Cuando no sabés exactamente qué sentis, pero sí que sentís algo.
Seguramente a todos nos ha ocurrido alguna vez: sentimos algo pero no podemos definir exactamente qué. Existe una palabra para esa sensación, un tanto inquietante, de que los sentimientos nos evaden, que no pueden expresarse, y ni siquiera interpretarse correctamente: Alexitimia.
La palabra Alexitimia está formada a partir del prefijo griego α, «no»; λέξις (lexis), «palabra» —la cual proviene de λέγω, «leer»—; y θυμός, «emoción». En definitiva, Alexitimia significa «incapacidad para interpretar los sentimientos».
No se trata aquí de esas palabras que se quedan en la punta de la lengua, ni una incapacidad para entender los sentimientos de los demás, sino los propios, lo cual resulta sumamente interesante de analizar.
Todos padecemos algún grado de Alexitimia, al menos circunstancialmente.
La versión más frecuente es aquella que involucra a personas que tienen cierta dificultad para expresar sus sentimientos y emociones, de manera tal que deben recurrir a la única dimensión expresiva que les queda: la acción.
En un grado más severo, y consistente a lo largo del tiempo, la Alexitimia se transforma en un obstáculo de la función simbólica; es decir, imposibilita por completo traducir los sentimientos y emociones en palabras, precisamente porque resulta imposible interpretar exactamente qué sentimos.
Si bien la Alexitimia es un trastorno concreto, y bastante extendido, todos podemos relacionarnos en algún grado con su definición. Hay momentos en los que no solo somos incapaces de expresar lo que sentimos, sino de interpretar nuestro estado emocional, a menudo dejando en un estado de perplejidad, cuando no de absoluto estupor, a nuestro ocasional interlocutor.
Algunos, hay que denunciarlo, recurren a la excusa vil de la Alexitimia para no proporcionar información acerca de sus sentimientos.
—¿Qué sentís por mí, Julia?
—No sé.
Variantes más o menos eficaces del mismo recurso pueden ser fácilmente imaginadas por el lector.
Es importante aclarar que Julia, en nuestro ejemplo, es perfectamente capaz de sentir emociones, de aceptación o de rechazo, y un amplio abanico de opciones en el medio, pero el área de su cerebro que se encarga del reconocimiento de esas emociones, y de su traducción al lenguaje, está obturada.
En lo personal, junto al profesor Lugano, hemos estudiado algunos casos fascinantes de Alexitimia. El más extraño es el de Alberto Rivarola (nombre lo suficientemente genérico como preservar su identidad).
Rivarola podía sentir emociones, y vaya que podía. El problema, en todo caso, consistía en una incapacidad para sintonizar correctamente la intensidad de sus sentimientos en función de la situación en la que se encontraba. Por ejemplo, podía experimentar culpa, en un grado sumamente moderado, cuando engañaba a su mujer, pero se sumía en un llanto desgarrador cuando su equipo desperdiciaba un lateral en ataque.
El espectro de la Alexitimia es tan amplio como generoso, de manera tal que incluimos a Rivarola dentro de su contexto. El lector seguramente puede pensar en algunas experiencias personales con sujetos que manifiestan una reacción demasiado intensa, o demasiado débil, en circunstancias que demandan exactamente lo contrario.
Rivarola aprendió a convivir con su condición. Periódicamente realizaba pequeños ajustes para que su esposa no lograra interpretar con precisión su estado emocional. Como era de esperar, fue descubierto en uno de sus lances. Al parecer, el lapsus linguae no estaba excluido de su cuadro.
Otro caso interesante es el de Mariela G*, que bien podía sentir una compleja diversidad de emociones, pero solo lograba expresarlas físicamente.
La dimensión mental le estaba prohibida. No podía procesar lo que sentía, ni siquiera jerarquizar sus emociones, razón por la cual abordaba esa compleja diversidad de sentimientos por intermedio de su cuerpo.
Cuando algo le disgustaba, reaccionaba violentamente; cuando algo le agradaba, reaccionaba más violentamente todavía. Necesitamos varios meses para categorizar ese conjunto de estallidos y establecer una especie de código para identificarlos.
Finalmente conseguimos que Mariela adquiera la habilidad de etiquetar sus emociones para poder interpretarlas y, posteriormente, comunicarlas sin la intervención del pugilismo. Hoy en día es una mujer sociable, reflexiva, que se dedica a la astrología.
Casos menos extremos de Alexitimia pueden encontrarse en cualquier parte. Sin ir más lejos, en el espejo.
La pobreza de sentimientos no existe. Lo que existe es la falta de recursos para entender los estados afectivos y poder procesarlos. Todos, en mayor o menor medida, hemos atravesado algún momento así, alguna noche, quizás, donde no podíamos resolver si odiábamos profundamente a alguien o estábamos enamorados de ella.
Algunos, de hecho, pasan toda la vida tratando de resolver ese dilema.
El lado oscuro de la psicología. I Filología.
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