«Lo que espera en la oscuridad»: Loretta Burrough; relato y análisis.
Lo que espera en la oscuridad (What Waits in Darkness) es un relato de terror de la escritora norteamericana Loretta Burrough (¿?), publicado originalmente en la edición de marzo de 1935 de la revista Weird Tales.
Lo que espera en la oscuridad, uno de los mejores cuentos de Loretta Burrough, relata la historia de una mujer, Christy, perturbada por una pesadilla recurrente, en la cual asesina a su esposo (ver: Los sueños como subrutinas del subconsciente en la ficción).
SPOILERS.
En la pesadilla recurrente de Christy, ella se ve a si misma con un cuchillo ensangrentado en la mano, y ante el cuerpo sin vida de su marido, Roger. Naturalmente, ella se considera incapaz de cometer tal atrocidad, pero el sueño es perturbador, y su recurrencia la lleva a familiarizarse con el entorno donde se produce el crimen onírico.
Siguiendo el consejo de su médico, Christy y Roger se instalan en una cabaña. El aire fresco, sostiene el médico, le hará bien a la muchacha para aliviar la angustia que le produce el sueño. Sin embargo, apenas la pareja llega a la cabaña, Christy descubre que una de las habitaciones es exactamente igual al escenario donde asesina a su marido en su sueño.
Lo que espera en la oscuridad de Loretta Burrough insinúa algunas cuestiones que nos permiten hacer una lectura feminista del relato (El Feminismo y la muerte del Gótico). Christy no está enamorada de su marido, quien ejerce sobre ella un control absoluto, como si se tratara de una niña cuya opinión no merece ser tenida en cuenta. El maltrato, disimlado bajo una máscara de condescendencia, no es el detonante del asesinato, pero las actitudes dominantes de Roger son las que eventualmente establecen el escenario, y el móvil, para que el crimen se produzca (ver: El Machismo en el Horror).
Lo que espera en la oscuridad de Loretta Burrough es un interesante relato psicológico, pero su ejecución deja algunas dudas. El desarrollo de los personajes está bien logrado, así como la premisa principal, pero el hecho de que sepamos rápidamente de qué se trata el sueño recurrente de Christy presagia el final del cuento. Sabemos cómo terminará, y hasta el camino que tomará la autora para llegar al crimen, no obstante, los matices que Loretta Burrough plantea en la dinámica de esta pareja justifican cualquier imperfección en la ejecución.
Lo que espera en la oscuridad.
What Waits in Darkness, Loretta Burrough.
(Traducido al español por Sebastián Beringheli para El Espejo Gótico)
Con un sollozo espeso y ahogado, Christy Tenniel se despertó en el frescor plateado de la madrugada. Las palomas que los muchachos de Jones mantenían en el techo emitían sus arrullos al amanecer cuando Roger se acostó dormido a su lado.
—¿Qué pasa, Chris? ¿Cuál es el problema? —Él rodeó su cuerpo tembloroso con su brazo suave y gordo—. ¿Ese maldito sueño otra vez?
Sus temblorosos pensamientos comenzaron a flotar lejos de ella; con la imagen de la madre de Roger sonriendo débilmente desde la pared opuesta.
—Una vez más. No podré soportarlo por mucho más tiempo.
Noche tras noche, en la espesura de la oscuridad, lo había esperado. Durante meses había luchado contra el sueño hasta lucir como ahora, demacrada.
Tomó un paquete de cigarrillos de la mesita de noche. Ella podía imaginar el desconcierto, y hasta cierto enojo en sus ojos. No le gustaba que su esposa fuera anormal. Y ella lo vio cuando el fósforo se encendió, iluminando arrugas de molestia alrededor de su boca.
—Ese especialista en nervios no ayudó mucho —dijo él—. Algún miedo oculto u odio, decía. Eso es todo. No tienes miedos ni odios.
Él resopló y chupó el cigarrillo con tanta fuerza que saltaron brillantes chispas rojas.
Lo que Roger había escuchado era cierto, pero no lo que el doctor Wilks le había preguntado en voz baja aprovechando un instante de confidencialidad:
—¿Ama usted a su esposo, señora Tenniel?
Ella había respondido:
—Por supuesto.
Entonces el doctor Wilks frunció el ceño.
—Debes decirme la verdad. De lo contrario, no puedo ayudarte.
Ella había mirado fijamente a su resplandeciente escritorio encerado, y luego, de repente, las palabras simplemente salieron de su boca:
—No, no lo amo. Amaba a otro hombre, el mejor amigo de mi esposo. Murió en un accidente, una semana antes de casarse conmigo.
