«Cruz de fuego»: Lester del Rey; relato y análisis.


«Cruz de fuego»: Lester del Rey; relato y análisis.




Cruz de fuego (Cross of Fire) es un relato de vampiros del escritor norteamericano Lester del Rey (1915-1993), publicado originalmente en la edición de mayo de 1939 de la revista Weird Tales.

Cruz de fuego, quizás uno de los cuentos de Lester del Rey más interesantes, se aleja progresivamente de la estructura tradicional del relato de vampiros y abre un camino lleno de nuevas posibilidades para estos entrañables chupasangres. Cruz de fuego relata la historia de un hombre que despierta con amnesia, y a medida que progresa la historia va recuperando el recuerdo de las extrañas circunstancias en las que perdió la memoria.

No es caprichoso que esta extraña versión de los vampiros pertenezca a un autor como Lester del Rey, habituado no solo al asombro sino a la inversión de los paradigmas del relato de terror.




Cruz de fuego.
Cross of Fire, Lester del Rey (1915-1993)

¡Vaya chaparrón! ¿Es que no va a dejar de llover? Tengo las ropas empapadas y los miembros ateridos. Por lo menos ya no truena ni relampaguea. Es extraño. Desde que me he despertado no he visto un solo relámpago. Creo que caían rayos. No puedo recordar nada con claridad, pero estoy seguro de que había como una horquilla de luz en el cielo. No, no era eso; era como una cruz.

Es ridículo, por supuesto. Los relámpagos no pueden formar una cruz. Tal vez fue un sueño que tuve mientras yacía tumbado en el fango. Tampoco recuerdo cómo llegué allí. Tal vez me tendieron una emboscada para robarme y me dejaron allí hasta que la lluvia me hizo recobrar el sentido. Pero no me duele la cabeza, sino la espalda: es un dolor agudo y punzante en el hombro. No, no pueden haberme robado; todavía conservo mi anillo y el dinero que llevaba en el bolsillo.

Quisiera recordar lo que ha sucedido, pero mi cabeza se niega a pensar. Una parte de ella no desea recordar; ¿por qué razón? Allí... No; ha desaparecido otra vez. Tiene que haber sido otro sueño; tiene que haberlo sido. ¡Qué horror!

Ahora debo protegerme de la lluvia. Cuando llegue a casa encenderé un buen fuego y dejaré de pensar hasta que mi mente haya descansado. Ah, ya sé dónde cae mi casa. Puede que no sea tan horrible si sé eso...

Ya está. He encendido un buen fuego y he puesto mis ropas a secar. Tenía razón; esta es mi casa. Y yo soy Karl Hahrhöffer. Mañana preguntaré en el pueblo cómo llegué aquí. Los habitantes de Altdorf son amigos míos. ¡Altdorf! Cuando no intento pensar. algunas cosas vuelven a mi mente. Sí, mañana iré al pueblo. De todos modos, necesito comida y en la casa no hay provisiones.

¡No es extraño! Cuando llegué aquí estaba cerrada con clavos y tablas. Me llevó casi una hora forzar la puerta. Después, mis pies me guiaron al sótano, que no estaba cerrado. A veces, mis músculos saben más que mi cerebro, y otras veces me engañan. Tendrían que haberme hecho descender al sótano en vez de conducirme por la escalera a esta habitación.

Hay polvo y suciedad por todas partes, y los muebles parecen a punto de partirse en dos. Diríase que nadie ha vivido aquí desde hace un siglo. Tal vez haya estado ausente de Altdorf mucho tiempo, pero no puedo haber vivido lejos mientras sucedía todo esto. Debo encontrar un espejo. Tendría que haber uno en el rincón, pero ha desaparecido. No importa; un recipiente con agua servirá lo mismo.

¿Ni un espejo en la casa? Me gusta ver mi imagen reflejada: creía tener un rostro hermoso y aristocrático. He cambiado. Mi cara apenas ha envejecido, pero los ojos son inquisitivos, los labios finos y rojos, y hay un algo desagradable en mi expresión. Cuando sonrío, los músculos se curvan antes de comunicarme aquella arrogancia de antaño. A mi hermana Flämchen le encantaba mi sonrisa.

Tengo una reluciente herida roja en el hombro Como una quemadura. Tiene que haber sido el relámpago, después de todo. Tal vez fue esa cruz de fuego en el cielo. Creo recordarlo. Me golpeo con fuerza en la cabeza, y luego me dejó tendido en la tierra húmeda hasta que el frío me hizo revivir.

