Esos personajes destinados a morir (porque criticaron al autor)


Esos personajes destinados a morir (porque criticaron al autor)




Hay personajes que están destinados a morir, en general, de forma espantosa, como si fuesen castigados por el autor. Pero, de ser así, ¿qué crímenes han cometido estos personajes secundarios, adyacentes, para encontrar un final tan horroroso?

No me refiero aquí a esos personajes que uno sabe que van a morir apenas se presentan en una historia. Los autores que premeditan una muerte suelen ser lo suficientemente groseros como para dejar evidencias. No. Me refiero a esas muertes que asombran, que no parecen formar parte del devenir del argumento, pero que al mismo tiempo resultan perfectamente admisibles.

Los escritores más meticulosos —por no decir anales— son más propensos a cometer este tipo de atrocidades contra sus personajes. Uno de los motivos principales que los impulsa es la traición.

En efecto, hasta un autor mediocre puede encontrar un buen personaje, y un buen personaje siempre traiciona las intenciones del autor. Liberarse de esos intereses narrativos lo sitúa en una posición delicada. La muerte ronda sobre él.

En el relato de terror esto adquiere mayores proporciones todavía.

Realmente no se puede culpar al autor, de hecho, incluso podemos perdonar su actitud homicida respecto de sus personajes. Lo curioso, en todo caso, es que antes de la comisión del delito suele haber un momento de autorreflexión, y hasta de confidencia, entre el autor y su víctima.

Los autores del género pasan tanto tiempo adentrándose en los sótanos más oscuros de nuestros miedos que rara vez salen a tomar aire fresco. Andar constantemente ahí abajo no es tarea fácil, y mucho menos grata, y por eso necesitan un amigo, alguien que frecuente la superficie, alguien con quien discutir, con quien confesarse.

Dentro del Horror no es infrecuente encontrar un diálogo entre el narrador y un confidente. En apariencia, esto sirve para introducir el tema del cuento, al inicio de la historia. La escena suele ser en la superficie, por ejemplo, entre dos sujetos que discuten un tema macabro.

En general, el personaje destinado a morir es alguien cercano al protagonista, o al narrador, o a ambos, y casi siempre está en desacuerdo con las afirmaciones de éstos. Naturalmente, sobrevienen consecuencias nefastas para él, y los eventos subsiguientes tienden a demostrar las implicaciones del punto de vista del narrador, o del protagonista, o de cualquiera que represente la perspectiva del autor.

En este punto ocurre algo muy interesante.

El personaje destinado a morir se transforma primero en un confidente, y uno sumamente crítico, capaz de denostar al autor ante la mirada atónita del lector.

Un caso paradigmático es el de Randolph Carter en el relato de H.P. Lovecraft: Lo innombrable (The Unnamable).


Mi amigo me reprendió por tales tonterías —dice Carter— Además, agregó, mi constante insistencia en las cosas "innombrables" era un recurso pueril, acorde con mi humilde posición como autor. Me gustaba demasiado terminar mis historias con imágenes o sonidos que paralicen las facultades de mis héroes, dejándolos sin palabras o asociaciones para narrar lo que habían experimentado.


Los lectores familiarizados con los relatos de Lovecraft saben que ese amigo, Manton, sufre un doloroso castigo por su crítica, que no solo recae sobre las opiones de Randolph Carter, sino que además rebaja al propio Lovecraft como escritor.

Una lectura superficial puede hacernos creer que la muerte de Manton, por cierto, horrorosa, se debe a su desconfianza en lo sobrenatural, es decir, a su visión materialista del mundo. Pensemos en la cifra escandalosa de personajes que, al final de una novela o de una película, mueren como castigo por su escepticismo; y también en el alto porcentaje de supervivencia entre los creyentes, ya sea en fantasmas o en vampiros o en lo que sea que trate la historia. Este tipo de muertes, aunque también predeterminadas, no revisten interés. Uno simplemente sabe, desde el comienzo, que el idiota escéptico morirá.

El crimen de Manton, en todo caso, es la consecuencia de haber expresado lo que Lovecraft pensaba secretamente de sí mismo como escritor: alguien que sobreadjetivaba y utilizaba una y otra vez los mismos recursos.

Dentro del Círculo de Lovecraft hay ejemplos más concretos al respecto.

Esto es lo que dice Clark Ashton Smith, hablando a través de Philip Hastane, en Los cazadores del más allá (The Hunters From Beyond):


Aunque había sido durante años un escritor profesional de historias que a menudo trataban con fenómenos ocultos, con lo extraño y lo espectral, no poseía ninguna creencia clara y establecida con respecto a tales fenómenos. Nunca antes había visto algo que pudiera identificar como un fantasma, ni siquiera como una alucinación.


Philip Hastane (Clark Ashton Smith) revela estas debilidades como un escritor a un amigo, llamado Cyprian:

—¿Qué te hace pensar que no he tenido experiencia con el ocultismo? —pregunté (Hastane).

—Tus relatos apenas aportan algo original o personal al respecto. Todos están hechos de manera muy general —dijo Cyprian—. Cuando se ha discutido con un fantasma, o se han observado a los ghouls a la hora de la comida, o se ha luchado con un incubo o amamando a un vampiro, puede percibirse claramente, y son cuestiones que se transmiten con cierta caracterización de genio y de color.

Es decir que Cyprian no solo cuestiona la verosimilitud de aquello que narra Hastane, sino también la imposibilidad de que sus relatos (los de C.A.S) pudiesen alcanzar la excelencia ya que fueron escritos por alguien que nunca ha experimentado tales cosas.

De más está decir que Cyprian sufre de manera indecible al final del relato.

Ser amigo de un escritor, y su confidente, dentro de una historia, es un asunto peligroso, casi una sentencia de muerte.




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