«La Caja de Todo»: Zenna Henderson; relato y análisis


«La Caja de Todo»: Zenna Henderson; relato y análisis.




La Caja de Todo (The Anything Box) es un relato fantástico de la escritora norteamericana Zenna Henderson (1917-1983), publicado originalmente en la edición de octubre de 1956 de la revista The Magazine of Fantasy and Science Fiction, y luego reeditado en la antología de 1965: La Caja de Todo (The Anything Box).

La Caja de Todo, uno de los mejores cuentos de Zenna Henderson, relata la historia de Sue-Lynn, una niña con una imaginación hiperactiva, tal es así que su pequeño mundo imaginario, contenido en una Caja de Todo, comienza a volverse muy real para su maestra.

SPOILERS.

La Caja de Todo de Zenna Henderson es un cuento difícil de analizar. Parece un tanto sentimental en la superficie, casi moralizante en sus formas y aspiraciones, pero a medida que profundizamos en él se vuelve más y más significativo, incluso perturbador. Si bien es la historia de una niña que parece tener una imaginación excesiva, en realidad trata sobre esta otra forma de ver el mundo que tienen los niños, una visión que va más allá del alcance de los adultos, y que bien podría traspasar incluso a otras dimensiones. En este contexto, la imaginación es una fuerza creativa (ver: Los cuentos de hadas y una Teoría sobre la Imaginación)

Zenna Henderson, además de una de las pocas escritoras de fantasía y ciencia ficción en utilizar su propio nombre en aquellos años [con exepción, quizás, de Margaret St. Clair], fue maestra de escuela primaria en el sur de los Estados Unidos. Desde esa experiencia docente, la narradora de La Caja de Todo observa el caso de una alumna, Sue-Lynn, una chica retraída, tímida, triste, cuya imaginación le permite ver un mundo diferente, incluso influir en la realidad, para encontrar consuelo. Este mundo está contenido en su Caja de Todo, una especie de dimensión privada que los adultos niegan, tal vez porque también les está negada (ver: Gandalf y la tercera ley de Clarke: la magia como forma avazada de tecnología)

Sue-Lynn proviene de una familia con problemas. Su madre está demasiado atareada en la crianza de sus hermanos como para prestarle atención; y su padre está en prisión. En este contexto, Sue-Lynn crea la Caja de Todo, básicamente la suma de todos sus deseos. Su maestra, la narradora del relato, no está dispuesta a interferir con esta fantasía aparentemente inocente, al menos al principio, hasta que Sue-Lynn parece dispuesta a abandonar la realidad para entrar en la Caja de Todo. Sue-Lynn no solo está evadiendo su dura realidad, sino que está creando una a partir de su ideal de felicidad [vivir con su padre], y su creación es tan sólida, tan eficiente, que realmente se manifiesta ante la narradora.

La Caja de Todo de Zenna Henderson es una historia maravillosa sobre la magia de la imaginación infantil, y también sobre la pérdida de esas capacidades al crecer. La maestra de Sue-Lynn, sin embargo, es capaz de percibir la Caja, incluso siente celos de su alumna. Como parte de una institución escolar, su función es educar a Sue-Lynn, lo cual equivale a despojarla de todas esas tonterías. En este contexto, el lector puede quedarse con la capa superficial del relato, y hasta recordar sus días escolares y quizás encontrar alguna resonancia con la historia de Sue-Lynn, pero hay mucho más en La Caja de Todo.


Tal vez una niña pueda sonreír y aún tener pequeños gusanos de locura floreciendo en su interior.


¿Sue-Lynn está loca? Después de todo, sus compañeros la rechazan por ser rara; su madre la ha abandonado emocionalmente [y su padre, físicamente], las maestran la ven de reojo, preguntándose si no estará trastornada. Más aún, su propia maestra, a quien Sue-Lynn le había confiado su secreto: la existencia de la Caja de Todo, se siente obligada a intervenir cuando cree que este juego imaginario ha ido demasiado lejos: La Caja no existe, no debe tomarse en serio, es solo tu imaginación... Este es el punto crítico del relato: debido a la presión de los adultos, Sue-Lynn pierde la Caja de Todo.


Juré que nunca, nunca más arrebataría la creencia de nadie sin reemplazarla con algo mejor. ¿Qué le había yo dado a Sue-Lynn? ¿Qué tiene ahora mejor de lo que yo le había quitado?


