«Monstruos en la noche»: Clark Ashton Smith; relato y análisis


«Monstruos en la noche»: Clark Ashton Smith; relato y análisis.




Monstruos en la noche (Monsters in the Night) es un relato de hombres lobo del escritor norteamericano Clark Ashton Smith (1893-1961), publicado originalmente en la edición de octubre de 1954 de la revista The Magazine of Fantasy and Science Fiction, y luego reeditado por Arkham House en la antología de 1970: Otras dimensiones (Other Dimensions).

Monstruos en la noche, probablemente uno de los cuentos de Clark Ashton Smith menos conocidos, y ciertamente uno de los más extraños, combina de manera formidable las antiguas leyendas de hombres lobo con la ciencia ficción.

El relato nos sitúa en un año indeterminado del siglo XXI. Un licántropo se dispone a transformarse para acechar a los caminantes incautos de un bosque. Mientras aguarda, reflexiona sobre su propia naturaleza, sobre los monstruos de la noche, como los vampiros, que todavía merodean por allí, y también sobre otras criaturas extrañas que no aparecen en las leyendas, seres de fantasía, que algunos de sus hermanos aseguran haber visto en las grandes ciudades.

SPOILERS adelante.

En Monstruos en la noche Clark Ashton Smith imagina un entorno contemporáneo, que incluye a los hombres lobo y a los vampiros, así como a otros monstruos no especificados, de creación más reciente. Parece dar a entender que hay monstruos tradicionales en el campo, como los licántropos, y otros más novedosos en las ciudades, todos igualmente letales.

Después de la transformación en hombre lobo bajo la luna llena, aparece un extraño, una posible presa. El licántropo ataca pero es ferozmente rechazado. El extraño, ileso, es nada menos que una de esas criaturas novedosas, producto de una magia nueva y más negra (la ciencia y la tecnología). En resumen: el extraño es un robot.

Debido a que Clark Ashton Smith utiliza todos los dispositivos tradicionales de los cuentos de hombres lobo, el desenlace resulta asombroso, no solo por no haber sido anunciado, sino además por el contraste de figuras, por el desconcierto del licántropo ante una criatura totalmente desconcida para él. En cierto modo, el mismo dispositivo es utilizado por Ray Bradbury en el cuento: El dragón (The Dragon).




Monstruos en la noche.
Monsters in the Night, Clark Ashton Smith (1893-1961)

(Traducido al español por Sebastián Beringheli para El Espejo Gótico)

La transformación ocurrió antes de que pudiera deshacerse de algo más que su abrigo y su bufanda. Solo tenía que quitarse los zapatos, los calcetines, y los pantalones de las delgadas piernas. Pero todavía tenía el pecho profundo después del cambio, y su camisa era más difícil de aflojar. Sus pelos se alzaron de rabia cuando giró la cabeza y la arrancó con apresurados colmillos en una ráfaga de botones caídos y jirones de tela. Sacándose de encima las últimas cintas molestas, lamentó su prisa.

Siempre, hasta ahora, había sido cuidadoso con respecto a los pequeños detalles. La camisa tenía un monograma. Debía recordar pasar a recoger todos esos andrajos más tarde. Podía guardarlos en los bolsillos y ponerse el abrigo abotonado de camino a casa.

El hambre gruñó dentro de él, subiendo del vientre a la garganta, y de la garganta a la boca. Parecía que no había comido en un mes, o meses. La carne cruda de la carnicería nunca era lo suficientemente fresca para él: la refrigeración le hacía perder toda esencia vital. Hace mucho tiempo había degustado otros manjares, todavía tibios, salteados con sangre fresca que aún brotaba. Pero ahora el escaso recuerdo simplemente sirvió para exasperar su hambre voraz.

El caos corrió dentro de su cerebro. En consecuencia, por un instante, recordó la primera advertencia de su enfermedad, incluso antes del disgusto por la carne cocida: la aversión, la alergia a los tenedores y cucharas de plata. Pronto se había extendido a otros objetos del mismo metal. Se había encogido incluso ante el roce de una simple moneda, se había visto obligado a usar papel y a rechazar el cambio. El acero también era una sustancia hostil para seres como él; aunque eventualmente llegó a soportarlo.

¿Qué le hizo pensar en tales asuntos ahora, apretando los dientes con repugnancia, ahogando esos recuerdos con algo peor que náuseas?

El hambre regresó, exigiendo un apaciguamiento rápido. Con torpes movimientos, empujó su atuendo desechado debajo de los arbustos, ocultándolo de la luna. Y fue la luna la que atrajo las mareas de locura en su sangre y lo obligó a la metamorfosis. De todos modos, era capaz de cierta cautela; por eso escondió las prendas que necesitaría más tarde, cuando regresara a su apariencia humana después de la cacería nocturna.

