«La tumba de Sarah»: F.G. Loring; relato y análisis.
La tumba de Sarah (The Tomb of Sarah) es un relato de vampiros del escritor inglés F.G. Loring (1869-1951), publicado en la edición de diciembre de 1900 de la revista Pall Mall Magazine, y posteriormente reeditado en la antología de 1933: Historias victorianas de fantasmas (Victorian Ghost Stories).
Junto a La doncella vampiro (The Vampire Maid), de Hume Nesbit, y Señora Amworth (Mrs. Amworth), de E.F. Benson, La tumba de Sarah es considerado como uno de los tres mejores relatos de vampiresas de inicios del siglo XX.
La tumba de Sarah relata el destino ingrato de la sepulcro en el que está enterrada la diabólica condesa Sarah, derrotada y asesinada en 1630, la cual es perturbada durante los trabajos de restauración en los terrenos adyacentes a una vieja iglesia.
Esta es la inquietante inscripción, o mejor dicho, la advertencia, que puede leerse en la tumba de Sarah.
Por amor a los muertos y el bien de los vivos, dejad este sepulcro sin tocar, y su ocupante sin molestar hasta la vuelta de Cristo.
La tumba de Sarah.
The Tomb of Sarah; F.G. Loring (1869-1951)
Mi padre fue, durante sesenta años, jefe de una firma de restauradores de iglesias. Ponía mucho interés en su trabajo, y hacía estudios de cualquier leyenda o historia que cayera bajo su observación. Había leído y era versado en todas las leyendas medievales. Mantenía un cuidadoso registro de cada caso. Los manuscritos que dejó a su muerte despertaron mi interés. Entre ellos he seleccionado el siguiente, una experiencia particularmente extraordinaria. Para presentarla al público siento que es superfluo disculpar su carácter sobrenatural.
Diario de mi padre.
1841; 17 de junio: recibí un pedido de mi viejo amigo Peter Grant para alargar y restaurar el presbiterio de su iglesia en Hagarstone, en los despoblados de West County.
5 de julio: fuimos a Hagarstone con mi capataz, Somers. Un viaje largo y agotador.
7 de julio: comenzamos el trabajo. La vieja iglesia era de especial interés para el anticuario, y debo cuidarme de alterar la estructura existente lo menos posible. Sin embargo, una gran tumba debe ser movida al menos diez pies al sur. Tiene una curiosa inscripción en latín que lo prohibe, pero lamentablemente debe ser movida. Se encuentra entre los sepulcros de los Kenyons, una vieja familia de la que ya no quedan descendientes. La inscripción dice:
SARAH. 1630. POR AMOR A LOS MUERTOS Y EL BIENESTAR DE LOS VIVOS, DEJAR ESTE SEPULCRO SIN TOCAR Y SU OCUPANTE SIN MOLESTAR HASTA LA LLEGADA DE CRISTO. EN NOMBRE DEL PADRE, DEL HIJO, Y DEL ESPÍRITU SANTO.
8 de julio: consulté con Grant respecto a la tumba de Sarah. Ambos somos reacios a molestarla, pero la tierra se ha hundido y la seguridad de la iglesia está comprometida, de modo que no tenemos opción. Trataremos de hacerlo de la forma mas reverente. Grant dice que hay una leyenda sobre la tumba del último de los Kenyons, la malvada condesa Sarah, asesinada en 1630. Ella vivía sola en el viejo castillo, cuyas ruinas todavía permanecen en pie a tres millas por el camino a Bristol. Su reputación era terrible. Era una bruja o una mujer-lobo, y su única compañía en la soledad era un familiar en la forma de un enorme lobo asiático. A esta criatura se le atribuía el rapto de niños y animales pequeños, que luego llevaba al castillo, donde se suponía que la condesa bebía su sangre, por lo que se creía que nunca podrían darle muerte.
Esto demostró ser un error puesto que una campesina la estranguló, enojada por haber perdido dos niños que, según declaró, fueron raptados por el familiar de la condesa. El relato es interesante dado que tiene puntos en común con la superstición del vampiro existente en la Europa eslava y húngara.
