Cuando los niños ven fantasmas.
Madrugada. Se oye un grito en la habitación de los niños. Los padres corren hacia allí. Se enciende la luz. Aterrorizado, el niño asegura haber visto un fantasma, un algo que lo acechaba en la oscuridad, algo horroroso, indescriptible.
Esta escena seguramente resultará familiar para muchos padres. Lo cierto es que los niños a menudo ven cosas que no están allí, o cosas que los adultos creemos que no están. Puede ser un amigo imaginario, un monstruo debajo de la cama, algo invisible que les respira en la cara, una sombra que se cierne sobre sus lechos.
Son pocos los padres que admiten estas posibilidades, y en general el niño es tranquilizado, con más o menos paciencia, e informado de un hecho incontrastable: los fantasmas no existen; eso sí, existe la imaginación, que nos hace ver cosas que no están ahí.
Probablemente el niño no discutirá ese axioma. Sabe que sus padres no le han creído, y que insistir en su testimonio es inútil.
En este punto es importante mencionar que los niños pequeños atraviesan una fase donde predomina el Pensamiento Animista, esto es, la facilidad de otorgarle cualidades humanas a objetos inanimados; de manera tal que un montón de ropa sobre una silla, por ejemplo, puede transformarse en un monstruo deforme en medio de la oscuridad de la noche.
El Pensamiento Animista les permite a los niños jugar y crear entornos fantásticos. Con muy poco, pueden imaginar mucho, pero no como los adultos. Los niños crean un mundo real mientras juegan, es decir, un mundo que es real mientras dura el juego. También les permite crear amigos imaginarios, y temerle a los mismos muñecos y juguetes que, durante el día, no les generan ninguna temor.
Ahora bien, cuando un pequeño llama a sus padres en medio de la noche hay que escucharlo atentamente. Los niños poseen una resistencia notable al miedo, y es probable que el llamado se haya producido luego de muchas noches de inquietud.
Todos hemos experimentado al menos uno de estos episodios en la infancia:
La oscuridad cubre la habitación de un niño que lucha por mantenerse despierto. Oye el zumbido de la televisión de sus padres al final del pasillo. De repente, algo cambia. Sabe que ya no está solo. Levanta la cabeza, agudiza la visión, y nota una forma humana, una sombra alta e indefinida que se inclina sobre su cama. Súbitamente se cubre con las sábanas. Cierra los ojos. Finge que duerme.
Pero la tensión es insoportable. Vencido, grita, llama a sus padres, que vendrán corriendo a explicarle que los fantasmas que no existen, que no hay nada debajo de la cama, nada en el armario, nada en ninguna parte. Y el niño hace silencio.
Por alguna razón, al volvernos adultos olvidamos estos fragmentos de la infancia, capaces de infundirnos el miedo más profundo y, al mismo tiempo, un coraje inusitado, porque en definitiva todos los padres regresan a su cuarto eventualmente y nos dejan solos, de nuevo, con la sombra que nos acecha en la oscuridad.
El momento más terrible durante estos episodios tiene que ver con ese instante incierto en el cual percibimos, siendo niños, que la sensación de seguridad que experimentamos durante la mayor parte del día desaparece de repente, como si de algún modo ahora fuésemos visibles para los monstruos que nos aterrorizan. A esto se le conoce como Experiencia Aparicional.
En efecto, los niños ven fantasmas, y a menudo tratamos de explicarles que éstos no existen, quizás porque la palabra fantasma suena un tanto... victoriana: una entidad etérea, traslúcida, que gime y flota en el aire arrastrando pesadas cadenas. Pero lo cierto es que los fantasmas que ven los chicos son mucho más aterradores que eso.
Ciertamente los niños a menudo ven cosas que los adultos no ven, pero quizás esto tiene que ver con algún tipo de condicionamiento social. Quizás ellos ven el mundo tal como es, porque aún no han sido entrenados por la sociedad para verlo de otro modo. Los fantasmas no existen es el mantra que usamos para domesticarlos, para que eliminen esa mirada abierta de su conciencia. En este sentido, crecer es aprender a ignorar esa porción sutil de la realidad.
A veces incluso existen ciertas discrepancias entre dos niños que duermen en la misma habitación. Alguien a quien conozco escuchaba risas provenientes de la cocina, en medio de la noche, mientras él y su hermano estaban en su cuarto. Todos en la casa, salvo ellos, estaban profundamente dormidos, pero solo él podía escuchar el bullicio. Su hermano era inmune a la fiesta que se desarrollaba en la cocina.
Muchos consideran que los niños son psíquicos muy afinados. Desafortunadamente, la sociedad nos enseña a suprimir la mayor parte de esa habilidad que, como cualquier otra, se pierde si no se la ejercita. No obstante, quedan algunos resabios, como el sentirse obervado en algunas ocasiones, sin causa aparente, o sentir que no estamos solos cuando objetivamente lo estamos.
Una amiga muy estimada por El Espejo Gótico recuerda haber tenido la sensación de que los seres que escuchaba y veía en su cuarto simplemente estaban pasando por allí, y que éstos no parecían reparar en ella. Muy rara vez alguno de ellos le prestó atención, salvo en una ocasión, en la que una entidad pasaba frente a la puerta de su habitación, la miró, y siguió su camino (ver: ¿Los fantasmas son «grabaciones» impresas en la realidad? y ¿Porqué los fantasmas atraviesan las paredes pero insisten en golpear a la puerta?).
En ocasiones las cosas se tornan demasiado perturbadoras, incluso para los padres, como es el caso de un niño que parece reaccionar ante una presencia invisible para los adultos.
Si la presencia, por llamarla de algún modo, no le causa miedo, entonces probablemente se trate de otro niño. Inquietante, por cierto, es la idea de que si un niño ve a un igual solo quiere jugar con él, aunque éste sea un fantasma. De hecho, no es infrecuente ver que los niños parecen estar jugando con alguien, o algo, que no podemos ver.
Entonces, ¿nuestros hijos ven fantasmas?
No podríamos afirmarlo, lo que sí podemos decir es que a veces los chicos ven cosas que nosotros no podemos ver, o que hemos olvidado cómo ver.
Fenómenos paranormales. I Parapsicología.
Más literatura gótica:
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- El olor de los ángeles, demonios, espíritus y fantasmas.
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1 comentarios:
muy buena reflexión sobre las potencialidades de la niñez.
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