Los 6 varones en la vida de Afrodita


Los 6 varones en la vida de Afrodita.




Los dioses de la mitología griega sufren por amor como cualquier mortal. Incluso Afrodita, la diosa del amor, conoció tanto el éxtasis de romances fulminantes como las hondas depresiones que suceden tras el desengaño.

Lo interesante de este panteón es que, al igual que los mortales, los dioses aman, sufren y luego se rehacen para seguir adelante; a veces con heridas, desde luego.

Afrodita es la diosa del amor, pero en un sentido que nada tiene que ver con el amor romántico, subproducto sublimado del amor cristiano; sino más bien del amor ligado al deseo, a la belleza, a lo sensorial. En otras palabras: Afrodita es la diosa de ese perfil del amor que se disfruta con el cuerpo sin excluir al alma.

Tal vez por eso las sacerdotizas de Afrodita, conocidas como Hieródulas, practicaban un culto donde el sexo era una parte esencial para alcanzar la comunión con la diosa. Los besos, las caricias, el acto de comer y beber del otro conformaban la hostia de la eucaristía del amor.

Ahora bien, los cargos y los títulos aristocráticos están muy bien, como por ejemplo reinar sobre el amor; sin embargo, nadie podría atribuirse el gobierno absoluto sobre este sentimiento sin haber sufrido alguna vez por amor.

Y vaya que Afrodita sufrió.

Y vaya que hizo sufrir.

A lo largo de su extraordinaria historia, Afrodita se entregó en cuerpo y alma a seis varones; cuatro dioses y dos mortales. Repasemos brevemente aquellas aventuras.


4 dioses que tomaron a Afrodita:


Hefesto:

Si bien los dioses del Olimpo a menudo se entregaban con voluntarismo a las relaciones ocasionales, las buenas costumbres exigían que todos estuviesen formalmente casados. Hefesto era, además de un artesano colosal, el marido oficial de Afrodita.

Esto le daba ciertos derechos sobre ella, pero sobre todo obligaciones. Legalmente ningún otro varón podía tomar a Afrodita, regla que probó su ineficacia muy rápido; y en parte debido a un tremendo error estratégico del propio Hefesto.

Afrodita poseía dones innatos y era casi imposible que un hombre no se sintiera atraído por ella. No obstante, Hefesto decidió que podía elevar aún más su grado de perfección, y construyó para su esposa una magnífica joyería, entre ella, un cinturón que resaltaba hasta lo inconcebible sus atributos.

Con el tiempo, el cinturón de Afrodita se transformó en un emblema de seducción, probablemente porque su uso hacía que hasta los dioses más aplomados o dedicados a otros menesteres pusieran el ojo sobre ella.


Ares:

Se dice que fue Helios, el dios sol, quien espió al dios de la guerra, Ares, acostándose con Afrodita en la habitación que compartía con su esposo, Hefesto.

Helios le reveló este engaño a Hefesto, que si bien era un tipo confiado, también era astuto cuando su confianza era traicionada.

En secreto, Hefesto dispuso una trampa metálica sobre el lecho nupcial, capaz de inmovilizar incluso a los dioses. De este modo atrapó a Ares y Afrodita en pleno desenfreno. Acto seguido convocó a los dioses más importantes del Olimpo para que fuesen testigos de semejante adulterio. A las diosas, comenta Ovidio, se las excluyó de este rol de testigos para proteger su pudor.

No obstante, los dioses no reaccionaron del modo que Hefesto había imaginado. La belleza de Afrodita era tal que muchos aseguraron que cambiarían de lugar con Ares sin ningún problema. Poseidón, sin embargo, fue obligado por Zeus a devolver a Hefesto la dote que había pagado por su infiel esposa.

Ares huyó entonces a Tracia, su hogar. Para muchos, los encuentros clandestinos con Afrodita no cesaron, e incluso habrían sido la causa para que el dios de la guerra, que había prometido lealtad a Hera, luchase en favor de los troyanos durante el sitio.


Dioniso:

El caso de Dioniso es extraño y muy poco comentado, quizás porque se trataba del bisnieto de Afrodita, lo cual convertía sus encuentros amorosos en una clase particularmente abominable de incesto.

Poco y nada se sabe sobre aquella relación. Dioniso no cultivaba el perfil de varón que tanto excitaba a Afrodita; todo lo contrario, era más femenino en sus formas y en su trato que muchas diosas del Olimpo.