Sue-Lynn continúa buscando su Caja durante un tiempo, completamente abatida. Juega con los otros niños, hace sus trabajos en la escuela, pero está vacía, ausente. Actúa como una autómata. Hace lo que se espera de ella pero sin motivación para nada más. Quitarle a alguien algo en lo que cree, algo que le da esperanza, es algo cruel, y acaso irreversible... Afortunadamente, hay un lugar en su aula en el que Sue-Lynn no ha buscado: el escritorio de su maestra. Aquí, Zenna Henderson propone que la ilusión arrebatada puede volver a encenderse, pero yo no estoy tan seguro.




La Caja de Todo.
The Anything Box, Zenna Henderson (1917-1983)

(Traducido al español por Sebastián Beringheli para El Espejo Gótico)


Supongo que fue alrededor de la segunda semana de clases cuando me fijé especialmente en Sue-Lynn. Por supuesto, me había fijado en su nombre antes y verifiqué automáticamente su madurez, capacidad y desempeño probable, como lo hacen la mayoría de los maestros con sus alumnos durante las primeras semanas de clases. Ella había demostrado ser madura y capaz y no se preocupaba por el desempeño, así que la encasillé, dejando de lado por el momento la etiqueta mental que decía «demasiado callada».

Recuerdo el día que me di cuenta. Me había derrumbado en mi silla para un breve respiro de guiar esas pequeñas manos a través de las complejidades de mantener una crayola dentro de límites razonables y la habitación estaba llena del zumbido relajado y feliz de una clase complacida mientras trabajaban, sin darse cuenta de que estaban frotando «azul» en sus recuerdos así como en sus papeles. Estaba meditando sobre cómo las personalidades individuales comenzaban a emerger entre los treinta y cinco o más heterogéneos alumnos de primer grado que tenía, cuando noté a Sue-Lynn, realmente la noté, por primera vez.

Había terminado su trabajo, muy por delante de los demás como de costumbre, y estaba sentada en su mesa frente a mí. Tenía sus pulgares juntos frente a ella en la mesa como si tuvieran algo entre ellos, algo lo suficientemente grande para mantener las yemas de los dedos separadas y lo suficientemente angulares como para doblar los dedos como si fueran esquinas. Era algo agradable lo que sostenía, agradable y precioso. Se notaba por la suavidad de su agarre. Se inclinaba un poco hacia adelante, las costillas inferiores apretadas contra la mesa y miraba, completamente absorta. Su rostro estaba relajado y feliz. Su boca se curvó en una tierna media sonrisa, y mientras yo miraba, sus pestañas se levantaron y me miró con la calidez de quien comparte un placer. Luego sus ojos parpadearon y se cerraron. Su mano golpeó el escritorio. Apretó los pulgares contra los dedos índices y los frotó lentamente. Luego puso una mano encima la otra sobre la mesa y las miró con el aire de total negación e ignorancia que los niños pueden asumir de manera tan devastadora.

El incidente me llamó la atención y comencé a notar a Sue-Lynn. Mientras la observaba conscientemente, vi que pasaba la mayor parte de su tiempo libre mirando fijamente la mesa entre sus manos, demasiado discretamente para captar mi ocupada atención.

Cuando Davie la empujó en el recreo, y la sangre fluyó desde su rodilla hasta su tobillo, llevó sus vendajes y su rostro manchado de lágrimas a ese consuelo que tenía entre las manos. Creo que Davie la empujó por su Mirada. Sé que el día anterior se había acercado a mí, con la cara roja y retorciéndose.

—Maestra —espetó—. ¡Ella mira!

—¿Quién mira? —pregunté distraídamente.

—Sue-Lynn. ¡Ella mira y mira!

—¿A ti?

—Bueno… —se frotó el índice debajo de la nariz, dejando una marca limpia en el labio superior, aceptó el pañuelo de papel que le ofrecía y se lo guardó en el bolsillo—. Mira su escritorio y miente. Dice que puede ver...

—¿Puede ver qué?

—Lo que sea —dijo Davie—. Es su Caja de Todo. Puede ver todo lo que quiera.

—¿Te duele que ella mire?

—Bueno —vaciló. Luego estalló—. Dice que me vio con un perro mordiéndome porque le quité el lápiz —comenzó una ráfaga verbal desordenad—. Ella cree que tomé su lápiz. Pero solo encontré… —miró hacia el piso—. Se lo devolveré.

—Eso espero —sonreí—. Si no quieres que te mire, no hagas cosas así.

—Malditas chicas —murmuró, y se arrastró hacia su asiento.

Así que creo que la empujó al día siguiente para vengarse de ella por la mordedura del perro.

