El libro de los vampiros

El libro de los vampiros.

Muchos ya deben estar enterados del caso, especialmente aquellos que viven en Buenos Aires y en los pueblos circundantes. Para mí, lo mórbido del asunto radica en que yo conocí personalmente a Franco, y nunca, ni siquiera en mis sueños más exaltados, pude imaginar que en su alma se agitasen semejantes fantasmas.

Para quien tenga la voluntad de conocer esta historia dejo a continuación algunas de las notas azarosas que pude copiar, y en algunos casos alterar, de los textos originales. Traducir la caligrafía estirada y nerviosa de Franco exigió de mí un esfuerzo supremo. Es evidente que incluso en las primeras páginas de su diario ya sufría severas alucinaciones.

Así fueron los últimos días de mi amigo y el inicio de nuestra búsqueda de El libro de los vampiros.


Jueves (noche)
El silencio me acompañaba, y los libros, claro; siempre los libros.

Si la felicidad es una intención, la mía adquiere muy pocas formas que pueda trasmutar con éxito en actos objetivos, y uno de ellos es la lectura. Supongo que en un mundo como el nuestro, vencido por las comunicaciones y el hastío, cada vez menos gente siente esa intimidad y ese cariño cómplice por los libros. Supongo que este abandono tal vez tenga que ver con que la lectura siempre exige algo de nosotros; algo que ningún otro medio artístico, salvo la música, es capaz de reclamar.

Durante el acto de leer nos transformamos en intérpretes de un mundo que  juzgamos preexistente, pero cuya génesis corresponde únicamente al lector. Todo libro ofrece una sucesión de signos y espacios sobre los cuales hemos acordado asignarles unos sonidos y unos silencios. El lector transforma esos signos en símbolos, y con ellos conforma en su mente los indicios de un universo que el autor ha esbozado con mayor o menor eficacia.

No es caprichoso que comience este diario hablando de signos.

Hace algunos años heredé (muy a mi pesar) la formidable biblioteca de mi abuelo: un coleccionista vicioso y avaro cuyo único placer en la vida consistía en la acumulación metódica de textos arcanos. Poseía algunas primeras ediciones, nada demasiado notable, me temo; pero vastedad de la biblioteca me provocaba vértigo. Doné la mayoría de los libros a la Biblioteca Nacional de Buenos Aires, pero conservé aquella sección prohibida más que nada por pudor. Recibí los textos en mi hogar y, acaso para castigarlos o para retrasar lo inevitable, los encerré en una habitación que no utilizaba. No obstante, a los pocos días ya me encontraba deambulando absorto por aquellos parajes conocidos que, sin embargo, con los años habían adquirido matices insospechados.

Fue así como encontré El libro de los vampiros.

Estoy prácticamente seguro que el abuelo lo adquirió en los años posteriores a mi partida, llena de reproches mudos y vanas represalias, ya que de otra forma lo hubiese reconocido incluso al tacto: lomo negro y compacto que permite los ángulos de lectura más inverosímiles, cinco anillos de metal, cuero de Tesalia, oscuro y duro como la cima rocosa del Parnaso, y una serie de símbolos extraños en la cubierta, que acaso representen una batalla primordial entre criaturas que sólo deberían existir en los cuentos.

Los nervios me carcomen. Me forcé a esperar hasta mañana para estudiar el libro en profundidad. No quiero que nada interrumpa ese momento de honda intimidad que supone la lectura de una obra semejante.

Cuando pienso en sus páginas el vértigo regresa. No quiero salir. Ni hoy ni mañana. Necesito quedarme adentro.


Viernes (ocaso)
Me senté frente al libro con una taza de café y un cuaderno para dejar constancia de mis impresiones sin que pierdan el ardor del momento.

Nada, ni siquiera la lectura de los más abominables grimorios medievales, con sus ritos y salmos diabólicos, me prepararon para los horrores y maravillas que observé en sus páginas.

La primera página impresa contenía unos caracteres que no me resultaron extraños. Eran abreviaturas, pero no del latín vulgar, como cabía esperar, sino de una especie de código utilizado por los monjes italianos del siglo XII. Este código tenía originalmente dos propósitos; funcionaba como lingua franca escrita entre copistas, que compartían observaciones y consejos en las adyacencias del texto principal, y también como cifrado admonitorio sobre los peligros que encarnaba una obra determinada.

En esta página se hacían terribles advertencias al lector sobre cómo actuar en caso de caer en las manos de la justicia secular, o aún peor, en las de su brazo armado, la Santa Inquisición.

La primera prueba impuesta al iniciado en los misterios del libro era el desarraigo de las cuestiones mundanas, razón por la cual se exigía de él una prueba de valor suprema: un crimen, cuyas particularidades consistían en convertirse tanto en el criminal como en la víctima.