Pero eso no explica la condición de la casa, ni el paradero del viejo Fritz. Flämchen puede haberse casado y marchado, pero Fritz se hubiera quedado conmigo. Quizás me lo hubiera llevado conmigo a América, pero ¿qué se hizo de él? Sí, eso es, yo estaba por ir a América antes... antes de que algo sucediera. Debo de haber ido allí y permanecido en el país más tiempo del que me parece. En diez años pueden sucederle muchas cosas a una casa abandonada. Fritz era anciano. Me pregunto si lo sepultaría en América.

En Altdorf tal vez lo sepan. La lluvia ha cesado y ya se ven los colores de la aurora en el cielo. Pronto bajaré al pueblo. Pero ahora me está entrando sueño. No es de extrañar, con todo lo que he pasado. Subiré a descansar un rato antes de ir al pueblo. El sol saldrá dentro de unos minutos.

¡No! ¡Qué piernas más torpes! ¡A la izquierda! La derecha lleva al sótano, no al dormitorio. ¡Arriba! La cama no debe de estar en muy buenas condiciones ahora, pero las sábanas tendrían que haber resistido bien. Debería poder dormir en ella sin dificultad. Apenas puedo mantener abiertos los ojos para encontrarla...

Al parecer estaba más cansado de lo que pensaba, ya que vuelve a estar oscuro. El exceso de fatiga siempre produce pesadillas. Ahora se han desvanecido, como sucede con los sueños, pero a juzgar por la impresión que me han dejado, debieron de ser horribles. Y me he despertado con un hambre atroz.

Es una suerte que tenga los bolsillos repletos de dinero. Me llevaría demasiado tiempo ir a Edeldorf, donde está el banco Ahora no será necesario por un tiempo. Este dinero me resulta extraño, pero supongo que habrá cambiado la acuñación durante mi ausencia. ¿Cuánto tiempo he permanecido fuera del país?

El aire es frío y tenue después de la lluvia de ayer, pero no hay luna. Aborrezco las noches nubladas. Y parece que algo no marcha como es debido en el camino que lleva al pueblo Claro que puede haber cambiado, pero parece un cambio demasiado drástico para los diez años transcurridos.

¡Ah, Altdorf! Donde antes estaba la casa del burgomaestre, hay ahora un negocio con una extraña bomba delante de él. Es un poste de gasolina. Mi mente parece reconocer, y hasta esperar, muchas cosas que ni siquiera recuerdo haber visto antes. Observo cambios a mi alrededor, pero Altdorf no ha cambiado tanto como yo temía Allá está la taberna, más allá el colmado, y al final de la calle la tienda de vinos. ¡Excelente!

No, estaba equivocado. Altdorf no ha cambiado, pero la gente sí. No reconozco a nadie, y ellos me miran con cara de pocos amigos. ¡Pero si tendrían que reconocerme! Los chicos deberían correr en pos de mí pidiéndome caramelos. ¿Por qué se muestran atemorizados? Y esa anciana... ¿por qué grita y arrastra a los niños dentro de la casa cuando me ve pasar? ¿Por qué apagan las luces de las casas y las calles quedan desiertas cuando me aproximo? ¿Me habré convertido en un feroz delincuente durante mi estancia en América? No tengo ninguna propensión a delinquir. Me habrán confundido con otro; mi aspecto es ahora muy distinto.

El encargado de la tienda de comestibles me resulta vagamente familiar, pero es más joven y está ligeramente cambiado en relación con el que yo recuerdo. Un hermano, tal vez.

—¡No escapes, imbécil! No te haré daño. Sólo quiero comprar unas legumbres y provisiones. Veamos. No, carne no. No soy un ladrón; te pagaré. ¿Ves? Tengo dinero.

Está pálido y le tiemblan las manos. ¿Por qué se quedará mirándome así habiéndole pedido cosas tan corrientes?

—...Es para mí, claro. ¿Para quién si no? Tengo la despensa vacía. Sí, eso me vendrá muy bien.

Si dejara de temblar. ¿No tiene otra cosa que hacer más que volver la mirada furtivamente hacia esa puerta? Ahora me da la espalda y se lleva las manos al rostro, como si se persignara. ¿Pensará que uno vende su alma al diablo por haber estado en América?

