«El puente de los suspiros»: Thomas Hood; poema y análisis.
El puente de los suspiros (The Bridge of Sighs) es un poema romántico del escritor inglés Thomas Hood (1799-1845), publicado en 1844.
El puente de los suspiros, uno de los poemas destacados de Thomas Hood, relata la dramática historia de una mujer joven y sin hogar que resuelve suicidarse arrojándose desde el Puente de Waterloo, en Londres.
Hasta la publicación de El puente de los suspiros, Thomas Hood era considerado un poeta satírico, un raro espécimen de la poesía del romanticismo. Sin embargo, ya en el ocaso de su vida esa visión humorística del mundo se transformó en una sombría y desencantada mirada de las desigualdades de Londres, tal como puede apreciarse en poemas notablemente críticos como: La canción de la camisa (The Song of the Shirt), La canción del trabajador (The Song of the Labourer), y especialmente en El puente de los suspiros, ejemplo extraordinario del romanticismo inglés.
El puente de los suspiros describe uno de los suicidios más dramáticos de la literatura.
La protagonista no se quita la vida por una pena de amor, tampoco por una pérdida o dolor sentimental, sino porque la muerte resulta para ella el único consuelo frente a la atroz pobreza en la que está inmersa.
En cierta forma, El puente de los suspiros realiza una valiosa inversión de símbolos, siendo el suicidio una especie de redención del dolor, y las oscuras aguas del río, donde flotan los hediondos residuos orgánicos de los ricos y la pestilencia de lo superfluo, en el agua bautismal que bendice a los desdichados que son empujados a la muerte por horror a la vida.
Para alcanzar este efecto devastador Thomas Hood desliza algunas evidencias detrás de la idea de que el pecado que obnubila a la protagonista es en realidad un embarazo, y que la resolución de quitarse la vida se desencadena al ser echada de su casa; menos por pecadora que por traer a ese mundo de privaciones una nueva boca que alimentar.
El puente de los suspiros.
The Bridge of Sighs, Thomas Hood (1799-1845)
¡Ahogada! ¡Ahogada!
Hamlet.
Hamlet.
¡Una infortunada más, cansada ya de respirar, temeraria e impaciente que se fue a la muerte!
¡Tomadla con ternura, levantadla con cuidado: tan frágil, tan joven, tan bonita!
Mirad su vestido, pegado al cuerpo como un sudario, mientras el agua gotea sin cesar de sus ropas. ¡Levantadla en seguida, con amor, sin repugnancia!
No la consideréis despectivamente, pensad con dolor en ella, dulce y humanamente, no en sus máculas: todo cuanto queda de ella es ya pura mujer.
No escudriñéis muy hondo su rebelión irreflexiva y culpable; más allá del deshonor, la muerte ha dejado en ella sólo lo hermoso.
A pesar de sus errores, es de la raza de Eva, limpiad el cieno viscoso que mancha sus labios; recoged sus cabellos gruesos y rizados, sus hermosos cabellos castaños, mientras os preguntáis perplejos dónde estaría su hogar.
¿Quién sería su padre? ¿Quién su madre? ¿Tendría una hermana? ¿Tendría un hermano? ¿O habría alguno todavía más querido, alguien más cercano que todos los demás?
¡Ay, que extraña es la caridad cristiana en este mundo! ¡En una ciudad rebosante de gentes, ni un hogar que llamar propio!
Hermanas, hermanos, padre, madre: ¡Qué cambiados sus sentimientos hacia todos! El amor, toscamente derribado ante sus ojos, y hasta la providencia de Dios, ausente ya y ajena.
A la luz de los faroles que allí parpadean en lo hondo del río, con tantas ventanas iluminadas desde el desván hasta el sótano, sólo ella, trémula y confusa en medio de la noche, carecía de albergue.
El tórrido viento de marzo la hacía estremecer y tiritar; no, no era el gran arco oscuro del puente, ni el tenebroso río que corría debajo: enloquecida por la historia de la vida, jubilosa ante el misterio de la muerte, pronta a lanzarse en ella... ¡A cualquier parte, a cualquier sitio fuera del mundo!
Se arrojó temerariamente. ¡Qué importaba que el agua estuviese tan fría!... ¡Piensa en esa agua, hombre disoluto: imagínala, sumérgete en ella, lávate en ella, bébela, si es que puedes!
¡Tomadla con ternura, levantadla con cuidado; tan frágil, tan joven, tan bonita!
Antes de que sus helados miembros se pongan demasiado rígidos, dulcemente, bondadosamente, disponedlos con decoro y cerrad esos ojos abiertos que observan tan fijos.
Que miran tan terriblemente a través del légamo impuro, igual que cuando miraban con la última vista inexorable de la desesperación fija en el futuro.
Muerte sombría, a ella empujada por la glacial y tenaz indiferencia humana, por la frenética demencia de los hombres: cruzad modestamente sus manos sobre su seno, como si orasen en silencio; reconoced sus flaquezas, su mal conducta, y dejad humildemente sus pecados a su Salvador.
