«La cosa desde la tumba»: Harold Ward; relato y análisis.
La cosa desde la tumba (The Thing From the Grave) es un relato de terror del escritor norteamericano Harold Ward (1879-1950), publicado originalmente en la edición de julio de 1933 de la revista Weird Tales.
La cosa desde la tumba, tal vez uno de los cuentos de Harold Ward más ingeniosos, relata la historia del Joseph J. Thompson, un juez que recientemente ha sentenciado a muerte a un asesino serial, Jack Lauts. Thompson es un hombre bondadoso y tranquilo, pero desde la muerte de Lauts ha empezado a experimentar impulsos homicidas cada vez más recurrentes, hasta volverse irresistibles.
SPOILERS.
Es interesante cómo La cosa desde la tumba de Harold Ward desarrolla este concepto, que no llega a ser exactamente posesión (ver: Regan MacNeil vs Lovecraft: el fenómeno de la posesión en la ficción). En todo caso, la entidad que estaba adherida a Jack Lauts, posiblemente un demonio, ahora se ha «pegado» al juez Thompson, y desde allí comienza a presionar sobre su psique, lentamente al principio, hasta despertar en él las fanasías más atroces, que poco a poco se transforman en verdaderos impulsos homicidas (ver: Espíritus que se «pegan» a las personas)
Desesperado, Thompson se reune con un psiquiatra (convenientemente escéptico). Teme estar siendo influenciado por el espíritu de aquel asesino serial que condenó a muerte. Ya no puede diferenciar sus fantasías de la realidad. Cree haber matado a golpes a una mujer, pero solo lo recuerda como un sueño particularmente horroroso. Debido a eso, mantiene a un mayordomo constantemente cerca. También ha enviado a su mujer lejos, por temor a asesinarla en medio de la noche. De hecho, para reunirse a solas con el narrador toma toda clase de precauciones, que naturalmente terminarán siendo insuficientes.
La cosa desde la tumba es un muy buen relato de un autor casi desconocido, Harold Ward, que nunca obtuvo el reconocimiento que mereció, quizás porque los finales de sus historias parecen un tanto precipitados, y hasta confusos. Por ejemplo, aquí el juez Thompson termina siendo absorbido por la entidad invasora. Incluso ataca al narrador durante un breve corte de energía eléctrica. Sin embargo, muere repentinamente, y hasta se pudre ante los ojos del psiquiatra, como si de algún modo la entidad también sufriera el deterioro el cadáver de Jack Lauts en su tumba.
De este modo, Harold Ward integra una gran cantidad de elementos interesantes: la posesión (o apego) de un espíritu maligno, una muerte repentina e inexplicable, un asesinato aleatorio, y la descomposición antinatural de un cadáver; y todo dentro de un esquema sin exageraciones, sin recursos ambiciosos; solo dos hombres conversando a solas en una habitación.
La cosa desde la tumba.
The Thing From the Grave, Harold Ward (1879-1950)
(Traducido al español por Sebastián Beringheli para El Espejo Gótico)
Habíamos terminado de cenar y estábamos disfrutando de una botella del excelente oporto añejo del juez Thompson frente a la gran chimenea de piedra de la enorme biblioteca. Como suele ocurrir cuando se ha cenado bien, la conversación cesó repentinamente y durante varios minutos nos sentamos a fumar en silencio, cada uno de nosotros ocupado con sus propios pensamientos. Un profundo suspiro del juez me sacó de mi ensueño y miré hacia arriba con un sobresalto. Su rostro bondadoso había adquirido un aspecto demacrado.
—¿Cansado? —pregunté.
—No particularmente —respondió. Luego añadió. —Dudley, apostaré todo el dinero que tengo contra una moneda de cinco centavos a que no puedes adivinar en qué estaba pensando.
—No acepto la propuesta —sonreí—. Sin embargo, debe haber sido grave por la expresión de su rostro.
