«Intenta cambiar el pasado»: Fritz Leiber; relato y análisis.
Intenta cambiar el pasado (Try and Change the Past) es un relato fantástico del escritor norteamericano Fritz Leiber (1910-1992), publicado originalmente en la edición de marzo de 1958 de la revista Astounding Science Fiction, y luego reeditado en la antología de 1961: El gran tiempo, La mente araña y otros relatos (The Big Time / The Mind Spider and Other Stories).
Intenta cambiar el pasado, uno de los grandes cuentos de Fritz Leiber, regresa sobre un delicioso cliché de la ciencia ficción: los viajes en el tiempo.
En general, la ciencia ficción asume que si existiera una máquina del tiempo, y pudiésemos regresar al pasado para cambiar un evento crucial, el futuro se vería drásticamente alterado, o bien que cualquier cambio en el pasado abriría una nueva línea temporal distinta de la cual procede el viajero en el tiempo. En este relato, Fritz Leiber toma un camino mucho más interesante.
Intenta cambiar el pasado presenta una figura legal bastante extraña, la Ley de Conservación de la Realidad, la cual trabaja sobre una tendencia extraña en el universo: el pasado se resiste al cambio, y tiende a regresar a su curso natural. Esto implica la necesidad de constantes viajes para realizar cambios y ajustes en el pasado y de este modo obtener resultados verdaderamente significativos en el presente.
Intenta cambiar el pasado.
Try and Change the Past, Fritz Leiber (1910-1992)
No le recomiendo a nadie que intente cambiar el pasado, al menos su pasado personal, porque cambiar el pasado general es mi trabajo.
Entiendan, soy una Serpiente en la Guerra del Cambio. Serpientes es como llamamos a los soldados de nuestro bando. En la Guerra del Cambio intentamos alterar el pasado —y es un trabajo difícil, créanme— en puntos diversos del cosmos, en cualquier parte y en cualquier tiempo, a fin de que la historia se ajuste a un presente en el cual obtenemos la victoria sobre las Arañas.
Pero esa es una historia mucho más grande, la más grande, de hecho, hasta el punto de que debo decir que ocupa varios planetas de información y dos asteroides de moléculas codificadas en los archivos del Alto Mando.
¿Cambiar un acontecimiento en el pasado y conseguir un futuro completamente nuevo? ¿Borrar las conquistas de Alejandro dando un ligero puntapié a un guijarro neolítico? ¿Extirpar América arrancando un brote de grano sumerio? ¡Hermano, así no es como funciona! La continuidad del espacio-tiempo está hecha de una materia testaruda, y el cambio lo es todo menos una reacción en cadena.
Cambia el pasado e iniciaras una ola de cambios avanzando hacia el futuro, pero esa ola resulta amortiguada muy rápidamente. ¿No han oído hablar nunca de la reluctancia temporal, o de la Ley de la Conservación de la Realidad? He aquí una pequeña historia que ilustrara lo que quiero decir.
El tipo en cuestión estaba recién reclutado, cuando tuvo la idea de que podía usar el poder de viajar por el tiempo para ir hacia atrás y efectuar un par de pequeños cambios en su pasado, de modo que su vida tomara un rumbo más feliz y quizá pensó no tuviera que morir al verse mezclado con todo eso de las Serpientes y Arañas. Era como si un campesino de las montañas recientemente reclutado como soldado se largara llevándose el rifle de gran potencia que acababa de recibir para volver a sus montañas y eliminar a unos cuantos de sus enemigos personales.
Normalmente algo así no podía ocurrir. Para evitar este tipo de cosas se lo hubiera embarcado hacia algún lugar a unos cuantos miles o millones de años de distancia de su punto de alistamiento y quizá a unos cuantos años luz también. Pero aquella era una crisis local en la Guerra del Cambio y se estaban llevando a cabo un montón de operaciones de rutina; un nuevo recluta era algo que simplemente se olvidaba.
