La vida que no va a pasar frente a tus ojos.


La vida que no va a pasar frente a tus ojos.




La posibilidad de que la vida pase frente a mis ojos unos instantes antes de morir me parece redundante. ¿Cuál es el sentido? ¿Hacernos recordar errores ya prescritos, aciertos casuales, de modo tal que podamos arrear la hacienda de la memoria al otro plano sin omisiones caprichosas?

Tampoco podemos corroborar esa creencia; a lo sumo, dar crédito al testimonio de personas que estuvieron al borde de la muerte. Y ya sabemos que este tipo de individuos suelen regresar con ideas bastante excéntricas.

Además, convengamos en algo: no hay tantos episodios significativos en la vida, sino más bien una continuidad de sucesos menores: boludeces, en una palabra, como doblar una caja de pizza antes de tirarla a la basura o reventarse un grano frente al espejo del baño.

Sería desagradable tener que repasar esas efemérides; o peor aún, descubrir que de algún modo están conectadas a las vicisitudes trascendentales del ser.

—Pero, cuidado —nos alerta la metafísica—. Las escenas que pasan frente a nosotros en el momento de la muerte son las más importantes que hemos vivido.

Esa posibilidad me parece todavía más incierta.

¿Cuáles son los hechos importantes de la vida?

¿El primer amor? ¿El último? ¿Aprender a caminar?

Más allá de estas cuestiones, podemos pensar que, si efectivamente vemos que la vida pasa frente a nuestros ojos, de forma absoluta o editada, en el instante previo a la muerte, también debemos concluir que el tiempo, al menos durante esa proyección, se torna más relativo que nunca.

Mientras nuestro cuerpo se dispone a morir, recordamos; pero lo cierto es que ese proceso se repite constantemente, una y otra vez, a lo largo de la vida.

La diferencia consiste en que revisar el pasado se vuelve algo más vívido, e incluso horrible, frente a un hecho sobrecogedor, como la posibilidad concreta de morir; pero la revisión es continua, no se detiene, y a menudo transcurre en esas situaciones anodinas que, por astucia, hemos hemos aprendido a despojar de gravedad.

De común acuerdo, quizá para soportar el peso del ayer, privilegiamos los recuerdos que visitan al hombre que agoniza en una cama de hospital, y descalificamos las canalladas, los desengaños, los noviazgos enteros, que vemos pasar frente a los ojos mientras nos sacamos las medias.




Egosofía. I Diarios de antiayuda.


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