Duncan, alegre, cálido, como la vieja canción: Duncan, Duncan, tierno y verdadero. Podría haber evitado al torpe y aburrido Roger mucho más fácilmente. Y luego, dos años después de la muerte de Duncan, se había casado con Roger, ya que él siempre estaba cerca, y sobre todo porque podía hablar de Duncan con él. Un tipo de matrimonio incorrecto, todo incorrecto.
El doctor Wilks también lo había pensado.
—Es mejor que te separes —había sugerido.
—¿Pero cómo el hecho de no amar a Roger me hizo tener este sueño?
Ella había mirado la cara del doctor Wilks con aturdimiento y desconcierto.
—¿Por qué debería soñar siempre lo mismo simplemente por no amarlo? —insistió.
—Cuéntame el sueño de nuevo.
—Estoy parada en una sala. Hay una corriente de aire frío. Hay una luz de la noche encendida en un pequeño cristal cuenco, y lluvia cayendo por el cristal negro de la ventana. Estoy en camisón, hay sangre en mis pies descalzos; corre por el costado de mi vestido, goteando del extremo de un cuchillo que sostengo en mi mano derecha.
Entonces ella se detuvo y ocultó los ojos con los dedos enguantados.
Si se separaba de Roger, ¿quién la despertaría y la abrazaría cuando comenzara a temblar y llorar? El doctor Wilks creía que ya no tendría el sueño en ese caso, si estuvieran separados. ¿Pero cómo podría saberlo con seguridad?
—¡Tengo una idea! —Roger había estado fumando cigarrillos furiosamente a su lado, mientras ella se sentaba y temblaba—. Mis vacaciones empiezan la próxima semana. ¿Qué te parece si vamos a la casa que mi tía tiene en Maine? Ya sabes, donde tuvimos nuestra luna de miel. Ella no la usará este año. Sé que la arregló muy bien, y ese sol y aire libre te ayudarán a recuperarte.
—¡No!
Cada nervio de su cuerpo se había estremecido ante la sugerencia, había sido una luna de miel tan terrible, y Roger nunca sospechó que era un hombre muerto lo que ella deseaba a su lado.
—¿Por qué no? —plácidamente aplastó el cigarrillo—. Es tranquilo, pero será bueno por esa razón. Mejor que un hotel ruidoso. Llamaré a la tía mañana. Iremos allí.
Imposible discutir cuando él se aferraba a una idea; ella sabía que irían.
Días después, Roger arrojó los bolsos y sacudió sus grandes hombros. Se puso a accionar los interruptores de luz, y la pequeña habitación oblonga parpadeó de repente ante ellos, como sorprendida. La esposa de un granjero cercano la había limpiado. También había dejado un fuego encendido.
—Mi tía lo ha cambiado mucho, ¿verdad? ¿Qué dices?
Él la miro.
—Están muy bien los arreglos, Roger —respondió ella mecánicamente, extendiendo sus palmas hacia el calor del fuego. Incluso en el tren había soñado y despertado sofocada, en una litera que se sintió como un ataúd—. Vamos a llevar los bolsos... ¿Una escalera?
Ella se detuvo y golpeó ligeramente los escalones.
—La misma habitación de nuestra luna de miel. La que mira hacia la bahía. Pedí específicamente que la arreglaran.
Con cansancio, ella hizo las camas gemelas y puso en orden los nuevos muebles de la cabaña. Abajo, en la cocina, con un humor inusual y un gran ruido, Roger estaba preparando la cena. Desempacó las bolsas y colgó su ropa en un armario que olía a aire salado y ratones, luego fue a la ventana y miró hacia afuera. La noche se curvaba como una suave capucha; brillaban las estrellas, pequeñas velas en una gran habitación oscura. Pero nada le había parecido hermoso desde la muerte de Duncan. Era un mundo curiosamente vacío.
Roger la llamó, y ella llegó a la pequeña sala. Se detuvo al instante, mientras su corazón latía con fuerza, latidos falsos, y el aire se convertía en plomo dentro de sus pulmones.
Era una sala estrecha, revestida de madera fea y oscura, con una gran ventana abuhardillada al final. Debido a la buhardilla, sintió un extraño efecto de acercarse; era como un túnel que terminaba en los cristales negros salpicados de luz de estrellas. En una pequeña mesa a un lado había una luz nocturna en un recipiente de cristal, y debajo de sus pies una alfombra áspera y gruesa salpicada de rosas. La había visto muchas veces. Miró un momento más y sintió como si la oscuridad fuera de la ventana entrara en su cerebro. Luego corrió escaleras abajo.
