Lo que calla el soldadito


Lo que calla el soldadito.




Anochecía.

El soldado regresó justo a la hora de la cena.

La guerra había sido larga, cruda y atravesada por indecibles horrores. Muchos hombres habían caído; buenos hombres, leales, valientes.

No quería hablar sobre ellos. Su madre —todas las madres— prefería seguir el sutil rito de la ignorancia. ¿Qué podría relatarle? ¿Sobre los cuerpos mutilados de sus compañeros? ¿Sobre sus propias heridas? ¿Sobre sus enemigos? ¿Acaso algún soldado podría sentarse frente a su madre y explicarle, sí, que el mal realmente existe, que nos acecha?

Pero ahora estaba en casa, a salvo, en la cocina tibia que olía a flores y delantales viejos.

El soldado resolvió callar, por sabia piedad, acerca de los horrores que había vivido. Nada dijo sobre cuántos había matado, cuántos de esos enemigos parecían transformarse repentinamente en monstruos, en vampiros, en zombis.

La madre del soldado lo observó con incredulidad. Su hermanito, apenas un bebé, con los ojos inyectados de muda admiración, le sonrió.

En silencio, la madre sirvió la comida.

El soldado se sentó, con el rostro surcado por el cansancio, dejó sobre la mesa su pistola de juguete y comió todos sus vegetales.




Egosofía: filosofía del Yo. I Relatos góticos.


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1 comentarios:

Unknown dijo...

Me tomo por sorpresa él final, no esperaba que fuese un niño regresando de jugar 😂😂



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