Las nuevas tecnologías en la mecánica del Horror


Las nuevas tecnologías en la mecánica del Horror.




Una creencia extendida en numerosos artículos de El Espejo Gótico consiste en que el Horror, en su forma más pura, tiene un propósito crítico. Las grandes novelas y relatos de terror son algo así como un lenguaje codificado que documenta los miedos, inquietudes y ansiedades colectivas de nuestra sociedad en una época determinada.

En este sentido, el valor de una pieza de ficción, en este caso, dentro del género del Horror, no solo tiene que ver con el entretenimiento. El Horror es terapéutico. Extrae los miedos que subyacen en la oscuridad del inconsciente (individual y colectivo) y los examina bajo una perspectiva completamente distinta.

Después de la Segunda Guerra Mundial, y durante toda la década de 1950, el miedo a la exterminio nuclear formó parte del Horror de aquellos años, con historias acerca de espantosas mutaciones y desviaciones orgánicas. La ciencia ficción, a su modo, tradujo esa misma ansiedad atómica pero direccionándola hacia la subversión comunista, donde odiosos invasores extraterrestres, de filosofía más bien marxista, buscaban cambiar radicalmente nuestro estilo de vida, basado en el consumo indiscriminado y en el agotamiento de los recursos naturales (ver: El Marxismo en el Horror: los pobres siempre mueren primero).

Durante las décadas de 1960 y 1970, las primeras preocupaciones serias acerca de la contaminación ambiental se reflejaron en el Horror en muchas obras donde el motivo principal es la Naturaleza cobrando venganza de la humanidad (ver: El cambio climático en la ficción). En ésta época, la Naturaleza, claramente disgustada con nuestros medios de producción, se puso en marcha: hormigas, abejas, serpientes, pájaros, ratas, tiburones, por no hablar directamente de árboles (ver: Horror Botánico: ¡el brócoli dominará el mundo!), poblaron el Horror de aquellos años.

Antes de todo eso, en las décadas de 1920 y 1930, el Horror apuntó su mirada sobre el inminente desastre económico global, la Gran Depresión, y la consecuente pérdida de la posición social. Además, la posibilidad de una guerra inminente en Europa y las nuevas oleadas inmigratorias generaron el caldo de cultivo ideal para el relato pulp, y sujetos como H.P. Lovecraft.

Lovecraft es ampliamente conocido por su racismo y su misoginia (ver: Feminismo y misoginia en H.P. Lovecraft), o, según sus exégetas más encumbrados, por su preocupación por las diferencias raciales, étnicas y de género. Relatos como La llamada de Cthulhu (The Call of Cthulhu) poseen un fuerte componente de desconfianza por todos los pueblos no blancos. De hecho, para Lovecraft, y otros grandes autores de su generación, como Robert E. Howard, el mestizaje era la síntesis perfecta del horror supremo.

No mencionamos esto en términos críticos. Lovecraft y otros autores del período simplemente eran hijos de su tiempo, y las ansiedades y miedos de esa época, como las de todas las épocas, siempre encuentran la forma de introducirse en la ficción. En este caso, hay que admitirlo, esa introducción no fue precisamente subrepticia.

En la década de 1980, los zombies representaban algo así como el miedo a la pérdida de la individualidad. Uno podía convertirse fácilmente en un engranaje más de una maquinaria productiva brutal, desalmada, y sin ningún interés por la preservación de la diversidad. En los '90, los mismos zombies, y quizás también los vampiros y los hombres lobo, parecen haber transformado sus intenciones para expresar una obsesión por la enfermedad y el contagio.

Ahora bien, si el Horror expresa los temores de una época determinada, ¿cuáles son nuestros miedos actuales?

Quizás sea demasiado prematuro efectuar un diagnóstico de nuestros miedos actuales, tanto aquellos que se expresan abiertamente como los que se encuentran reprimidos, por lo general, los más interesantes. En todo caso, resulta más apropiado hablar de ansiedades emergentes, ya que nuestra perspectiva, inmersa en esta época, es inadecuada para elaborar un análisis concluyente.

Sin lugar a dudas, una de las principales preocupaciones del Horror actual es el impacto de las nuevas tecnologías. No es necesario poseer un gran poder de observación para notar que estas tecnologías ya han influido poderosamente en la forma en la que interactuamos.

¿Acaso la invención de la radio produjo, en su época, una ansiedad semejante? No en la misma medida, probablemente porque en aquel entonces el progreso carecía de una mirada crítica. Hoy sabemos que no todos los avances que se producen mejoran nuestra calidad de vida. De hecho, las nuevas tecnologías han cambiado radicalmente la manera en que respondemos a las formas tradicionales de comunicación, como el lenguaje, pero todavía no podemos siquiera concebir el alcance, y las consecuencias, de esos cambios.

En El Espejo Gótico no somos afines a la tecnofobia, y tampoco a la ficción que busca exagerar ciertos atributos de la tecnología, o su vertiginosa difusión, para mostrarnos una realidad futura en donde todos básicamente vivimos inmersos en una red social. El Horror, además de ser crítico, es terapéutico, y eso no quiere decir que deba proporcionar respuestas. Su obligación es formular grandes preguntas.

La idea de que la tecnología, eventualmente, nos hará perder la capacidad de recordar, o de concentrarnos, debido a una dependencia excesiva, adictiva, a los dispositivos móviles, no aterra demasiado. Después de todo, aquellos que caen en esas tendencias tampoco se caracterizaban por pensar demasiado antes de eso.

Pero, ¿qué tal si el capitalismo más ambicioso lograra dominar todos los medios de producción, todos los medios de comunicación, y de ese modo gestionar la opinión pública tendenciosamente? ¿Es posible manejar a las personas al administrar las noticias que consumen?