La tumba está construida en mármol negro, coronado por una losa del mismo material. En la losa hay un conjunto magnífico de figuras. Una hermosa joven descansa sobre un sofá; una cuerda rodea su cuello, sosteniendo el extremo en su mano. A su lado hay un enorme perro mostrando los colmillos y la lengua. La cara de la joven es cruel: las comisuras de su boca están curiosamente levantadas, mostrando las puntas afiladas de sus largos caninos. El grupo de figuras, aunque admirable por su ejecución, deja una sensación desagradable.
De mover la tumba, tendrá que hacerse en dos partes: primero la losa que la cubre y luego la tumba propiamente dicha. Hemos decidido quitar la losa mañana.
9 de julio; 6 de la tarde: un día muy extraño. Para el mediodía todo estaba listo para quitar la piedra. Luego de que los hombres cenaron comenzamos con las poleas. Fue fácil levantarla, aunque estaba bien asegurada en su apoyo por un algún tipo de mortero o masilla que mantenía el interior perfectamente hermético. Ninguno estaba preparado para el asqueroso aire mohoso que escapó mientras levantábamos la cubierta. Y a medida que podíamos ver mejor su contenido, el temor se hacía presente. Allí yacía el cuerpo de una mujer completamente vestida, seco y encogido, con la palidez que produce la desnutrición. Alrededor de su cuello tenia una cuerda floja. A juzgar por las cicatrices, la historia sobre su estrangulación era cierta.
Lo más horrible, sin embargo, era la extraordinaria frescura del cuerpo. A excepción de su aspecto desnutrido, parecería que habría muerto recientemente. La carne era suave y blanca, los ojos abiertos de par en par y parecían mirarnos fijamente con una temerosa comprensión en ellos. El cuerpo mismo yacía firme, sin nada que lo sostuviera.
Por un largo instante miramos con horrible curiosidad, pero pronto los trabajadores no lo soportaron y nos pidieron poner la losa para taparlo. Por supuesto que no lo haríamos, pero le pedí a los carpinteros que hicieran una cubierta temporal mientras movíamos la tumba a su nueva posición. Será un trabajo duro que nos llevará dos o tres días por lo menos.
9 de julio; 9 de la noche: al crepúsculo nos estremeció el aullido de, aparentemente, cada perro en la aldea. Duró entre diez y quince minutos, para luego cesar tan repentinamente como comenzó.
Esto, y una curiosa niebla que se ha levantó alrededor de la iglesia, me hizo sentir ansioso acerca de la tumba de Sarah. Acorde a las tradiciones mas difundidas en los países frecuentados por vampiros, el malestar de los perros o lobos al caer el sol se atribuye a la presencia de uno de estos demonios, y la niebla localizada es siempre una señal. El vampiro tiene el poder de producirla en cualquier momento para cubrir sus movimientos.
No me atrevo a mencionar mis temores al Rector porque él descree de muchas cosas que yo se, por experiencia, que son altamente probables. En principio debo arreglármelas solo y obtener su ayuda sin que sepa en qué me está ayudando. Vigilaré hasta la medianoche, por lo menos.
10:15 de la noche: como temía y casi esperaba. Justo antes de las diez hubo otro arrebato de aullidos. Comenzó con una lamentación que helaba la sangre, en la vecindad del cementerio. El coro duró sólo unos minutos, sin embargo, cuando cesó vi una enorme figura oscura, como un perro enorme, emergiendo de la niebla y alejarse rápidamente hacia el descampado. Asumiendo que sea lo que temo, lo veré regresar pasada la medianoche.
12.30: tenía razón. Casi a medianoche vi a la bestia regresar. Se detuvo en el punto donde parecía comenzar la niebla y, levantando la cabeza, soltó la misma lamentación que precedió al escándalo de esa tarde. Mañana le diré al rector lo que he visto; y, si como espero, oímos de algún establo de la vecindad asaltado, lo invitaré a que observemos juntos a este merodeador nocturno. También examinaré la tumba de Sarah por si puede notar algo sin que yo le dé alguna pista.
10 de julio: encontré a los trabajadores alarmados por el aullido de los perros. No nos gusta, señor, me dijo uno de ellos, no nos gusta; hubo algo la última noche que fue maligno. Estuvieron más molestos cuando llegaron noticias de un gran perro que incursionó sobre unas ovejas, dispersándolas y dejando a tres de ellas muertas con las gargantas destrozadas. Cuando le dije al rector lo que había visto y lo comentado en la aldea, inmediatamente decidió que debíamos atrapar o identificar a la bestia.
