero ante la aquiescencia de Joel—. Ella sabe que ha cazado y siempre se las arreglará para estar en otro lugar. Estuvo aquí anteanoche con su manada y consiguió mi novilla premiada.

Joel hizo un gesto de desesperación.

—¿Ves a lo que me enfrento? Además, estoy atrasado en mi trabajo; vine aquí para terminar un libro. Mi editor está furioso. ¿Cómo puedo escribir un libro y cazar lobos también?

El granjero escupió un fino chorro de tabaco.

—Sigue adelante y escribe tu libro, hijo. Lo has hecho, tu intento, y no es culpa tuya que hayas fallado. ¡Hazlo hasta que la atrapemos!

El corazón de Joel se sintió pesado. Todavía tenía un recuerdo afectuoso de la loba blanca que había amamantado. Recordó su actitud de sabia inteligencia, sus cualidades que la habían hecho parecer casi humana. Entonces recordó que se había convertido en una asesina, y se asomó a las sombras de la luna mientras conducía por la carretera del condado, medio temeroso de verla acechando allí.

Dobló por los senderos indistintos que conducían a su cabaña junto al lago, y otra milla de camino lleno de baches lo llevó a casa. Los faros barrieron el frente de la cabaña y revelaron una puerta abierta.

Joel sufrió un leve latigazo de pánico.

—Un oso forzó la entrada.

Podía imaginarse el caos que el animal había hecho en el interior. Salió de un salto y se acercó a la casa con cautela. Todo en el interior estaba en orden. Encendió la lámpara de queroseno, apagó las luces del coche y entró en la cabaña.

Eena yacía acurrucada sobre una alfombra de piel de oso frente a la chimenea de piedra. Sus rizos platinados brillaban en contraste contra el oro opaco de su piel desnuda. Se apoyó la barbilla en los cabellos y lo miró con ojos muy abiertos y cautelosos. Una mancha de luz de luna llena, más brillante que la luz de la lámpara, encharcó el suelo a sus pies.

Joel se quedó mirando. Ella era un sueño hecho realidad. El impacto de verla allí lo consternó.

—¿Quién eres? —dijo al fin.

Eena se movió lánguidamente. Su expresión imitaba una sonrisa lobuna.

La sangre subió a las mejillas de Joel. Tomó una bata y se la arrojó.

—Póntela —ordenó.

Eena se puso seria, miró la prenda y dirigió su mirada al hombre:

—¿Nunca has visto ropa antes? —preguntó sarcásticamente. Cruzó y ajustó la bata apresuradamente sobre sus hombros—. ¿Y si viniera uno de los vecinos?

No era probable, lo sabía.

Dijo cosas simplemente para encubrir su propia conmoción y vergüenza. Se dejó caer pesadamente en un sillón de cuero y la miró fijamente. Eena le devolvió la mirada con amistosa indiferencia.

La mente de Joel hervía con preguntas fantásticas. La chica permaneció en silencio. Sólo hablaban sus ojos, y su significado no estaba del todo claro para el hombre.

Dejó de intentar arrancarle una palabra.

¿Era sordomuda? ¿Quién era ella? ¿Por qué estaba aquí? Recordó historias que había oído sobre salvajes blancos; pero esas solo se encontraban en las selvas de América del Sur, o en algún Shangri-La oculto del Tíbet. Trató de ubicar su tipo racial, y no tuvo éxito. Había algo familiar en la forma y el aspecto de sus ojos, pero lo eludió.

Sólo sabía que era muy hermosa, que la deseaba como nunca antes había deseado a otro ser humano. No podía saber que Eena no era del todo humana.

—No puedo sentarme aquí toda la noche, solo mirándote —dijo, por fin.

Él se incorporó:

—Señora, si acepta ocupar la habitación de invitados esta noche, puedo alojarla.

Joel alargó la mano para ayudarla a levantarse.

Eena se movió como un relámpago, sacudiéndose la pesada bata. Se detuvo en la puerta y le sonrió. La luz de la lámpara convertía su cuerpo en oro fundido, una silueta leonada contra el exterior plateado por la luna. Luego se fue, como se va un lobo, en rápidos y silenciosos pasos.

Y, con ella, el calor se fue de la cabaña.

Joel sintió un escalofrío, seguido de una sensación de impotencia, de pérdida inconmensurable.


En la luz fría y gris del amanecer, la cabaña se estremeció con un golpe atronador. Joel se levantó de la cama, se puso una bata y saludó a Pete Martin en la puerta. Martin estaba respaldado por media docena de huskys.

—Pensé en dejarte saber que vamos por el camino del lobo.

Joel afirmó malhumorado que la idea era buena, que estaba contento de saberlo, y ahora, ¿se irían y lo dejarían dormir?

—No nos habríamos detenido —se disculpó Martin—, si no nos hubiésemos preguntado por tu visitante anoche.

