Acerca de las hierbas para mujeres


Acerca de las hierbas para mujeres.




Sigmund Freud se preguntó en repetidas ocasiones qué quieren las mujeres. El interrogante no es desacertado, aunque sujeto a un sinnúmero de subjetividades; sin embargo, hubo una época en la que la medicina creyó saberlo todo acerca de las mujeres. Y más aún, creyó saber por qué las mujeres quieren lo que quieren, y cuáles eran los mejores métodos para, bueno, «tratarlas».

Uno de los libros medicinales más extraños de la antigüedad es aquel atribuido erróneamente al farmacólogo griego Dioscórides (40 d.C. 90 d.C) —autor de obras realmente asombrosas como: Acerca de los remedios venenosos, Acerca de los venenos lanzados por fieras, Acerca de los remedios simples y De materia médica—, titulado Acerca de las hierbas para mujeres (Ex herbis femininis).

Esta curiosa obra de medicina revela algunos secretos de las plantas y sus aplicaciones en el cuerpo de la mujer, por aquel entonces, considerado estable a causa de sus ciclos naturales pero proclive a padecer severos trastornos mentales.

Toda la teoría médica antigua se basa en cuatro principios fundamentales, a veces en franca contradicción:


1- Teoría de los humores: defendida por Hipócrates y Galeno, sostiene que el cuerpo humano cuenta con cuatro fluidos o humores: flema (phlegm), cólera (choler), melancolía (bilis negra) y sangre. Todas las enfermedades se producen como consecuencia del exceso de uno o varios humores, y para tratarlos se buscaba variar la temperatura corporal, por eso las hierbas eran clasificadas como calientes, frías, húmedas y secas.

2- Doctrina de las firmas: empleada por los filósofos griegos y luego por los monjes medievales, sostiene que la apariencia y las características de las plantas pueden usarse como remedio para tratar cualquier enfermedad. A veces, por capricho del azar, esto funcionaba bastante bien; pero cuando no lo hacía los resultados eran realmente catastróficos para la salud.

3- Teoría de la asimilación: quizás la menos científica de todas, y sin dudas la más supersticiosa, proponía que, al ser unidas, todas las cosas de la naturaleza forjaban una relación. Por ejemplo, para tratar una herida producida en combate se aplicaban ungüentos sobre el cuchillo o espada que la causó, creyendo que el efecto se producía en ambos extremos de la asimilación.

4- Teoría de las correspondencias astrológicas: muchos autores de la Edad Media le asignaban a cada parte del cuerpo y sus enfermedades una relación directa con los astros. Los tratamientos, desde ya, estaban relacionados con determinadas hierbas asociadas a esos astros.


Repasemos ahora algunas recomendaciones vertidas por el Pseudo Dioscórides:

Albahaca: simbolizaba tanto el amor como el odio. Se la preparaba en infusiones que la mujer debía beber todas las noches para aumentar su lubricidad. Pero cuidado, oler directamente sus vapores podía favorecer la formación de escorpiones en la cabeza.

Artemisa: excelente para mejorar el deterioro de la piel, aunque su consumo podía producir enormes complicaciones, entre ellas, el crecimiento de gusanos en el estómago que luego se abrían paso hacia el recto.

Borraja: normalmente era recomendado para las mujeres durante las primeras contracciones del parto. Sus hojas, cubiertas por una pelusa gelatinosa, facilitaban el coraje.

Caléndula: uno de los más eficaces remedios contra el mal de amores. Producía un diarrea de proporciones épicas, capaz de desviar el interés de cualquier dama apesadumbrada.

Crisantemo: apto para erradicar esos molestos insectos que perturban el andar decoroso de las mujeres, como garrapatas, ladillas y piojos.

Jengibre: buena para tratar las náuseas propias del embarazo. Su consumo exagerado producía repentinos cambios de humor, a menudo violentos, de modo que estaba contraindicado para las histéricas.

Laurel: sus hojas secas eran buenas para tratar el mal aliento. Las mujeres solían aplicarlas en regiones menos accesibles del cuerpo para evacuar olores contraindicados para la seducción.

Lavanda: apta para aplacar los accesos de llanto, la tristeza y el dolor que sucede tras un fuerte desengaño amoroso. Se lo empleaba de forma externa, como esencia o ungüento que la dama se aplicaba de forma vigorosa sobre aquellos sitios donde su amante la había besado. En caso de acceso carnal se lo sustituía por un fascinum, especie de falo apócrifo que aliviaba la nostalgia vaginal.

Limón: sus hojas eran recomendadas para tratar la melancolía de las mujeres infértiles. Las flores blancas del limón, muy aromáticas, se frotaban en el escote para atraer los efluvios beneficiosos de la luna. Curiosamente, el mismo método era empleado por los apicultores para formar nuevas colmenas.

Marrubio: de sabor asqueroso, sus hojas eran muy populares para tratar la tos y el dolor de cabeza.

Mejorana: excelente para las mujeres en período lactante. Evita la comezón producida por las ávidas encías del bebé, notablemente voraces en la Edad Media.

Menta: óptima para tratar una amplia variedad de malestares estomacales, fiebres, venenos y heridas. El problema es que existen tantas variedades de menta que, ya el en siglo X, Wilfred Strabo sostuvo que dar con la especie acertada era tan difícil como identificar una sola chispa en la erupción de un volcán.

Romero: notable para tratar las pesadillas, blanquear los dientes, suavizar infecciones y estimular las zonas íntimas de la mujer, sobre todo en aquellos casos donde existía una considerable desigualdad respecto a las dimensiones de los atributos masculinos.

Rosa: además de sus aplicaciones como perfume, sus pétalos eran utilizados para despertar la excitación en damas probadamente marchitas.

Salvia: buena para los problemas de la vista y para las irritaciones de toda índole. Las mujeres solían aplicarla como bálsamo luego del parto.


Naturalmente, estas aplicaciones estaban relacionadas con una visión muy sesgada de la mujer, a menudo un subproducto de la creación. Sin embargo, y a pesar de su aparente fragilidad, la cuestión de qué quieren las mujeres y por qué continuó eludiendo a los eruditos durante siglos.

Simone de Beuvoir, tan brillante como polémica, sostuvo que el amor de una mujer sí puede ser medido con una regla general: cuando la hembra ama con sinceridad, y no necesariamente a un hombre, sino por ejemplo a un perro, a un padre, o a Dios, lo ama como a un hijo.

Cristina de Suecia, capaz de abdicar del trono por amor, respondió sin ambigüedades aquellas tres preguntas que acentuaron la personalidad neurótica de Freud:

¿Qué quieren las mujeres?: Obtener lo que desean.
¿Y qué desean?: Hombres.
¿Por qué?: Porque no son mujeres.

Dioscórides no lo afirma, pero en su extraño tratado médico se intuye que la mujer simplemente es, no ya en relación con el hombre sino consigo misma: un ser que sufre, casi siempre, por amor.




Feminología: psicología de la mujer. I Libros prohibidos.


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