Varias veces después de eso, me dirigí al fondo de la salón, casualmente en su vecindad, pero siempre que ella me veía o sentía que me acercaba el rápido esbozo de su mano eliminaba la evidencia. Solo una vez pensé haber captado un destello de algo, pero su pulgar y su dedo índice rozaron la luz del sol, y debió haber sido solo eso.

Los niños no se retiran sin motivo alguno, y aunque Sue-Lynn no siguió ningún patrón manifiesto de abstinencia, comencé a preguntarme por ella. La miré en el patio de recreo. Eso solo me confundió más.

Tenía un patrón muy regular. Cuando la avalancha de niños descendía en el recreo, ella corría junto con ellos pero de repente los esquivaba. Después de diez minutos más o menos, emergía de la multitud con el cabello despeinado, las mejillas rosadas, manchada de polvo, un cordón colgando y, a través de una alquimia que yo codiciaba para mí, se volvía descuidada.

Y allí estaba ella, serena en el estrecho escalón al lado del tramo de escaleras justo donde desaparecía en la base de la columna pseudo-corintia que adornaba nuestra puerta, absorta en sus manos ahuecadas. Y cada vez, antes de unirse a la carrera hacia el salón, su mano dibujaba un gesto en su bolsillo, si tenía uno, o en la pequeña repisa que se extendía entre el seto y el edificio. Aparentemente, siempre tenía que guardar la Caja de Todo, pero nunca tenía que volver a buscarla.

Estaba tan intrigada que una vez me acerqué a la repisa y palpé el pequeño y mugriento espacio vacío. Seguí tímidamente a mis alumnos al pasillo, limpiándome el polvo de las yemas de los dedos, y los ojos de Sue-Lynn brillaron divertidos hacia mí, sin que su boca sonriera. Sus manos se cuadraron maliciosamente frente a ella y sus pulgares acariciaron algo cuando la fila de niños entró en el salón.

Algún día, quizás, aprenderé a mantener la boca cerrada. Ojalá lo hubiera hecho antes de esa larga tarde en la que los maestros de primaria trabajamos juntos en una densa nube de vapores de tinta china y humo de cigarrillos. Dejé que Alpha me ayudara a comenzar con lo que debía hacer con nuestros problemas de conducta. Ella estaba loca por el habitual correteo ruidoso de sus alumnos y el eterno griterío de sus alumnas, y yo, bendita sea mi estupidez, le di a Sue-Lynn como ejemplo de lo que debería ser nuestra preocupación más profunda en lugar de estos arrebatos de actividad.

—¿Quieres decir que ella simplemente se sienta y no mira nada? —la voz de Alpha rechinó en su tono interrogativo.

—Bueno, no puedo ver nada —admití—. Pero aparentemente ella sí puede.

—¡Pero eso es tener alucinaciones! —su voz subió un poco—. Leí un libro una vez…

—Sí —Marlene se inclinó sobre el escritorio para arrojar las cenizas al cenicero—. Lo hemos escuchado una y otra vez.

—¡Bien! —olfateó Alpha—. Es mejor que nunca leer un libro.

—Estamos esperando —Marlene dejó escapar humo de sus fosas nasales—, el día en que leas otro libro. Este debe haber sido extraordinariamente largo.

—Oh, no lo sé —la frente de Alpha se arrugó por la concentración—. Solo se trataba de… —luego enrojeció y apartó el rostro de Marlene con enojo—. A propósito de nuestra discusión —dijo intencionadamente—. Me parece que esa niña tiene una profunda alteración de la personalidad. Tal vez incluso esté un poco psicótica.

Sus ojos brillaron débilmente mientras daba vueltas al pensamiento.

—Oh, no lo sé —dije, sorprendida al hacerme eco de sus palabras y de mi repentina necesidad de defender a Sue-Lynn—. Hay algo en ella. No tiene ese aire aprensivo que tienen tantos niños retraído —Y pensé dolorosamente en uno de los míos del año pasado, que Alpha tenía ahora, que estaba volviendo verbalmente al silencio después de todo mi trabajo con él—. Parece tener una personalidad feliz y ajustada, solo que con este pequeño y extraño plus.

—Bueno, estaría preocupada si ella fuera mía —dijo Alpha—. Me alegro de que todos mis alumnos sean tan normales —suspiró complacida—. Supongo que realmente no tengo nada de que quejarme. Rara vez tengo niños con problemas. Basta un grito y una bofetada para enderezarlos.

Marlene me miró burlonamente. Me di la vuelta con un suspiro. Ser tan feliz... bueno, supongo que la ignorancia ayuda.

