¿Por qué seguimos viendo malas películas de terror?
El título es abarcativo, pretencioso, y no responde con exactitud a las intenciones de este artículo. En realidad debería titularse: ¿Por qué sigo viendo malas películas de terror? Pero, ¿a quién podría interesarle la opinión tendenciosa de un consumidor del género? Es mejor estirar los brazos y arrastrar hacia el fango a todos los incautos que anden por ahí.
Tampoco es recomendable caer en el dramatismo. Pocas cosas son tan detestables como la crítica irónica. No solo coloca al crítico en una supuesta posición de superioridad con respecto al objeto de su crítica, sino que además resultan soporíferas. Por eso, aclaro: me gustan las malas películas de terror, y sé porqué las miro. Quizás puedas seguirme en esto.
Dicho esto, prosigo.
La certeza de que estamos frente a una mala película de terror se produce incluso antes de comenzar a verla, y ciertamente no se modifica durante su transcurso. La primera señal es el afiche. El ojo entrenado del fanático del género puede detectar fácilmente la presencia de un bodrio, pero ni siquiera eso logra disuadirlo. Avanza, de todos modos, a veces a regañadientes, otras en pleno conocimiento de que la experiencia que se avecina no será satisfactoria (ver: ¿El Horror se está volviendo obsoleto?).
A veces uno traspasa el umbral del afiche, y la señal de alarma se produce en los títulos. Sí, incluso la fuente de los títulos puede brindarnos información significativa sobre la calidad de una película.
Pero nada de todo esto realmente le importa al fanático del cine de terror; del mismo modo en que un par de telarañas colgando de antiquísimas estalacticas no disuaden al espeleólogo apasionado. ¿Acaso meterse en una cueva oscura, húmeda, saturada de excrementos de murciélago, debería ser una experiencia placentera? Probablemente no.
El fanático del terror es diferente al fanático de cualquier otro género. El objeto de su deseo no es una experiencia gratificante. De hecho, no ansía el placer, sino la inquietud, la incomodidad, el desagrado, y rara vez los consigue integralmente; es decir, rara vez se encuentra frente a una película capaz de proveerle estos ingredientes en la medida de su voraz apetito (ver: La atracción por lo Macabro en la ficción).
El fanático del género es —somos, presumo, si todavía estás aquí— algo así como un arqueólogo. Sí, como un arqueólogo. No del estilo de Indiana Jones, Allan Quatermain, y esos sujetos que buscan un gran tesoro antediluviano y se quedan con la chica linda al final —muchas veces es la única chica—; sino más bien como el padre Merrin en aquella excavación en Irak en El exorcista, comiendo tierra la mayor parte del tiempo, asándose bajo el sol, y finalmente encontrando una pequeña escultura de Pazuzu que, eventualmente, lo conducirá a su muerte (ver: Pazuzu: el demonio de «El Exorcista», quizá no era el malo de la película). Por cierto, una muerte sin apelaciones, sin dramáticos violines de fondo, una muerte que ni siquiera se nos permite ver, y que tal vez por eso sea gloriosa (ver: Cómo funciona el Horror, y por qué pocos autores saben utilizarlo).
Somos Arqueólogos. Y nos hemos vuelto muy eficientes con el tiempo.
Sentarse a ver una película de terror, presumiblemente mala, es como iniciar una modesta excavación arqueológica. El objetivo no es el Arca de la Alianza, el Anillo Único, ni siquiera una joya valiosa. El objetivo apenas brilla, apenas se distingue de la tierra que lo recubre. Es un detalle, un motivo, un recurso, una escena, una imagen, un algo singular.
Algo parecido me sucede con los relatos de terror de los años '20 y '30 que vengo traduciendo para El Espejo Gótico en los últimos meses. ¿Algunos de esos relatos son malos? Sí. ¿Algunos de esos relatos son muy malos? Sí; pero todos tienen algo que lo distingue, algo singular, único, algo que no vas a encontrar en ninguna otra parte. Eso los vuelve un tesoro para el Arqueólogo.
¿Qué importa si el viaje es incómodo? ¿Qué importa si, en el proceso de excavación, hay que tolerar toda clase de lugares comunes, clichés, cosas que ya vimos con anterioridad? ¿Acaso el Arqueólogo abandona su misión porque ya ha visto demasiada tierra?
El cine de terror es ingrato con sus fanáticos. Abusa, en cierta medida, de la pasión del Arqueólogo, y muchas veces ni siquiera le permite rescatar una mísera punta de sílex que justifique la excavación. La película termina y nos vamos del cine —o del sitio de películas pirateadas— con las manos vacías. ¿Eso logra persuadir al Arqueólogo de que su tarea es vana? ¡Jamás! Toda experiencia decepcionante solo termina redoblando su convicción.
Claro que esto solo es entendible para aquellos que comparten nuestra afición por las malas películas de terror. Para otros, tal afinidad constituye un sentido del arte totalmente degradado. ¿Nos importa? En absoluto. De hecho, reproches de este calibre bien podrían ser tomados como síntomas de una personalidad frívola.
Siempre me alarman un poco las declaraciones del estilo: ¡no me gustan las películas de terror! Amigo, el horror es un lenguaje para abordar algunas de las grandes preocupaciones de la vida, y además uno de los lenguajes más eficientes para entablar esa conversación (ver: Las propiedades terapéuticas del Horror). El mismo grado de desconfianza me inspiran las personas que afirman, sin temor al ridículo, que no les gusta la pizza.