—Por supuesto —dijo—, se trata de un perro de la vecindad, porque no sé de ningún animal en los alrededores como el que usted describe, claro que la luz de la luna puede resultar engañosa.
Esta tarde le pedí al Rector que me ayudara a levantar la cubierta temporal para la tumba, con la excusa que deseaba obtener una muestra del curioso mortero con que había sido sellada. Después de un rato consintió y levantamos la cubierta. La visión que nuestros ojos captaron me sacudió y aterró a Grant.
—¡Por dios! —exclamó— ¡La mujer esta viva!
Y así pareció por un momento. El cadáver había perdido su aspecto desnutrido y parecía horriblemente fresco y vivo. Todavía estaba arrugado y encogido, pero sus labios eran firmes con la saludable tonalidad rojiza. Los ojos, si tal cosa era posible, eran más espantosos que antes, con su mirada fija. En la comisura de la boca me pareció verle una espuma levemente oscura, pero no dije nada. -Toma tu trozo de mortero, Harry -jadeo Grant- y déjanos cerrar la tumba otra vez. ¡Dios me ayude! ¡Por muy párroco que sea, estos rostros muertos me asustan!
No me molestaba ocultar nuevamente esa terrible cara, sino obtener un pedazo de mortero y avanzar hacia la solución del misterio. Esta tarde la tumba fue movida varios pies hacia su nueva ubicación, pero pasaran dos o tres días antes de estar listos para sustituir la losa.
10.15 P.M: nuevamente los aullidos al ocaso, la misma niebla envolviendo la iglesia, y a las diez en punto la misma bestia que silenciosa se desliza hacia el descampado. Debo conseguir la ayuda del Rector y vigilar su regreso. Pero debemos tomar precauciones, porque si las cosas son como creo, nos estaremos jugando la vida al aventuramos de noche para acechar al Vampiro. ¿Por qué no admitirlo de una vez? Por la bestia que he visto, no tengo ninguna duda que esa cosa en la tumba es un vampiro.
Todavía sin todas sus fuerzas, ¡gracias al cielo! Después del hambre de casi dos siglos, al parecer, ella solo puede merodear como lobo. Pero, en un día o dos, cuando recupere plenamente sus poderes, esa terrible mujer podrá dejar su refugio con renovada fuerza y belleza. Entonces no será simplemente con ovejas con que saciara su repugnante lujuria de sangre, las víctimas entregaran su sangre sin un murmullo ante su cuidadoso toque; víctimas que, muriendo en su abrazo asqueroso, se convertirán también en vampiros y volverán cazando a otros. Afortunadamente mi conocimiento me da seguridad; ese pequeño pedazo de mortero que rescaté de la tumba contenía una porción de hostia sagrada, y creyendo en su virtud, me hará soportar con éxito la dura prueba a la que seremos sometidos esta noche el Rector y yo.
12.30 P.M: por el momento nuestra aventura ha terminado, y regresamos a salvo. Después de escribir la última entrada, salí para encontrar a Grant y decirle que el merodeador estaba vagabundeando otra vez.
—Pero, Grant —dije—, antes de que comencemos esta noche debo insistir en que me deje actuar a mi manera; debe prometer ponerse totalmente bajo mis órdenes, sin hacer preguntas.
Después de dudar un poco, y viendo lo seriamente que me estaba tomando lo que él llamó una cacería de perro, me dio su promesa. Entonces le dije que esa noche debíamos vigilar e intentar seguir a la bestia, pero no interferir con ella. Pienso que, a pesar de sus bromas, lo impresioné con el hecho de que podía haber, después de todo, buenas razones para mis precauciones.
Eran pasadas las once cuando salimos hacia la quietud de la noche. Nuestra primer intención era penetrar la niebla densa alrededor de la iglesia, pero había algo escalofriante en ella, y un olor tan repugnante y aborrecible, que ni nuestros nervios ni nuestros estómagos parecían soportarlo. En lugar de eso, nos colocamos a la sombra de un árbol que nos daba una buena vista de la entrada del cementerio. A la medianoche el aullido de los perros comenzó otra vez, y en algunos minutos vimos una enorme figura gris, con ojos verdes brillando como lámparas, pasando rápidamente cerca nuestro.