—Será mejor que hagas algo con esa chica —gritó Alpha mientras salía de la habitación—. Probablemente empeorará a medida que pase el tiempo. Deterioro, creo que dice el libro.

Conocía a Alpha desde hacía mucho tiempo y pensé que sabía cuánto de su charla debía descartar, pero comencé a preocuparme por Sue-Lynn. Tal vez una niña pueda sonreír con una sonrisa suave y satisfecha y aún tener pequeños gusanos de locura floreciendo en su interior.

¡Oh, por Dios!, me dije a mí misma, tal vez ella tenga una Caja de Todo. Tal vez ella esté mirando algo precioso. ¿Quién soy yo para decirle que no a algo así?

¡Una Caja de Todo! ¿Qué puedes ver en una Caja de Todo?

Sentí mi propio corazón dar un vuelco, solo un poco, la próxima vez que las manos de Sue-Lynn se curvaron. Respiré profundamente para sostenerme en mi silla. Su Caja de Todo, en definitiva, podía mostrarle lo que yo pensaba. Apoyé la mejilla en mi mano y garabateé sin rumbo fijo en mi horario. ¿Cómo diablos, me preguntaba, no por primera vez, me las arreglaba para salirme por la tangente? Entonces sentí una pequeña presencia a mi lado y me volví para encontrarme con los ojos muy abiertos de Sue-Lynn.

—¿Maestra? —la palabra fue apenas más que un suspiro.

—¿Sí?

Me di cuenta que, por alguna razón, Sue-Lynn me amaba mucho en ese momento. Tal vez porque su grupo había entrado en libros nuevos esa mañana. Tal vez porque me había fijado en su vestido nuevo, cuyos volantes la hacían sentir muy femenina y adorable, o tal vez simplemente porque el sol de finales de otoño yacía tan dorado sobre su escritorio. De todos modos, ella me amaba hasta desbordar, y, a diferencia de la mayoría de los niños, no tenía abrazos casuales ni besos suaves y húmedos, me estaba trayendo su amor en sus manos envolventes.

—¿Ve mi caja, maestra? Es mi Caja de Todo.

—¡Oh! —dije—. ¿Puedo sostenerla?

Como maestra he tenido que tomar en mis manos muchos objetos desagradables, desde pequeñas serpientes a mariposas muertas. Seguramente podría manejar La Caja de Todo, pero la tomé con cuidado. ¡Y sentí peso, sustancia y actualidad!

Casi dejo que se escurra de mis dedos sorprendidos, pero el aliento aprensivo de Sue-Lynn me ayudó a recuperarla, y curvé mis dedos alrededor de la preciosa calidez y miré hacia abajo, hacia abajo, más allá de un tenue resplandor, hacia la Caja de Todo de Sue-Lynn.

Yo corría descalza por la hierba susurrante. El remolino de mis faldas atrapaba margaritas cuando rodeé el retorcido manzano en la esquina. El viento cálido yacía a lo largo de cada una de mis mejillas y se rio entre dientes en mis oídos. Mi corazón superó mis pies voladores y se derritió con una oleada de deleite cuando sus brazos ...

Cerré los ojos y tragué con fuerza, con las palmas de las manos apretadas contra la Caja de Todo.

—¡Es hermosa! —susurré—. Es maravillosa, Sue-Lynn. ¿Dónde la conseguiste?

Sus manos lo retiraron apresuradamente.

—Es mía —dijo desafiante—. Es mía.

—Por supuesto —dije—. Ten cuidado ahora. No la dejes caer.

Ella sonrió levemente mientras dibujaba un movimiento en su bolsillo.

—No lo haré —palmeó el bolsillo plano en su camino de regreso a su asiento.

Al día siguiente tenía miedo de mirarme. Quizás temía que yo dijera algo o mirara algo o de alguna manera le recordara lo que ahora debe parecerle una traición, pero después solo sonreí con mi sonrisa habitual, y se relajó.

Más o menos una noche después, cuando me incliné sobre el alféizar de la ventana bañada por la luna y dejé que la sombra de mi cabello ocultara mi rostro, recordé la Caja de Todo. ¿Podría hacer una para mí? ¿Podría arreglar esta espera dolorosa, este acercamiento, este grito silencioso dentro de mí, y convertirlo en una Caja de Todo? Liberé mis manos y las junté, pulgar con pulgar, enmarcando una parte de la oscuridad del horizonte entre mis dedos índices. Miré el cuadrado vacío hasta que mis ojos se llenaron de lágrimas. Suspiré, me reí un poco y dejé que mis manos enmarcaran mi rostro mientras me inclinaba hacia la noche. Tener magia tan cerca, sentirla cosquillear en la punta de los dedos y no poder recibirla. Me alejé de la ventana, dándole la espalda al brillo.

