La extranjera


La extranjera.




Se dice que los momentos importantes de nuestras vidas solo adquieren sentido cuando se transforman en recuerdo. A mí me ocurrió exactamente lo opuesto: supe desde el principio que aquella noche iba a despertar ecos en la eternidad.

Sería injusto relatar demasiado, y pretencioso hacerlo superficialmente. Después de todo; ¿a quién puede importarle una historia de amor excepto a sus protagonistas?.

Siempre fui un tipo taciturno. Los únicos seres con quienes compartía mis noches habitaban en la biblioteca. Jamás resentí esa cercanía. Lo bueno del vínculo el lector apasionado y sus libros consiste en su flexibilidad. Como los amores, hay libros que se olvidan, que se abandonan después de un tiempo, y otros que siempre continúan cerca del corazón. Releerlos, al igual que recordar, siempre nos depara algún placer imprevisto, un matiz nuevo, asombroso.

Sin embargo, y a pesar del hábito de recordar, de insistir en páginas que hace largo tiempo cerradas, nunca podremos leer el mismo libro dos veces. Extraviarse varias veces en la Ilíada es perfectamente posible: Aquiles sigue enojado, Príamo continúa llorando a Héctor, y Helena permanece lejanamente hermosa; sin embargo algo ha cambiado, nosotros.

La noche que me dispongo a recordar, o a releer, transcurrió entre los mismos fantasmas elocuentes: los libros, y el mismo lector, o memorioso, absorto en las exquisitas fantasías de otro. Afortunadamente, las circunstancias decidieron que no me rindiera del todo a la lectura, sino que buscara refugio en otra cosa. Tal vez estaba cansado de espectros y necesitaba la presencia de alguien imperfecto, que no haya sido corregido ni diseñado para cumplir una función específica dentro de una historia.

Las bromas del destino siempre nos llegan tarde. Solo captamos su ironía cuando se transforma en hecho. Cuando algo se hace real, percibimos que mucho antes el destino ya se reía de nosotros. Yo no lo sabía entonces; yo, que buscaba descansar de los fantasmas de la biblioteca, terminé encontrando a uno en particular, y en el lugar menos pensado.

Mis abuelos habían emprendido un viaje, de esos que suelen realizarse ya en el crepúsculo de la vida. Vuelven a los lugares en donde fueron felices cuando ya han perdido la capacidad de serlo: lo que era campo hoy es asfalto, lo que era casa y patio hoy es una fortaleza edilicia casi inexpugnable, el monte es estruendoso centro comercial. Siempre es mejor, pensé, que los lugares propios, aquellos verdaderamente íntimos, permanezcan a resguardo en la memoria.

Era de noche, eso lo recuerdo bien; decidí pasar por la casa de mis abuelos para ocuparme de sus plantas y airear las habitaciones, tal como me lo habían pedido. Realicé estas actividades con el nulo fervor que merecen. Ya me disponía a retirarme cuando advertí la posibilidad de indagar a gusto en la bodega del abuelo. Me llevé una botella de excelente vino rojo al sillón, me senté en la oscuridad y bebí. En ese instante sonó alguna clase de sonido, como un timbre, y entonces la escuché.

Es inútil que describa su voz. Tampoco sé que magias arcanas se escondían en sus labios, pero en seguida me sentí avergonzado de mí mismo, cómo si no fuese justo que alguien como yo tuviese la dicha de hablar con ella. Le mentí sin maldad, más por ocultar mi realidad miserable que por adornarla estratégicamente. Aún hoy me arrepiento, ¿pero acaso alguien podía prever que aquella voz no era una aparición, fugaz y efímera como la aurora, sino que me acompañaría durante años?

A veces me despierto pensando que todo fue un sueño, que aún duermo el sueño de los ebrios en el sillón del abuelo, abrazado a una botella vacía, y que fatalmente despertaré y ya no habrá voces angelicales para mí. Mi vida, con el mismo tedioso círculo de rutinas, volverá a su tristeza primigenia; con la diferencia que, después de conocerla, soñar sin ella solo puede significar una pesadilla.

Hablamos durante largas horas y así llegué a conocer mucho sobre su vida. La prudencia me obliga a omitir ciertos detalles, aunque diré que ella tenía 19 años y que acababa de terminar una relación. Creo que no pude disimular los celos que sentía. Me habló de su vida, de su pasado, de sus anhelos y sueños; y yo, como una especie de carnívoro auditivo, todo lo atesoraba.

Es extraño hablar con una mujer por primera vez sin haberla visto nunca. Tenía la sensación de que ella era todas las mujeres, las que fueron y serán. El concepto de lo "femenino", abstracción inconcebible, era en ella la esencia de su naturaleza. Su voz podía ser la de cualquiera, la de todas.

Pasaron las horas, no sé cuántas, pero creo que aún era de noche. Antes de dejarme me confió una confusa serie de números, los cuales (así lo aseguró) al ser introducidos de forma secuencial en cierto dispositivo facilitan la comunicación a distancia entre dos personas.

Esa fue la primera de muchas noches juntos; aún eternas e inmóviles en la memoria.

Me enamoré, como sólo pueden hacerlos aquellos que han bebido largamente de la copa de la soledad. Desde ese momento nada puede ser igual, Ella es dueña de todos mis días, y fantasma sutil de mis noches atribuladas. Incluso los espectros de mi biblioteca han cambiado.

No sé cómo ella recuerda esa noche, ni qué sombras informes evoca en la memoria; pero sí se que cuando pienso en esa madrugada, siento que el universo, con toda su serie de pequeñas y grandes injusticias, está justificado para mí.

Y desde entonces duermo, en perfecta oscuridad, esperando que el caprichoso insomnio la invite a la biblioteca, que abra mis páginas ya resquebrajadas y en cómplice silencio me elija entre incontables otros.




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El relato: La extranjera fue realizado por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Esa noche cambió mi vida para siempre.
Esa, fue la primera de las maravillosas e inolvidables noches que vinieron y vendrán.
Sos mi amor, mi vida, todo...
TE AMO CON TODA EL ALMA
Tu novia.

Debora dijo...

Hermosos recuerdos...
Nada más triste y bello que los recuerdos.

OscurPoet dijo...

Como se puede ser mas triste,
y ver la luz en tus lunas,
que el recuerdo fabula
entre nosotros,
como se puede ser mas triste,
sintiendo los amargos
delirios del lamento,
huyendo hacia la nada,
como si no pasaran en cada
noche,
las imagenes de aquella
alma,
que quedo atada a la mia.

Oscur Poet

Anónimo dijo...

La confesión trae alivio al corazón.



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