—Realmente lo es, maldita sea —dijo lentamente—. Me preguntaba cuánto tiempo me tomaría estrangularlo hasta la muerte y si en tu lucha agónica despertarías a los sirvientes.
Lo miré con curiosidad.
—Su humor ha tomado un nuevo ángulo esta noche —dije—. Me sorprende.
—Voy a sorprenderlo aún más. Le invité aquí esta noche, doctor, no del todo como invitado, sino más particularmente por su experiencia como psiquiatra. Usted ha testificado en mi tribunal muchas veces; le reconozco como una de las mayores autoridades mundiales en enfermedades mentales. Quiero que me escuche. Debo hablar con alguien.
Se detuvo de repente. Inclinándose hacia adelante, me miró como si se preguntara si continuar o no. Luego, mientras asentía, prosiguió.
—Me ha tomado mucho tiempo tomar la decisión de abordar esto con usted. Y ahora que está aquí, yo... apenas sé por dónde empezar.
—Por el principio —dije con brusquedad, poniendo mi mejor estilo profesional—. Sólo conociéndolo todo puedo diagnosticar su caso.
De nuevo hubo un silencio largo y doloroso. Thompson volvió a encender lentamente su cigarro y tomó un sorbo de oporto.
—Ustedes, los psicólogos, nos dicen que todo hombre tiene una fobia, un miedo morboso a algo —dijo finalmente—. El mío es la idea de que eventualmente mataré a alguien.
—¡Disparates! —exclamé.
—Puede que le parezca una tontería, pero para mí es pura realidad —gruñó—. Le estaba diciendo la verdad cuando aseguré hace un momento que estaba pensando en asesinarlo. ¡Asesinato! ¡Asesinato! ¡Dios del cielo, doctor, nunca dejo de pensar en eso! Día tras día, llámelo obsesión, si quiere, está creciendo en mí. Dentro de mi cerebro, dos ideas están constantemente en guerra, una instándome a dejar de lado estas imaginaciones salvajes y volver a ser mi yo normal, la otra diciéndome que soy víctima de la metempsicosis, que ya no soy Joseph J. Thompson, el jurista, sino Jake Lauts, el asesino, el hombre al que envié a la silla hace unos meses y que ahora está, o debería estar, enterrado en su tumba. Y que Dios tenga misericordia de mi alma, este último pensamiento está ganando ascendencia lenta pero seguramente.
—Quiero que venga a mi oficina a primera hora de la mañana para un examen físico completo —dije con severidad—. Tiene usted los síntomas típicos del exceso de trabajo.
—¡Tonterías! —interrumpió—. Ningún juez tiene exceso de trabajo. Y al diablo con su examen de mañana. Solo escúcheme. Tengo que hablar con alguien. Imagínese, si puede, mi condición mental. No estoy loco; puedo diagnosticar mi propia condición lo suficientemente bien como para hacer esa afirmación. Mis noches son una sucesión de pesadillas. Me veo tomando la vida con mis propias manos. Estoy estrangulando, apuñalando, golpeando, gritando de júbilo al ver la sangre de mis víctimas. De día, me siento en la seguridad de mis aposentos y examino los informes de los periódicos sobre cada crimen infernal, temeroso de reconocer algún detalle que me pruebe que mis terribles imaginaciones son algo más que sueños.
»Sí, y aquí está lo peor de todo: yo, que siempre he sido uno de los hombres más amables, gradualmente anhelo probar la sangre. Por mucho que lo quiera, me persigue constantemente el deseo de matar, desgarrar, sentir una forma humana debilitándose bajo mis dedos. Miro a cada hombre que se presenta ante mí para ser juzgado y pienso en él como una víctima potencial. Envidio al verdugo que, por un miserable centenar de dólares, presiona el interruptor que envía a un pobre desgraciado a la eternidad. Con mucho gusto pagaría por el privilegio de hacer el trabajo. Qué satisfacción sería ver la lucha agonizante de un hombre atado a la gran silla negra y saber, saber, que fue mi mano la que lo hizo temblar, retorcerse y retorcerse mientras la electricidad atravesaba su cuerpo.