El rector comenzó a avanzar, pero con mi mano firme sobre su brazo, le susurré una advertencia ¡Recuerde! Entonces nos quedamos quietos y miramos como la gran bestia corría cerca. Era bastante real, pues podíamos oír sus uñas golpeando la piedra. Pasó a algunas yardas de nosotros, y no parecía ni más ni menos que un gran lobo gris, flaco, con el pelo que se erizaba y las quijadas babeantes. Paró donde la niebla comenzaba, y dio vueltas alrededor. Era una visión horrible, e hizo que se nos helara la sangre. Los ojos encendidos como brasas, gruñendo con el labio superior levantado, mostrando sus enormes colmillos, mientras que de la boca le goteaba una espuma oscura.
Levantó su cabeza y soltó un largo aullido lastimero, que fue respondido por los perros de la aldea. Después de unos instantes dio la vuelta y desapareció en la niebla. Poco después el aire comenzó a despejarse, y al cabo de diez minutos la niebla se había ido del todo, los perros de la aldea se callaron, y la noche parecía reanudar su aspecto normal. Examinamos el punto donde la bestia había estado parada y encontramos, sobre la piedra, manchas oscuras de espuma y saliva.
—Bien, Rector —dije—, ahora admitirá, debido a las cosas que ha visto hoy, considerando la leyenda, la mujer en la tumba, la niebla, los perros aullando, y, por ultimo, la bestia misteriosa que vimos bien cerca, que hay algo no muy normal aquí. ¿Se pondrá en mis manos sin reservas y me ayudara, en lo que sea que haga para poner fin a este horror nocturno?
Vi que la misteriosa influencia de la noche era fuerte sobre él, y deseaba impresionarlo tanto como fuera posible.
—Es necesario —contestó—, cuando el diablo se muestra: y frente a lo que he visto debo reconocer que están operando fuerzas profanas. ¿Aun así, cómo pueden hacerlo en los sagrados recintos de una iglesia? Debemos pedir asistencia al cielo en nuestra necesidad.
—Grant —dije solemnemente—, lo que debemos hacer, cada uno lo hará a su manera. Dios ayuda a quienes se ayudan, y con su asistencia y mi conocimiento debemos luchar esta batalla en Su Nombre y por esa pobre alma perdida.
Entonces volvimos a la rectoría y a nuestros cuartos, aunque me he sentado para escribir estas líneas mientras la escena está fresca en mi mente.
11 de julio: otra vez encontré molestos a los trabajadores, hablando de un extraño perro que había sido visto durante la noche por varias personas, quienes habían tratado de cazarlo. El granjero Stotman, que había estado vigilando sus ovejas (el mismo rebaño que había sido atacado la noche anterior), lo había sorprendido sobre una res muerta y había intentado espantarlo, pero su tamaño y ferocidad le hicieron ir en busca de un arma. Cuando volvió el animal se había ido, aunque encontró otras tres ovejas de su rebaño muertas.
La tumba de Sarah fue movida hoy a su nueva posición; pero resulto una tarea larga y pesada, que no nos dejo tiempo para sustituir la losa de la cubierta. Por un lado me reconforta ver que el Rector descree de los acontecimientos de la noche, y estaba dispuesto a pensar que todo había sido magnificado y distorsionado por nuestra imaginación. Sin embargo, yo no podría proceder en mi cruzada de exterminación contra esta cosa asquerosa sin su ayuda, y como no hay nadie más en quien confiar, apelé a él para una noche mas, convenciéndolo de que no era ninguna ilusión, sino una verdad horrible, la cual debíamos combatir por nosotros y por quienes vivían en la vecindad.
—Póngase en mis manos, rector —dije—, por esta noche al menos. Tomemos las precauciones que mi estudio del tema aconseja. Esta noche usted y yo debemos vigilar en la iglesia; y confío que mañana estará tan convencido como yo, y estará igualmente preparado para tomar las tremendas medidas que sé son apropiadas, y debo advertirle que encontremos un cambio alarmante en el cuerpo que vió ayer.
