Cómo insultar en latín con elegancia.
El latín es el idioma más eficiente a la hora de insultar a alguien. Cada actitud inapropiada, torpe, o directamente criminal, poseía un insulto específico. Este nivel de excelencia se justifica por una sencilla razón: los romanos valoraban enormemente la fuerza del insulto, y lo convirtieron en una parte esencial del habla cotidiana.
Comenzaremos por algunos insultos en latín de baja frecuencia, por clasificarlos de algún modo, y luego analizaremos los insultos más fuertes y creativos. También es importante mencionar que las traducciones de estos insultos en latín, en muchos casos, no significan una gran ofensa para nosotros, pero en la época de los romanos eran tomados como verdaderas afrentas.
Uno de los insultos más frecuentes en latín era stulte, «estúpido». Para elevar la apuesta se recurría a stultissime, es decir, «completo estúpido»; o bien stultissimi, en el caso de querer insultar a un grupo de perfectos estúpidos; aunque en este último caso también se podía emplear fungi, literalmente, «hongos», insulto de carácter sectario que hacía referencia a los sujetos provincianos.
A la persona con malos hábitos a la hora de comer, que para los parámetros romanos debía ser alguien realmente grosero, se le llamaba ructator, «eructador». Si el sujeto poseía modales aún más rústicos se le endosaba el título de ructabunde, «bolsa de pedos», o bien de sterculinum, «letrina».
A un individuo que no entendía claramente lo que se le decía se le llamaba fatue, «tonto». Si su poder de comprensión era todavía más deficiente se apelaba a caudex, «idiota», pero únicamente cuando se hacía referencia a su perplejidad. Al que sí entendía pero que necesitaba que se le repitiera lo dicho se le llamaba nugator, que elegantemente podríamos traducir como «insignificante», aunque en realidad expresaba más bien cierta impaciencia en relación con la nulidad auditiva del otro.
Si uno deseaba manifestar cierta superioridad social sobre el otro se lo llamaba vappa, término intraducible que refiere a cierto vino agrio y desagradable. Si la superioridad era intelectual, se le decía matula, literalmente, «vasija», acaso en relación a una cabeza vacía.
En el caso de que alguien fracasara en una tarea determinada se lo llamaba malus nequamque, literalmente, «malo para todo», aunque para nosotros resultaría más adecuado «bueno para nada».
A quien cometía una indiscreción fuera de lugar, o bien traicionaba un secreto, se le decía bucco, «bocón», básicamente un alcahuete. Este era un insulto severo, que podía ir acompañado por caenum, «sucio»; spurce, «mugroso», o stercoreus, «sorete».
Buena parte de los insultos en latín tienen que ver con la higiene personal. Por ejemplo, luteus, «embarrado», indicaba a alguien cuyas ropas estaban sucias; oraputide, o «boca podrida», a alguien con mal aliento. Aquellos que despedían demasiado olor a transpiración eran llamados putide, «apestoso», lutulente, «mugriento»; o tramas, «basura».
El aseo capilar también era muy importante en la vida de los romanos; de tal modo que el término pediculose, «piojoso», recaía tanto a los que sufrían de pediculosis como a aquellos de cabellera desprolija.
Uno de los aspectos más interesantes de los insultos en latín es su relación con la cultura criminal. De hecho, buena parte de los insultos en latín tienen que ver con la idea de scelus, o «crimen», entendido menos como una actitud ilegal que como una contravención de las normas morales.
Un verbero, «avergonzado», se refería a alguien con un pasado vergonzoso. En la vida política de Roma era un insulto letal; lo mismo que fugitive, «fugitivo», con el tremendo peso coyuntural de la época, donde solo una persona esclava podía ser considerada fugitiva.
El sujeto que cometía un hurto era llamado fur, «ladrón»; insulto que entre las personas públicas se transformaba en un desconcertante trifur, literalmente, «triple ladrón». La fuerza de este tipo de acusaciones queda evidenciada en la palabra furcifer, que literalmente significa «portador del ladrón», y en términos prácticos, «horca». Para otro tipo de crímenes se recurría al más civilizado cruciarus, es decir, alguien que merecía ser crucificado.
Ahora bien, para despedirnos pasaremos a los insultos en latín más fuertes.
Por razones obvias deberemos obrar con prudencia a la hora de traducirlos, en algunos casos, apelando a ciertos refinamientos que no están presentes en el original
Paedicabo ego vos significa algo así como «voy a romperte el c*». Este insulto era exclusivo entre hombres, lo mismo que Irrumabo ego vos, «voy a c* por la boca», o más elegantemente, voy a obligarte a que me practiques una felación; frente a lo cual uno podría responder que el otro duros nequeunt movere lumbos, es decir, que es incapaz de tener una erección.
Un insulto en latín bastante frecuente era cinaede, «afeminado»; o pathice, un hombre que disfruta con ser penetrado. Con el mismo significado, aunque con menos refinamiento, se utilizaba el término puttus, «puto».
Frente a este tipo de acusaciones normalmente se le oponía el término mentula, alguien de escasa dotación viril. A las mujeres activas en el terreno del amor se las llamaba moechari, literalmente, «adúltera», y simbólicamente, «atorranta»
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6 comentarios:
Pero que genial :D Adoro tu blog, es excelente. Me gustó este articulo; todo aquí es demasiado interesante.
Saludos :)
Curiosa forma de insultar tenían en esos tiempos.
Y pensar que hoy día el insulto más suave es que te llamen "gilipollas" entre otros que todos hemos usado alguna vez. En aquella época sí que la gente tenía cultura y clase hasta para ir al wc.
pathice o pathicus ?
Interesante lo de enseñar a insultar en latín. No está mal insultar con cultura.
Excelente :)
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