Lo habitual era nunca hubiese estado solo, ni por un momento, en la Sala de Expediciones; no hubiera debido verla siquiera sino como un mero atisbo a su llegada y al embarcar. Pero como he dicho había una crisis las Serpientes estaban escasas de personal y algunos soldados eran negligentes. Después de eso dos suboficiales fueron degradados, y un teniente no solo perdió su puesto sino que fue transferido fuera de la galaxia y de la época.
Sin embargo, durante la crisis el recluta del que estoy hablando tuvo todas las oportunidades que quiso de tontear con cosas prohibidas y llevar adelante sus planes. También poseía todos los detalles de la última parte de su vida allá en el mundo real, de su muerte y sus consecuencias, para reflexionar sobre ello y sentirse tentado a cambiarlo todo. Eso no fue culpa de la negligencia de nadie. Las Serpientes proporcionan a todos los candidatos esa información como parte de su prima de enganche. Descubren una muerte inminente, y los hombres de Resurrección acuden y recluían a la persona en un punto a unos pocos minutos o corno máximo a unas pocas horas antes de su muerte. Le explican con inquietantes detalles lo que va a ocurrir, y le sugieren que lo mejor para evitarlo es prestar el juramento.
Nunca he oído de nadie que haya rechazado la oferta. Luego lo extirpan de la línea de su vida en forma de un Doble y desde entonces, hermanos, es una Serpiente.
De modo que ese tipo tenía una imagen de su muerte más clara que la del día en que compro su primer auto, y realmente se trataba de una obra maestra de ironía patológica. Estaba viviendo en un elegante ático que había pertenecido a un loco tío suyo —tenía incluso un observatorio astronómico en miniatura, no utilizado desde hacía años—, pero estaba completamente arruinado, sumido en deudas hasta la coronilla, ya punto de ser embargado de un momento a otro. Nunca había tenido un auténtico trabajo, siempre había vivido a expensas de sus familiares ricos y de su esposa, pero ahora estaba ya un poco viejo para seguir dedicándose con éxito a su vida de parásito.
Su encantadora personalidad, que había sido su única virtud, estaba casi desaparecida. Su tío loco ya no quería saber nada de él. Su esposa era responsable de una gran parte del desgaste de sus alas de mariposa sociales; llevaba años odiándolo, y le gritaba día y noche de una forma que solo se podía tolerar en un ático. De hecho, ella también estaba volviéndose loca. Él había estado tonteando con otra mujer, que acababa de ponerlo de patitas en la calle, aunque sabía que su esposa nunca se lo creería, y si se lo creía eso no haría más que añadir una nota burlona y despectiva a sus gritos.
Era una asquerosa tarde de agosto, en medio de una ola de calor. Los Giants estaban jugando un partido nocturno con el equipo de Brooklyn. Habían desaparecido dos musicales de éxito de las carteleras. La cosecha de trigo había batido un nuevo récord. Había un incendio forestal en California y peligro de guerra en Irán. Se esperaba una lluvia de meteoritos para aquella noche, según un boletín astronómico dirigido a su tío que había llegado en el correo de la mañana. Por lo general arrojaba toda esa correspondencia al fuego sin abrirla, pero ese día la había leído porque no tenía otra cosa que hacer.
Sonó el teléfono. Era un abogado. Su tío loco había muerto, y en el testamento no había una palabra acerca de una Fundación de Búsqueda de Asteroides. Hasta el último centavo de su fortuna iba a manos del inútil de su sobrino.
Este inútil personaje colgó finalmente el teléfono, luchando contra el impulso de su corazón de saltar alocado fuera de su cuerpo y ascender hasta el techo. Justo en aquel momento apareció sus esposa chillando por la puerta del dormitorio. Había recibido una gentil y conmiserativa nota de la otra mujer, contándoselo todo: llevaba una pistola, y anuncio que iba a terminar con aquello de una vez por todas.