Alpha y yo trabajábamos juntas, y una mañana, mientras los niños corrían en el aire fresco, ella me susurró al oído.

—¿Cuál es? Me refiero a la anormal.

—No tengo alumnos anormales —dije, mi voz se agudizó antes de que terminara la oración porque de repente me di cuenta de a quién se refería.

—Bueno, yo llamo anormal mirar fijamente a la nada —casi se podía saborear el ácido en sus palabras—. ¿Quién es?

—Sue-Lynn —dije de mala gana—. Ella está jugando en las hamacas ahora.

Alpha examinó a Sue-Lynn mientras se hamacaba.

—Parece bastante normal —dijo.

—¡Es normal!

—¡Bueno! —gritó Alpha—. Tú eres la que dijo que era rara, no yo.

La campana salvó a Alpha de un final horrible. Nunca conocí a una persona tan serenamente inconsciente de sus trivialidades. Pero ella había logrado hacer que me preocupara por Sue-Lynn nuevamente, y la preocupación estalló en angustia unos días después.

Sue-Lynn llegó a la escuela con los ojos soñolientos y callada. No terminó nada de su trabajo y se quedó dormida durante el tiempo de descanso. Maldije la televisión y los autocines y asumí que una noche de sueño lo arreglaría. Pero al día siguiente, Sue-Lynn rompió a llorar y le dio una palmada a Davie para que se levantara de la silla.

—¿Por qué Sue-Lynn?

Recogí a Davie con todo su asombro y tomé la mano de Sue-Lynn. Ella lo apartó de mí de un tirón y se volvió hacia Davie. Sujetó dos puñados de su cabello y lo sostuvo fuera de mi alcance antes de que me diera cuenta. Lo arrojó con fuerza contra la pared con un movimiento de sus manos, luego dobló los puños y se los apretó contra los ojos llorosos. En el conmocionado silencio de la sala, se sentó sola en el rincón, inclinó la cabeza hacia la esquina y sollozó en voz baja.

—¿Qué diablos pasa? —le pregunté al estupefacto Davie, que estaba sentado en el suelo con las piernas abiertas y se toqueteaba un mechón de pelo suelto—. ¿Qué hiciste?

—Solo le dije que su padre era un ladrón —dijo Davie—. Así lo decía en el periódico. Mi mamá dijo que su papá es un ladrón. Lo metieron en la cárcel porque robó una gasolinera —su rostro desconcertado estaba tratando de decidir si llorar o no. Todo había sucedido tan rápido que aún no sabía si estaba herido.

—No es agradable decirle eso a una persona —dije débilmente—. Vuelve a tu asiento. Yo me ocuparé de Sue-Lynn más tarde.

Se levantó y se sentó con cautela en su silla, frotándose el cabello revuelto, queriendo decir algo más pero sin saber cómo. Giró su rostro para ver si tenía lágrimas a la vista pero no tenía ninguna.

—Malditas chicas —murmuró, tocándose la cabeza.

Mantuve mi atención en Sue-Lynn durante la siguiente media hora mientras me ocupaba de la clase. Sus sollozos pronto cesaron y sus hombros rígidos se relajaron. Sus manos estaban suavemente en su regazo y sabía que se estaba consolando con su Caja de Todo. Hablamos más tarde, pero ella estaba tan completamente aislada de mí que no hubo comunicación entre nosotras. Se sentó en silencio, mirándome mientras yo hablaba, sus manos temblaban en su regazo. Sacude el corazón, de alguna manera, ver las manos de una niña pequeña temblar así.

Esa tarde levanté la vista de mi grupo al ver los ojos asustados de Sue-Lynn. Miró a su alrededor, desconcertada, y luego volvió a mirar sus manos, sus manos vacías. Luego se lanzó a la rincón de penitencia y buscó debajo de la silla. Regresó a su asiento lentamente, sus manos cuadradas con un peso invisible. Por primera vez, al parecer, había tenido que ir a buscar la Caja de Todo. Esto me dejó una vaga inquietud durante el resto de la tarde.

Durante los días que siguieron tuve a Sue-Lynn presente, pero solo físicamente. Se hundió en su Caja de Todo en cada oportunidad. Y siempre, si la había guardado en algún lugar, tenía que volver a buscarlo. Se despertaba cada vez más a regañadientes de estos sueños diurnos, y finalmente llegó un día en que tuve que sacudirla para despertarla.

