Søren Kierkegaard y Regine Olsen: la historia de amor detrás del «Diario de un seductor».


Søren Kierkegaard y Regine Olsen: la historia de amor detrás del «Diario de un seductor».




A mediados del siglo XIX, la ciudad danesa de Copenhague se paralizó a causa de los rumores en torno a un filósofo y una muchacha realmente hermosa. La historia de amor entre ambos fue también una historia desgraciada, llena de rechazos, aceptaciones y vuelcos dramáticos. En gran parte podemos pensar que todas esas vicisitudes conforman el trasfondo real del Diario de un seductor (Forførerens Dagbog), una obra capital del pensamiento occidental.

Regine Olsen (1822-1904) nació en Frederiksberg, un barrio acomodado de Copenhague, Dinamarca. Se dice que conoció al filósofo y teólogo Søren Kierkegaard (1813-1855) en la primavera de 1837, cuando ella tenía quince años. El muchacho le causó una fuerte impresión, aunque no del todo favorable. Entre ambos surgió una especie de atracción indefinible, salpicada por pasajes de fuerte rechazo. Lo cierto es que se estableció una conexión, favorable o no, y que ambos deseaban seguir alimentándola.

Kierkegaard comenzó a buscarla obsesivamente. Primero se acercó a ella como amigo, luego como confidente y finalmente cortejándola en cada oportunidad que se presentaba. En septiembre de 1840 le confesó su amor mientras Regine tocaba el piano en una fiesta organizada por la familia Olsen. Habían pasado más de dos años desde que se conocieron. Un tiempo prudencial incluso para un seductor de semejante calibre. Pero la joven Regine Olsen se quedó en silencio, cabizabaja, sin animarlo a continuar el cortejo pero tampoco rechazándolo definitivamente.

El siguiente movimiento de Kierkegaard fue solicitar una entrevista con el padre de Regine, el concejal Etatsraad Olsen, con el propósito de pedirle su mano. El hombre aceptó la propuesta, en definitiva, una mera formalidad, y desde ese momento, sin que mediara la aceptación de Regine, la pareja quedó oficialmente comprometida.

Ya en los primeros días de compromiso Kierkegaard comenzó a manifestar los síntomas de algo perjudicial para el amor: la duda. Sobre todo, dudaba de su capacidad para el amor convencional, es decir, para el matrimonio. Durante el resto de ese año y gran parte del siguiente se dedicó por completo a sus estudios en el seminario. Regine Olsen sintió —y lo manifestó vivamente— que la agenda agitada de Kierkegaard era el pretexto conveniente para evitarla.

La relación continuó epistolarmente. Las cartas de Kierkegaard, que escribía puntualmente cada miércoles, sobrevivieron prácticamente en su totalidad. Las de Regine Olsen fueron oportunamente quemadas.

La tensión a larga distancia continuó creciendo hasta que en agosto de 1841, Kierkegaard rompió oficialmente el compromiso. Lo hizo a través de una carta de despedida acompañada de un anillo. Regine Olsen, destrozada, desechó el protocolo y viajó hasta la casa del filósofo sabiendo que él se hallaba fuera de la ciudad. Escribió una nota y la deslizó debajo de la puerta. Kierkegaard siempre llevaría esa única línea consigo.


«No me dejes.»


A pesar de lo que se diga por allí, Kierkegaard amó realmente a Regine Olsen. Su problema radicaba en la imposibilidad de conciliar la idea del matrimonio con su vocación de hombre de letras y su fervoroso cristianismo. Regine quedó devastada, y en un principio se negó a aceptar el rechazo del filósofo, amenazándo con quitarse la vida si no retomaban la relación.

Kierkegaard tomo medidas psicológicas para tranquilizarla. Sus cartas revelan una estrategia interesante, aunque cruel. En ellas le hacía creer a la joven que en realidad no era amor lo que sentía por él, sino una mezcla de deseo y admiración. Esta táctica, por llamarla de alguna forma elegante, fue consignada por el propio filósofo en su diario personal:


«No tenía otra alternativa más que llevar la situación al extremo; apoyarla, dentro de lo posible, a través de engaños, y hacer cualquier cosa para que se alejara de mí y recuperara su orgullo.»


