El primer desengaño después del Armagedón


El primer desengaño después del Armagedón.



Uno podría pensar que el Armagedón, el Apocalipsis, el fin del mundo, o como prefieran llamarlo, nos traería cierto alivio respecto de cuestiones sentimentales. Quiero decir, resulta difícil andar preocupándose por estos asuntos en medio de la devastación general.

Pero estábamos equivocados.

También creíamos que la aniquilación de las instituciones nos haría retroceder de vuelta al Neolítico. Y lo hizo, al menos en parte. Pero cuando uno logra satisfacer las necesidades más elementales, los viejos hábitos siempre regresan.

Pasaron doce inviernos desde el carnaval del asteroide, y aquí estoy, en este improvisado refugio en los viejos túneles del subterráneo. Arriba, supongo, están las ruinas de Buenos Aires.

Mi rutina diaria es simple: sobrevivir. No es mucho, pero es lo que hay. Uno se aferra a la repetición para no perder la cabeza.

Mi dieta es, como mínimo, exigua. Al principio había cadáveres, había ratas, había un musgo ennegrecido por el hollín que crecía en los muros de los túneles, pero ahora solo hay cucarachas.

Pienso que los científicos estaban en lo cierto: las cucarachas sobreviven en las condiciones más precarias.

El único contacto que tengo con el exterior es una radio. La encontré de casualidad, persiguiendo a una de las últimas ratas de los túneles. Supongo que sería parte del viejo sistema de subterráneos de la ciudad. ¿Quién sabe? Pero lo cierto es que funciona.

Afortunadamente, hay suficiente electricidad almacenada en las baterías de los trenes como para utilizar esa radio durante doce y quince vidas.

Las bandas comerciales dejaron de transmitir casi de inmediato. Las frecuencias militares continuaron durante unos meses más, pero una a una se fueron apagando. Solo queda ese espantoso ruido blanco, el canto de las estrellas, como una fritura insoportable; y la voz de ella.

La voz transmite en ciclos que se repiten cada 36 horas. Desde luego, se trata de una grabación; probablemente un mensaje de alerta o algo así. No entiendo una puta palabra de lo que dice.

Esos veinticuatro segundos que dura el mensaje son el momento más importante de mi vida, lo más excitante que ocurre aquí abajo. Toda mi rutina gira en torno a esa voz.

Una hora antes de que empiece el mensaje me preparo para la cita.

Me coloco mi mejor traje, que encontré hace años entre los cadáveres. Diariamente tomo la precaución de lavarlo lo mejor posible utilizando el refrigerante de los motores. No es mucho, y la tela se ha perjudicado mucho, pero funciona.

Entonces espero.

La espero a ella.

Y cuando llega su voz... bueno, no hace falta que entre en detalles.

Baste decir que, a fuerza de seguir día tras día, durante años, la misma rutina frenética, he logrado sincronizar mis orgasmos con la última vocal que ella pronuncia.

Después, lo mismo de siempre: sobrevivir.

Sobrevivir para volver a escucharla.

Pienso que es cierto lo que decían los científicos antes de que todo se vaya al demonio: hay cosas que sobreviven en las condiciones más precarias, como las cucarachas, por supuesto, y los amores imposibles.




Egosofía: filosofía del Yo. I Filosofía del profesor Lugano.


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1 comentarios:

El Demiurgo de Hurlingham dijo...

Si se encontraran sería un amor posible, tal vez hasta inevitable.
No sería extraño que la mujer de la voz también haya sobrevivido entre las ruinas.



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