Mis palabras resultaron ciertas; al levantar la cubierta de madera una vez más, nos asaltó el hedor espeso de un matadero, enfermándonos. Ahí yacía el vampiro, ¡cómo había cambiado el cadáver desnutrido y encogido que vimos por primera vez hace dos días! Las arrugas casi habían desaparecido, la carne era firme y rellena, los labios carmesí formaban una mueca horrible sobre los dientes puntiagudos, y un hilillo de sangre caía de su boca.
Fijamos nuestros dientes, sin embargo, y endurecimos nuestros corazones, después substituimos la cubierta y pusimos lo que habíamos recogido en un lugar seguro en la sacristía. Con todo, incluso ahora Grant no podía creer que había un peligro verdadero encubierto en esa tumba tremenda, pues él suscitó objeciones vigorosas a cualquier profanación evidente del cuerpo sin prueba adicional. Esta noche las tendrá. ¡Dios sabe que no lo imagino! Si hay las viejas leyendas son ciertas, sería bastante fácil destruir ahora al vampiro; pero Grant no lo hará. Espero lo mejor del trabajo de esta noche, pero el peligro que nos aguarda es muy grande.
6 de la tarde: he preparado todo: los cuchillos afilados, la estaca puntiaguda, ajo fresco, y las rosas salvajes. Todo lo he ocultado en la sacristía, donde lo tendremos a mano cuando comience nuestra solemne vigilia. Si cualquiera de nosotros dos muere sin concluir la tarea, aquellos que lean mi expediente procuren completarla. Los pongo en esta obligación solemne. Que el vampiro sea perforado a través del corazón con la estaca, entonces el Responso debe ser leído para liberarlo de su condenación. Así el vampiro dejará de ser, y su alma perdida descansara.
12 de julio: todo ha terminado. Después de la noche más terrible, al menos un vampiro dejará de ser problema. ¡Pero cómo debemos estar agradecidos a la Providencia de que esa tumba tremenda no fuera molestada por alguna persona sin los conocimientos necesarios para tratar a su terrible inquilino! Escribo esto sin sensaciones de autosatisfacción personal, sino simplemente con una gran gratitud por los años de estudio que he podido dedicar a este tema especial. Y ahora a mi relato.
Momentos antes de puesta de sol, el Rector y yo nos encerramos en la iglesia, y tomamos nuestra posición en el púlpito. Era uno de esos púlpitos, muy común en algunas iglesias, que se entra desde la sacristía, donde el predicador aparece a buena altura en una abertura arqueada en la pared. Esto nos dio una sensación de seguridad (que necesitábamos), una buena vista del interior, y acceso directa a los instrumentos que había escondido en la sacristía.
El crepúsculo llegó y la luz comenzó a decaer gradualmente. No había, hasta ahora, muestra de la niebla, ni el aullido de los perros. A las nueve en punto la luna se presentó, y su luz pálida inundó gradualmente los pasillos, y aún ninguna señal proveniente de la tumba de Sarah. El Rector me pregunto varias veces qué debíamos esperar, pero yo estaba determinado a que ninguna de mis palabras o pensamientos lo influenciaran, y que él se convenciera por sus propios sentidos.
Pasada media hora de las diez ambos nos sentíamos cansados, y comencé a pensar que quizás después de todo no veríamos nada esa noche. Sin embargo, poco después de las once observamos una niebla ligera levantándose desde la tumba de Sarah. Parecía centellear y chispear a medida que se alzaba en una especie de pilar espiralado. No dije nada, pero oí al Rector dar un jadeo mientras aferraba mi brazo con fuerza.
—¡Por todos los cielos —susurró— está tomando forma!
Y, en verdad, en pocos segundos vimos la figura horrorosa de la condesa Sarah erguida sobre la tumba.
Todavía parecía delgada y ojerosa, y su cara era mortalmente blanca; pero los labios carmesí lucían como una incisión en las pálidas mejillas, y sus ojos se deslumbraron como los carbones rojos en la penumbra de la iglesia. Daba miedo verla caminar inestable en el pasillo, consecuencia de la debilidad y el agotamiento. Esto era quizás natural, pues su cuerpo debe haber sufrido físicamente tras su largo encarcelamiento, a pesar de las fuerzas diabólicas que lo mantuvieron fresco y conservado. La vimos en la puerta, y nos preguntábamos qué sucedería; pero no nos presentaría dificultad, porque simplemente se desvaneció.