—No, ésa no, tendero. Tiene el color rojo más nauseabundo que he visto en mi vida. Un poco de café, mantequilla y azúcar, y... sí, póngame un trozo de embutido y otro poco de esa longaniza, pero no me dé la parte magra..., prefiero la grasa. ¿Que si quiero embutido de sangre? ¡Vaya idea! Claro que no. Sí, la llevaré yo mismo si el chico está enfermo. Pero hasta mi casa hay un buen trecho. ¿Podría usted prestarme esta carretilla? Se la devolveré mañana... Muy bien; la compraré.

—¿Cuánto le debo? Quiero pagarlo, entiéndalo. Esto debería bastar, ya que no quiere decirme el precio. ¿Es que tengo que tirárselo a la cara? Está bien, lo dejaré sobre el mostrador. Sí, puede usted irse.

¿Por qué echa a correr ese imbécil, como si yo tuviera la peste? Sí, eso debe ser. Es muy natural que me eviten, si piensan que tengo una enfermedad contagiosa. Pero de haber estado enfermo no podría haber venido solo aquí. No, no consigo explicármelo.

Ahora le toca el turno al de la tienda de vinos. Es un hombre joven, muy pagado de sí mismo. Tal vez se comporte como una persona sensata. Por lo menos no corre, aunque palidece.

—Sí; vino, por favor.

No se sorprende tanto como el colmadero. Diríase que es más normal pedir vino que provisiones. Qué raro.

—No; Riesling blanco, no tinto. Y tokai. Sí; esa marca está bien. si no tiene la otra. Y un poco de coñac. Hace tanto frío por las noches... Su dinero... Muy bien.

No rechaza el dinero ni vacila en cobrarme el doble, pero lo recoge con un gesto de vacilación y deja caer el cambio en mi mano sin contarlo. Tiene que haber algo en mi apariencia que ayer noche el agua no reflejó. Se queda mirándome fijamente mientras me marcho tirando del carretón. La próxima vez compraré un buen espejo, pero por hoy ya he tenido bastante de este pueblo...

Otra vez de noche. Esta mañana me acosté antes de que saliera el sol, esperando dormir un poco antes de recorrer la casa, pero cuando me desperté reinaba nuevamente la oscuridad. Bueno, tengo velas en cantidad suficiente. Poco importa que inspeccione el lugar de día o de noche.

Pese a tener buen apetito, me cuesta un verdadero esfuerzo tragar la comida; le encuentro un sabor extraño, como si no hubiera comido en mucho tiempo. Pero es muy lógico: debo suponer que en América los alimentos no serían los mismos. Empiezo a creer que he estado ausente más de lo que pensaba. Sin embargo, el vino es bueno. Siento como si corriera nueva vida por mis venas.

El vino despeja la sensación de extrañeza que me acecha luego de las pesadillas. Confiaba en no soñar esta vez, pero en cambio fueron aún más intensas. Algunas las recuerdo a medias. En un sueño aparecía Flämchen; Fritz en varios.

Sin duda, todo se debe al hecho de estar de nuevo en este caserón, y como tiene ese aspecto tan siniestro, Fritz y Flämchen se me aparecieron en sueños con horribles disfraces.

Examinemos la casa. Primero el altillo, luego el sótano. El resto ya lo he visto, y casi no ha sufrido cambios, salvo en su anacrónica y vetusta apariencia. Tal vez las buhardillas sigan igual, aunque la curiosidad y la falta de ocupación me impulsen a verlo.

Los peldaños deberían estar bien asentados, pero la escalerilla cruje demasiado para aventurarme a subir por ella. Aunque parece bastante sólida, pese a todo. Ahora la trampilla. Ah. se abre con facilidad. Pero, ¿qué olor es ése? Ajo, o el vestigio del ajo consumido por la edad. El lugar apesta; por todas partes hay pequeñas cabezas de ajo resecas.

Alguien ha vivido una vez aquí. Hay una cama y una mesa y unos platos sucios. Restos de comida. Y aquel viejo sombrero es el que Fritz usaba siempre. La cruz en la pared y la Biblia sobre la mesa eran de Flämchen. Mi hermana y Fritz se habrán encerrado aquí después de mi partida. Más misterios aún. Si ello es así, es posible que murieran aquí. Los del pueblo deben saber qué ha sido de ellos. Tal vez alguien quiera decírmelo. Quizás el expendedor de vinos, dándole una propina.