One more Unfortunate,
Weary of breath,
Rashly importunate,
Gone to her death!
Take her up tenderly,
Lift her with care;
Fashion'd so slenderly
Young, and so fair!
Look at her garments
Clinging like cerements;
Whilst the wave constantly
Drips from her clothing;
Take her up instantly,
Loving, not loathing.
Touch her not scornfully;
Think of her mournfully,
Gently and humanly;
Not of the stains of her,
All that remains of her
Now is pure womanly.
Make no deep scrutiny
Into her mutiny
Rash and undutiful:
Past all dishonour,
Death has left on her
Only the beautiful.
Still, for all slips of hers,
One of Eve's family—
Wipe those poor lips of hers
Oozing so clammily.
Loop up her tresses
Escaped from the comb,
Her fair auburn tresses;
Whilst wonderment guesses
Where was her home?
Who was her father?
Who was her mother?
Had she a sister?
Had she a brother?
Or was there a dearer one
Still, and a nearer one
Yet, than all other?
Alas! for the rarity
Of Christian charity
Under the sun!
O, it was pitiful!
Near a whole city full,
Home she had none.
Sisterly, brotherly,
Fatherly, motherly
Feelings had changed:
Love, by harsh evidence,
Thrown from its eminence;
Even God's providence
Seeming estranged.
Where the lamps quiver
So far in the river,
With many a light
From window and casement,
rom garret to basement,
She stood, with amazement,
Houseless by night.
The bleak wind of March
Made her tremble and shiver;
But not the dark arch,
Or the black flowing river:
Mad from life's history,
Glad to death's mystery,
Swift to be hurl'd—
Anywhere, anywhere
Out of the world!
In she plunged boldly—
No matter how coldly
The rough river ran—
Over the brink of it,
Picture it—think of it,
Dissolute Man!
Lave in it, drink of it,
Then, if you can!
Take her up tenderly,
Lift her with care;
Fashion'd so slenderly,
Young, and so fair!
Ere her limbs frigidly
Stiffen too rigidly,
Decently, kindly,
Smooth and compose them;
And her eyes, close them,
Staring so blindly!
Dreadfully staring
Thro' muddy impurity,
As when with the daring
Last look of despairing
Fix'd on futurity.
Perishing gloomily,
Spurr'd by contumely,
Cold inhumanity,
Burning insanity,
Into her rest.—
Cross her hands humbly
As if praying dumbly,
Over her breast!
Owning her weakness,
Her evil behaviour,
And leaving, with meekness,
Her sins to her Saviour!
Thomas Hood (1799-1845)
Weary of breath,
Rashly importunate,
Gone to her death!
Take her up tenderly,
Lift her with care;
Fashion'd so slenderly
Young, and so fair!
Look at her garments
Clinging like cerements;
Whilst the wave constantly
Drips from her clothing;
Take her up instantly,
Loving, not loathing.
Touch her not scornfully;
Think of her mournfully,
Gently and humanly;
Not of the stains of her,
All that remains of her
Now is pure womanly.
Make no deep scrutiny
Into her mutiny
Rash and undutiful:
Past all dishonour,
Death has left on her
Only the beautiful.
Still, for all slips of hers,
One of Eve's family—
Wipe those poor lips of hers
Oozing so clammily.
Loop up her tresses
Escaped from the comb,
Her fair auburn tresses;
Whilst wonderment guesses
Where was her home?
Who was her father?
Who was her mother?
Had she a sister?
Had she a brother?
Or was there a dearer one
Still, and a nearer one
Yet, than all other?
Alas! for the rarity
Of Christian charity
Under the sun!
O, it was pitiful!
Near a whole city full,
Home she had none.
Sisterly, brotherly,
Fatherly, motherly
Feelings had changed:
Love, by harsh evidence,
Thrown from its eminence;
Even God's providence
Seeming estranged.
Where the lamps quiver
So far in the river,
With many a light
From window and casement,
rom garret to basement,
She stood, with amazement,
Houseless by night.
The bleak wind of March
Made her tremble and shiver;
But not the dark arch,
Or the black flowing river:
Mad from life's history,
Glad to death's mystery,
Swift to be hurl'd—
Anywhere, anywhere
Out of the world!
In she plunged boldly—
No matter how coldly
The rough river ran—
Over the brink of it,
Picture it—think of it,
Dissolute Man!
Lave in it, drink of it,
Then, if you can!
Take her up tenderly,
Lift her with care;
Fashion'd so slenderly,
Young, and so fair!
Ere her limbs frigidly
Stiffen too rigidly,
Decently, kindly,
Smooth and compose them;
And her eyes, close them,
Staring so blindly!
Dreadfully staring
Thro' muddy impurity,
As when with the daring
Last look of despairing
Fix'd on futurity.
Perishing gloomily,
Spurr'd by contumely,
Cold inhumanity,
Burning insanity,
Into her rest.—
Cross her hands humbly
As if praying dumbly,
Over her breast!
Owning her weakness,
Her evil behaviour,
And leaving, with meekness,
Her sins to her Saviour!
Thomas Hood (1799-1845)
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