Un joven cazador de vampiros


Un joven cazador de vampiros.




Volver a casa tan tarde siempre era un problema. Probablemente su madre lo dejaría sin computadora, sin televisor, sin consola, durante una semana. Capaz un mes.

Se limpió las suelas de las zapatillas en el felpudo de la puerta.

La luz estaba encendida.

Mal señal. Pésima.

El chico entró en la casa y se dirigió rápidamente al sillón. Si eludir el castigo era difícil, ahorrarse el sermón de su madre era prácticamente imposible.

—¡A vos te parece llegar a esta hora! —lo interceptó ella, con ese tono entre histérico y feliz que emplean las madres cuando sus hijos regresan tarde a casa.

—Perdón, má. Se me hizo tarde.

—¿Tarde? ¡Tardísimo! ¡Tendrías que haber vuelto hace tres horas, Juan!

—Perdón —repitió.

—¿Se puede saber dónde estuviste?

—No sé. Por ahí.

La felicidad se borró del rostro de su madre. Solo quedaba la histeria.

—¿Por ahí? ¿Por ahí? —repitió, como tratando de encontrarle un sentido oculto a esa imprecisión—. ¡Ya vas a ver cuando vuelva tu padre! ¡Decime dónde estuviste!

—En el sótano.

—¿Nuestro sótano?

El chico asintió.

—Te dije mil veces que no vayas ahí. Ya sabés que a tu padre no le gusta que andes tocando sus cosas.

—Ya sé. ¿Pero no te parece raro eso?

—¿Qué cosa?

—Que papá no quiera que bajemos al sótano.

—Para nada. Todos necesitamos un espacio propio. Así como a vos no te gusta que entremos a tu cuarto, a él no le gusta que bajemos al sótano.

—De día —dijo Juan—. No quiere que bajemos de día.

—Tu papá es escritor. Necesita concentrarse.

—¿En qué? Si siempre escribe lo mismo: vampiros, vampiros y vampiros. Siempre vampiros.

—Esos vampiros que tanto te aburren son los que te dan de comer, Juan.

—Ya sé. Perdón.

Francamente ya se estaba cansando de pedir disculpas por todo.

—Ahora andá a bañarte que estás hecho un desastre. Ya está por oscurecer y a tu padre le gusta que todos estemos juntos a la hora de la cena.

—Está bien.

Juan se incorporó, pero enseguida volvió a sentarse en el sillón.

—¿Se puede saber qué es eso que tenés ahí atrás? —preguntó su madre.

—¿Dónde?

—No te hagas el vivo. Tenés algo en las manos. ¿Otra vez trayendo porquerías de la calle?

Juan se sentó lo más derecho que pudo, pero ocultar lo que llevaba encima no era tan fácil.

—Me cansaste, Juan. O me mostrás lo que tenés ahí atrás o te vas a tu cuarto.

—Pero…

—¡A tu cuarto! ¡Ahora!

Juan miró a su madre durante un instante.

Estaba cansado.

Muy cansado.

Se alejó lentamente por el pasillo.

Antes de subir por la escalera, descartó la estaca ensangrentada, así como todas las excusas que había inventado y que su madre no iba a creer de todos modos.




Relatos de vampiros. I Razas de vampiros.


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