Las cartas frías y distantes se sucedieron unas a otras. Regine, sin embargo, no capituló. En octubre de 1841 Kierkegaard se encontró con ella y finalizó la relación en persona. El encuentro se produjo en la mansión de los Olsen. El padre de Regine intentó persuadirlo apelando a la tensión emocional en la que se encontraba la joven. Pero el filósofo creyó que el personaje indiferente que había creado para desanimarla también debía manifestarse frente a su padre. Ante la insistencia del buen hombre sobre si reconsideraría la boda, Kierkegaard respondió:


«Tal vez dentro de diez años, cuando haya empezado a marchitarme y necesite una muchacha lujuriosa que me rejuvenezca.»


Las biografías se han quedado casi siempre con este personaje aborrecible y pocas veces con el hombre real.

Kierkegaard, de hecho, no tenía planes amorosos de ningún tipo. Incluso permanecería célibe el resto de su vida. La idea del romance lo aburría profundamente, y en general veía al amor como una distracción de sus intereses filosóficos. El dolor por Regine fue intenso, quizás multiplicado por la necesidad de articular un personaje despótico para alejarla de él y conservar así su orgullo femenino intacto. En este sentido, una de sus anotaciones más famosas se produjo luego de ver casualmente a su ex-prometida en la calle:


«Hoy vi a una mujer hermosa que ya no me interesa.»


Regine Olsen continuó obsesionada con Kierkegaard. La ciudad entera estaba al tanto de las idas y venidas de ambos, y los rumores se multiplicaron de forma considerable. Tiempo después, cuando Regine rehizo su vida amorosa, Kierkegaard le pediría perdón por su «estrategia de abandono». [«Sobre todo, olvida al que escribe esto y perdona a quien que no supo hacer feliz a una chica»]

En 1847, Regine Olsen contrajo matrimonio con su antiguo tutor, Frederik Schlegel. El matrimonio fue —según las crónicas— «feliz y estable», un oximoron sorpresivo. Durante las noches se leían mutuamente pasajes enteros de las obras de Kierkegaard; nadie sabe si con sorna, verdadera admiración, o simplemente para excitarse.

Regine Olsen y Kierkegaard se vieron casualmente en una o dos ocasiones al salir de la iglesia. En noviembre de 1849 el filósofo le escribió a Schlegel solicitándole una entrevista con su esposa. El hombre no respondió, y a partir de entonces rechazó sistemáticamente todas las peticiones que se le hicieron sobre el asunto. Poco tiempo después, Schlegel fue elegido como gobernador de las Indias Occidentales Danesas. Partió con Regine el 17 de marzo de 1855.

Kierkegaard no volvió a verla.

Regine regresó a Copenhague en 1860, cinco años después de la muerte de Kierkegaard. Tras el deceso de Schlegel en 1896, accedió a los ruegos de los biógrafos del filósofo y narró los avatares de su relación bajo la promesa de que serían publicados luego de su propio fallecimiento.

Regine Olsen murió en 1904. Ese mismo año apareció la historia de su compromiso y el posterior desengaño. Su cuerpo descansa en el cementerio de Copenhague junto a los restos de Kierkegaard.

Lo cierto es que Kierkegaard nunca se recuperó de la ruptura con Regine. De hecho, ella ocupa un rol determinante en los escritos del filósofo; y en consecuencia una influencia innegable en la historia del pensamiento occidental. Para muchos, ninguna mujer fue tan decisiva para el desarrollo espiritual de un gran filósofo como Regine Olsen lo fue para Søren Kierkegaard. Sin ir más lejos, es imposible entender realmente a Kierkegaard sin antes conocer esta historia de amor.

Regine Olsen cambió radicalmente las ideas de Kierkegaard acerca del amor. En sus escritos, publicados o personales, siempre aparece de forma indirecta; como una luz o un algo indefinible. En Lo uno o lo otro (Enten-Eller), el primer libro de Kierkegaard, está lleno de referencias a la joven y su relación conflictiva. Pero donde podemos hallarla de forma más clara, y donde también el filófoso practica una especie de ginmasia expiatoria, es en el Diario de un seductor, donde un joven maquiavélico traza un plan de seducción despiadado por el cual intentará conquistar a una mujer a través de sucesivas cartas, y una vez ganado su afecto y confianza, destrozar su corazón.




Amores prohibidos. I Autores con historia.


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