H.G. Wells, la Máquina del Tiempo, y la claustrofobia temporal que a nadie parece inquietar


H.G. Wells, la Máquina del Tiempo, y la claustrofobia temporal que a nadie parece inquietar.




Hace poco hablamos acerca de la Cuarta Dimensión en la literatura, quizá, innecesariamente, ya que todos poseen al menos un conocimiento intuitivo acerca del tema. Después de todo, es una dimensión que atravesamos constantemente. Por eso hoy nos proponemos un objetivo más ambicioso: perder el tiempo, literalmente, en un asunto que a casi nadie parece inquietar (ver: ¡Morlocks, allá vamos!).

El probable que el lector se sienta libre, en términos físicos, salvo que nos esté leyendo desde alguna institución carcelaria. Pero, ¿realmente lo es? Quiero decir, ¿es libre de moverse en cualquier dirección?

Lo cierto es que no lo es.

Solo hay tres direcciones perpendiculares en las que podemos movernos: arriba-abajo, derecha-izquierda, atrás-adelante. Por más flexible que usted sea, por más que su capacidad de elongación esté a la altura de un monje shaolín, nadie puede efectuar cualquier otro movimiento que no sea, a su vez, perpendicular a esos tres.

Hacerlo implicaría pegar un salto a la Cuarta Dimensión, genuino cliché de la ciencia ficción y, quizás por eso, uno de los que más nos gustan.

Nuestra experiencia física nos obliga a creer que vivimos en una realidad tridimensional, y que nada podemos hacer para salir de ahí. Estamos encerrados en una prisión en la cual nadie se siente prisionero.

Las tres dimensiones de nuestro pabellón cósmico son: «anchura», «altura» y «profundidad», a la cual debemos agregar una cuarta, el Tiempo, que suele definirse como «duración». Pero el Tiempo es una Cuarta Dimensión que no funciona como las demás, ya que la atravesamos inevitablemente sin efectuar ningún movimiento.

En La máquina del tiempo (The Time Machine), de 1895, H.G. Wells propuso una idea asombrosa para la época: abordar al Tiempo como si se tratara de una dimensión espacial. Si esto fuese posible, viajar en el tiempo, supongamos, unos cien o doscientos años al pasado o al futuro, no sería distinto de viajar en el espacio unos cien o doscientos kilómetros en cualquier dirección.

De hecho, el protagonista de la novela describe el paso del tiempo desde el interior del dispositivo como si se tratara de una dimensión espacial; como si estuviese viendo al Tiempo del mismo modo en que vemos transcurrir un tramo de espacio físico desde la ventana de un tren en movimiento.

El problema —siempre lo hay— es nuestra consciencia, que tiende a marcar una clara aunque irreal distinción entre las tres dimensiones espaciales y el Tiempo.

¿Por qué?

Básicamente porque nuestra consciencia se mueve en una sola dirección en el Tiempo.

Esto no parece inquietar a nadie. Al menos que yo sepa, nadie padece de claustrofobia temporal.

Pero pensemos lo siguiente: si el Tiempo es una dimensión más, como cualquiera de las tres dimensiones espaciales, tanto el pasado como el presente y el futuro son parte de una sola realidad unificada, y además potencialmente accesible.

En otras palabras, si pudiésemos dar aquel salto que rompa la perpendicularidad de movimiento a la que estamos sujetos, en esencia, dar un salto fuera del Tiempo-Espacio, veríamos la realidad como un todo. Nuestra vida, por ejemplo, aparecería alternativamente con su pasado, presente y futuro, inmutables, todo al mismo tiempo.

Vayamos a una explicación más simple todavía.

Cuando nos sentamos cómodamente en el cine vemos una sucesión de cuadros de imagen en la pantalla. Lo que vemos, naturalmente, es el presente, lo que ocurre en el aquí y ahora, pero si pudiésemos acceder a la sala de proyección (evitemos las salas digitales) podríamos tomar y estirar la cinta completa, es decir, ver toda la sucesión de presentes que forman un todo unificado.

El propio H.G. Wells utiliza un ejemplo parecido:


Aquí está el retrato de un hombre, tomado cuando tenía ocho años, otro a los quince, otro a los veintitrés, y así sucesivamente. Todos ellos son secciones, evidentemente, representaciones en tres dimensiones de su ser de Cuatro Dimensiones, el cual es fijo e inalterable.

(Here is a portrait of a man at eight years old, another at fifteen, another at twenty-three, and so on. All are evidently sections, as it were, Three-Dimensional representations of his Four-Dimensional being, which is a fixed and unalterable thing).


La Relatividad General coincide con esa premisa.

El Espacio y el Tiempo son un todo; por lo tanto, el pasado, el presente y el futuro son igualmente reales y ocurren al mismo tiempo. Sin embargo, nuestra consciencia, o percepción, para no llevarlo a un terreno metafísico, nos induce la certeza de que nos estamos moviendo a través del tiempo; de que el aquí y el ahora son lo único que está sucediendo.

De ahí que Albert Einstein creyera que el futuro es fundamentalmente inalterable y que el libre albedrío no existe, ya que el futuro sólo está en el porvenir, y el pasado en lo pretérito, para nuestra consciencia, que se mueve, recordemos, en una sola dirección.

Vemos la película cuadro a cuadro, pero cada escena, cada instante, existen independientemente de nuestra percepción en la cinta.

Tampoco es prudente entregarse a la desesperación. La idea de que hay un pasado, y un futuro, no es falsa: ambos existen, pero sin diferencias entre sí. La ilusión, en todo caso, es percibir que hay una diferencia.

Lo que pasó, pasó, dice la frase; y sigue pasando, añade astutamente Wells.




Taller literario. I Libros extraños y lecturas extraordinarias.


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1 comentarios:

El Demiurgo de Hurlingham dijo...

Más inquietante que esa claustrofobia es la idea de que el libre albedrio puede ser tan extremadamente limitado.
Pero podría estar la idea del multiverso, en que habría una variedad de futuros posibles. Idea planteada El jardín de los senderos que se bifurcan.



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