«El intruso»: Emil Petaja; relato y análisis


«El intruso»: Emil Petaja; relato y análisis.




El intruso (The Intruder) es un relato de terror del escritor norteamericano Emil Petaja (1915-2000), publicado originalmente en la edición de invierno de 1940 de la revista Futuria Fantasia.

El intruso, tal vez uno de los mejores cuentos de Emil Petaja, explora la posiblidad de que los extraterrestres ya estén viviendo entre nosotros, estudiándonos, tratando de descifrar el verdadero alcance de la imaginación humana.

SPOILERS.

El intruso de Emil Petaja pertenece a los Mitos de Cthulhu de H.P. Lovecraft. En este contexto, el narrador tiene un encuentro inquietante con un hombre misterioso, de aspecto extraño, que se pregunta si la imaginación humana realmente está en condiciones de capturar la alteridad de las inteligencias extraterrestres.

Emil Petaja urde brillantemente este cuestionamiento de los extraterrestres a la imaginación humana, incluso a su ficción. ¿Les molesta a estos seres verse reflejados en nuestras historias? Al parecer, sí, y además toman esto como un marco de referencia para verificar cuánto se está acercando la imaginación humana a la verdad que se oculta en otros mundos y dimensiones (ver: La tecnología de los Antiguos)

El intruso relaciona implícitamente las creaciones de H.P. Lovecraft, sus mundos y criaturas extrañas, con visiones que que van más allá de la ficción. En este sentido, Emil Petaja propone que la evolución del horror cósmico y la ciencia ficción está siendo monitoreada por inteligencias extraterrestres, quizás como un signo de madurez de la raza humana, quizás como señal de que es hora de destruirnos (ver: Seres Interdimensionales en los Mitos de Cthulhu)

En el marco de los Mitos de Cthulhu, estos seres no son amigables. No odian a la humanidad, simplemente la estudian, tal vez porque intuyen que, eventualmente, alcanzaremos el nivel técnico necesario para desafiarlos.

De eso se trata El intruso de Emil Petaja, de un extraterrestre que fuerza el encuentro con un escritor fracasado para saber hasta dónde llega su capacidad de imaginar.

Si bien no tenemos evidencias irrefutables de que haya otro tipo de vida inteligente en el universo, a medida que descubramos otros mundos eso puede cambiar. Y cuando lo haga, ¿será la realidad de estos seres más extraña de lo que imaginamos? (ver: La biología extradimensional de los Mitos de Cthulhu)

En cualquier caso, todo parte de la capacidad humana para imaginar. En este contexto, los grandes autores de ficción podrían ser vistos como profetas o visionarios por las fuerzas inteligentes que nos monitorean. Tal vez por eso, El intruso desliza la posibilidad de que la prematura muerte de Lovecraft, ocurrida tres años de la publicación de este cuento, haya estado relacionada con el carácter revelador, profético, de sus obras.


Tal vez haya personas de mente demasiado aguda, personas que han intuido demasiado la verdad. Quizás los Otros todavía no están listos para darse a conocer, y quizás están molestos con la insignificante publicidad que reciben de escritores imaginativos. Me refiero a los autores que por la noche los han intuido demasiado bien —siguió—, escritores cuyas historias insinuaron fatalidades inconcebibles pero inevitables; escritores que han muerto recientemente, por accidente...




El intruso.
The Intruder, Emil Petaja (1915-2000)

(Traducido al español por Sebastián Beringheli para El Espejo Gótico)


Fue en San Francisco, durante una la caminata sobre la arena, oyendo el oleaje que latía como el corazón de la tierra. Había viento, el cielo y el mar se mezclaban en una niebla gris. Estaba sentado en un banco de piedra observando un leve atisbo de humo distante, preguntándome qué barco era y de qué puerto lejano provenía.

La mía era una agradable soledad. Así que cuando él llegó, envuelto en su gran abrigo y bufanda, con el sombrero inclinado y sentándose en mi banco, estuve a punto de levantarme y dejarlo. Había otros bancos y no estaba de humor para conversaciones ociosas.

—No te vayas, por favor —su súplica fue auténtica.

—Debo volver a mi tienda —dije,

—Seguro que tienes un momento.