—Ahora, Grant —dije—, ¿me cree usted?
—Si —contestó—. Debo. Todo está en sus manos, y obedeceré sus órdenes a la letra, con tal de librar a mi gente de este terror innombrable.
—Lo haremos con la ayuda de Dios —dije—, pero usted debía estar convencido primero, porque tenemos una tarea terrible por hacer antes de que dejemos la iglesia en la mañana. Y ahora trabajar, porque en su débil estado el vampiro no vagará lejos, por lo que puede volver en cualquier momento y no debe encontrarnos desprevenidos.
Bajamos del púlpito y, tomando las rosas y el ajo de la sacristía, procedimos a la tumba. Llegué primero y, quitando la cubierta de madera, grité:
—¡Mire! ¡Esta vacía!
No había nada allí. Nada excepto la impresión del cuerpo en el molde húmedo.
Tomé las flores y las puse en un círculo alrededor de la tumba, porque la leyenda nos enseña que los vampiros no pasarán sobre estas flores particulares si pueden evitarla. Entonces, alejado unos ocho o diez pies, hice un círculo en el pavimento de piedra, lo bastante grande para que el Rector y yo pudiéramos pararnos en él, y dentro del círculo coloqué los instrumentos que había traído de la iglesia.
—Ahora —dije—, de este círculo, a través del cual nada profano puede cruzar, usted verá al vampiro cara a cara, y lo vera asustado de cruzar el círculo de ajo y rosas para recuperar su profano refugio. Pero no salga usted del circulo, porque el vampiro tiene una fuerza de temer, y, como una serpiente, puede obligar a su víctima a caminar hacia su propia destrucción.
Completado mi trabajo llame al Rector, y ambos nos paramos Círculo Sagrado para aguardar la vuelta del vampiro.
No fue mucha la demora. Comenzó con un olor frío y húmedo que parecía impregnar la iglesia, haciendo erizar nuestro cabello y nos estremeció la carne. Entonces, abajo en el pasillo con pies silenciosos, apareció lo que esperábamos. Oí al Rector murmurar una plegaria, y lo sostuve con fuerza del brazo, porque él temblaba violentamente.
Mucho antes de que pudiéramos distinguir su silueta vimos los ojos brillantes y el carmesí de su boca sensual. Ella fue derecho a su tumba, pero se detuvo al encontrarse con las flores. Rodeó la tumba buscando un lugar para entrar, y entonces nos vió. Un espasmo de odio y furia diabólica pasó por su cara; pero desapareció rápidamente, y una sonrisa amorosa, más diabólica aún, tomó su lugar. Ella estiró sus brazos hacia nosotros. Entonces vimos que alrededor de su boca había una espuma sangrienta, y de debajo de sus labios asomaban dientes puntiagudos.
Y habló: una voz suave, cargada de un hechizo que nos afectó a ambos, y particularmente al Rector. Yo deseaba probar, sin poner en peligro nuestras vidas, la energía del vampiro. Su voz tenía un efecto soporífero, la cual pude resistir fácilmente, pero que parecía lanzar al Rector a una especie de trance. Más que esto: parecía arrastrarlo a ella a pesar de sus esfuerzos por resistir.
—¡Ven! —dijo ella— ¡Ven! Te daré descanso y paz, descanso y paz, descanso y paz.
Ella avanzó; pero no mucho, porque observé que el círculo sagrado parecía detenerla como una mano de hierro. Mi compañero parecía desmoralizado por el hechizo. Él intentó avanzar y al tratar de detenerlo, susurró:
—¡Harry, déjame ir! ¡Debo ir! ¡Ella me llama! ¡Debo! ¡Debo! ¡Oh, ayúdame! ¡Ayúdame!
Y comenzó a luchar.
Era hora de terminar.
—¡Grant! —grité, con voz firme— ¡En nombre de todo lo que se considera sagrado, contrólese!
Él se estremeció y jadeó:
—¿Dónde estoy?
Entonces recordó, y se aferró a mí por un momento. En esto una mirada del odio condenable reemplazó la cara sonriente ante nosotros, y con un chillido ella retrocedió.
—¡Regresa! —grité— ¡Regresa de nuevo a tu tumba maldita! ¡No molestarás a nadie en este mundo! Tu final está cerca.
