El sueño de una noche eterna: la poesía del silencio sepulcral


El sueño de una noche eterna: la poesía del silencio sepulcral.




La vindicación del silencio sepulcral, esto es: la quietud impávida de la muerte, la glorificación o el anhelo de la tumba, es un motivo frecuente en la poesía.

Por allí andan los poetas de cementerio (Graveyard Poets), capaces de componer versos con estremecedora destreza, echados sobre los camposantos y cementerios, con las orejas apoyadas sobre la tierra para oír, según se creía, el monótono rumiar de los difuntos, tal como lo afirma Michaël Ranft en el De Masticatione Mortuorum in Tumulis, literalmente, De la masticación de los muertos en sus tumbas.

Los poemas de cementerio, entre otros estilos, filosofan sobre un estado intermedio entre la vida y la muerte; o más bien, sobre un estado de vida en la muerte donde no ocurre demasiado, salvo el silencio, el sueño y el olvido.

Así lo imagina Algernon Swinburne en El jardín de Proserpina (The Garden of Proserpine).


Que ninguna vida viva para siempre,
que los muertos nunca resuciten;
Sólo el sueño eterno
en una noche eterna.


That no life lives for ever
That dead men rise up never;
(Only the eternal sleep
In an eternal night)


Pocos motivos en la poesía gótica son tan fascinantes y, al mismo tiempo, tan escalofriantes como aquella visión nostálgica del sueño eterno. Hay una desesperada melancolía en esos versos, una rebeldía que se rehúsa simultáneamente a la recompensa celestial y al castigo del infierno.

La poesía del silencio sepulcral es, también, una tercera posición frente a la muerte: una existencia —o no existencia— sin castigos, sin recompensas, sin ambiciones de reencuentros felices, sin ingratos reproches de ultratumba; solo el sueño, el silencio, y el olvido.

De este modo lo resume Emily Brontë en Cuando deba dormir (When I Shall Sleep).


Oh, cuando deba dormir
sin identidad,
y no importe cuánto llueva,
cuánta nieve pueda cubrirme.


(Oh, when I shall sleep
Without identity.
And never care how rain may steep,
Or snow may cover me)


La idea del sueño de una noche eterna es, sin lugar a dudas, mucho más inquietante que el resto de las opciones, y posiblemente la única que nos exime del compromiso de la felicidad pero también del dolor.

En definitiva, ese estado del ser se asemeja más a la nada, a la no existencia, que al deseo o a la posibilidad de cierta trascendencia.

James Elroy Flecker, en lo más profundo de la desesperación, fantasea con ese estado letárgico en Ninguna canción de cobarde (No Coward's Song).


Sé que los muertos son sordos
y no pueden escuchar el canto de mil ruiseñores.
Sé que los muertos son ciegos
y no pueden ver al amigo que cierra con horror sus grandes ojos,
y son ingeniosos.


(I know dead men are deaf,
and cannot hear the singing of a thousand nightingales.
I know dead men are blind
and cannot see the friend that shuts in horror their big eyes,
and they are witless)


En el silencio sepulcral no hay sueños, no hay aspiraciones ni deseos; en esencia, hay NADA, y ese estado de ausencia, de algún modo, es algo que atraviesa transversalmente a la poesía; porque solo en presencia de la NADA es posible el OLVIDO.

Paradójicamente, el mejor retrato de ese oscuro estado del ser no proviene de la poesía, sino de un razonamiento de Oscar Wilde.


La muerte debe ser hermosa. Recostarse en la suave tierra marrón, con la hierba ondeando por encima de la cabeza, y escuchar el silencio. No tener ayer, no tener mañana. Olvidar el tiempo.

(Death must be so beautiful. To lie in the soft brown earth, with the grasses waving above one's head, and listen to silence. To have no yesterday, and no to-morrow. To forget time)


Oscar Wilde acierta al situar al OLVIDO como el último atributo de la muerte, si es que podemos llamarlo así: mientras algunos aspiran a la eternidad para prolongar el regocijo de existir, o bien encontrarlo, tras una vida desgraciada, otros sólo fantasean con olvidar.




Egosofía. I Taller de literatura.


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