«El carruaje de la muerte»: Katharine Tynan; poema y análisis.
El carruaje de la muerte (The Dead Coach) —a veces traducido como El coche fúnebre o El coche de los muertos— es un poema de la escritora irlandesa Katharine Tynan (1859-1931), publicado en la antología de 1885: Louise de la Vallière (Louise de la Vallière), y luego reeditado en la colección de 1930: Poemas escogidos (Collected Poems).
El carruaje de la muerte, uno de los mejores poemas de Katharine Tynan, es también una de sus piezas más perturbadoras.
El carruaje de la muerte nos introduce en una noche silenciosa. A lo lejos oímos el débil traqueteo de un carruaje. Los cascos, con su monótona melodía, lentamente anuncian su proximidad sobre los adoquines húmedos. Entonces la protagonista experimenta una revelación sombría: quizás sea la muerte que se acerca en su carro.
El carruaje de la muerte.
The Dead Coach, Katharine Tynan (1859-1931)
En la noche, cuando los enfermos yacen despiertos,
Escucho pasar al Carruaje de la Muerte;
Lo oí pasar salvaje, por senderos desiertos,
Y supe que mi hora aún no había llegado.
Click-clack, click-clack, los cascos pasaron,
Tirando del Carruaje, viajando en rápidas alas,
Viajando lejos, a través de la lúgubre noche.
Los muertos deben descansar hasta el alba.
Si alguien caminase sigiloso tras sus huellas,
El Carro y los caballos, negros como la medianoche,
Verá viajando a la Sombra de la Perdición,
Que atrae a todos, y a cada uno por venir.
Dios es piadoso con los que aguardan en la noche,
Escuchando al Carruaje de la Muerte en el umbral,
Y aquel que lo oiga, aunque sea débilmente,
El espantoso Carro se detendrá para él.
Él partirá con el rostro lívido,
Subiendo al Carro y tomando su lugar,
La puerta se cerrará, sin nunca vacilar.
Rápido se cabalga en compañía de los muertos.
Click-clack, click-clack, la Hora es fría,
El Carruaje de la Muerte sube la distante colina.
Ahora, Dios, Padre de todos nosotros,
Limpia de tu viuda las lágrimas que caen.
At night when sick folk wakeful lie,
I heard the dead coach passing by,
And heard it passing wild and fleet,
And knew my time was come not yet.
Click-clack, click-clack, the hoofs went past,
Who takes the dead coach travels fast,
On and away through the wild night,
The dead must rest ere morning light.
If one might follow on its track
The coach and horses, midnight black,
Within should sit a shape of doom
That beckons one and all to come.
God pity them to-night who wait
To hear the dead coach at their gate,
And him who hears, though sense be dim,
The mournful dead coach stop for him.
He shall go down with a still face,
And mount the steps and take his place,
The door be shut, the order said!
How fast the pace is with the dead!
Click-clack, click-clack, the hour is chill,
The dead coach climbs the distant hill.
Now, God, the Father of us all,
Wipe Thou the widow’s tears that fall!
Katharine Tynan (1861-1931)
I heard the dead coach passing by,
And heard it passing wild and fleet,
And knew my time was come not yet.
Click-clack, click-clack, the hoofs went past,
Who takes the dead coach travels fast,
On and away through the wild night,
The dead must rest ere morning light.
If one might follow on its track
The coach and horses, midnight black,
Within should sit a shape of doom
That beckons one and all to come.
God pity them to-night who wait
To hear the dead coach at their gate,
And him who hears, though sense be dim,
The mournful dead coach stop for him.
He shall go down with a still face,
And mount the steps and take his place,
The door be shut, the order said!
How fast the pace is with the dead!
Click-clack, click-clack, the hour is chill,
The dead coach climbs the distant hill.
Now, God, the Father of us all,
Wipe Thou the widow’s tears that fall!
Katharine Tynan (1861-1931)
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