Fui a ver a su madre, pero ella no podía o no quería entenderme, y me hizo sentir como una chismosa frívola alejándola de su marido, a pesar de que ni siquiera lo mencioné, o tal vez porque no lo mencioné.

—Si está siendo una chica mala, dale nalgadas —dijo finalmente, moviendo con cansancio el peso de un bebé lloriqueante de una cadera a otra y apartándose el pelo revuelto de la frente—. Hagas lo que hagas está bien para mí. Mi preocupación está agotada. No me queda nada para los niños en este momento.

Bueno, el padre de Sue-Lynn fue declarado culpable y sentenciado a la Penitenciaría del Estado. Al día siguiente, Davie se me acercó torpemente en puntas de pie, y susurró con voz ronca:

—Sue-Lynn está dormida con los ojos abiertos de nuevo, maestra.

Regresamos a la mesa y Davie se deslizó en su silla junto a una Sue-Lynn completamente inconsciente. La tocó con un dedo de advertencia.

—Te dije que te delataría.

Y ante nuestros ojos horrorizados, se derrumbó, tan rígidamente como una muñeca. El ruido sordo de su caída inerte sobre las baldosas fue espantoso. Sus manos todavía sostenían algo. Le solté los dedos y casi lloré al sentir que el encanto se disolvía bajo mi mano. La llevé a la habitación de la enfermera y la revisamos hasta que finalmente abrió los ojos.

—Maestra —susurró débilmente.

—Sí, Sue-Lynn —tomé sus manos frías entre las mías.

—Maestra, casi me meto en mi Caja de Todo.

—No —respondí—. No podrías. Eres demasiado grande.

—Papá está ahí —dijo—. Donde solíamos vivir.

Eché una larga mirada a su rostro pálido. Espero que haya sido una preocupación genuina por ella lo que motivó mis siguientes palabras. Espero que no haya sido la envidia o el recuerdo de la persistente voz de Alpha lo que puso firmeza en mi voz.

—Es solo un juego —dije, y sus manos se movieron en protesta—. Tu Caja de Todo es solo un juego para divertirse. Es como el caballito que Davie que guarda en su escritorio o en el avión de Sojie, o cuando el gran oso los persigue a todos en el recreo. Es divertido para jugar, pero no es real. No debes pensar que es real. Es sólo un juego.

—¡No! —negó—. ¡No! —gritó frenéticamente y, encorvándose en el catre, mirando a través de sus ojos hinchados por las lágrimas, escarbó debajo de la almohada y la áspera manta que la cubría.

—¿Dónde está? —lloró—. ¿Dónde está? ¡Devuélvemela, maestra!

Se arrojó hacia mí y abrió mis dos manos apretadas.

—¿Dónde la puso? ¿Dónde?

—No hay ninguna caja —dije rotundamente, tratando de abrazarla y sintiendo que mi corazón se rompía junto con el de ella.

—¡Usted la tomó! —sollozó—. ¡Me la quitó!

Y ella se soltó de mis brazos.

—¿No puedes devolvérsela? —susurró la enfermera—. ¿Si eso la hace sentir tan mal? Sea lo que sea...

—Es sólo su imaginación —dije, casi malhumorada—. No puedo devolverle algo que no existe.

¡Muy joven!, pensé con amargura. Demasiado joven para aprender que el deseo del corazón es solo un juego.

Por supuesto, el médico no encontró nada malo. Su madre descartó el asunto como un desmayo y Sue-Lynn regresó a clase al día siguiente, delgada y apática, con la mirada perdida por la ventana y las manos con las palmas hacia abajo sobre el escritorio. Juré por el pálido hueco de su mejilla que nunca, nunca más arrebataría la creencia de nadie sin reemplazarla con algo mejor. ¿Qué le había dado a Sue-Lynn? ¿Qué tenía mejor de lo que yo le había quitado? Su Caja de Todo tenía el propósito de ayudarla en momentos difíciles. ¿Y ahora qué, ahora que se la había quitado?

Bueno, después de un tiempo volvió a trabajar y luego a jugar. Volvió a sonreír, pero no a reír. Ella avanzó bastante satisfactoriamente, excepto que era una vela apagada. La llama se fue dondequiera que vaya el brillo de la fe. Y ella ya no compartía más sonrisas para mí, no tenía un amor desbordante que traerme. Y su hombro se encogía sutilmente cuando la tocaba.