La mandíbula de Joel se partió en medio de un bostezo. Tragó saliva y se sonrojó negramente.

—¿Visitante? ¿Qué visitante?

El granjero torció un dedo y Joel lo siguió hasta el porche. Martin señaló las huellas de lobo que cruzaban y volvían a cruzar el patio.

—Esas son las huellas de tu perra blanca, Joel. Llegó a casa anoche. No la viste, ¿verdad?

Joel cerró los ojos.

—No. No la vi.

El granjero se encogió de hombros.

—Cuídate, Joel. Volverá... ¡si no la atrapamos primero!

Hizo un gesto a sus compañeros y se adentraron en el bosque.

Joel estaba de pie, solo, mirando las huellas... una huella que había pasado desapercibida entre las demás: la única huella del pie bien formado de una mujer.


Joel Cameron estaba satisfecho con su propia industria. Terminó de corregir el último capítulo de su libro, reunió el manuscrito y lo envolvió para enviarlo. Estaba fuera de su mente.

Llevó el manuscrito al pueblo, a la oficina de correos y compró algunos suministros necesarios. Hacia la puesta del sol, subió a su coche y se alejó resoplando por la carretera del condado hacia su casa.

Noche. Las sombras cayeron rápidamente. El cielo se cubrió de humo, luego de lentejuelas. La luna salió llena sobre el techo del bosque. Joel entró en los caminos que serpenteaban a través del bosque. Llegó a su cabaña. Los faros oscilantes abrían un túnel a través de la penumbra. La noche estaba inquietantemente tranquila en todo el bosque de pinos. Joel hizo girar el coche. De repente, la mujer loba estaba completamente iluminada por el resplandor de los faros.

Joel clavó un pie en los frenos. Se levantó de su asiento, llamando.

Eena brilló en las sombras.

Después de dos minutos de lucha con la maleza, Joel se dio por vencido y volvió a su auto.

De repente se sintió solo y abatido. Apuró el coche durante el último tramo y apagó el motor frente a la cabaña.

Eena se sentó en silencio en el porche.

Incluso con las luces apagadas, Joel podía verla allí. Su forma era de un dorado rojizo a la luz de la luna. Su cabello era un aura destellante y plateada que envolvía su cara risueña.

Joel se dirigió hacia ella, lo pensó mejor y se sentó en el estribo. Eena estaba a menos de tres metros de distancia.

Joel no dijo nada.

Eena respondió de la misma manera.

Después de un rato, Joel comenzó a hablarle en voz baja. Reflexionó y dejó que sus pensamientos vagaran, asociando palabras. Eena ladeó la cabeza con atención. Parecía estar escuchando, pero él sabía que sus palabras no tenían ningún significado para ella.

¿Qué idioma entendería? ¿Qué sílabas transmitirían los latidos tumultuosos en su pecho que evocaba su simple presencia?

Él se movió hacia ella, murmurando suavemente.

Tomó la carne firme y dorada. Eena levantó la vista hacia el rostro fuerte y amable de Joel. Sus ojos expresaron el pensamiento que su lengua no pudo.

Joel la ayudó a levantarse suavemente. Ella se tambaleó y él la atrapó. Sus labios eran tan tiernos y receptivos como había soñado que serían. Los besó, con avidez.

Eena rondaba por el bosque con resentimiento. Odiaba que la persiguieran. En dos ocasiones, la llegada de la luna llena sólo le había provocado punzadas de frustración. Los cazadores que pululaban en el bosque le impidieron ir con el hombre que amaba.

Los bosques de pinos brillaban en el calor del verano. Cazadores de todo el estado, atraídos por el enorme precio de la cabeza de Eena, llegaron a amontonarse entre las colinas. Cuando se alejaron, vencidos, vinieron otros en su lugar.

Eena no tuvo descanso. Fue acosada. Por la noche, el bosque brillaba con fogatas.

Una vez, un cazador lo suficientemente temerario como para cazar solo, había acorralado a la loba. Desafiándola con el fuego de su arma. Eena atacó y destrozó al hombre en pedazos.

El precio de la vida de Eena se duplicó de la noche a la mañana.

Una vez, una horda de cazadores y sus perros la habían arrinconado en el borde de un precipicio, con vistas al lago. La loba saltó y nadó hasta ponerse a salvo a través de una lluvia de plomo. A partir de entonces, la roca se llamó Salto del Lobo y el personaje de Eena se volvió legendario.

Cada luna creciente presagiaba la proximidad del cambio. Eena lo anhelaba, anhelaba el placer de su forma humana y lo pagaba gustosamente con las punzadas de dolor. Ah, la ferocidad salvaje de su naturaleza lobuna se rebelaba ante la restricción que imponía la presencia de los cazadores. Su astucia se afirmó.