Él estaba poniendo una mesita en la sala de estar.
—¡Roger! —ella gritó—. ¡Roger!
Él la miró sorprendido.
—¿Qué pasa ahora? —preguntó, con un tono malhumorado.
—Roger —se deslizó en una silla; la vida comenzaba a fluir en ella nuevamente—, debemos irnos de aquí. Inmediatamente. Esa sala de arriba, la sala…
Le puso una mano en el hombro y la sacudió un poco.
—Habla con sentido, Christy —dijo, irritado—. ¿Por qué debemos irnos de aquí? ¿Y qué hay con la sala?
Con un esfuerzo espasmódico, ella se controló.
—Roger, esa sala es la que veo en mi sueño. Siempre. No lo noté cuando cargamos las bolsas, pero la vi, justo ahora. Es la misma que veo en mi sueño —repitió—. Paneles oscuros, la misma ventana abuhardillada, la misma alfombra en el suelo.
—¿Eso es todo? —Se sentó frente a ella, tomó un trozo de jamón rosado del plato y lo masticó reflexivamente—: Te volverás loca si no tienes cuidado. No es más que un sueño.
—¿No entiendes que debemos irnos de aquí?
—¿Por qué?
—Porque en el sueño yo…
—¿Qué?
En silencio, ella le suplicó a los obstinados ojos azules al otro lado de la mesa.
—Por supuesto que nada —él se limpió los dedos grasientos en el borde de una servilleta—. Pruébalo. El jamón está bueno.
—¡Roger!
Puso una rodaja de carne en su plato, y colocó la ensalada junto a él, su gruesa boca se cerró en bocado bestial.
—Si crees que he pagado esas tarifas de tren por nada, solo para rendirme al capricho de una mujer tonta, estás muy equivocada. Ahora estamos aquí, y para quedarnos hasta que mis vacaciones hayan terminado.
Devoró una papa con una mirada de profundo deleite.
—Roger…
Ella lo miró fijamente; se sentía fría y asustada.
Aunque esa noche lo esperaba, aunque se fue a la cama con la mente abierta para recibirlo, el sueño no apareció. Y clara noche tras clara noche cayó con sus estrellas en el día y nunca lo hizo.
—Ya ves —dijo Roger complacientemente, la noche antes de que se fueran; casi dos semanas habían pasado, sin problemas, lo suficientemente feliz—. ¿Qué te dije?
Él estaba de pie junto a la pequeña mesa en el comedor, afilando un cuchillo con movimientos rápidos, hacia abajo y hacia arriba.
—Todo lo que necesitabas era alejarte de la ciudad. Aire fresco, ejercicio, sol, curan cualquier cosa. Mira este cuchillo, ¿no es una belleza? Si me lo llevo a casa, la tía nunca lo echará de menos.
—¿Dónde lo encontraste?
—En el ático —giró hacia ella; la hoja brillante y lisa apareció a la vista, y el hermoso mango tallado—. Estaba todo oxidado, pero ahora está limpio. Buen acero.
Sus ojos se esforzaban, dolían bajo la delicada piel de sus párpados; su aliento salió en un jadeo. Debajo de ella, las rodillas se aflojaron como una masa deshuesada.
—Roger —gimió—, lo he visto antes.
Se apoyó contra la pared para apoyarse, su mirada aún sostenía la larga y curva línea de metal; toda la luz en la habitación parecía fluir hacia ella desde el acero brillante.
Él soltó la hoja, tomó un vaso de agua de la mesa y se lo llevó a la boca.
—¿Qué pasa?
Sus rasgos pesados se agudizaron con desconcierto. Tomó un sorbo de agua fría, luego apartó el vaso.
—Oh, créeme —rogó ella, apretando una mano sobre su brazo—. Ese cuchillo, es el que veo en mi sueño, excepto... Excepto que la sangre corre por el acero, goteando, extendiéndose en un pequeño charco sobre la alfombra rosa estampada.
Mientras lo miraba, con un terror helado en los dedos, en su pecho, se dio cuenta de que la lluvia comenzaba a caer afuera, en la oscuridad. Las primeras gotas tocaron los cristales como plumas suaves y húmedas.
—Debemos irnos ahora —dijo ella—, esta noche.
