«Sonetos de la muerte»: Gabriela Mistral; poema y análisis.
Sonetos de la muerte (Sonetos de la muerte) es un poema de la escritora chilena Lucila de María del Perpetuo Socorro Godoy Alcayaga, más conocida como Gabriela Mistral (1889-1957), publicado originalmente en 1914 y reeditado en la antología de 1952: Los sonetos de la muerte y otros poemas elegíacos.
Sonetos de la muerte se relaciona estrechamente con un amor prohibido de Gabriela Mistral. Según cuenta la leyenda, la poetisa se enamoró perdidamente de un hombre llamado Romelio Ureta, funcionario ferroviario, quien sustrajo una suma considerable de dinero de la empresa de ferrocarriles para ayudar a un amigo en apuros económicos. Al no poder devolver la suma robada, Romelio Ureta se suicidó.
Aquel hecho generó un mito de amplia difusión acerca de la relación de Gabriela Mistral y aquel generoso pero inoportuno funcionario, que terminaría de consolidarse en los versos de Sonetos de la muerte.
Gabriela Mistral nos guía aquí por los oscuros senderos de la noche perpetua hacia los escalones sórdidos que desembocan en una tumba arquetípica que todos ocuparemos.
Allí, en medio de la bruma y las sombras, acompañados por tristes espectros que aúllan su desdicha a la luna, Gabriela Mistral nos conduce por encima del hastío y la monotonía de la muerte hacia un extraño peregrinaje que ningún mortal ha conseguido evitar.
Sonetos de la muerte.
Sonetos de la muerte, Gabriela Mistral (1889-1957)
Del nicho helado en que los hombres te pusieron,
te bajaré a la tierra humilde y soleada.
Que he de dormirme en ella los hombres no supieron,
y que hemos de soñar sobre la misma almohada.
Te acostaré en la tierra soleada con una
dulcedumbre de madre para el hijo dormido,
y la tierra ha de hacerse suavidades de cuna
al recibir tu cuerpo de niño dolorido.
Luego iré espolvoreando tierra y polvo de rosas,
y en la azulada y leve polvoreda de luna,
los despojos livianos irán quedando presos.
Me alejaré cantando mis venganzas hermosas,
¡porque a ese hondor recóndito la mano de ninguna
bajará a disputarme tu puñado de huesos!
Este largo cansancio se hará mayor un día,
y el alma dirá al cuerpo que no quiere seguir
arrastrando su masa por la rosada vía,
por donde van los hombres, contentos de vivir...
Sentirás que a tu lado cavan briosamente,
que otra dormida llega a la quieta ciudad.
Esperaré que me hayan cubierto totalmente...
¡y después hablaremos por una eternidad!
Sólo entonces sabrás el por qué no madura
para las hondas huesas tu carne todavía,
tuviste que bajar, sin fatiga, a dormir.
Se hará luz en la zona de los sinos, oscura:
sabrás que en nuestra alianza signo de astros había
y, roto el pacto enorme, tenías que morir...
Malas manos tomaron tu vida desde el día
en que, a una señal de astros, dejara su plantel
nevado de azucenas. En gozo florecía.
Malas manos entraron trágicamente en él...
Y yo dije al Señor: Por las sendas mortales
le llevan ¡Sombra amada que no saben guiar!
¡Arráncalo, Señor, a esas manos fatales
o le hundes en el largo sueño que sabes dar!
¡No le puedo gritar, no le puedo seguir!
Su barca empuja un negro viento de tempestad.
Retórnalo a mis brazos o le siegas en flor.
Se detuvo la barca rosa de su vivir...
¿Qué no sé del amor, qué no tuve piedad?
¡Tú, qué vas a juzgarme, lo comprendes, Señor!
Gabriela Mistral (1889-1957)
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1 comentarios:
sin duda un excelente poema, lleno de una enigmatica oscuridad. mis respetos gabriela.
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