Me gustan las malas películas de terror, a pesar de que sé perfectamente que son malas películas. Me gusta excavar en esa mierda, llenarme de tierra debajo de las uñas, y recatar algo que valga la pena, algo que me haga pensar en mis propios miedos. Más no se le puede pedir al cine; menos, tampoco.
No me refiero aquí a una especie de fanatismo masquista por las malas películas de terror. El hecho de que sean malas no es el punto. De hecho, durante el transcurso de la excavación uno se plantea muchas dudas. ¿Es esto lo que quiero para mi vida? ¿Estar aquí, con barro hasta las rodillas, viendo mujeres gritando después de bajar a un sótano al que nadie en su sano juicio consideraría bajar en primer lugar? Después de todo, podría estar haciendo cosas más productivas. Durmiendo, por ejemplo. Pero no, acá estoy, más tarde de lo que debería para poder funcionar con relativa normalidad al día siguiente, viendo otra mala película de terror.
Ah, pero el Arqueólogo nunca manifiesta abiertamente estas dudas, y menos ante un cónyuge que nos lleva dos horas de sueño de ventaja, como mínimo, cuando a la mañana siguiente nos interroga:
—¿Y? ¿Qué tal la película de anoche?
El Arqueólogo no puede explicar estos misterios al no iniciado. No porque carezca de los recursos retóricos para hacerlo. Sabe que el otro no entenderá, de modo tal que responde:
—Malísima.
En este punto somos objeto de toda clase de consideraciones maliciosas.
—No entiendo cómo perdés el tiempo con esas películas de mierda.
Estoico, el Arqueólogo no responde agresiones de esta índole. Después de todo, vienen de alguien que mira Grey's Anatomy y que puede dejar los episodios más escatológicos de Home and Health como música ambiental. En cambio, el Arqueólogo bebe su café, tal vez desea inyectárselo, pero no responde. Sabe perfectamente que ha invertido valiosas horas de sueño en una mala película de terror, y también que ha añadido una diminuta piedra preciosa, casi indistinguible del excremento de conejo, a su vasta colección.
Taller gótico. I Cine gótico.
Más literatura gótica:
- 5 miedos atávicos que utilizan todas las películas de terror.
- Clichés de la ciencia ficción que nos encantan.
- El ABC de las historias de fantasmas.
- El Feminismo en el Slasher.
8 comentarios:
Este artículo refuta uno anterior.
Si seguimos viendo malas películas de terror, el horror no es obsoleto, está vigente.
Tal vez porque aun en una mala película de terror, puede haber algo destacable. Algo que no tienen las películas pretenciosas, que ganan premios en festivales y sólo les gustan a los críticos.
Hay algo especial en el género clase B. Y no sólo las reinas del grito.
Aunque habría que diferenciar las malas películas de los clásicos del terror. La novia de Frakenstein me parece una buena pelicula.
Interesantes reflexiones. Ahora el terror es que te despidan del trabajo y que tengas una edad donde nadie te volverá a contratar y todavía te queden un montón de años para la jubilación. Que no puedas pagar la hipoteca y te quedes en la calle. Esperar los resultados de una analítica médica. Si seré el próximo infectado por la covid-19. Todo esto nos ha llevado a que seamos capaces de vender el alma al diablo para que no nos despidan de un trabajo, que en el fondo, odiamos. El miedo a acabar en la calle durmiendo en un cajero automática y que encima te prendan fuego los hijos de la fortuna. Que padezcas una larga enfermedad terminal. Sin embargo, todos estos temas llevados al cine o a la literatura no nos aterroriza, y de ahí, que sigamos viendo, esperando ver una buena película de casas encantadas o de psicópatas; pero nunca llegan. Siempre quedamos defraudados por lo mismo, es decir, por la eterna repetición de los arquetipos.
Un cordial saludo
Interesante reflexión, Melmoth. Ciertamente nadie querría ver una película que exprese cabalmente nuestros miedos y ansiedades modernas de forma directa.
No veo que haya una refutación aquí, Demiurgo. En aquel artículo nos preguntábamos si el horror se está volviendo obsoleto, no lo afirmábamos.
Siguiendo la línea que plantea Melmoth, las distopías expuestas por Orwell y Huxley generan un verdadero terror. Y como ya se dijo en este blog, cuando lo siniestro se vuelve más "humano", más terror ocasiona. En los tiempos que corren, ya estamos a un paso de dichas distopías. Eso sí que es verdadero terror.
Entonces es una respuesta.
El horror no se está volviendo obsoleto, porque sigue fascinando, la incomodidad que produce es algo buscado.
Buenos artículos ambos.
Definitivamente, me gustó mucho este post. ¿Qué más da si es un bodrio o no? Me identifiqué mucho con lo que dices, el encontrar, buscar, rebuscar, darle la vuelta... encontrar algo rescatable (que a la luz del día ya no lo es tanto), pero que siempre da un placer mirar esta o aquella película, sí, aunque sean clichés. No importa, aunque se trate incluso de un placer culposo, sí, me declaro fan de ellas. He dicho.
Definitivamente tiene algo de placer cuposo. Coincido.
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