La cabaña de Joel estaba hacia el oeste. Eena giró su hocico puntiagudo hacia el este. Sobre almohadillas silenciosas huía a través de la plata y la escoria del bosque iluminado por la luna. Al amanecer, descansó. Mirando hacia el norte, emprendió su camino durante varias horas; luego torció hacia el oeste.

No fue fácil correr. El camino conducía por empinadas laderas, bajando por escarpados declives. Nadó torrentes de montaña, cruzó túmulos de pinos caídos. Cuando tenía hambre, derribaba un venado y se atiborraba.

A media tarde, Eena se dirigió hacia el sur. Había rodeado por completo a los cazadores que pululaban en el bosque.

La loba blanca llegó por fin a territorio familiar en el extremo oeste del lago. Aflojó el paso, aunque la asaltó un frenético impulso. Conocía las limitaciones de su forma humana, y con la salida de la luna esa noche, llegaría el Cambio. Quería estar cerca de la cabaña cuando eso sucediera.

Tenía un poco más de una hora para recorrer los kilómetros que aún quedaban.

Eena acechaba en la maleza sombría, deteniéndose a intervalos para oler el peligro. Pronto se situó en paralelo a la orilla del lago, un espectro blanco en las sombras grises y verdosas del bosque. El viento traía un olor a humedad, un soplo informe de rancio olor a pescado. Los árboles proyectan largas sombras sobre el agua. El cielo se oscureció por el este.

Un rifle estalló.

El proyectil silbante se disparó lejos sobre el lago, y Eena activó sus músculos con la respuesta instantánea del resorte de acero, y se abalanzó hacia adelante. Un hombre gritó y los perros comenzaron a ladrar frenéticamente. Eena se alejó del lago.

El viento la había traicionado. Había llegado a sus fosas nasales desde la cara estéril del agua, mientras que el peligro estaba en el otro lado.

Un rifle escupió llamas lívidas en la penumbra verde. Eena saltó, gruñendo por el dolor agudo en su hombro. La sangre a borbotones le enrojecía el hocico y manchaba su piel nevada. Otros rifles retumbaron a su alrededor. Las balas silbaban a través del bosque. Los aullidos de los perros eran frenéticos.

La loba blanca recuperó el paso a pesar de su herida. Corrió con la desesperación y el terror acosándola, su objetivo era una idea entrelazada con el recuerdo de un rostro amable y una voz tranquilizadora.

Eena huyó en busca de la protección del único ser en todo el bosque a quien amaba, el único hombre entre los hombres que la amaba.

Joel Cameron escuchó el estruendo seco de los disparos, los gritos y aullidos distantes. Una extraña inquietud lo mantuvo inmóvil, escuchando. Tomó su rifle y corrió hacia la puerta.

El ruido se hizo más fuerte por momentos.

El crepúsculo se cernía sobre el bosque y se arremolinaba en el claro que rodeaba la cabaña. Joel vio entonces a los hombres, siluetas revoloteantes, entre los pinos, recortadas contra la plata del lago. El bosque tembló con el ladrido de los perros.

Sus oídos captaron otro sonido, más cercano... más aterrador. Escuchó el susurro rápido de un cuerpo pesado que se precipitaba a través de la maleza.

La forma enorme y pálida de la loba saltó desde el borde del bosque y cargó implacablemente hacia él. Un estruendo metálico sonó en el cerebro del hombre. El rifle de Joel se clavó automáticamente en el hueco de su hombro. El disparo arrancó ecos de las colinas.

El impacto asesino levantó a la loba blanca, arrojándola con el pecho ensangrentado sobre sus ancas. Reuniendo el último átomo de fuerza, Eena se abalanzó y cayó a los pies de Joel Cameron.

El hombre buscó con cuidado el tiro de gracia, una bala en el cerebro de Eena. La luna salió llena por encima del hombro de la montaña, atravesó el lago con su rastro dorado, arrojó un rayo inquisitivo a través de una brecha entre los pinos.

El resplandor refulgente acarició la forma de lobo de Eena.

Eena murió con el éxtasis del Cambio calmando la agonía de sus heridas.

Joel la miró fijamente, sin comprender. El rifle cayó de su agarre sin valor. Lentamente, sus rodillas se doblaron. Se dejó caer junto a la figura acurrucada de la muchacha, recogió sus hombros bronceados y lacios contra su cintura y enterró su rostro en la nube plateada de su cabello.

La estaba sosteniendo así cuando los cazadores irrumpieron en el claro iluminado por la luna. No levantó la vista, incluso cuando se fueron en silencio.

Manly Banister (1914-1986)

(Traducido al español por Sebastián Beringheli para El Espejo Gótico)




Relatos góticos. I Relatos de hombres lobo.


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El análisis, traducción al español y resumen del cuento de Manly Banister: Eena (Eena), fueron realizados por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com

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