La atmósfera bochornosa proporcionaba un buen telón de fondo para la burlona catástrofe. Las puertas de vidrio que daban a la terraza estaban abiertas detrás de él, pero el aire que penetraba por ellas era sofocante como la muerte. Sin que nadie reparara en ellos, un par de meteoros trazaron estelas débiles en el cielo nocturno.
Confiando en poder disuadirla, le contó lo de la herencia. Ella le grito que él, con seguridad, iba a usar el dinero en comprarse otras mujeres —lo cual no era una predicción irrazonable—, y apretó el gatillo.
El peligro era mínimo. La mujer se hallaba al otro extremo de un gran salón, y su mano, más que temblar, estaba agitando el niquelado revolver como si fuera un abanico. La bala le alcanzo exactamente entre los ojos. Cayo hacia atrás, mas muerto que lo que estaban sus esperanzas antes de recibir la llamada telefónica.
Vio toda la escena gracias a que un reclutador del Equipo de Resurrección lo llevo hacia adelante hasta aquel momento para que lo presenciara como un Doble invisible, un procedimiento normal de las Serpientes, que, incidental mente, no produce complicaciones temporales, puesto que los Dobles no afectan la realidad a menos que lo deseen.
Se quedaron unos momentos más por allí. Su esposa contemplo el cuerpo durante un par de segundos, fue a su dormitorio, tino de rubio su pelo canoso rodándolo con dos botellas de agua oxigenada sin diluir, se puso un deslucido traje de noche, tocó Country Gardens, y luego se pegó también un tiro.
De modo que este era el pequeño melodrama, con sus dos víctimas, que no dejaba de dar vueltas por su cabeza fuera de la Sala de Expediciones vacía y no custodiada, completamente olvidado del exiguo personal —reducido a la mitad— mientras todas la Serpientes disponibles en el sector estaban ayudando a resolver la crisis local, que se hallaba centrada en el planeta Alfa de Centauro Cuatro, a dos millones de años en el pasado.
Por supuesto, no necesitó mucho tiempo para imaginar que si volvía atrás y manipulaba un poco las cosas de modo que el primer disparo no se produjera, pero sí el segundo, ahora estaría aposentado tranquilamente en el mundo real, capaz de dedicar su herencia a cumplir la profecía de su esposa y otros pasatiempos. Todavía no sabía mucho acerca de los Dobles, e imagino que si no moría en el mundo real no tendría ningún problema en reanudar su vida allí, quizá hasta fuera algo que se producía en forma automática.
De modo que aquella Serpiente —el nombre encaja bien con él, ¿no creen?— cruzo los dedos y se deslizo en la Sala de Expediciones. Una expedición era algo tan sencillo que, con solo estudiar los controles, un niño podía aprender a efectuarla en cinco minutos. Regreso a un punto un par de horas antes de la tragedia, evitando con cuidado el lugar donde lo había separado de su línea de vida los hombres de Resurrección. Encontró el revolver en un cajón del tocador, lo descargo, se aseguró de que no había más cartuchos por allí, y luego avanzo un par de horas, llegando justo a tiempo para verse a sí mismo en el momento de recibir el balazo entre los ojos.
En cuanto se repuso de la decepción, se dio cuenta de que acababa de aprender algo sobre los Dobles que hubiera debido saber desde un principio, si su mente hubiera funcionado como correspondía. Las balas que había sacado también era dobles; habían desaparecido del mundo real únicamente en el punto del espacio-tiempo donde él las había retirado, y habían seguido existiendo, tan reales como siempre, en las secciones anterior y posterior de sus líneas de la vida, con el resultado de que la pistola estaba cargada en el momento en que su esposa la había esgrimido.
Así que ajustó los controles de modo que llegara solamente unos pocos minutos antes de la tragedia. Tomó la pistola, balas incluidas, y se quedó allí para asegurarse de que no volvía a aparecer. Imaginaba —correctamente— que si abandonaba aquel sector espacio-temporal la pistola reaparecería en el cajón del tocador, y no deseaba que su esposa pudiera usar ninguna pistola, ni siquiera una con la línea de la vida rota. Después —es decir, una vez evitada su muerte— tenía la intención de colocar la pistola en la mano de su esposa.
