En el Metro: el horror subterráneo de lo reprimido


En el Metro: el horror subterráneo de lo reprimido.




La primera asociación que uno hace entre el Metro —o Subterráneo—, y el horror, es aquella teoría de Sigmund Freud acerca de lo familiar, incluso lo doméstico, que repentinamente se torna en algo inquietante (Freud, el Hombre de Arena, y una teoría sobre el Horror). ¿Y qué mejor lugar que el Metro para encontrar esa combinación entre lo familiar y lo desconocido? Después de todo, la mayoría de nosotros viajamos en subterráneo, pero nuestra visión de aquellos túneles oscuros es parcial, incompleta, y, sobre todo, fugaz.

Esta es, decíamos, una asociación casi condicionada, pero el Metro en la ficción es más complejo que eso.

Lo extraño en la ficción a menudo encuentra su forma de expresión más simple en el pasado, el presente y el futuro, pero las mejores historias, al menos para mí, son aquellas que se desarrollan en ese inevitable punto de transición donde parte del futuro ya se vislumbra en el hoy, y donde el pasado no es completamente un recuerdo, sino todavía algo vívido. El Metro es un espacio donde esa transición se hace claramente visible.

Pocos espacios comunes son tan mundanos, incuso tan ordinarios para el ciudadano de las grandes ciudades, como el Metro. Viajar en subte forma parte del tejido de la vida diaria; y, mientras funcione, la mayoría de nosotros no le prestaremos demasiada atención. Es recién cuando uno se detiene a pensar que está viajando en un gusano de metal que se mueve bajo tierra cuando las cosas pueden ponerse más extrañas.

Lo familiar —o heimlich, en términos freudianos— y lo siniestrounheimlich— está representado en el interior de los vagones bien ilumimados, en los andenes que conocemos perfectamente, y la oscuridad que presiona contra las ventanas en el exterior.

Algunos de nosotros, aquellos que probablemente hayamos leído demasiados relatos de terror, acaso especulemos durante el viaje sobre lo que acecha más allá del cristal, en los túneles. A un sujeto absorbido por sus actualizaciones de Instagram tal vez le sorprenda que unos rostros blancos, deformes, presionasen repentinamente contra las ventanas del Metro; pero no a nosotros, que ya evaluábamos seriamente esa posibilidad.

Cuando nos adentramos en el mundo del Metro realizamos una especie de descenso hacia el Sótano Arquetípico (ver: Georgie vs. Pennywise: el sótano arquetípico), una especie de miedo primitivo, elemental, por las cuevas, catacumbas, miedo a perderse en la oscuridad y encontrar cosas que no deberían estar allí (ver: Lo Subterráneo en la ficción). Sin embargo, la frecuentación con el Metro nos permite reprimir ese instinto natural. Después de todo, el propio Metro, sus vagones iluminados, su fortaleza de acero, actúa como una barrera entre nosotros y cualquier cosa que pueda acechar allí abajo.

¿Pero qué tal si, algún día, hordas de personas esqueléticas, pálidas, saliesen de repente de los túneles del Metro para alimentarse de los privilegiados que viven en la superficie?

Bueno, hay que decir que eso ya ocurrió en 1939, en las páginas del relato de Robert Barbour Johnson: Bien abajo (Far Below), publicado en la edición de junio-julio de ese año de Weird Tales.

Bien abajo desafía esa convicción infantil en el poder de la modernidad, esa certeza absurda de que nada malo podría ocurrirnos en un túnel oscuro, a muchos metros de profundidad.

Un grupo de personas famélicas que emergen del Metro de Nueva York para buscar comida (aunque se trate de carne humana) podría ser un motivo innovador incluso hoy, por eso el cuento de Robert Barbour Johnson se mueve dentro de esa transición de la que hablábamos antes. Funcionó en 1939, y funciona perfectamente hoy.

Hablando de asociaciones condicionadas, esta idea acerca de personas hambrientas que salen del subte para devorar lo que sea, rápidamente despierta la noción de que existe algún tipo de crítica social allí; que lo reprimido por la sociedad son básicamente personas, deshumanizadas, tanto que parecen zombis o ghouls, pero seres humanos después de todo (ver: El Marxismo en el Horror: los pobres siempre mueren primero).

Bien abajo revela que las autoridades de Nueva York están al tanto de estas criaturas subterráneas, y que esa información se mantiene oculta al público, sobre todo a los que habitualmente toman el metro. ¿Por qué? Bueno, estas criaturas son muy desagradables, y su visión acaso lleve a cuestionar al ciudadano promedio sobre las consecuencias de su consumismo desmesurado.

Pero, ¿quiénes son estas criaturas de las profundidades del metro?

¿Acaso son aquellos desposeídos que no lograron recuperarse de la Gran Depresión del '30, horriblemente mutilados por la oscuridad?

No lo sabemos. No hablan, o mejor dicho, únicamente emiten sonidos guturales, inarticulados, como sin dudas le habría sonado el español a un conspicuo nativo de Nueva York. De hecho, lo poco que logran decir en inglés se parece demasiado al balbuceo de un inmigrante que intenta hacerse entender.