Hay poco aquí que pueda retenerme, a menos que la cómoda esconda algún secreto. ¡Atascada! La herrumbre y la madera en descomposición no engañan: debo de haber estado ausente más tiempo del que pensaba. Vaya, por fin se abre. Sí; hay algo en ella. Un libro o algo parecido. Leo: Diario de Fritz August Schmidt. Tal vez aquí encuentre una pista, si es que consigo hacer saltar el cerrojo. En el taller debería haber herramientas.

Pero primero tengo que explorar el sótano. Me parece extraño que las puertas estuvieran abiertas cuando el resto de la casa estaba tan cuidadosamente cerrado. ¡Si pudiera recordar cuánto ha durado mi ausencia!

¡Con qué facilidad me llevan los pies al sótano! Bueno, que sigan su camino. Tal vez sepan más que mi memoria. Antes me guiaron ya bastante bien. ¡Huellas en el polvo! Zapatos de hombre. Un momento... Sí, coinciden perfectamente. Son mías. Entonces bajé acá antes del golpe. Eso explica lo de la puerta. Vine hacia aquí, la abrí, deambulé por el sótano. Sí. eso debe ser. Seguramente iba camino del pueblo cuando me sorprendió la tormenta. Y eso explica, también, por qué mis piernas se movieron con tanta seguridad hacia la entrada. Los hábitos musculares son difíciles de romper.

¿Pero por qué me quedé aquí tanto tiempo? Las huellas van en todas direcciones y cubren el pavimento. Evidentemente, aquí no hay nada que pueda retener mi interés. Las paredes están desnudas, los estantes desvencijados y no veo señal alguna que indique la existencia de algo anormal. Pero sí... Allí donde vuelven a juntarse todas las huellas hay una tabla que no tendría que estar suelta. ¡Con qué facilidad se desliza en mis manos!

¿Por qué tiene que haber un hueco excavado en la pared, si el sótano está vacío? Tal vez hay algo escondido allí. Huelo a moho y el aire me trae unas emanaciones nauseabundas. Este olor me es familiar, y la asociación de ideas me resulta desagradable. Ah, ahora puedo ver. Allí hay una caja, grande y pesada. Dentro... ¡Un ataúd, abierto y vacío!

¿Cómo puede ser que haya una persona enterrada aquí? No tiene sentido. Pero si está vacío... se hubiera llenado de tierra... No; aquí sucede algo muy extraño. En mi ausencia han ocurrido cosas muy raras. La casa tan deteriorada y vetusta, los habitantes del pueblo asustados, Fritz que se encierra en el altillo, este ataúd escondido aquí... No sé, pero tiene que haber una relación en todo ello. Debo averiguarlo.

Este ataúd fue muy hermoso en su momento. Aun hoy el forro de raso se mantiene intacto, excepto por esas extrañas manchas parduscas. Moho, tal vez, aunque nunca he visto que endureciera la ropa. Más bien parece sangre. No logro hilvanar todo este asunto. Pero todavía me queda el diario. En alguna parte tiene que haber una respuesta. Romperé el cerrojo de una vez y veré si encuentro allí una respuesta a tanta incógnita...

Esta vez, la lectura y el trabajo no me han dado oportunidad de dormir durante el día, como ocurriera antes. Ya vuelve a ser de noche, y todavía sigo en vela.

En efecto, el diario contenía la respuesta. Lo he quemado, pero podría repetirlo de memoria. ¡La memoria! ¡Cuánto odio esa palabra! Por suerte, hay algunas cosas que sólo las comprendo a medias. Tengo la esperanza de no llegar nunca a recordar del todo. Es un milagro que no me haya vuelto loco. De no haber encontrado el diario, todo podría... pero es mejor así.

La historia está completa ahora. Al principio, cuando empecé a leer los garabatos de Fritz, todo me pareció extraño e increíble, pero nombres y acontecimientos estimularon mi memoria, hasta que pude revivir la pesadilla que estaba leyendo. Tendría que haberlo adivinado antes. Ese dormir de día, la vetustez de la casa, la falta de espejos, la actitud de los pueblerinos, mi aspecto, otros mil detalles, todo debería haberme abierto los ojos mucho antes. Los sucesos quedan expuestos con meridiana claridad en las páginas que Fritz dejó escritas antes de abandonar el altillo.

