¿Qué ocurre con el alma de los suicidas?


¿Qué ocurre con el alma de los suicidas?




El suicidio es un acto tabú para la gran mayoría de las culturas, es decir, algo prohibido; razón por la cual no es infrecuente que en aquellas tradiciones el alma de los suicidas sea condenada a toda clase de tormentos.

Más allá de la creencia de que el alma de las personas que cometen suicidio están sentenciadas por toda la eternidad, algo verdaderamente absurdo, quienes normalmente pagaban un tributo de oprobio eran sus familiares, a los que se les negaba enterrar a sus seres queridos en tierra consagrada.

En muchos casos, hasta se los obligaba a realizar entierros clandestinos en los cruces de caminos, con la esperanza de que el alma del suicida no pueda encontrar el camino a casa y de ese modo atormentar a sus parientes más cercanos.

De esta última tradición se desprenden algunas leyendas típicas de vampiros.

Ahora bien, ¿por qué se cree que el alma de los suicidas está condenada?

En principio, porque el suicidio no solo contradice las leyes naturales sino que es la más antinatural de las muertes; no importa cuán trágicas y, en muchas ocasiones, comprensibles que sean las causas que motiven ese acto.

Según las tradiciones orientales, el individuo que comete suicidio continúa horrorosamente consciente tras su muerte, atrapado en la densa atmósfera del Kamaloka, especie de plano astral que recubre de forma sutil el plano físico.

Este velo, por llamarlo de algún modo, no es impenetrable; de hecho, el alma del suicida puede ver y experimentar todo lo que ocurre en nuestro plano, en especial a las personas que conoció y lo amaron sinceramente.

Para muchos, esta primera condena del suicida se prolonga hasta el día y la hora exactas en las que debía ocurrir su muerte natural.

Por ejemplo, si la persona estaba destinada por su karma a vivir hasta los 80 años, pero se quitó la vida al cumplir 20, debe permanecer en el Kamaloka durante 60 años; sin efectuar ningún tipo de progreso hasta que el plazo se cumpla.

Recién entonces podrá completar el proceso de muerte y entrar en el estado de Devachán, entorno confuso en donde las almas incluso pueden extraviarse.

Podemos pensar que el hecho de permanecer en el Kamaloka hasta completar su ciclo de vida en la Tierra no es en absoluto un castigo, sino una etapa esencial en el progreso evolutivo del alma.

¿Pero qué ocurre allí?

Básicamente el estar atrapado en el mismo sufrimiento que indujo al individuo a tomar esa decisión radical.

La persona que muere de forma natural sencillamente atraviesa el curso que él mismo ha trazado con anterioridad. En este contexto, el suicidio es un corte abrupto con la vida, que normalmente tiene que ver con la necesidad asfixiante de escapar de algo: dolor, tristeza, soledad.

No obstante, el dolor no es algo que podamos quitarnos tan fácilmente. En su necesidad de escapar, el suicida corta su vínculo físico con nuestro plano, pero el dolor y su alma continúan más allá de éste.

Paradójicamente, tras su muerte el suicida se encuentra horriblemente lúcido, incluso más que durante su vida orgánica ya que no se encuentra enteramente en el plano físico, atado a lo que sus sentidos puedan suministrarle sobre el mundo que lo rodea. Está "atrapado" entre dos planos y perfectamente consciente de ambos.

La gran mayoría de las almas en este estado realmente comprenden su error, y lo aceptan como parte de su progreso evolutivo. Otras, una minoría, se rebelan contra la situación, consiguiendo únicamente empeorarla.

¿Cómo es posible empeorar una situación como ésta?

La no aceptación, el no entendimiento de lo que ocurre, conduce a ciertas almas de suicidas a intentar comunicarse con las personas vivas, en cierta forma, buscando reiniciar su vida física al adherirse a alguien en particular y de ese modo continuar recibiendo estímulos que alma percibe ilusoriamente como físicos.

En estos casos, el suicida entra en una especie de limbo obsesivo en el que intenta desesperadamente pedir perdón. En verdad está arrepentido; sin embargo, el dolor que provocó en otros también es parte de su situación actual. Abundan las historias de médiums que aseguran que el alma de los suicidas repiten una y otra vez las mismas palabras durante años enteros, sin interrupción.

Por eso la teosofía llama a los suicidas Earth Walkers, algo así como Caminantes de la Tierra.

¿Por qué?

En parte porque consideran que el suicida no solo está atrapado en las condiciones que lo indujeron a quitarse la vida sino también a las consecuencias que ese acto provocó en sus seres queridos.

Ahora bien, las almas que no cometen la imprudencia de permanecer cerca de sus seres queridos igualmente lo desean, y de una manera tan intensa que nos resultaría imposible comprender. El Kamaloka es nada menos que el plano del Deseo; un deseo en estado bruto, total, absoluto, irresistible: en este caso, el deseo por la vida.

Recién entonces, devorado por sus pensamientos, impulsado a revivir una y otra vez las circunstancias que lo atormentaban en la tierra, el alma entiende que las armas o elementos que empleó para terminar la vida de su cuerpo no pueden alcanzar al ser real.

Todo esto suena bastante horrible, y lo es. No obstante, es parte del proceso y el alma, aún en su dolor, lo sabe.




Fenómenos paranormales. I Parapsicología.


Más literatura gótica:
El artículo: ¿Qué ocurre con el alma de los suicidas? fue realizado por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com

2 comentarios:

Camilo dijo...

Recién estoy terminando la lectura del libro "Memorías de un suicida" y todo concuerda con el artículo del presente post. El suicidio es de verdad algo verdaderamente horrible y condenable. Quizá por eso, practicamente todas las culturas del mundo lo aborrecen y lo evitan a toda costa, aún contra la voluntad de quien quiere cometer tan horrible acto. Saludos.

Anónimo dijo...

Me encantó el artículo. Saludos



Lo más visto esta semana en El Espejo Gótico:

Análisis de «La pequeña habitación» de Madeline Yale Wynne.
Poema de Emily Dickinson.
Relatos de Edith Nesbit.


Paranormal.
Poema de Charlotte Mew.
Relato de Walter de la Mare.