Bueno, eso es algo que ocurre desde siempre, quizás no con tanta eficacia como ahora, pero desde Aldous Huxley para acá hay ejemplos brillantes en la ficción respecto de esa realidad.

Quizás las ansiedades y miedos actuales sean una síntesis de todo eso. Quizás lo inquietante de nuestra época sea el paulatino deterioro de la membrana, cada vez más delgada, que separa a la tecnología del sistema nervioso humano. No hablamos de organismos integrados en la tecnología (otro cliché de la ciencia ficción) si no más bien de humanos incapaces de funcionar como tales sin la tecnología.

Esa incapacidad, en todo caso, se manifiesta de forma ambigua, porque es difícil reconocer los síntomas en uno mismo. Todos nos preocupamos por nuestra privacidad, sin embargo, la entregamos sin remordimiento a cambio de prestaciones dudosas en aplicaciones y redes sociales que, supuestamente, nos conectan con otras personas, que nos hacen la vida más fácil.

Entre esas facilidades podríamos mencionar las maravillas del teclado predictivo. Práctico, ¿verdad? ¿Y qué tal si un teléfono fuese lo suficientemente inteligente como para predecir algo más que unas palabras? ¿Qué tal si pudiese anticipar los deseos de sus usuarios, incluido lo que estos quieren decir, y cómo decirlo?

Ciertamente el uso prolongado de este tipo de tecnología tendría efectos secundarios negativos sobre el funcionamiento cognitivo del usuario. Uno comenzaría a estandarizar una especie de síntesis del lenguaje, a reducir sus recursos verbales en favor de una comunicación más fluida y rápida. Esto posiblemente alarmaría a los lexicógrafos, pero no a muchos más. Eventualmente, después de una o dos generaciones, habría una interrupción en la capacidad de comprender y de utilizar el lenguaje con cierto grado de riqueza. ¿Para qué? Si los dispositivos lo harían por nosotros.

—¡Pero la tecnología es revolucionaria porque nos iguala! —podría decir alguien, tal vez golpeando la mesa—. Todos, independientemente de nuestra formación, de nuestro estatus social, de nuestras creencias, utilizamos la misma tecnología, y eso indudablemente es un aspecto revolucionario de nuestro tiempo.

Ciertamente.

Que yo haya tenido el mismo modelo de teléfono celular que Umberto Eco (siempre es bueno citar a un autor neutral, preferentemente muerto, en estos artículos) no creo sea algo que me iguale con él. En todo caso, ambos también tenemos un inodoro en casa (él, tenía), y hasta me atrevo a decir que lo usamos con cierta regularidad.

Que no se nos malinterprete. No estamos diciendo que Tolkien escribió El Señor de los Anillos porque no tenía Instagram, o porque no lo conoció. Pero, sin dudas, escribir El Señor de los Anillos solo fue posible para alguien que no tenía Instagram. Las pruebas así lo demuestran.

La cuestión de la perspectiva es fundamental para comprender el fenómeno. Yo soy un hombre que ya ha cruzado la frontera de los 40 años, de modo tal que pertenezco a una generación en la que nuestras madres nos advertían, generalmente en términos enérgicos, que no nos acercáramos demasiado a la pantalla del televisor. Hoy en día, la realidad virtual consiste básicamente en pegarse a una pantalla. Eso demuestra que existe una diferencia intergeneracional de perspectiva. Hay cosas que simplemente no hago porque no me interesan, pero que acaso sean condiciones ineludibles de asimilar para los más jóvenes.

Para un hombre de mi edad es relativamente fácil ver cómo las generaciones más jóvenes asimilan la tecnología sin cuestionarse demasiado el tema. Quizás haya leído demasiadas obras que desconfían de los avances tecnológicos, que formulan inquietantes predicciones sobre su uso irracional. Es probable, pero yo también soy un preso de mi propia perspectiva, de mis prejuicios, y a través de ese tamiz observo cierta confusión, cierta distracción, cierta incompetencia en el uso del lenguaje, y en consecuencia en el entendimiento de los sentimientos que ese mismo lenguaje fue forjado para expresar.

También es sencillo defender hábilmente el uso de las nuevas tecnologías y las redes sociales como herramientas para crear lazos, construir conexiones sociales, vínculos duraderos que fortalecen verdaderas comunidades de personas que no necesariamente comparten una misma geografía. Pero, ¿qué ocurre con la persona que está sentada al otro lado de la mesa? ¿Cómo afectan los dispositivos tecnológicos a esa relación?

Desde El Espejo Gótico no estamos en condiciones de dar una opinión al respecto. Tampoco nos gusta realizar correspondencias genéricas a partir de míseras experiencias personales. El Horror, decíamos, es terapéutico porque consiste en hacerse preguntas, y eso es lo que nos proponemos hacer, constantemente.




Taller literario. I Universo pulp.


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El artículo: Las nuevas tecnologías en la mecánica del Horror fue realizado por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com

2 comentarios:

Luciano dijo...

Excelente artículo! En mi opinión, el problema no son las nuevas tecnologías en sí mismas, sino el uso que se les da. No obstante, las redes sociales (en general) fomentan la ilusión comunitaria.

El Demiurgo de Hurlingham dijo...

La disminución de la capacidad de recordar, no es una idea inédita. Fue algo que se le atribuyó a la escritura. Que nadie intentaría recordar algo, al poder escribirlo.

Es curioso ese rasgo discriminador en la obra de Lovecraft, porque los personajes peligrosos o que suelen caer en peligros cósmicos, son los intelectuales, sin mestizaje, con algo de buena posición económica. Intelectuales estereotipados obsesionados con sus búsquedas, muy poco interesados en la vida personal.

Es curioso que esta desconfianza se exprese en un blog. También interesante.



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