La noche era cálida y sin viento, y el bosque parecía contener el aliento. Había, él sabía, otros monstruos merodeando en ese año del siglo XXI. Los vampiros aun sobrevivían, más sutiles y mortal, protegidos por la incredulidad del hombre. Y él mismo no era el único licántropo: sus hermanos y hermanas, ya sin oposición, preferían las selvas urbanas más oscuras, mientras que él, criado en el campo, aún conservaba las costumbres antiguas.

Además, había monstruos desconocidos aún para el mito y la superstición. Pero estos también eran en su mayoría cazadores de las ciudades. No tenía ningún deseo por conocer a ninguno de ellos. Después de todo, en la naturaleza había muy probabilidad de encontrarse con uno de estos seres.

Siguió un camino torcido, previamente reconocido. Era demasiado angosto para los autos y pronto se convertía en un mero sendero. En la bifurcación del camino se acomodó a la sombra de un amplio roble cubierto de muérdago. El paso era utilizado por ciertos peatones tardíos que vivían aún más lejos de la ciudad. Uno de ellos podría venir en cualquier momento.

Gimiendo, con el hambre de un perro hambriento, esperó.

Era un monstruo que la naturaleza había creado, listo para obedecer el primer mandamiento de su madre: matarás y comerás.

Era una cosa de terror, una fábula susurrada alrededor de los fuegos desde las cavernas prehistóricos, una criatura que la leyenda le atribuía tratos con el infierno y la brujería. Qué absurdo. Pero en ningún sentido era similar a esos monstruos más allá de la naturaleza, el engendro de una magia nueva y más negra, que mataba sin hambre y sin malevolencia.

Tenía solo unos minutos para esperar, antes de que sus tensos oídos captaran la lejana vibración de los pasos. Y los pasos se acercaron, rápidamente, diciéndole mucho a medida que avanzaban. Eran firmes y resistentes, incansables, rítmicos, que hablaban de la juventud o de la plena madurez. Le hablaron, seguramente, de una presa que valía la pena; o de carne magra, de sangre vital y abundante.

Había una ligera espuma en sus labios. Había dejado de gemir. Se agachó más cerca del suelo para efectuar el salto anticipado.

El camino por delante estaba muy sombreado. Débilmente, moviéndose rápidamente, el caminante apareció en las sombras. Parecía ser todo lo que el observador había deducido del sonido de sus pasos. Era alto y de hombros anchos, balanceándose con certeza, una precisión de tendones y músculos poderosos. Su cabeza era un borrón sin rostro en la penumbra. Iba sin sombrero, vestido con un abrigo oscuro y pantalones como los que cualquiera podría usar. Sus pasos sonaron con la seguridad de alguien que no tiene nada que temer y que nunca ha soñado con las criaturas agazapadas de la oscuridad.

Ahora estaba casi a su alcance. El observador no pudo esperar más, sino que saltó de su emboscada de sombras, elevándose sobre el extraño cuando sus patas traseras dejaron el suelo. Su prisa era irresistible, como siempre. El desconocido cayó hacia atrás, indefenso, como lo habían hecho otros, y el asaltante se inclinó sobre la garganta desnuda que brillaba de la manera más tentadora.

Era una estrategia que nunca había fallado... hasta ahora.

La conmoción, la consternación, lo habían arrojado lejos de esa figura postrada, lo habían obligado a retroceder, a caer tambaleándose. Fue la sorpresa, tal vez, lo que lo hizo transformarse de nuevo, rápidamente, reanudando la forma humana antes de su hora. Cuando comenzó el cambio, escupió varios colmillos rotos.

El extraño se puso de pie, aparentemente ileso.

Se adelantó sobre una grieta de luz de luna reveladora, agachándose, flexionando sus dedos de acero.

—¿Quién... ? ¿Qué eres? —dijo el hombre lobo.

El extraño no se molestó en responder mientras avanzaba, cada sinapsis de su cerebro informático confluía en un mensaje condicionado, traducido a los términos binarios más simples:

—Peligroso. No humano. ¡Matar!

Clark Ashton Smith (1893-1961)

(Traducido al español por Sebastián Beringheli para El Espejo Gótico)




Relatos góticos. I Relatos de Clark Ashton Smith.


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El análisis, traducción al español y resumen del cuento de Clark Ashton Smith: Monstruos en la noche (Monsters in the Night), fueron realizados por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com

2 comentarios:

El Demiurgo de Hurlingham dijo...

¿Puede matar un robot a un hombre lobo? ¿O sólo puede hacerlo si es de plata?

Unknown dijo...

Extraño cuento de Smith. Tan extraño, que si no fuera por la profusa data bibliográfica dudaría de su paternidad. Esa mezcla de tradicionalismo y modernidad debe haber impactado en aquellos días. Un devoto de Smith agradece su aporte, Beringheli.



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