Entonces, un día, de repente me di cuenta de que Sue-Lynn estaba registrando nuestro salón de clases. Sigilosamente, casualmente, día a día estaba buscando, cubriendo cada centímetro de la habitación. Revisó cada caja de rompecabezas, cada trozo de arcilla, cada estante y armario, cada caja y bolsa. Revisó metódicamente detrás de cada fila de libros y en el escritorio de cada niño hasta que finalmente, después de casi una semana, había revisado todo en el lugar excepto mi escritorio. Entonces ella comenzó a materializarse repentinamente a mi lado cada vez que abría un cajón. Y sus ojos sondeaban rápida y agudamente antes de que lo cerrara de nuevo. Pero si trataba de interceptar sus miradas, se desvanecían.

Ella lo cree de nuevo, pensé esperanzada. No aceptará el hecho de que su Caja de Todo se haya ido. Ella la quiere de vuelta. Pero se ha ido, pensé con tristeza. Realmente se ha ido.

Mi cabeza estaba pesada por el sueño y el dolor era un cansancio en todos mis movimientos. Esperar es a veces una carga casi demasiado pesada de llevar. Mientras mis alumnos tarareaban felices sobre sus cosas divertidas, yo meditaba en silencio por la ventana hasta que logré reírme de mí misma. Era una risa temblorosa que amenazaba con disolverse en otra cosa, así que regresé a mi escritorio.

Es un buen momento para tirar cosas inútiles, pensé, y para ver si puedo encontrar esa tiza de colores que guardé con tanto cuidado. Hundí mis manos en el desierto del cajón inferior derecho de mi escritorio. Era profundo con una enorme acumulación cosas, simplemente cualquier cosa que pudiera necesitar un escondite temporal. Me arrodillé para sacar las fotos sobrantes de Jack Frost, y un tirador de frijoles roto, una cinta roja mordida, un rollo de munición de pistola, un calcetín rayado, una daga de goma, una copia de El Evangelio según San Lucas, una pala de carbón en miniatura, patrones para linternas y un pelícano rosa de plástico. Recuperé mi pañuelo de lino irlandés que creía perdido para siempre y la boleta de calificaciones de Sojie que me había dicho solemnemente que se le había escapado de la mano. Entonces sentí una cuadratura. ¡Oh!, pensé, ¡aquí es donde puse la tiza de colores! Dejé caer papeles en cascada de ambos lados de mis manos levantadas y sacudí la caja para liberarla.

Afuera, el mundo era un encantador desierto blanco, el viento gritaba suavemente a través de las ventanas. En el interior, toda la preocupación y la espera, la separación y la soledad, se acabaron y se olvidaron, su enormidad disminuyó por la comodidad de un hombro, el calor de las manos juntas:

¡Era la Caja de Todo de Sue-Lynn!

Mi corazón se aceleró. ¡Lo tenía aquí! ¡En mi cajón de trastos! ¡Había estado aquí todo el tiempo! Me puse de pie, temblorosa, ocultando la caja invisible en el doblez de mis faldas. Me senté y puse la caja con cuidado en el centro de mi escritorio, cubriendo la parte superior con las palmas de las manos para que no me ahogara de nuevo de placer. Miré a Sue-Lynn. Estaba terminando su divertido trabajo, de manera competente pero con tristeza.

Alpha lo aprobaría. Y muy posiblemente, pensé, Alpha, por una vez en su limitada vida, tendría razón. Es posible que necesitemos alucinaciones para seguir adelante. Recordé el cuerpo delgado y rígido de Sue-Lynn cayendo como una muñeca de su silla. Con qué facilidad podría devolverle la felicidad a sus ojos, ¡pero a qué precio!

No, tenía el deber de proteger a Sue-Lynn. Solo se podía confiar en la madurez nacida del dolor y la soledad que Sue-Lynn apenas comenzaba a conocer para usar una Caja de Todo de manera segura y sabia.

Mi corazón dio un vuelco cuando comencé a mover mis manos, dejando que las palmas se deslizaran hacia abajo desde la parte superior para dar forma a los lados de... Los había movido de nuevo antes de ver realmente, y ahora casi he aprendido a olvidar ese destello de cómo es el deseo del corazón cuando se gana a costa del corazón de otro.

Me senté en el escritorio, temblando y sin aliento, mis palmas húmedas, sintiéndome como si hubiera estado en un largo viaje lejos de la pequeña aula. Quizás lo había hecho. Quizás me habían mostrado todos los reinos del mundo en un momento.