Mis ojos no daban crédito a lo que veían: allí se daban instrucciones precisas sobre como dilatar las agonías del envenenamiento durante años, incluso décadas; cuyo origen era en definitiva el propio libro.

En otras palabras, El libro de los vampiros reclama todo del lector, incluso su vida.

¿Qué macabra voluntad es capaz de experimentar esa agonía inconcebible para adquirir un conocimiento que también es una capitulación?

Incluso la lectura somera y objetiva de ese texto diabólico era nauseabunda en extremo. De sus páginas se desprenden las más horribles pesadillas que un hombre puede concebir. No obstante, y pido perdón a Dios por ello, sus hedores y excrecencias tenían algo de narcótico, algo persuasivo que impulsaba a continuar leyendo sin importar qué nuevas formas aborrecibles nos depararían las siguientes páginas.

Cerré el libro, agotado, cuando Eos y sus dedos rosados aparecieron en el horizonte. Me dormí a pesar de un incisivo dolor de estómago.


Sábado (alguna hora de la oscuridad)
No sé qué extraña fuerza o voluntad me sujeta, pero no pude tocar el libro mientras el sol brillaba alto en el cielo, prudentemente amortajado detrás de las cortinas. Supongo que debo estar sugestionado por las escenas voluptuosas que se desprenden de sus páginas como un sudor. No sé qué me atemoriza más, si esa atracción irresistible por el manuscrito o la calma absoluta que me producen sus imágenes de locura y obsesión.

Los dolores de estómago ceden durante la lectura del texto.

Retomé el manuscrito en esas horas inciertas que preceden al amanecer.

Descubrí nuevos fantasmas. Al parecer, el manuscrito es, después de todo, una versión de un grimorio desaparecido, posiblemente relacionado varios libros malditos; entre ellos, el Códex Seraphinianus, el Codex Gigas y El manuscrito Voynich. Sin embargo, sus ritos y encantamientos tienen un doble propósito: desviar la atención del lector hacia sus fórmulas esotéricas y cifrar los enigmas de una historia que sólo se vislumbra en algunos mitos antiguos: la historia perdida de los vampiros.

Toda esta información, que pude contrastar investigando mitos que se pierden en la noche de los tiempos, concluye con la segunda parte de la iniciación, que consiste en la profanación de tumbas, tarea atroz que es descrita con toda minuciosidad.

El libro ofrece al lector avezado en signos y cifrados arcanos las herramientas para comprender la verdadera historia de los vampiros, pero también algo más. Quien desentrañe sus misterios será recibido como un hermano menor por aquellas criaturas inmemoriales que el cine y la literatura han reducido a meros chupasangres con raptos de miserable humanidad.

Como si los lobos añoraran ser ovejas.

Nota: ¡Es necesaria la carne impura de un pariente de sangre para realizar la última fase del ritual!


Domingo (noche)
La verdad me ha trastornado profundamente. Las últimas páginas hablan de pasión, de sangre; hablan del despertar hacia una forma inconcebible del ser.

Tiene que ser cierto. Todo es demasiado coherente como para enmascarar un fraude. El abuelo seguramente lo intuyó desde el comienzo y por eso me legó el libro (y su carne impura) sin añadir consejos tendenciosos que puedan inducirme a una interpretación errónea.

No me atrevo a dejar citas textuales, Sebastián, aún cuando sé perfectamente que estos misterios no son del todo ajenos a tus estudios. y tampoco a los de Lesbia, a quién le envié otros descubrimientos igualmente inquietantes. Ella conoce mejor que tu y yo las oscuras leyendas de Sopdet, el estremecimiento que rodea el nombre Napir el Negro y el nacimiento de la estirpe de los Almatinenses, los segadores de almas.

Traduje un breve fragmento que me parece oportuno para despedirme.

"...así como el Salvador ofreció su sangre para purificar al mundo, nosotros vertimos la nuestra para concebir a nuestros hermanos; y Él, hijo del cielo iluminado, que convirtió la carne corrupta en el vehículo más noble de lo sagrado, nos instruyó en el amor sublime por la noche.

Nunca (estaremos) ocultos, así como el hombre no se oculta de las oficiosas hormigas. El Diurno es como el príncipe de las abejas que se juzga noble e inmortal, pero su reino cuelga de un árbol y sus ramas son débiles. Nuestro señorío permanece en las sombras; es el lobo de las abejas y el pico que arrasa con las hormigas; pero ni las abejas ni las hormigas saben acerca de él más que épicas oscuras y siniestras murmuraciones. El pastor no se oculta de su rebaño. Su éxito no consiste en pasar desapercibido sino en lograr que el rebaño se considere libre y dueño de sus actos. Pero aún la oveja más pacífica intuye que entre el pasto verde y el degüello existe algo más que una caprichosa continuidad de sucesos.