Hermes:

Hermes, mensajero de los dioses, patrono de los ladrones y los pata de lana, obtuvo el ansiado acceso a la lubricidad de Afrodita más por astucia que por méritos físicos.

Aquel amor dio sus frutos: Hermafrodito, que literalmente significa «Hermes-Afrodita», transformado luego en una fusión perfecta de varón y hembra cuando los dioses le concedieron a la ninfa Salmacis su insensato deseo de no separarse jamás de él.


2 mortales que tomaron a Afrodita:


Anquises:

Anquises aparece en los mitos como un pobre pastor con linaje real. Se dice que Afrodita lo vio en el monte Ida mientras el muchacho apacentaba sus rebaños. Quedó tan impresionada por su belleza que descendió sobre la tierra y se unió a él con tanto deseo y pasión que incluso llegarían a concebir a un personaje central de los mitos griegos: Eneas.


Adonis:

Probablemente el gran amor de Afrodita, aunque su nacimiento se dio por casualidad.

Cierto día, cuenta la leyenda, Afrodita jugaba con su hijo, Cupido, cuando accidentalmente se hirió con una de sus flechas.

La herida aún no había sanado por completo cuando las Moiras, las diosas del destino, decidieron que ése era el momento indicado para que Afrodita se encontrara con Adonis, un joven y apuesto cazador de vida más bien peregrina.

Afrodita se enamoró inmediatamente de él.

Repentinamente dejó de vagar por sus lugares favoritos: Pafos, Cnido y Amathos; incluso se ausentó durante un tiempo del Olimpo y sus opíparos banquetes de ambrosía.

Afrodita llegó a preferir la compañía de Adonis sobre cualquier otra actividad. En secreto seguía el rastro de su amante y adoraba su sombra como si fuesen jirones oscuros del alma inconmensurable de Zeus.

Ella, que sólo deseaba acostarse bajo los árboles sin otra preocupación que cuidar de sus encantos, vagaba ahora por los bosques vestida como Artemisa, la cazadora, llamando a sus perros, matando liebres y venados, aunque manteniéndose prudentemente alejada de lobos, osos, y otras fieras enemigas de los rebaños.

Pero el orgulloso Adonis jamás tembló ante la presencia de los terribles animales que habitaban por entonces en Grecia.

Adonis era demasiado altivo para escuchar consejos de Afrodita. Cierto día, sus perros lograron sacar a un jabalí de su guarida, el joven arrojó el venablo e hirió al animal en las costillas. Pero la feroz bestia consiguió arrancarse el arma con los dientes y se lanzó en persecución del joven cazador.

Adonis corrió veloz como los vientos del Parnaso, sin embargo, su destino estaba escrito: el jabalí le dio alcance, hundió sus colmillos en el estómago del joven y lo dejó moribundo sobre los pastos.

Afrodita, montada en su carro celestial tirado por cisnes, iba camino a Chipre cuando oyó los lamentos de Adonis viajando en alas del viento, y a toda velocidad torció su rumbo hacia el oeste.

Desde la altura divisó el cuerpo sin vida de Adonis, quebrado y bañado en sangre. Descendió, desesperada, y se inclinó junto a él.

El espíritu de Adonis había abandonado su templo.

Afrodita acarició la piel fría y ausente, y lloró como ninguna diosa había llorado.

Finalmente, Afrodita se puso de pie, y con la terrible melodía de su voz le reprochó a las Moiras:

—Vuestra victoria no será completa. El recuerdo de mi dolor perdurará, y mis lamentos se escucharán hasta el fin del mundo. Tu efímera sangre mortal será eterna, Adonis, delicada, renaciendo perpetuamente, como una flor.

Y diciendo esto besó las heridas de Adonis, que ondularon como las aguas de un estanque cuando las acaricia el rocío.

De allí nació una flor, púrpura como la aurora, pero de corta vida. Se dice que Afrodita aún clama por Adonis desde los cielos, y que su voz se alza una vez al año, viajando con el viento y acariciando los pétalos de su amante, invitándolo a despertar.

Por eso a esta flor se la llama anémona, que en griego significa «flor del viento».




Mitos griegos: mitología griega. I Historias de amor de la mitología.


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