¿Qué se siente justo antes de morir? Horacio Quiroga te lo cuenta.
Hay momentos en la vida que sencillamente no podemos concebir de forma realista. La muerte es uno de ellos.
Desde ya que podemos imaginar el instante de nuestra muerte, incluso sus circunstancias, y justamente ahí reside la imposibilidad de concebirla. ¿Por qué? Porque imaginamos nuestra muerte desde un punto en el tiempo que todavía posee un futuro; es decir, desde un aquí y ahora separado de la muerte por un sinfín de sucesos.
Distinto es concebir a la muerte cuando faltan instantes para que ésta se produzca.
Así lo describe Horacio Quiroga en el relato El hombre muerto:
«En el transcurso de la vida se piensa muchas veces en que un día, tras años, meses, semanas y días preparatorios, llegaremos a nuestro turno al umbral de la muerte. Es la ley fatal, aceptada y prevista; tanto, que solemos dejarnos llevar placenteramente por la imaginación a ese momento, supremo entre todos, en que lanzamos el último suspiro. Pero entre el instante actual y esa postrera expiración, ¡qué de sueños, trastornos, esperanzas y dramas presumimos en nuestra vida! ¡Qué nos reserva aún esta existencia llena de vigor, antes de su eliminación del escenario humano! Es éste el consuelo, el placer y la razón de nuestras divagaciones mortuorias: ¡Tan lejos está la muerte, y tan imprevisto lo que debemos vivir aún! ¿Aún…?»
En El hombre muerto, Horacio Quiroga cuenta la historia de un hombre que sufre un accidente con su machete. Está solo, aislado, y sabe que esa herida será fatal en cuestión de minutos.
El relato, como la vida misma, no ofrece margen para especulaciones circunstanciales. Por su título sabemos que el hombre va a morir, así como sabemos que nosotros moriremos algún día; pero el protagonista del cuento posee un punto de vista inconcebible para nosotros: sabe que su muerte es inminente.
Frente a esa certeza podemos tranquilizarnos pensando en los sueños y proyectos que nos separan de la muerte; es decir, en las cosas que vamos a vivir antes de llegar al final. Esa es nuestra manera de resistirnos a la muerte. El otro, el protagonista de El hombre muerto, no puede recurrir al tiempo como un factor esperanzador. No tiene tiempo y, en consecuencia, no tiene nada, sólo la sensación de irrealidad, de absurdo:
«El hombre resiste —¡es tan imprevisto ese horror!— y piensa: es una pesadilla.»
Podemos pensar que el argumento de El hombre muerto es una síntesis perfecta de la vida: algo sucede y, en consecuencia, un hombre muere; pero el relato es mucho más profundo que eso.
La verdadera síntesis sería así: algo sucede y, en consecuencia, un hombre que ha empezado a morir desde su nacimiento, muere.
No hay dramatismos en ese final anunciado. No hay esperanzas.
«Va a morir. Fría, fatal e ineludiblemente, va a morir.»
Es justo razonar que nosotros cultivamos la misma convicción. Lo único que nos diferencia del protagonista de El hombre muerto es la serie de sucesos que, con suerte, nos separan de la muerte. Para él, en cambio, ya no hay sueños ni esperanzas ni proyectos. No hay postergaciones. No hay nada entre el ahora y la muerte.
Pero entonces ocurre algo extraño, y cuya verosimilitud solo podremos constatar en los instantes previos a nuestra propia muerte.
De repente, parece como si el tiempo se detuviera. Pero no; no es exactamente eso. Antes de morir, el protagonista de El hombre muerto se siente diminuto, ínfimo, intrascendente. Ya no habita en el mundo sino que el mundo lo habita a él. Lo trasciende. Todo seguirá ahí, tan normal y cotidiano como siempre, después de su desaparición.
«¿Qué ha cambiado? Nada. Todo, todo exactamente como siempre; el sol de fuego, el aire vibrante y solitario, los bananos inmóviles, el alambrado de postes muy gruesos y altos que pronto tendrá que cambiar…»
Es por eso que el protagonista de El hombre muerto no tiene un nombre propio. ¿Cómo podría tenerlo si todos somos él? Las circunstancias de su muerte son propias pero su sensación de intrascendencia frente a la cotidianeidad que lo sobrevive, frente a ese mundo que permanecerá inalterable tras su muerte, nos pertenecen a todos.
Y es precisamente esa sensación de intrascendencia la que lo induce a sentir que el único hecho realmente trascendente de la vida es la muerte.
Eso, quizá, es lo que se siente justo antes de morir.
Egosofía: filosofía del Yo. I Autores con historia.
Más literatura gótica:
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