Se levantó y dio una vuelta corta por la habitación, su rostro se contrajo en una vena de ferocidad maligna.
—Doctor, ¡tiene que sacar estos pensamientos infernales de mi mente! —exclamó—. ¡Es horrible, horrible! ¿Lo hará? ¿Puede hacerlo?
—Ciertamente —respondí con brusquedad—. Sus nervios están sobrepasados. Escribiré una receta en breve y enviaré a uno de los sirvientes para que la llene. Mientras tanto, déjeme hacerle algunas preguntas. Siéntese. Recién mencionó a Jake Lauts. Lo recuerdo muy bien. Fui uno de los expertos médicos convocados durante el juicio. Dígame dónde encaja él en todo este asunto.
El juez Thomson se dejó caer de nuevo en su silla con cansancio y se pasó una mano temblorosa por la frente.
—Estoy empezando a preguntarme si realmente soy yo mismo o si soy Jake Lauts —dijo con un gemido—. Tengo la sensación de que estoy poseído, poseído por un demonio, el que estaba en Jake Lauts. Hay espíritus, ya sabe —continuó con seriedad—, que no pertenecen ni al cielo ni al infierno; tal vez hayan escapado de este último lugar. Sea como fuere, estos espíritus deben, para prolongar su existencia, apoderarse del cuerpo de otra persona cuando la muerte ocupa su lugar de residencia.
—¡Disparates! ¡Basura y superstición! Ha estado escuchando el cuento de una anciana.
—Llámelo como quiera —suspiró Thompson—. Condené a muerte a Jake Lauts y, de pie en la sala del tribunal, me agitó el puño y juró al cielo que volvería de la tumba para vengarse. Me reí de sus amenazas y ordené a los alguaciles que lo sacaran de mi presencia. Docenas de otros hombres han hecho declaraciones similares. Pero Jake Lauts cumplió su palabra. Oh, primero escúcheme —dijo, mientras levantaba una mano en protesta—. Me dará su opinión cuando haya terminado.
»Unas semanas después de la ejecución de Jake Lauts, mi esposa y yo asistimos a una función social en la casa de un amigo. Una parte del entretenimiento de la noche fue una demostración espiritualista. No lo aburriré con los detalles. Basta decir que, como de costumbre, la habitación estaba a oscuras. Escuchamos voces fantasmales y cosas por el estilo cuando, en medio de un interminable discurso de uno de los llamados mediums, la mujer de repente lanzó un grito salvaje.
»—¡Las luces! ¡Las luces! —gritó.
»Nuestro anfitrión giró el interruptor y la habitación estuvo una vez más bañada en luz.
»—Hay una presencia extraña aquí —afirmó—. Soy una médium, pero mis invocados nunca se materializan. Sin embargo, algo me tocó en la oscuridad, algo que era horrible, frío y húmedo, algo salido directo de la tumba. Debe ser que alguno de ustedes es psíquico, y uno lo suficientemente fuerte como para producir la materialización. Tengo miedo de continuar. Mi experiencia me dice que hay muchas cosas en este… mundo intermedio, que es mejor dejar en paz.
»Hubo una demanda general de que continuara, porque su declaración naturalmente había despertado nuestra curiosidad. Sin embargo, confieso que consideré todo el asunto solo como una farsa. Pero el rostro de la mujer me decía lo contrario. Estaba realmente asustada. Discutió con nosotros durante mucho tiempo, y fue solo cuando nuestro anfitrión le exigió que continuara o no recibiría honorarios que finalmente aceptó. Nuevamente ocupamos nuestros lugares en el círculo y nuestro anfitrión volvió a apagar las luces.
