Siento que hay alguien detrás mío.
Compartimos una nueva experiencia que llegó al Consultorio Paranormal de El Espejo Gótico.
***
Todo comenzó cuando me fui a vivir solo: un departamento de un ambiente, modesto pero ideal para mí. En las visitas previas no lo noté, pero al mudarme empecé a sentir que el lugar olía a humo. No hay problema, pensé, nada que una buena limpieza no pueda solucionar. Estaba equivocado.
Pasaron semanas y el olor persistía, más fuerte incluso en algunas ocasiones. No importó cuánto haya lavado o desinfectado el lugar, el olor a humo permanecía (ver: El olor de los ángeles, demonios, espíritus y fantasmas).
Pensé que probablemente la persona que vivía antes era un fumador empedernido, y que debido a eso había este fuerte olor a humo. Traté de no darle demasiada importancia hasta que comenzaron a ocurrir cosas extrañas.
Durante el día, las cosas caían al suelo, principalmente fotografías en las paredes. La luz del baño se encendía constantemente en medio de la noche, y el olor, Dios, se era como si alguien fumara en la puerta de mi habitación. Al principio me asusté, pero después de un tiempo me sentí molesto más que otra cosa.
Supongo que la tensión fue debilitándome, porque en ese entonces empecé a sentir un dolor punzante en la espalda, más precisamente entre los omóplatos. De algún modo sentía que no estaba solo en el departamento (ver: Experiencia aparicional: cuando sentimos que no estamos solos). Sentía que alguien me observaba todo el tiempo, y con hostilidad, para colmo (ver: Sentirse observado: ¿paranoia o fenómeno paranormal?). Pero lo peor de todo era esta tétrica sensación de que había alguien detrás mío.
Constantemente tenía que recoger fotos del suelo o reemplazar los vidrios de mis cuadros (pinto), o despertarme con las luces encendidas y tener ataques de tos por el olor a humo. Una imagen que caía continuamente era un dibujo de mi hermanita.
Aquí es cuando ella entra en la historia.
Mi hermanita tenía 11 años en ese entonces, y era la primera vez que me visitaba en mi departamento. Cuando atravesó la puerta no parecía estar atraída por nada en particular. De hecho, creo que ni siquiera miró a su alrededor, ni siquiera sus dibujos (que yo había colocado estratégicamente en una pared para halagarla), sino que se quedó mirándome fijamente, inmóvil.
En ese momento ella dijo:
—Hay un hombre detrás de ti.
La miré, luego miré detrás de mí (no una, sino dos veces). No había nadie ahí. Pero ella continuó diciendo:
—Hay un hombre detrás de ti. Y está enojado. Muy enojado.
—¿Cómo es? —le pregunté.
—Viejo. Flaco. Muy flaco. Te está golpeando en la espalda (ver: Espíritus que se "pegan" a las personas).
En ese momento sentí una verdadera punzada de dolor en medio de la espalda (ver: Cuando algo invisible te toca).
Estaba confundido por toda la situación, pero siempre fui una persona de mente abierta, de forma que no descarté lo que me había dicho mi hermana.
Esa noche, ya solo, recorrí el departamento diciendo: Por favor, déjame en paz, esta ya no es tu casa, para ver si eso lograba algún efecto. No lo hizo. Tenía que averiguar quién era el dueño anterior y cómo era.
Para entonces ya conocía a varios vecinos, y uno en particular tuvo la amabilidad de informarme sobre quién había vivido allí antes. Al parecer era un hombre mayor, viudo, que falleció en el departamento. Llevaba muerto más de una semana cuando lo encontraron.
Según me contó mi vecino, el viejo era un tipo reservado, bastante agresivo, que casi no cambiaba una palabra con nadie. Era un gran fumador.
En esa época consulté con El Espejo Gótico. Leí algunos artículos que explicaban que mover objetos era una forma habitual en la que un espíritu trata de llamar la atención (ver: Un espíritu está tratando de comunicarse conmigo), o directamente comunicarse con los demás; y que algunas entidades pueden dejar un aroma particular, un olor que los identifica (ver: Entidades que se manifiestan a través del olor).
Siguiendo sus consejos realicé un trabajo de limpieza espiritual en el departamento, con algunas reservas, debo admitir, pero el resultado fue inmediato.
Los fenómenos cesaron, todos ellos, salvo uno que continuó sucediendo pero que no había ocurrido antes. Comencé a escuchar una serie de golpes apagados, lejanos, que bien podría haber tomado como algo completamente ajeno a las manifestaciones que había experimentado si no fuera por lo que sucedió poco tiempo después (ver: Algo golpea la puerta de mi habitación).
Un pequeño salto temporal aquí.
Durante dos semanas después de la limpieza, aproximadamente, no experimenté nada nuevo. El olor a humo había desaparecido, los objetos dejaron de caer al suelo, las luces ya no se encendían solas; y lo más importante de todo: el dolor de espalda había desaparecido.
Lo único extraño que sentí por entonces era una especie de zumbido en los oídos, nada demasiado fuerte, solo molesto, como un latido, pero esto no ocurría todo el tiempo. Pensé que quizás había quedado algo de energía residual en el ambiente o algo así (ver: Espíritus y «ambientes cargados»)
Perfecto, entonces todo iba bien, pero necesitaba una confirmación más precisa. Así que decidí recurrir a mi detector de fantasmas personal: mi hermanita.
Costó convencerla para que regrese al departamento. ¡Vaya que costó! Tuve que hacerle un sinfín de promesas, y asegurarle que el fantasma, o lo que sea que haya sido, ya se había ido.
Finalmente aceptó.
Un viernes fui a buscarla a la escuela, y fuimos hasta mi casa. Subimos los dos pisos por la escalera, y cuando doblamos por el pasillo ella se quedó paralizada de nuevo, como la primera vez.
Me soltó la mano de un tirón y se llevó las suyas para taparse las orejas, como si estuviese oyendo un ruido ensordecedor (ver: Cuando los niños ven fantasmas).
—¿Qué pasa? —pregunté.
Se llevó el dedo índice a los labios para indicarme que haga siencio.
Pasaron unos minutos, no sé cuántos, pero pocos; ella mirando fijo la puerta de entrada al departamento, y yo mirándola a ella.
Finalmente se sacó las manos de las orejas. En ese instante, curiosamente, el zumbido en mis oídos desapareció.
—¿Qué pasó? —susurré.
El olor a humo en el pasillo era notorio.
—Está ahí. El viejo. —dijo en voz baja—. Está enojado porque no puede entrar. Golpea la puerta, pero se agita y tiene que descansar. Ahí empieza de nuevo.
Mi hermana se tapó las orejas otra vez, y de nuevo empecé a sentir el zumbido en los oídos, como un latido.
Creo que no hace falta agregar que ese día no entramos a mi departamento. De hecho, pasó una semana hasta que me atreví a regresar.
Durante un tiempo seguí experimentando este zumbido, pero repetí el ritual de limpieza, esta vez trabajando sobre todos los espacios comunes del edificio (con mucha discreción, para que no me encerraran en un manicomio o algo así), y los fenómenos dejaron de suceder de inmediato.
Espero que mi experiencia les sirva a otros que estén pasando lo mismo, o por algo parecido. Un gran saludo a todos los que hacen y leen El Espejo Gótico.
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Consultorio paranormal. I Fenómenos paranormales.
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