Había hecho mis planes y estaba por irme a América dentro de tres días cuando conocí a una extranjera a la que los habitantes apodaban «Señora de la noche». Se decían de ella cosas espantosas, y los del pueblo la temían y despreciaban. Pero yo no quise dejarme llevar por sus supersticiosas aprehensiones. Ejercía sobre mí una misteriosa fascinación. Olvidé el viaje. Se me vio varias noches en su compañía, hasta que incluso el cura del lugar se volvió en mi contra. Sólo Fritz y Flämchen me fueron leales.

Cuando se produjo mi «muerte», los doctores dijeron que había sido por «anemia», pero los vecinos no se dejaron engañar. Formaron una partida y dieron varias batidas por la comarca hasta que hallaron el cuerpo de la mujer. Le clavaron un asta de ciervo y quemaron el cadáver. Pero mi ataúd había desaparecido. Los pueblerinos sabían que yo me había vuelto un monstruo, pero no lograron encontrar mi cuerpo.

Fritz sabía que iba a ocurrir. El viejo criado se encerró junto con Flämchen en el altillo, lejos de mí. Pese a todo, no podía abandonar sus esperanzas sobre mi suerte. Tenía su propia teoría sobre los No Muertos. «No es propiamente muerte —escribió—, sino una posesión. El alma auténtica duerme, mientras prevalece el demonio que ha penetrado en el cuerpo. Tiene que haber algún modo de desalojar al enemigo sin matar a la persona, como hizo nuestro Señor con el poseso. Sea como fuere, tengo que hallar el medio.»

Pero eso fue antes de que yo persuadiera a Flämchen a unirse conmigo. ¿Por qué será que nosotros (en el estado en que yo me encontraba) tenemos siempre que buscar nuestra presa entre los seres queridos? ¿No es suficiente permanecer retorciéndonos entre las llamas del infierno en que el usurpador ha convertido nuestro cuerpo? ¿Hemos de ver, además, a nuestros propios amigos en el papel de víctimas?

Cuando Flämchen se reunió conmigo en el reino de los No Muertos, Fritz salió de su escondite. Lo hizo por propia voluntad. aunque no con alborozo. Semejante prueba de lealtad merecía mejor premio. ¡Pobres Flämchen y Fritz!

Se presentaron aquí ayer por la noche, pero apuntaba ya el alba y tuvieron que marcharse. ¡Desdichados rostros, llenos de deseo. apretados contra las ventanas rotas, llamándome a ellos! Volverán seguramente, puesto que me han encontrado. Es otra vez de noche. y llegarán en cualquier momento. Que vengan. He realizado los preparativos necesarios y estoy listo. Hemos estado juntos antes, y esta noche desapareceremos también juntos.

Hay una antorcha encendida al alcance de mi mano, y he cubierto el viejo y reseco pavimento con trapos y aceite para que arda todo el caserón. Sobre la mesa tengo un revólver cargado con tres balas. Dos son de plata, y en cada una aparece grabada una cruz. Si Fritz está en lo cierto, sólo estas balas pueden matar a un vampiro, y hasta ahora ha demostrado tener razón en todo.

También yo habría necesitado antes ese metal, pero ahora bastará un simple trozo de plomo. Las especulaciones de Fritz eran ciertas. Aquel relámpago en forma de cruz, que expulsó al demonio de mi cuerpo, devolvió a la vida mi verdadera alma. De vampiro volví a convertirme en hombre. Pero casi hubiera preferido la maldición a los recuerdos que ha dejado.

Ah, helos aquí otra vez. Llaman a la puerta que he dejado abierta, profiriendo gemidos para expresar su sed de sangre.

—Adelante, entrad, no está cerrado. Ved, os estaba esperando. No; no retrocedáis ante el revólver. Fritz, Flämchen, me lo agradeceréis.

¡Qué paz hay ahora en sus rostros! Cuan pura es la muerte verdadera. De todas formas dejaré caer la antorcha al suelo para estar doblemente seguro. El fuego es el más puro de los elementos. Luego me uniré a ellos... Este revólver que apunta a mi corazón se me antoja un viejo amigo. Apretar el gatillo es como una suave caricia.

Es extraño. La llama de la pistola parece una cruz... ¡Flämchen..., la cruz..., tan pura!

Lester del Rey (1915-1993)




Relatos de vampiros. I Relatos de Lester del Rey.


El análisis y resumen del relato de Lester del Rey: Cruz de fuego (Cross of Fire) fueron realizados por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com

1 comentarios:

El Demiurgo de Hurlingham dijo...

Es cierto no parece odioso el vampiro que no sabía que lo era. Y tal vez tampoco lo era la Señora de la Noche.



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