»Casi de inmediato me invadió una sensación punzante, una sensación de frialdad y terror. Parecía como si estuviera solo en una vasta caverna o un osario. Traté de quitarme la sensación de encima, pero persistió. Fue seguida por una especie de letargo. Sin embargo, me di cuenta de dónde estaba y, al mismo tiempo, no podía moverme; estaba entumecido, paralizado. No puedo describir cómo me sentía. Solo yo sé qué clase de miedo sentí: grandes gotas de sudor se acumulaban en mi frente y se escurrían lentamente por mis mejillas. Intenté gritar, pero mis labios estaban sellados.
»Entonces, de la oscuridad apareció una nube vaga. Flotó hacia mí, volviéndose más y más clara hasta que tomó la forma de Jake Lauts. Era diferente de lo que había sido en vida, pero no había duda de que era él. Se detuvo justo frente a mí y se agachó para saltar: una figura gris, encorvada, bestial, macabra. Estaba muerto; eso era evidente. Su rostro estaba hinchado, salpicado de manchas oscuras donde la descomposición se había asentado. Sus ojos funestos brillaban con una fosforescencia amarillo verdosa, como los de un cerdo, estaban llenos de furia demoníaca y sed de sangre.
»Se arrastró hacia adelante, casi a toda velocidad, sus dedos romos moviéndose convulsivamente, sus gruesos labios retraídos sobre sus colmillos gangrenosos. Traté de retroceder para gritar. Pero como lo he dicho, estaba paralizado. De repente lanzó su gran cuerpo hacia mí. Sus dedos se cerraron sobre mi garganta. Eran fríos, como los dedos de un cadáver.
»Algo debe haberle dado a la médium el poder de ver, o de sentir. Ella gritó. ¡Dios, cómo gritó! Su chillido hizo que los demás se pusieran de pie. Nuestro anfitrión accionó el interruptor de la luz justo cuando me estrellé hacia atrás bajo el peso del cosa impía.
»Y cuando se encendieron las luces, no había nada, positivamente nada, allí.
»Los otros invitados se apiñaron a nuestro alrededor, haciéndonos preguntas. No pudieron sacar nada de la médium. Estaba histérica y no quería hablar. En cuanto a mí, bueno, no me importaba que me tomaran por tonto, así que me eché a reír y les dije que la sesión se había vuelto aburrida y que me había quedado dormido en la oscuridad, perdiendo el equilibrio. Sin embargo, no pude reírme del horrible hedor que llenaba la habitación. Era el olor a descomposición y muerte.
El juez Thompson se detuvo de repente.
Por un momento nos sentamos ahí. Noté que el sudor le manaba de la cara y que le temblaba la mano cuando alcanzó la copa de vino que tenía junto al codo y bebió profundamente. Estaba asustado a mi pesar. Sin embargo, sabía que simplemente estaba sufriendo alucinaciones, que sus nervios estaban hechos pedazos. Se levantó y caminó por el cuarto con pasos rápidos y agitados. Esperé a que ganara control sobre sí mismo.
—Una y otra vez durante los siguientes días tuve la sensación de una presencia cerca de mí —continuó, sentándose de nuevo—. Usted, quizás, entienda lo que quiero decir. Sabe cómo es cuando piensas que alguien te está mirando desde atrás. Hice todo lo posible para deshacerme de eso, pero fue en vano. Luego me enfermé. Durante días me sacudí, murmurando y chillando, mi cerebro se llenó de extraños horrores. Se llevó a cabo una consulta de médicos. Se declararon desconcertados. Pero finalmente mejoré hasta que me recuperé por completo.
Se inclinó hacia adelante, sus ojos ardían de emoción.
—Dije que estaba completamente recuperado —prosiguió—. Físicamente, sí. ¿Mentalmente? ¿Qué debería decir? Desde esa enfermedad, nunca he tenido la sensación de que alguien esté cerca de mí. En lugar de eso, comenzó a apoderarse de mí esta otra sensación, este deseo de matar, esta fobia, si quiere llamarla así. ¿Ahora entiende? Fue durante la enfermedad cuando comenzó a producirse la metempsicosis. Entonces el diablo que había estado en Jake Lauts comenzó a apoderarse de mí.