—Sue-Lynn —llamé—. ¿Ven aquí cuando hayas terminado?

Ella asintió sin sonreír y cortó el último papel del borde del vestido de la señora Mary. Sin volver a mirar su obra, guardó las tijeras, arrugó los trozos de papel en su mano y se acercó a la papelera junto al escritorio.

—Tengo algo para ti, Sue-Lynn —dije, destapando la caja.

Sus ojos se posaron en el escritorio. Ella me miró con indiferencia.

—Ya hice mi trabajo. ¿Le gusta?

—Sí —fue una mentira rotunda—. Pero, mira aquí.

Cuadré mis manos alrededor de la Caja de Todo. Ella respiró hondo y todo su cuerpecito se puso rígido.

—La encontré —dije apresuradamente, temiendo la ira—. La encontré en el cajón de abajo.

Ella apoyó su pecho contra mi escritorio, sus manos apretadas entre ellas, con los ojos fijos en la caja, su rostro blanco con el doloroso deseo que se ve en los rostros de los niños pegados a las ventanas navideñas.

—¿Puedo sostenerla? —ella susurró.

—Es tuya —dije.

—¿Puedo? —preguntó de nuevo.

—¡Sí! —estaba impaciente con este anticlímax—. Pero…

Sus ojos parpadearon. Ella había sentido mi reserva antes que yo.

—Pero nunca más debes intentar meterte en la caja.

—Está bien —dijo, las palabras salieron en un largo suspiro de alivio—. Está bien, maestra.

Tomó la caja y la guardó con amor en su pequeño bolsillo. Se apartó del escritorio y volvió a su mesa. Mi boca se curvó en una sonrisa. Me pareció que todo en ella se había vuelto repentinamente hacia arriba, incluso las puntas de su cabello liso color caramelo. La sutil llama a su alrededor que la distinguía estaba allí de nuevo. Apenas tocaba el suelo mientras caminaba.

Suspiré profundamente y tracé con mi dedo, en la parte superior del escritorio, un tamaño probable para una Caja de Todo. ¿Qué elegiría ver Sue-Lynn primero? Seguramente le parecería como beber algo fresco después de caminar en el desierto.

Me sorprendió cuando una pequeña figura se materializó a mi lado. Era Sue-Lynn, con sus dedos cuidadosamente formando un cuadrado frente a ella.

—Maestra —dijo en voz baja, todo el vacío desapareció de su voz—. Siempre que quiera usar mi Caja de Todo, solo pídamela.

Busqué a tientas, entre mi asombro e incredulidad, las palabras adecuadas. No podía haber tenido tiempo de mirar dentro de la Caja todavía.

—Vaya, gracias, Sue-Lynn —me las arreglé para decir—. Muchas gracias, me gustaría mucho tomarla prestada alguna vez.

—¿Le gustaría usarla ahora? —preguntó, ofreciéndola.

—No, gracias —dije con un nudo en la garganta—. Ya tuve mi turno. Adelante.

—Está bien —murmuró—. ¿Maestra?

—¿Sí?

Tímidamente se apoyó contra mí, su mejilla apoyada en mi hombro. Ella me miró con sus ojos cálidos y abiertos, luego ambos brazos estaban de repente alrededor de mi cuello en un breve e incómodo abrazo.

—¡Cuidado! —susurré riendo en el cuello de su vestido azul—. ¡La perderás de nuevo!

—No, no lo haré —se rió en respuesta, palmeando el bolsillo de su vestido—. ¡Nunca, nunca más!

Zenna Henderson (1917-1983)

(Traducido al español por Sebastián Beringheli para El Espejo Gótico)




Relatos góticos. I Relatos de Zenna Henderson.


Más literatura gótica:
El análisis, traducción al español y resumen del cuento de Zenna Henderson: La Caja de Todo (The Anything Box), fueron realizados por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com

3 comentarios:

Unknown dijo...

Un cuento conmovedor sobre la niña inocente y como una maestra aprende ser sensible ante los niños.. Un cuento poco usual para el espejo gotico. Lo he disfrutado como no tienes ideas.

El Demiurgo de Hurlingham dijo...

Sue-Lynn ha aprendido algo importante, a proteger su caja.

Gracias por la traducción.

Poky999 dijo...

Relato interesantísimo.



Lo más visto esta semana en El Espejo Gótico:

Análisis de «La pequeña habitación» de Madeline Yale Wynne.
Poema de Emily Dickinson.
Relatos de Edith Nesbit.


Paranormal.
Poema de Charlotte Mew.
Relato de Walter de la Mare.