No pude ni empezar a ubicar el acento en su voz, bajo como un susurro, tenso. Sus ojos hundidos me observaron, su rostro estaba pálido y tenía una serenidad nacida del sufrimiento.

Con un rostro plácido, no dado a las traiciones emocionales, pero místico, me senté de nuevo.

Él era alguien desconcertantemente extraño. Alguien a quien no olvidaré pronto.

Movió una mano hacia mí, como para evitar que me fuera, y vi con leve curiosidad que usaba guantes gruesos.

—No estoy bien, yo... no debo estar afuera en el aire húmedo —dijo—. Pero hoy solo tenía que salir y caminar, tenía que hacerlo.

—Puedo entender —me conmovió la ola de soledad que había en sus palabras—, yo también he estado enfermo.

—Te conozco, Otis Marlin. He visitado tu tienda en Market Street, no eres rico, pero la sensación de las cubiertas de un buen libro entre tus manos es suficiente. ¿Estoy en lo cierto?

Asentí con la cabeza.

—¿Pero cómo… ?

—Has intentado escribir, pero no has tenido éxito. Estás solo en el mundo.

—Es cierto —admití, preguntándome si podría tratarse de un vidente, un místico empeñado en despertar en mí un interés por el espiritismo favorable a su bolsillo.

Sus siguientes palabras no me sonaron en absoluto divertidas.

—No, no soy un psíquico en el sentido ordinario. Visité tu tienda, estuve allí ayer —dijo—, cuando salía de mi humilde lugar de trabajo.

Un vistazo a esos ojos inquietos no era algo que pudiera olvidar pronto, y recordé que me detuve para observar cómo avanzaba con las piernas rígidas por la calle y doblaba la esquina.

Hubo ahora una pausa, mientras observaba las hojas que se escurrían por el aceitado camino en el viento rugiente. Entonces un sonido como un suspiro vino de mi compañero. Me pareció que el viento y el mar hablaron en voz alta, de repente, como si se acercaran a un terrible clímax. El aire de mar me heló como no lo había hecho antes.

Quería irme.

—¿Me atrevo a decírtelo? —su rostro pálido se volvió hacia arriba. Era como si cuestionara algún espíritu en los vientos.

Yo estaba en silencio; curioso, pero temeroso de lo que podría ser aquello que no se permitía decirme. Los vientos estaban portentosamente quietos.

—¿Alguna vez te dijeron, cuando eras niño, que no debes intentar contar las estrellas en el cielo por la noche, que si lo hicieras podrías perder la cabeza?

—Bueno, sí. Creo haber escuchado esa vieja superstición. Muy razonable, creo; basada en la suposición de que la tarea sería demasiado grande para un cerebro.

—Supongo que nunca se te ocurrió —interrumpió—, que esta superstición podría contener algo de verdad, una verdad tan maligna como vasta. Quizás el cosmos encierra secretos más allá de la comprensión del hombre. ¿Cuál es su seguridad de que esos secretos sean benéficos y amables? ¿Acaso la naturaleza no es más terrible que amable? En las estrellas hay patrones, diseños que, si se leen, podrían atraer al intrépido miserable fuera de la tierra y más allá, al mal inconmensurable. ¿Entiendes lo que estoy diciendo?

Su voz temblaba de forma metálica, vibrante de emoción.

Traté de sonreír, pero solo logré una sonrisa enfermiza.

—Entiendo, señor, pero no tengo la costumbre de aceptar teorías nebulosas como esa sin ninguna prueba.

—Hay, lamentablemente, demasiada evidencia. ¿Pero cree que los hombres han perdido la cabeza por el incesante estudio de las estrellas?

—Quizás algunos lo hayan hecho, no lo sé —respondí—, pero en el sur de este Estado, en uno de los principales observatorios del país, tengo un amigo que es famoso como astrónomo. Está tan cuerdo como tú o como yo, sino más.

Agregué la última oración con un énfasis significativo.

El tipo murmuró algo entre los pliegues de su bufanda. Creí haber captado las palabras peligro y tonto.

Volvimos a estar en silencio. Nubes bajas y oscuras volaron sobre el mar rugiente y la oscuridad se intensificó.