De nuevo se detuvo. Luego de un rato prosiguió:
—Dudley —dijo—, Jake Lauts, a pesar de que está muerto, está ganando gradualmente control sobre mi mentalidad. Mi mente subconsciente me lo dice. ¿Pero por qué? ¿Es mi cuerpo lo que desea? Yo respondo que sí. Su espíritu no ha podido encontrar un lugar donde habitar ni en el cielo ni en el infierno, y para perpetuarse debe apoderarse de alguna persona viva. Con el tiempo, seré el juez Thompson solo de nombre. En realidad, seré Jake Lauts. Y cuando finalmente llegue ese día terrible, cometeré algún crimen horrible. ¡Dios, qué venganza será para él!
Lo interrumpí:
—Juez Thompson —dije con severidad—, esto ha ido lo suficientemente lejos. Puedo disfrutar de una buena historia tanto como cualquiera, pero…
—¡Maldita sea su terquedad! —rugió, y por un instante me miró siniestramente, como si tuviera la tentación de saltar sobre mí, y luego volvió a dejarse caer sobre los cojines con un pequeño suspiro—. No esperaba que me creyera —prosiguió—. Dios es mi testigo, lo que le estoy diciendo es la verdad, o, al menos, creo que es la verdad. ¿Ahora me permitirá terminar?
Gruñí para asentir y me hundí en mi asiento.
El hombre estaba completamente loco o estaba tratando de jugarme una broma gigantesca. Conocía al juez Thompson lo suficientemente bien como para creer lo último, y como hombre de ciencia de sangre fría y cabeza dura, la situación me molestaba.
—Estoy viviendo un verdadero infierno —continuó—. Con el ojo de mi mente imagino a niños pequeños subiendo a mis rodillas. Quiero tomarlos entre mis manos y apretar y apretar hasta que… Cada nervio de mi cuerpo se contrae cuando toco la cálida carne de las mujeres con las que bailo. He enviado a mi esposa a una visita prolongada para que no la mate mientras duerme. Noche tras noche he estado despierto luchando contra el deseo de meterme en su habitación y asesinarla.
»Tengo miedo de quedarme a solas con alguien. En este momento mi mayordomo está parado afuera de la puerta. ¿Por qué? Porque yo, bueno, tenía miedo de estar solo aquí con usted. He dado instrucciones de que siempre debe haber dos de mis sirvientes de turno cerca. Creen que estoy asustado por las muchas amenazas que se han hecho contra mí. ¡Dios, si supieran!
Tomó su puro apagado y lo volvió a encender.
—Anoche —dijo lentamente—, sucedió algo. Al principio le dije que me perseguía la idea de que eventualmente cometería algún crimen atroz. Sé, ahora, que las cosas horribles con las que he soñado no son sueños en absoluto. Soy un merodeador nocturno, Dudley, una criatura furtiva de la oscuridad que se alimenta de lo que puedo devorar. ¡Soy un asesino, un demonio!
Caminando hacia su escritorio, tomó una copia de The Gazette y señaló un artículo en la portada. Los titulares que hablaban del asesinato de una mujer joven en una zona oscura de la ciudad. Le habían desgarrado la garganta y le habían hecho pedazos la cabeza.
—¡Maté a esa chica! —dijo—. Estoy seguro de ello. Sin embargo, no puedo probarlo. Si me presento ante cualquier grupo de hombres cuerdos y les digo que sé que maté a una mujer porque lo soñé, nadie lo creería. No. Esta mañana, cuando desperté, mis manos estaban cubiertas de sangre. Tenían rasguños. Quizás, dirás, la sangre salió de los rasguños. Entonces, ¿cómo conseguí los arañazos? Y mis zapatos estaban embarrados y sucios. En algún momento de la noche debí haberme levantado y, sin embargo, no recuerdo haberla asesinado —finalizó lastimosamente—. No puedo jurar que soy culpable, pero creo que lo soy.
