Eso que escuchamos antes de dormir.


Eso que escuchamos antes de dormir.




Hay una explicación para esas voces que escuchamos antes de dormir. En realidad, no son necesariamente voces; sino también de sonidos inarticulados, murmullos que se superponen unos a otros dando forma a un salmo más bien incomprensible.

Muchos autores, entre ellos, Samuel Coleridge, Edgar Allan Poe y H.P. Lovecraft, aprovecharon este pasaje de la vigilia al sueño para atender las demandas de esos susurros del inconsciente.

Científicamente se lo llama experiencia hipnogógica. La palabra proviene del griego hypnos, «sueño»; y agogos, «inducir». Y se la explica como una alucinación visual, táctil o auditiva que se produce inmediatamente antes de conciliar el sueño.

El raro universo de lo hipnogógico define ese momento de tránsito entre la vigilia y el sueño; donde ocurren algunos acontecimientos formidables. La mayoría de las personas, consciente o inadvertidamente, oye una suerte de repetición de aquello que han escuchado durante el día, o que hubiesen deseado escuchar.

Las voces se superponen, se entremezclan, se vuelven canciones o difusas letanías. Pero también suceden otros eventos igualmente extraños. Algunas personas ven pantallazos inspirados en hechos diurnos o bien completamente imaginarios. Otros incluso se ven impulsados a realizar repentimos movimientos musculares, por ejemplo, una patada bajo las sábanas o un manotazo al aire para quitarse de encima una presencia. En cierta forma podemos imaginar la experiencia hipnogógica como la hibernación del sistema operativo de la conciencia diurna.

Algo parecido sucede momentos antes de despertar. A estas experiencias se las llama alucinaciones hipnopómpicas, es decir, aquellas que se producen durante el pasaje del sueño hacia la vigilia. Dicho esto conviene mencionar un extraordinario caso de creación poética realizado durante una experiencia hipnogógica.

En 1797, Samuel Taylor Coleridge pasó una tarde atroz. Aquejado por dolores físicos y emocionales hizo lo que hacía siempre en esas circunstancias: armó su pipa de opio, tomó un libro y leyó hasta quedarse dormido. El libro en cuestión era una gruesa biografía del Gran Khan del Imperio mongol Kublai Khan. Coleridge, que ya había traducido sus vagabundeos oníricos en el poema: Los dolores del sueño (The Pains of Sleep), se durmió relajadamente con el libro sobre el pecho. El opio había surtido efecto. Las horas pasaron y la noche se fue deshaciendo en una mañana y un mediodía cálidos. En ese instante despertó sin haber despertado realmente.

En ese estado entre el sueño y la vigilia, donde la mayoría de nosotros se debate en los primeros esfuerzos de la conciencia por hacerse cargo de la maquinaria psíquica, Coleridge hizo algo más que imaginar vagamente un poema: lo compuso. Cuando finalmente despertó, se arrojó sobre su escritorio y empezó a escribir frenéticamente. Tal como lo describiría más adelante, no sintió que estuviese componiendo un poema, sino pasándolo sin escalas de su mente al papel.

Escribió 50 y tantos versos hasta que un conocido golpeó la puerta de su casa. Con la fiebre de la poesía ardiendo en su cabeza, Samuel Coleridge lo atendió durante una hora. Cuando finalmente logró desembarazarse de aquel invitado indeseable corrió hacia su habitación y tomó la pluma temblorosa... pero en enlace se había roto.

Del poema Kubla Khan quedan cincuenta versos extraordinarios. Pero Coleridge no volvió a ser el mismo. Nunca recordó el resto de la obra, salvo fragmentos inciertos, aunque sabía que el poema completo que había soñado rondaba los 300 versos.

Hasta aquí la cuestión se resume a una anécdota asombrosa y no mucho más. Pero la historia aún nos reserva un último enigma.

Veinte años después se descubrió en Francia un manuscrito inédito del siglo XIV, que cuenta la historia de Rashid al-Din. Allí se comenta que el verdadero Khan construyó su palacio a partir de un diseño realizado en un sueño. Es imposible que Coleridge haya conocido aquel manuscrito, y menos aún aquella anécdota del palacio soñado. Sin embargo, tal como lo comenta Jorge Luis Borges en su artículo: El sueño de Coleridge, algunas simetrías sugieren que los sueños a menudo se enlazan con otros, incluso con algunos que fueron soñados varios siglos antes de que el viajero onírico se jacte de su originalidad.

Esta simetría podría resumirse de la siguiente forma: Kublai Khan, el emperador mongol del siglo XIII, soñó con un palacio y lo construyó siguiendo el trazado de aquel diseño onírico. Siglos después, un poeta inglés que no conocía esa historia soñó un poema sobre un palacio que también fue soñado.

Borges y Carl Jung nos invitan a una última reflexión. Los sueños no siempre son creaciones individuales. De hecho, algunos palacios existen más allá de la realidad y del sueño; habitan en ambos planos, a veces simultáneamente. Podemos pensar que el palacio de Kublai Khan ya existía antes de que el emperador mongol lo soñara, y que continuará existiendo cuando el último lector de Coleridge advierta esa simetría. Peor es creer que también nosotros correspondemos al diseño de un dios que se debate entre sueño y la vigilia.




El lado oscuro de la psicología. I Libros prohibidos.


El artículo: Eso que escuchamos antes de dormir fue realizado por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com

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