Cómo escribir un cuento de terror.
Sin relación entre los horrores íntimos del lector y aquellos que son planteados por la literatura no hay cuento de terror posible. De hecho, el cuento de terror solo es posible mediante esta comunión.
Algunos eruditos opinan que el cuento de terror es en definitiva un intento de recrear el universo de las pesadillas en un plano conciente, acaso persiguiendo un fin catártico para el lector, o sádico, para el escritor. Observar una pesadilla en un estado de vigilia tiene sus ventajas. En el plano de los sueños, lo siniestro adopta su máscara más perfecta y personal, ya que es el propio soñante el narrador de su aventura, y utiliza para ello las herramientas adecuadas; una especie de atención personalizada de nuestro subconsciente para sacudirnos del modo más vivo. La ventaja del cuento de terror es que siempre ofrece una salida: un final, algo que en las pesadillas a menudo no sucede de un modo claro.
El cuento de terror posee una normativa procedimental específica. En otras palabras: si queremos escribir un buen cuento de terror debemos contemplar algunas exigencias fundamentales.
La primera es el cuidado del clima, el diseño de la atmósfera que envuelve los acontecimientos. En ocasiones un buen relato de terror alcanza la excelencia gracias a este punto, incluso a despecho de su trama.
Veamos que tiene para decir H.P. Lovecraft sobre la atmósfera de un cuento de terror.
[La atmósfera es siempre el elemento más importante de un cuento de terror, por cuanto el criterio final de la autenticidad no reside en urdir la trama, sino en la creación de una impresión determinada.]
El segundo punto es la estructura secuencial del relato, es decir, la telaraña que el escritor construye para extraviarnos en su realidad, o bien para que el lector la sienta como admisible. Lo verosímil no es sinónimo de real, por el contrario, todo lector está dispuesto a dejar de lado sus creencias si el universo planteado por el escritor resulta ser congruente con sus reglas internas. El miedo también puede suscitarse mediante el contraste entre un mundo aparentemente normal [como el que habita el lector] y la intromisión de lo sobrenatural.
En su Marginalia (Marginalia), E.A. Poe comenta este asunto con mayor detalle:
[En el cuento de terror propiamente dicho, donde no hay espacio para desarrollar caracteres o para una gran variedad incidental, la construcción es más importante que en la novela. En esta última, una trama defectuosa puede escapar a la observación del lector, cosa que jamás ocurrirá en un cuento. Sin embargo, la mayoría de nuestros cuentistas desprecia la distinción. Parecen empezar sus relatos sin saber cómo van a terminar; y, por lo general, sus finales parecen haber olvidado sus comienzos.]
Todo cuento de terror es una especie de abordaje sobre lo siniestro, un abordaje personal, propio; una Biblia del horror personalizada, individual, de este modo el escritor se encuentra libre de consignar el Horror con mayúscula a través de una forma definida, que bien puede resultar incierta en sus apariciones, pero que siempre debe estar vinculada a un sentimiento atávico [ver: Lo Siniestro en la ficción: cuando lo familiar se vuelve extraño]
Otro ingrediente de difícil administración en el cuento de terror es la sorpresa, un factor repentino que sacuda las previsiones del lector. Sigamos con otro comentario de H.P. Lovecraft, esta vez, extraído de El horror sobrenatural en la literatura (Supernatural Horror in Literature).
[Los auténticos cuentos macabros poseen algo más que un misterioso asesino, unos huesos ensangrentados o unos espectros agitando sus cadenas según la vieja costumbre. Debe respirarse en ellos una determinada atmósfera de expectación e inexplicable temor ante lo ignoto; han de estar presentes unas fuerzas desconocidas, además de la suspensión específica de las leyes vigentes de la naturaleza, que representan nuestra única defensa contra los asaltos del caos y los demonios del espacio insondable.]
Lo que H.P. Lovecraft intenta decirnos es que el cuento de terror no puede subsistir sin lo inexplicable. De hecho, el relato de terror jamás debe reducirse completamente al universo conocido, por el contrario, debe romper con los esquemas conceptuales del lector, e insinuar la posibilidad de «leyes naturales» desconocidas.
Cuanto más preciso sea el horror citado en un cuento más posibilidades hay de banalizarlo. De tal forma que un cuento de vampiros o un cuento de fantasmas, o por tal caso cualquier historia que revele una criatura de características conocidas por el lector, como un zombie o un hombre lobo, se vuelve una de las formas narrativas más exigentes; ya que de antemano existe una convención clara y específica entre el tópico y el lector.
En otras palabras, el escritor está autorizado a llamar «vampiro» a una de sus creaciones y luego administrarle características que no son nétamente vampíricas, lo que no puede hacer es trastornar por completo el concepto, es decir, la idea fundamental detrás del personaje, en cuyo caso hará bien en inventar una criatura con características propias e individuales, lejos del arquetipo que todo lector tiene en mente. En los casos en donde se opera esta rara metamorfosis en donde los vampiros no son vampiros y los fantasmas no son esperpentos, se pueden generar toda clase de efectos e impresiones, menos horror.
Si decidimos que en nuestro cuento de terror existan criaturas sobrenaturales es imprescindible que estas actúen con intencionalidad. Las acciones y las consecuencias de las «apariciones» deben constituir la esencia misma del relato. Cualquier ambigüedad en este sentido actúa como un analgésico del horror.
A propósito de esto atendamos a la sugerencia de Edith Wharton:
[Para manifestarse los espectros requieren dos condiciones: silencio y continuidad. Es más afortunado para un fantasma ser vívidamente imaginado que pobremente percibido; y nadie saber mejor que él lo difícil que es ponerlo en palabras imprecisas, aunque suficientemente transparentes. No debemos permitir que la moral intervenga en la apreciación de un relato de fantasmas. Para su efecto, debe depender únicamente de lo que podríamos llamar su cualidad térmica; si nos produce un frío estremecimiento que nos recorre la espina dorsal, ha cumplido su misión, y lo ha hecho bien.]
En síntesis, el cuento de terror ofrece al lector una percepción particular sobre la naturaleza de la Mal, una óptica individual sobre las regiones insondables que hierven bajo las reglas admisibles de la naturaleza, o, si se lo prefiere: la exposición de un rostro particular del horror, nuestra forma de verlo y catalizarlo.
Los criterios técnicos ayudan poco al creador de escalofríos, ya que en definitiva solo sirven para el recopilador, y nunca para el lector. Asustar al lector no es el objetivo, el verdadero fin del cuento de terror es inquietar, sentimiento mucho más elaborado y complejo que el miedo en crudo, cuya aparición puede deberse a factores pueriles, como un sobresalto producido por un ruido excesivamente fuerte; mientras que la inquietud supone una amplia gama de matices psicológicos.
El acto de escribir involucra una fuerte responsabilidad. Pensemos en el lector como en alguien que deposita su fe en el narrador, o mejor dicho, que está dispuesto a abandonar su fe sobre el mundo racional en el que vive para sumergirse en una realidad paralela, con sus reglas internas y su estructura coherente, con el fin de recibir de él algo más que palabras lánguidas y espectros de cuestionable autenticidad.
Taller gótico. I Taller literario.
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2 comentarios:
Interesante artículo, me haré eco del mismo en el club de las escritoras este fin de... Gracias por el dato!, muak!
Me ha encantado el articulo. Es genial. Felicidades. Un beso
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