NOSOTROS somos aquello que no puede verse pero que se agita entre el rebaño, entre el latir de vuestros corazones: cálices de un espíritu que se reconoce como vano y efímero. El llamado es claro y fuerte para quien sepa interpretarlo. Abrid los ojos a la Noche Eterna, nuestra tierna Madre aguarda en silencio su manto de sutil ternura, de caricias que no conocen la vergüenza y las renuncias del tiempo. Escuchad nuestro susurro en las cortinas que se baten en la penumbra, en el viento que se demora sobre la pena de los árboles, en la sombra furtiva que se surge y se desvanece antes de poder captarla, pero que deja en el espíritu la certidumbre de que la realidad esconde algo más que una continuidad de actos banales.


El cementerio está cerca. Tengo frío, Sebastián; un frío terrible que perfora los huesos, o que se desprende de ellos. Soy incapaz de distinguir la diferencia. El mundo de las formas es tan difuso, tan engañoso, que no me atrevo a reducir a simples palabras lo que mis ojos han comenzado a vislumbrar. Lesbia tal vez me entienda cuando te aseguro, amigo, que por las calles transitan sombras sigilosas.

El problema no es verlas; sino que al verlas ellas te devuelven la mirada.

No hay otra alternativa que aceptar el frío como uno acepta la luna o las estrellas. La piel que cubre este cuerpo humano pronto será un velo artificioso para otra naturaleza, otro Ser, que hierve en el flujo de las venas con una pulsión enloquecedora.

No hay nada más para añadir. No tengo palabras para describirlo. La lengua de los hombres está forjada para significar abstracciones. Y ninguna de ellas sirve para expresar este fuego y este ardor en los labios, esta necesidad de beber la vida mientras fluye agónicamente de su fuente.

Me despido. El libro es tuyo y de Lesbia; para quemarlo o para reencontrarnos cuando sus misterios sean nuevamente descifrados.

Nunca olvides que el enigma de la noche no está en la luna, sino en los huesos que que brillan bajo ella.

Tu amigo, Franco.

Nota a modo de epílogo que también es exordio:

El resto de la historia pertenece a las noticias policiales, las cuales han dedicado algunas líneas asépticas a esta pequeña tragedia, y nada más. El mundo siempre renueva sus horrores.

Me he puesto en contacto con Lesbia, una gran amiga de Venezuela y tal vez la investigadora que mejor conoce la historia secreta de los vampiros. Juntos nos hemos propuesto estudiar a fondo el libro.

Para completar algunos puntos oscuros del relato diré que Franco forzó la bóveda donde descansaban los restos familiares y practicó allí una serie de ritos blasfemos que la prudencia exige omitir.

Los médicos forenses debieron probar, y no sin cuestionamientos, que los restos corruptos que aún se conservaban pertenecían al abuelo de mi amigo. Se ha abierto el sumario correspondiente y las conclusiones, apresuradas e inconexas, sugieren que entre los despojos se hallaron restos de cadáveres ignotos que no tienen relación genética con Franco. Las autopsias revelan que todos ellos fallecieron a causa de la ingesta prolongada de sustancias tóxicas desconocidas.

No hay noticias sobre Franco. No sabemos nada sobre él después de la profanación del sepulcro. Ha desaparecido de la faz de la tierra. La policía confía en atraparlo pronto. Yo me permito dudarlo. A veces me parece ver su rostro lívido acechándome detrás de los cristales.

Sobre el Libro de los vampiros no me atrevo a agregar ninguna conclusión que pueda sonar apresuada y pretenciosa. En vano busqué en la biblioteca un manuscrito que coincida con la descripción que se da de él en el diario de mi difunto amigo. Lesbia ha llegado de Venezuela y por estos días nos estamos hospedando en la casa de Franco. Es imprescindible concluir con los tediosos e interminables trámites burocráticos que rodean la muerte de un hombre joven.


Nota actualizada:

Reconozco que durante las noches tengo miedo, un pavor atávico que no proviene de la mente sino que se proyecta instintivamente desde la médula hacia los músculos como una corriente eléctrica. A veces fantaseo con oír los pasos de Franco acercándose a mi habitación. Lesbia comparte las mismas inquietudes.

Estamos solos en esta casa vieja y descascarada, que gime, se estrecha y se dilata como el órgano putrescente de alguna criatura parcialmente sepultada. Lesbia sostiene que en una casa llena de libros nunca se está solo.

Sin embargo, para ser estrictamente fiel a mis temores, lo que más me preocupa no son los pasos familiares de mi amigo, sino este curioso y punzante dolor de estómago cuyo origen coincide con el inicio de nuestros estudios sobre este libro maldito.

Lesbia lo halló en un rincón inaccesible de la biblioteca. La traducción ha comenzado. La voz de Sopdet nos sobrecoge en las noches frías, y los Huesos de la luna, poco a poco, empiezan a ser desenterrados.

• Segunda parte de El libro de los vampiros (listo para descargar)

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