Entonces las luces se apagaron.
Fue entonces cuando supe el significado del miedo. Algo se apoderó de mí que puso todos mis nervios en un estado de hormigueo. Estaba envuelto en terror. Por un instante pareció como si mi corazón dejara de latir mientras estaba sentado en la oscuridad. Escuché una risa ronca: fría, demoníaca, cruel.
Dos ojos amarillos brillaron en las sombras.
—¡Juez! —grité—. ¡Juez!
Mi única respuesta fue esa risa gutural de nuevo. Los ojos se acercaban a mí. Parecía como si pudiera ver una forma agazapada, lista para saltar. Traté de moverme, pero todas mis facultades estaban paralizadas. Entonces cayó sobre mí: un horror verdoso, grisáceo, con mandíbulas babeantes y ojos inyectados en sangre. Sus repugnantes garras me tomaron por el cuello…
Luego se encendieron las luces. Wilkins, el mayordomo, estaba en la puerta.
—Le ruego me disculpe, señor, pero se ha quemado un fusible... —empezó a decir.
Se detuvo de repente. Sus ojos estaban desencajados, su cuerpo se puso rígido, una expresión de horror se arrastraba por su rostro.
—¡Juez! ¡Juez, señor! —exclamó.
Giré.
El juez Thompson todavía estaba sentado donde había estado cuando se apagaron las luces. Él estaba muerto; eso era evidente. Incluso mientras lo miraba, el proceso de disolución avanzaba a una velocidad terrible. Sus ojos, bien abiertos, se hundían profundamente en sus órbitas. Su rostro estaba salpicado de pequeñas manchas. La habitación estaba saturada de un hedor horrible.
Juntos, Wilkins y yo salimos corriendo de la habitación.
Harold Ward (1879-1950)
(Traducido al español por Sebastián Beringheli para El Espejo Gótico)
Relatos góticos. I Relatos de Harold Ward.
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El análisis, traducción al español y resumen del cuento de Harold Ward: La cosa desde la tumba (The Thing From the Grave), fueron realizados por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com
4 comentarios:
El cuento usa uno de los clichés del terror, el del psiquiatra escéptico.
Hay un clima bien logrado, que compensa ese final no muy convincente.
Aunque es cierta la impresión de los sirvientes, que el juez está asustado por las amenazas recibidas. Es de alguien que ha muerto, parece que de alguna manera se ha cumplido.
Hay algo estereotipado en la reacción del psiquiatra en cuanto a las fantasías. Es algo que el relato podría haber profundizado. Si no hay de sublimación de deseo, en las fantasías letales con mujeres.
Algo para analizar si lo sobrenatural no haya encontrado algo que permitió influenciar al juez, por su acto de ordenar la pena de muerte. Si el muerto fue un instrumento, más que el ejecutor.
Algo interesante que quiero mencionar es las ilustraciones, imágenes que acompañan los relatos. De bellas mujeres aterradas y en inminente peligro. Hay algo tan artístico en esas imágenes. Será que esas fantasías están tan presentes, y pueden ser tan inspiradoras.
Este relato es medianamente logrado, sinceramente, hay una chispa que carece este autor. No sé exactamente como definirlo. Sin embargo, el elemento de que el doctor se muestre escéptico y el desenlace del relato le contradiga su veredicto es excelente.
Coincido, Demiurgo. La figura del psiquiatra escéptico es recurrente, y hasta podemos encontrarla muchas veces en el cine. De algún modo, facilita que nos identifiquemos con él.
Exacto, Poky. Ward es uno de esos autores que constantemente están a punto de lograr algo brillante, pero por alguna razón nunca lo consiguen. De todos modos, siempre presenta motivos interesantes.
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