Dos cosas lo tranquilizaron, aunque había estado esperando una y deseando la otra: su esposa no noto su presencia corno Doble y, cuando fue a tomar la pistola, actuó como si esta no hubiera desaparecido, y tendió su mano derecha corno si realmente sostuviera una pistola en ella. Si hubiera estudiado filosofía, se habría dado cuenta de que estaba asistiendo a una confirmación de la teoría de la armonía preestablecida de Leibnitz: que ni átomos ni seres humanos se afectan realmente los unos a los otros, solo lo aparentan.
De cualquier forma, no tenía tiempo para teorías. Aun sujetando la pistola, se deslizo al salón para ocupar un asiento de primera fila, cerca de Él Mismo, para el gran acto. Él Mismo se dio menos cuenta aun de su presencia que su esposa.
Su esposa salió y pronuncio su parlamento como siempre. Él Mismo se echó hacia atrás como si ella siguiera sujetando la pistola y empezó a tartamudear acerca de la herencia; su esposa se burló e hizo como si le disparara. Naturalmente, no se produjo ningún disparo esta vez, y no apareció ningún agujero de bala misterioso, cosa que había llegado a temer. Él Mismo simplemente se quedó allí, como atontado, mientras su esposa hacía corno si estuviera contemplando un cuerpo caído en el suelo y regresaba a su dormitorio.
Se sintió complacido por completo: esta vez había cambiado realmente el pasado.
Entonces Él Mismo miro lentamente a su alrededor, aun con aquella expresión atontada, y avanzo despacio hacia él. Se sintió más complacido que nunca porque imaginó que ahora iban a fundirse en un solo hombre y una sola línea de la vida, y podría apresurarse a ir a algún sitio y establecer una coartada, solo para asegurarse, mientras su esposa se suicidaba.
Pero no ocurrió en absoluto de esa forma.
La mirada de Él Mismo cambió de atontada a desesperada, se le acerco, y de pronto le quito la pistola y, en el espacio de un parpadeo, apretó el gatillo con el pulgar y se pegó un tiro él mismo entre los ojos. Cayó, como las otras veces.
En aquel momento empezó a aprender algo —y era un aprendizaje más bien desagradable— acerca de la Ley de la Conservación de la Realidad. Al universo tetradimensional del espacio tiempo no le gusta ser cambiado, del mismo modo que no le gusta perder o ganar energía o materia. Si tiene que ser cambiado, se ajusta por sí mismo solo lo suficiente como para aceptar ese cambio y no más. La Conservación de la Realidad es también una especie de Ley de la Mínima Acción. No importa lo improbables que sean los acontecimientos implicados en el ajuste, en tanto que sean posibles y puedan ser utilizados para encajar en el esquema establecido.
Su muerte, en aquel punto, formaba parte del esquema establecido. Si vivía en vez de morir, tendrían que producirse otros miles de millones de cambios compensatorios, cubriendo muchos años, quizá siglos, antes de que el viejo esquema pudiera ser restablecido.
De esta forma el esquema apenas resultaba afectado. Había quemaduras de pólvora en su frente que no habían estado antes, pero en primer lugar no había testigos del disparo, así que la presencia o ausencia de quemaduras de pólvora no tenía ninguna importancia. La pistola estaba tirada en el suelo en vez de hallarse en manos de su esposa, pero tenía la sensación de que cuando llegara el momento en que ella tenía que morir, también ella se apartaría lo suficiente del trance de Armonía Preestablecida como para encajar con el esquema, tal como lo había hecho Él Mismo.
