Kelev: el extraordinario perro de Adán y Eva


Kelev: el extraordinario perro de Adán y Eva.




Los mitos bíblicos y los mitos hebreos lo omiten maliciosamente, pero por otras referencias sabemos que Adán y Eva no estaban solos en el Edén.

Cuenta la leyenda que Adán, luego de darle nombre a todos los animales de la creación, se encariñó con uno en particular: un perro, a quien no bautizó con ningún nombre en particular hasta hallar el más apropiado de acuerdo a su personalidad.

Este perro presenció las circunstancias previas al nacimiento de Eva; por ejemplo, la llegada de Al, la mujer lobo que enamoró a Adán, así también como el romance fulminante entre el primer hombre y Lilith, la madre de los vampiros.

Tras el advenimiento de Eva (de esa costilla de la que no nació), Adán resolvió mantener en secreto sus anteriores aventuras amorosas. En definitiva, no quería ensombrecer el entusiasmo de Eva por considerarse su primera y única mujer en el universo. Pero entonces ocurrió algo.

Bajo la forma de una serpiente, Lucifer delató el pasado de Adán. Por despecho, Eva se entregó entonces a los brazos del demonio Samael, con quien engendraría a Caín en el mismo útero en el que crecía Abel, hijo de Adán.

Una vez cometido el adulterio, Samael se reveló como lo que realmente era: un demonio. Su espíritu pérfido abandonó la forma humana que había asumido y regresó al infierno, dejando detrás un puñado de huesos.

Eva, profundamente arrepentida pero no lo suficiente como para confiarle su indiscreción a Adán, resolvió enterrar los huesos de Samael. Sin embargo, aquel acto tuvo un testigo:el perro de Adán.

En su elemental intuición, el perro decidió no comprometer a Eva, pero se mantuvo alejado de ella durante un tiempo. Solo se dejaba acariciar por Adán, a quien seguía en todas sus expediciones por el Edén.

Cierto día, muy cerca del Árbol del Conocimiento, donde Eva había enterrado los huesos de Samael, el perro empezó a ponerse inquieto.

Lleno de remordimiento por su silencio, el perro comenzó a cavar frenéticamente con sus patas en aquel sitio. Pero Adán, que ya conocía la traición Eva, observó el extraño comportamiento del perro y entendió lo que éste trataba de decirle.

Adán pensó entonces que era momento de darle un nombre al perro, un nombre que él se había ganado con su fidelidad; y lo llamó Kelev, que en hebreo significa literalmente «cerca del corazón»; en referencia al compañerismo y la lealtad de este animal con su amo.

Poco se sabe sobre el destino de Kelev, solo que siguió a Adán y Eva cuando fueron expulsados del Edén.

En cualquier caso, los sabios recomiendan no enojarse con los perros cuando estos empiezan a cavar enloquecidamente en los jardines, en las alfombras o los pisos de madera: solo están siendo leales a su amo.




Historias mitológicas de amor. I Amores prohibidos.


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1 comentarios:

Anónimo dijo...

Pero ¿qué blasfemia es ésta? Una mezcolanza más pueril que las de Hollywood.



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