Vio que sus ojos brillaban de ira. Tomó la pequeña piedra de afilar y el cuchillo; la hoja emitió un sonido débil y estridente, cada vez más rápido a medida que la velocidad de sus golpes aumentaron.
—No. Semejante alboroto por un sueño.
Ella era una ola golpeando contra la roca, y lo sabía.
—Duncan me habría escuchado. Duncan habría sido paciente, amable, no como tú.
Se deslizó en una silla y dejó caer la cara sobre sus manos frías. ¿Dónde estaba Duncan? Ido más allá del alcance y el tacto, perdido en un mundo sin luz.
Oyó los pasos de su esposo que se acercaban débilmente hacia ella; sus ojos, mientras levantaba la cabeza, descansaron nuevamente en el cuchillo que él todavía sostenía en sus dedos romos.
—Voy a decirte algo —dijo él bruscamente.
Una malicia sombría vibró en sus palabras, estaba enojado.
—Todavía piensas en él, ¿verdad? Aún sigues amándolo. Solo fui el segundo mejor. Duncan habría sido el amante perfecto, paciente, amable, no como yo —colocó el cuchillo sobre la mesa—. Te diré lo que me dijo unos días antes de que lo mataran.
Ella esperó, su corazón se vació en una aprensión temblorosa. No podía tocar su recuerdo de Duncan, no podía lastimarlo, ¿verdad?
—Él dijo —Se inclinó hacia ella, con el rostro cegado por los celos de un hombre muerto— que deseaba librarse de su compromiso contigo, dijo que estaba cansado de ti.
Ella se levantó torpemente. Había olvidado el sueño; había olvidado todo menos sus palabras. ¿Pero era verdad? A menudo, Roger le había mentido. Pero, ¿y si no fuera una mentira?
Se quedó allí, comenzando a verse a sí misma como una tonta descartada por Duncan. Dentro de su cráneo, un pequeño dolor agudo parpadeó.
En el tembloroso silencio de la habitación, brotó la risa conciliadora de Roger.
—Olvidémoslo todo —dijo—, el sueño y Duncan. Él está muerto; y eso no cambiará. Ahora comeremos y luego nos acostaremos temprano y dormiremos bien. Una buena noche de sueño es lo que necesitamos
.
Al final de la ventana trasera de la sala, la lluvia caía con un sonido salvaje y chorreante. En las regiones oscuras de la inconsciencia, el ruido se intensificó, junto con el chirrido del viento. Los ojos de Christy, a pesar de que habían estado mirando fijamente durante muchos minutos, realmente comenzaron a ver en la oscuridad. Ella levantó la cabeza y miró a su alrededor, con una extraña sensación de dolor y sufrimiento.
Primero vio la ventana; parecía moverse ligeramente bajo la presión de la lluvia que fluía más allá.
—He visto todo esto antes —pensó.
Luego, su mirada fría y estupefacta cayó a la luz de la noche, parpadeando un poco en su pequeño recipiente de cristal. Dentro de la casa había una quietud espesa y petrificada que inquietaba sus oídos.
—¿Dónde está Roger? —se preguntó, tocando su mano izquierda con la cabeza, donde permanecía sobre el dolor punzante bajo los húmedos rizos sudorosos. Siempre en la noche su ronca y asmática respiración había estado en algún lugar cerca de ella—. ¿Dónde estoy ahora?
Justo debajo de la franja de vacío que ocultaba su mente había un significado terrible; era como el viento que rodeaba la casa: ahora se acercaba con un salto, ahora giraba en la distancia.
Algo le tocó el pie descalzo, una roce suave y frío, y otro.
—El techo tiene goteras —pensó con dulzura.
Miró su tobillo desnudo, su largo pie blanco. Ahora no del todo blanco, ya que sobre él se extendían pequeños círculos rojos, goteando del cuchillo que sostenía torpemente en su mano.
Podía sentir la piel arrastrándose sobre su cráneo, su boca se ensanchó en silencio, mientras sus ojos miraban al cuchillo. La hoja ya no brillaba; estaba resbaladiza, mojada, la mancha roja brillante corría por su muñeca; bajo su vestido de noche, sobre su muslo, hasta terminar en un chapoteo oscuro.
Ella cayó de rodillas. Podía oír el viento y la lluvia. Dentro de su cabeza sus pensamientos se quebraron. Estaba sola con la casa silenciosa. El sueño se hizo realidad.
Loretta Burrough (¿?)
(Traducido al español por Sebastián Beringheli para El Espejo Gótico)
Relatos góticos. I Relatos de Loretta Burrough.
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