En ese momento, el extraño dijo:

—¿Crees que existe vida en otros planetas? ¿Alguna vez te has preguntado qué tipo de vida podría habitar en otros lugares de este sistema solar, y más allá?

Sus ojos, mientras hablaba, me hechizaron. Había algo en ellos, algo intangible y horrible. Sentí que me estaba interrogando, como un forastero podría ser interrogado sobre cosas con las que el que pregunta está familiarizado, como si alguien de San Francisco le preguntara a otro de Nueva York, ¿qué piensas del Golden Gate?

—No intentaría adivinar cómo sería un extraterrestre —dije—. Sin embargo, leo con interés varias conjeturas de escritores de ficción.

Me esforzaba por mantener un estado de ánimo de ligereza y tranquilidad, pero por dentro sentía un frío amargo, como si estuviera al borde de una pesadilla. De repente me di cuenta, con miedo infantil, que la noche estaba cayendo.

—Escritores de ficción —dijo— ¿Argumentan demasiado bien? Si fuese así, ¿los Otros no estarían monitoreando su imaginación, como la de los astrónomos?

No dije nada, pero sonreí.

—Tal vez haya personas de mente más aguda que la de la mayoría, personas que han intuido demasiado la verdad. Quizás los Otros todavía no están listos para darse a conocer a los terrícolas. Y quizás ELLOS están molestos con la insignificante publicidad que reciben de escritores imaginativos. Pregúntese, ¿qué es la imaginación? ¿Son las mentes terrestres capaces de concebir vagamente, en la agonía del sueño, algo que está más allá de su comprensión? ¿Y de dónde vienen estos sueños? Dime, ¿alguna vez te has despertado de un sueño con la siniestra sensación de que no todo estaba bien dentro de tu mente, que mientras tú, el verdadero tú, estabas en el Limbo, alguien, algo, estaba sondeando en tu mente, invadiéndola y leyéndola? ¿No podrían ELLOS dejar tras de sí en la partida rastros de sombras de sus propias mentes?

Me quedé sin palabras.

—Me refiero a los autores que por la noche lo han intuido demasiado bien —siguió—. Dos, no tres, escritores cuyas historias insinuaron fatalidades inconcebibles pero inevitables; escritores que había conocido; escritores que han muerto recientemente, por accidente...

»¿Y qué hay de las leyendas antiguas? De la serpiente que un día devorará el sol. Esa leyenda se remonta a Mu y la Atlántida. ¿Quién era y es Satanás? ¿Cristo? ¿Y Jehová? ¿No eran todos ellos sino una broma monstruosa, fomentada por ELLOS, para mantener ciegamente contento al hombre y dividirlo para que no se esfuerce por descifrar el secreto de las estrellas?

»Hombre, en mi tonta juventud estudié secretos que te abrasarían el alma. Conocí mujeres que con sus propias manos han estrangulado a los niños que dieron a luz para que el mundo no lo sepa; enfermedades que hacen que los médicos levanten las manos en un desconcierto indefenso: hombres que buscan expulsar fuerzas extrañas que se han enredado en sus cuerpos, cada una con su propio abominable significado. Son ELLOS. Los eternos y sin nombre, quienes envían a sus exploradores para probar al hombre terrestre. ¿No te das cuenta de que han visto al hombre salir sigilosamente de los lodos primarios, arrastrarse, y finalmente caminar; y que están esperando, el momento oportuno?

Me estremecí con un miedo indescriptible. Traté de reírme y no pude. Luego, audaz por el horror absoluto, grité bastante fuerte.

—¿Cómo sabes todo esto? ¿Es usted uno de ellos?

Sacudió la cabeza violentamente.

—¡No, no!

Me dispuse a retirarme, sintiendo un doloroso horror en mi interior.

—Quédate sólo un momento más. Tendré piedad de ti.

Mis dedos se aferraron a los bordes del banco con tanta fuerza que no habría podido escribir con ellos hasta ahora.

Él concluyó así:

—Entonces ves que soy un extraterrestre sin mundo. A veces este secreto es demasiado grande para que una mente lo contenga, y debo hablar. Debo sentir la presencia de alguien humano cerca, de lo contrario intentaré suicidarme y volver a fallar. No tiene fin, mi horror. Ten piedad de mí, hijo de la tierra, como yo me he compadecido de ti.