Así que aprendió un poco acerca de la Conservación de la Realidad. También aprendió un poco acerca de su propio carácter, especialmente de la última expresión y actuación de Él Mismo. Tuvo el atisbo de que, por la forma en que había vivido, había estado intentando destruirse a sí mismo desde hacía años, de tal modo que aquella fortuna heredada o cualquier éxito accidental no lo hubieran salvado, y que si su esposa no le hubiera disparado lo habría hecho el mismo de un modo u otro.
Tuvo el atisbo de que Él Mismo no había estado actuando tan solo como un agente para un universo autocorrector cuando tomo la pistola, sino que había estado actuando también por su propia voluntad. El universo, saben, opera haciendo que la gente también coopere.
Pero aunque se le ocurrieran todas estas ideas, no se desanimó por ello, porque pensó que esa segunda vez había conseguido un éxito parcial, y que si hubiera mantenido la pistola fuera del alcance de Él Mismo, si hubiera dominado a Él Mismo, la fusión se habría producido, y todo habría funcionado tal como lo había planeado.
Tenía la confusa sensación de que el universo, como un enorme animal soñoliento, sabía lo que él estaba intentando hacer, y hacía todo lo posible por frustrarlo. Esa sensación de oposición lo decidió a vencer al universo. No era el primer tipo que caía en esa tentación, por supuesto. Hasta cierto punto su táctica funcionó.
La tercera vez que trasteó con el pasado, todo empezó a ocurrir exactamente igual a como había ocurrido la segunda vez. Él Mismo avanzo con aire desdichado hacia él, buscando la pistola que él había ocultado cuidadosamente y no pensaba entregarle a ningún precio. Por fortuna, Él Mismo no luchó por ella; la expresión desesperada cambió a otra de impotencia absoluta, y Él Mismo se apartó de él y, muy lentamente, caminó hacia las puertas de vidrio y se detuvo a mirar el exterior, la bochornosa noche. Imagino que Él Mismo estaba empezando a hacerse a la idea de no morir. No pasaba ni un soplo de aire. Un par de meteoros rasgaron el aire. Luego, mezclado con los sonidos nocturnos de la ciudad, se produjo un débil silbido zumbante.
Él Mismo se agitó ligeramente, como si sufriera un estremecimiento. Luego se volvió en redondo y se derrumbó en el suelo, todo en un solo movimiento. Entre sus ojos había un negro agujero.
Entonces y allí, esta Serpiente de la que les estoy hablando decidió no volver a intentar nunca más cambiar el pasado, al menos su pasado personal. Había comprendido al fin, y había adquirido también un saludable respeto hacia los Altos Mandos, capaces de cambiar el pasado, aunque algunas veces con dificultades.
Regresó a la Sala de Expediciones, donde una adormecida y sorprendida Serpiente le administró un terrible sermón y lo confinó en una habitación. El sermón no le preocupo demasiado: había adquirido un cierto fatalismo. Una persona tiene que aprender a aceptar la realidad tal como es, ¿saben? De modo que será mejor que no se sorprendan por la forma en que voy a desaparecer dentro de un momento... yo también soy una Serpiente, recuérdenlo.
Si algún estadístico busca un ejemplo de un acontecimiento improbable, difícilmente puede encontrar algo más claro que la posibilidad de que un hombre pueda ser alcanzado por un meteorito. Y si a ello le añade la condición de que el meteorito le golpee entre ambos ojos de tal modo que la herida pueda ser confundida con la ocasionada por una bala calibre 32, la improbabilidad se multiplica por un potencia astronómica. De modo que, ¿cómo puede una persona esperar vencer a un universo que encuentra mucho más fácil atravesar de este modo la cabeza de un hombre que posponer la fecha de su muerte?
Fritz Leiber (1910-1992)
Relatos góticos. I Relatos de Fritz Leiber.
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El análisis y resumen del cuento de Fritz Leiber: Intenta cambiar el pasado (Try and Change the Past), fueron realizados por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com
1 comentarios:
Magistral cuento de viajes en el tiempo.
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