Ahora bien, el propio Lovecraft es mencionado como una autoridad sobre el tema de estas criaturas; justo él, que tanto se ocupó de seres subterráneos infames, pero que también fue uno de los pobres que hubiesen causado incomodidad al ciudadano acomodado.

Uno de los principales puntos de interés de Bien abajo es la forma en la cual el subte es en sí mismo un espacio familiar como extraño a la vez. Lo familiar, naturalmente, es todo el sistema del metro, que de repente se vuelve inquietante cuando estas criaturas se acercan demasiado (ver: El Horror siempre viene desde el Sótano). Podemos pensar en una versión modesta de esa inquietud, aunque reducida a una incomodidad burguesa, cuando un pordiosero, o alguien que vende artículos completamente inútiles en el metro, se nos acerca demasiado.

De repente, el metro se transforma de algo familiar a un espacio de preocupación, en el caso de los pordioseros, atenuado, pero aterrador si ese mismo individuo decidiera, por ejemplo, mordernos.

Bien abajo posee detalles futuristas que, desde nuestra perspectiva, no constituyen un verdadero asombro, como por ejempo aquel dispositivo que rastrea el movimiento de todos los trenes en la red del metro, algo que no existía en 1939 y que hoy no consideraríamos como algo notable (ver: Las nuevas tecnologías en la mecánica del Horror). Dentro del marco del relato es un dispositivo nuevo y emocionante, sobre todo por la razón por la cual ha sido desarrollado.

Las autoridades monitorean el andar de los trenes, no para mejorar la seguridad, evitar choques o solucionar averías, sino por Ellos, estas criaturas misteriosas, inexplicables, que habitan en los túneles, e incluso debajo de ellos. Parece sensato, pero cuando nos enteramos que estas criaturas existen desde tiempos inmemoriales, uno se ve obligado a reconsiderar la situación.

Es decir que Bien abajo no es un relato sobre esta gente topo, sino más bien sobre cómo las personas responden ante lo que perciben como una amenaza.

La estructura y el orden social, representados en el Metro, son desafiados por algo que no puede explicarse, y que por lo tanto debe ser eliminado; o al menos mantenido en el ámbito de lo subterráneo, de lo reprimido (ver: Horror Uterino: descenso hacia el inconsciente colectivo).

Y así como nuestro subconsciente recibe los impulsos reprimidos de la psique, también el organismo social emplea a una serie de individuos para mantener a las criaturas en lo profundo de los túneles, lejos de la superficie.

A pesar de que Craig, el protagonista, posee un gran conocimiento sobre las criaturas, jamás parece haber intentado relacionarse con ellas de forma significativa. Es como si las autoridades tuviesen miedo de lo que estos seres podrían hacer, más de lo que han hecho realmente, que no ha sido más que defender su territorio.

A medida que transcurre la historia queda claro que Craig está volviéndose loco, y que esa locura está asociada al hecho de que está convirtiéndose en uno de ellos; lo cual sugiere una dinámica completamente diferente en la conformación de estas criaturas. Quizás el miedo de Craig esté siendo alimentado por su transformación. Por algún motivo, parece incapaz de liberarse de ciertas ideas recurrentes que considera perfectamente aceptables, como bloquear túneles e inundarlos con gas venenoso para matar a las criaturas.

Incidentalmente descubrimos que las criaturas han estado siempre en la zona. Los nativos americanos los conocieron, y mantuvieron algún tipo de relación ceremonial con ellos. Todo parece indicar que la relación era antagónica, pero negociable. Es desde la llegada del hombre blanco —de la civilización occidental— que la relación con las criaturas se transformó en algo puramente conflictivo.

En otras palabras, Craig parece reconocer que las criaturas son refugiados, conducidos a los márgenes más lejanos de la existencia, lo subterráneo, debido al miedo irracional que infunden por ser diferentes. Sin embargo, uno puede convertirse en uno de ellos... es decir, las criaturas son tanto familiares como extrañas.

¿Qué está pasando aquí?

¿Por qué inquieta el reconocimiento de que estas criaturas no sean tan diferentes de nosotros después de todo?

Craig explica que fueron empujadas a lo profundo mucho antes de que la civilización llegara al área de Manhattan, pero uno se pregunta por qué, y cómo su proximidad puede causar que personas como el propio Craig se transformen en uno de ellos, por biológicamente inverosímil que parezca.

El Metro, aquí, nos permite analizar cómo lidiamos con lo extraño. ¿Lo ignoramos o, por el contrario, intentamos reprimirlo, forzarlo bajo tierra? ¿Lo absorbemos o dejamos que nos absorba?

Sospecho que Lovecraft habría tenido una respuesta radical al respecto. En cuanto a mi, estoy seguro de que hay otras formas de abordar el tema, más allá de ignorarlo o de reprimirlo. Uno simplemente puede mirar a los ojos a las criaturas, comprar un artículo innecesario, pensar que el pordiosero, quizás, también se siente incómodo en nuestra cercanía.




Taller gótico. I Universo pulp.


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El artículo: En el Metro: el horror subterráneo de lo reprimido fue realizado por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com

1 comentarios:

Luciano dijo...

"El tren de carne de medianoche", de Clive Barker, se podría incluir en esta lista también.



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