Fue entonces que lo agarré por los hombros y miré con desesperación suplicante a sus ojos fijos.

—¿Por qué me lo has dicho?

Mi voz se quebró. Mis manos cayeron a mis costado.

Él gritó solo dos palabras:

—¡Por lástima!

Y se fue.

Eso fue hace tres noches, y cada noche desde entonces ha sido un infierno.

No puedo recordar cuánto tiempo pasó, después de que el EXTRAÑO se fuera, que fui capaz de moverme, levantarme, cojear a casa, repentinamente envejecido por el conocimiento obtenido. Y no puedo, NO QUIERO, revelarte todo lo que escuché.

Me sentí loco, pero después de un examen, el médico me declaró que había estado mentalmente agotado. Soy competente, pero me pregunto si no estará equivocado.

Veo las estrellas de seda esta noche con repugnancia, ÉL buscó dominar su inescrutable significado secreto y lo logró. Imaginaba, soñaba; y alimentó su sueño con pociones, de modo que por la noche aprendiera dónde podría estar su mente durante el sueño, y él mismo indagó en la mente que vagaba desde el espacio hacia su cuerpo en reposo.

No soy un científico, ni un bioquímico, así que aprendí poco de sus métodos. Solo que logró apartar su mente de la tierra y elevarse a algún mundo remoto sobre y más allá de este universo, donde ELLOS habitan. Y ELLOS sabían que ÉL era una mente de la Tierra, me dijo. ÉL sólo insinuó el mal que contemplaba, tan poderoso como el terror que destrozó su mente.

Y ELLOS lo curaron, y lo enviaron de regreso a la tierra.

—¡Están esperando! —gritó con su chirriante voz esquelética—. Ellos desprecian al hombre y sus débiles colonias. Pero temen que algún día, como un niño idiota demasiado grande, pueda hacerles daño. Pero antes de este tiempo, cuando el Hombre haya progresado hacia la madurez, ELLOS descenderán. Luego vendrán en hordas para explotar el mundo como lo hicieron antes.

De este regreso se me informó poco, y evasivamente.

Para mi eterno horror, debo saberlo todo. Es poco lo que vi, pero suficiente para hacer que me hundiese en el banco de piedra en un convulso estupor de miedo. Nunca más en la vida podré arrancar este terror de mi alma.

Solo esto diré: que cuando miré sus ojos fijos en la penumbra del crepúsculo turbio, vislumbré con asombro y repugnancia que entre la bufanda y el cuello de su abrigo, el INTRUSO vestía una máscara de metal, pintada meticulosamente para ocultar lo que no debo ver.

Emil Petaja (1915-2000)

(Traducido al español por Sebastián Beringheli para El Espejo Gótico)




Relatos góticos. I Relatos de Emil Petaja.


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El análisis, traducción al español y resumen del cuento de Emil Petaja: El intruso (The Intruder), fueron realizados por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com

2 comentarios:

El Demiurgo de Hurlingham dijo...

O sea de que alguna manera, la humanidad cuenta para esos seres
Es un tanto distinto al Horror Cósmico.
Puede ser que algunos peligros que desata la humanidad, por recursos tecnológicos o sobrenaturales, terminen siendo una forma de defensa. Que haga huir a los extraterrestres.

luis dijo...

Brillante relato Sebastián, lo que planteas en el resumen ha resultado un dolor de cabeza científico, se ha descubierto que en los entornos más hostiles del planta ha prosperado durante generaciones la vida, si elemental y bacteriana, y recientemente la NASA parece que ha descubierto signos del mismo tipo de vida en planetas y lunas del sistema solar, antes se pensaba que esto hera imposible, la gran duda ahora es si estos entornos permitirían el desarrollo de vida compleja, supuestamente no, esto se deja entrever debido a que el ser humano comparte el planeta con el extremo filo más perdurable, el invisible e inmortal ácaro, que a demostrado sobrevivir en el espacio exterior, sin embargo a pesar de tener más edad en millones de años no a evolucionado como el hombre si lo hizo, lo hermoso de la fantasía es que construye maravillas, civilisaciones en venus y marte, viajes interestelares y criaturas extra di menciona les que ni siquiera saben que respiramos, seguiremos soñando, un saludo.



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