Esos amores que se deshacen entre los dedos


Esos amores que se deshacen en los dedos.




La deseaba incluso antes de conocerla. Y la deseaba con obsesión, cultivando sutiles perversiones en la oscuridad de su cuarto, solo, rodeado por el murmullo incesante de libros antiquísimos.

Durante esas noches entendió que la buscaba desde que tenía uso de razón, o incluso antes, cuando la imaginación y la fantasía gobernaban sobre su mente. Todos los días se sometía a la rutina estéril de indagar sobre su paradero. Lo único que descubrió fue que otros hombres también la buscaban.

A su deseo insensato se añadieron pensamientos aún más perturbadores, criminales, se diría: la certeza de que sería capaz de cometer el acto más abominable con tal de encontrarla, de poseerla, de sentir su cuerpo frágil deshaciéndose entre sus dedos. Cualquier aberración, cualquier impulso oscurecido por la excitación, estaban justificados.

Entonces lo supo por los periódicos: los otros la habían encontrado.

A la desesperanza preliminar le sucedió la creencia de que ninguno de esos hombres era digno de ella; de modo que extrajo todo su dinero del banco y tomó el primer vuelo que pudo encontrar. Lucharía contra cualquiera, contra todos, con tal de poseerla.

Al llegar confirmó sus sospechas: los otros la tenían encerrada. No cabía esperar otra cosa. Durante semanas cronometró el andar de los soldados que patrullaban el perímetro. Mercenarios, sin duda, a juzgar por lo irregular de su custodia, pero sobre todo por la facilidad con la que podían ser sobornados.

Gastó hasta el último centavo. Después de todo, no habría un mañana para él.

Ingresó a la recámara al filo de la medianoche, cuando las arenas reposan y los insectos susurran maldiciones a la luna. Ahí estaba ella, desnuda, débilmente alumbrada, esperándolo.

Fue como en sus sueños más inconfesables. La besó con la sed enloquecida del caminante que hunde el rostro afiebrado en el manantial. La penetró con desesperación. La poseyó de mil formas escandalosas, criminales, caníbales, hasta deshacerla entre sus dedos.

Sin otro futuro posible que la recapitulación de esa noche, el joven se quitó la vida.

Al día siguiente las autoridades encontraron el sarcófago vacío. Junto a él, con los dedos cubiertos por una fina capa de polvo, yacía el cadáver del arqueólogo.




El lado oscuro del amor. I Historias de amores prohibidos.


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