Era miedo lo que había ahora en su hermosa cara —porque era hermosa a pesar de su horror— pues ella se replegó detrás y por sobre el anillo de flores, temblando. Por último, con un grito lastimero, ella pareció fundirse otra vez en su tumba. Al hacerlo los primeros destellos del amanecer se encendieron sobre el mundo, y supe que todo el peligro había terminado.
Tomando a Grant por el brazo, lo arrastré conmigo fuera del círculo y lo llevé a la tumba. Ahí yacía el vampiro, tan inmóvil en su muerte viviente como diabólica la habíamos visto antes en vida. Pero en los ojos permanecía esa expresión de odio, y de espantoso miedo. Grant trataba de componerse.
—Ahora —dije—, ¿se atreverá al ultimo acto para librar al mundo de este horror?
—¡Por Dios! Lo haré. Dígame que hacer.
—Ayudeme a levantarla de su tumba. Ella no puede dañarnos —contesté.
Evitando mirarnos cumplimos la tarea, y la pusimos sobre la tierra.
—Ahora —dije—, lea el Responso sobre este pobre cuerpo, y liberémosle del infierno que alberga.
Con reverencia, el Rector leyó las hermosas palabras. Cuando hubo terminado tomé la estaca y, sin permitirme pensar, la hundí con toda mi fuerza en su corazón.
Como si estuviera realmente vivo, por un momento el cuerpo se sacudió y pateó convulsivamente, y un chillido desgarrador despertó la iglesia silenciosa; luego quedó inmóvil. Entonces otra vez levantamos el cuerpo; y, ¡gracias a Dios! nos llegó el consuelo que dice la leyenda nunca se niega a quienes tengan que hacer el tremendo trabajo que debimos enfrentar. Sobre el rostro se posó una paz enorme; los labios perdieron su tonalidad carmesí, los dientes agudos se hundieron dentro de la boca, y por un momento vimos el calmo y pálido rostro de una hermosa mujer, que sonreía dormida. Casi de inmediato, ella se tornó polvo ante nuestros ojos. Nos pusimos a limpiar todo rastro de nuestro trabajo, y después fuimos hacia la rectoría. Más agradecidos estuvimos al caminar fuera de la iglesia, sintiendo el atractivo calor de esa mañana de verano.
Con esto terminan las notas en el diario de mi padre, aunque hay otra entrada algunos días más adelante:
15 de julio: desde el 12 todo ha estado tranquilo como de costumbre. Substituimos y sellamos la cubierta de la tumba de Sarah esta mañana. Sorprendió a los trabajadores encontrar que el cuerpo había desaparecido, pero que lo tomaron como el resultado natural de exponerlo al aire. Una noticia llegó hoy a mis oídos. Parece que el niño de uno de los aldeanos faltó del hogar la noche del 11, y fue encontrado dormido en un soto cerca de la iglesia, muy pálido y agotado. Había dos marcas pequeñas en su garganta, pero han desaparecido.
¿Qué significa esto? Supongo que ahora que el vampiro ya no existe, ningún peligro amenaza ni a ese niño ni a cualquier otro de ser convertido. Pues solamente los que mueren en el abrazo del vampiro que se tornan también vampiros al volver de la muerte.
F.G. Loring (1869-1951)
Relatos góticos. I Relatos de F.G. Loring.
Más literatura gótica:
El análisis y resumen del cuento de F.G. Loring: La tumba de Sarah (The Tomb of Sarah), fueron realizados por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com
3 comentarios:
NO creo que los vampiros existan las personas creen en ellos por que mecesitan creer que existe algo majico o diferente en este mundo tan materialista la verdad es que lo unico que existe es una enfermedad llamada porfiria la cual hace muy desdichados a las personas que la padese. ahora el cuento estubu muy bien escrito, te hace creer que es un relato tomado de la realidad.
la historia me gusto estaba muy buena aunque las historias mas cheveres para mi son las de matanzas sangre y lo demas muerte pero en resumen estaba buena la historia de que estoy hablando me encanto pero no tanto me hubiera gustado mas sangre derramada pero en resumen tiene solo 2 partes que son las que me gustan en una historia de terror mounstros como el lobo y la vampiro
pero podria mejorar con un toque de sangre derramada
Muy buena atmósfera logra el escritor!
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