Horror Vacui: el miedo al vacío


Horror Vacui: el miedo al vacío.




Horror Vacui es una expresión latina que significa «horror al vacío». Sí, al vacío; en todas sus variantes: en el arte, la ciencia, y la vida.

Originalmente la expresión estaba relacionada con ciertos conceptos filosóficos que aseguraban que el vacío es inexistente en la configuración del universo. En otras palabras, que el cosmos aborrece los espacios en blanco, y que incluso la oscuridad entre las galaxias, vacía, en apariencia, en realidad está ocupada por toda clase de porquerías subatómicas.

En el siglo XIX, la expresión Horror Vacui comenzó a hacer referencia al desagrado de ciertos individuos por los espacios vacíos, incluidos los artistas. En efecto, las pinturas recargadas, la estética barroca, las artesanías donde no se deja un mísero espacio libre, son manifestaciones de ese miedo al vacío.

Antes de continuar es importante plantear una discusión acerca del significado de Horror Vacui. Habitualmente se lo traduce como «miedo al vacío», pero en latín existe una palabra específica para miedo: timor. En todo caso, el Horror incluye otras sensaciones, además del miedo, como espanto, veneración, una especie de estremecimiento espiritual intenso.

El Horror Vacui se manifiesta, entonces, a través de su síntoma, que podemos resumir en la tendencia al relleno de todo espacio vacío. Al respecto, el profesor Lugano nos hace notar la existencia de una especie de Horror Vacui emocional, es decir, un miedo atroz a los espacios en blanco de la vida.

—Efectivamente —afirma el profesor—, el ser humano tiene una tendencia natural hacia el Horror Vacui. Fíjese en el frenesí que se desata cuando alguien se enfrenta a uno de esos espacios en blanco de la vida. ¿Qué se hace habitualmente? Los más jóvenes recurren a la tecnología, chequeando estados y actualizaciones que se asemejan extraordinariamente entre sí. Los más viejos recurrimos a la nostalgia.

El Horror Vacui, entonces, forma parte de nuestras vidas. Por lo tanto, resulta inútil tratar de destruir ese esquema de actividades banales que rellenan los espacios disponibles de lo cotidiano. Aquellos que creen poder resistirse, como el profesor, en realidad están utilizando otras herramientas para el rellenado, como el alcohol y los antidepresivos.

Los más astutos renuncian a cualquier tentativa de evadir al Horror Vacui, y se enfrentan a él con un ímpetu abrasador. Estos individuos poseen una amplia variedad de recursos, algunos de ellos, un tanto pretenciosos —como toda práctica ritualista—, por ejemplo, la lectura; que además de evitar el Horror Vacui de quien aguarda su turno en el dentista, hace sentir a los demás como escarabajos.

El profesor juzga oportuno decir algo sobre el Horror Vacui sentimental.

—Me refiero a esas personas que sienten un miedo irracional a los espacios vacíos del amor —denuncia el profesor—. Quiero decir, individuos que no conocen las interrupciones amorosas, los baches, las pausas, los incisos entre una relación y otra, y que prefieren vivir en un perpetuo estado de reanudaciones sentimentales. Eso también es Horror Vacui.

El vacío, o la ausencia de ornamentos que nos permitan moderar nuestros espacios en blanco, nos obliga a confrontarnos con nosotros mismos. Naturalmente, nadie en su sano juicio está dispuesto a librar una batalla que, por definición, ya está perdida.

Pensemos en un inoportuno corte del suministro eléctrico, en la sensación de pánico que sobreviene cuando somos despojados de los discretos entretenimientos que nos provee la tecnología. ¿Qué puedo hacer? —uno se pregunta, mientras envía un mensaje desesperado a la empresa de energía eléctrica—. ¿Acaso leer un libro? ¿Hablar con mi pareja? ¿Recurrir a prácticas compulsivas en el baño, a la luz de las velas?

Y pensemos también en la sensación de alivio supremo cuando, por fin, las luces se encienden repentinamente. Los aparatos vuelven a zumbar, las pantallas irradian, nuestro organismo se empapa en una reconfortante atmósfera electromagética, y uno se siente un poco a resguardo nuevamente.

El vacío ha pasado.

Y el horror, que a veces asume la forma del aburrimiento, se disipa.




Egosofía. I Crónicas del profesor Lugano.


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1 comentarios:

Luciano dijo...

Excelente artículo.



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