Bertha Pappenheim y la histeria femenina.
Bertha Pappenheim fue una de las mujeres más notables e ignoradas del siglo XIX. Atormentada por increíbles patologías, poseedora de un talento y una abnegada sensibilidad, ésta misteriosa dama vivió y murió en medio de la tragedia más amarga: la de quién pasa por éste tenebroso mundo sin sentir jamás un gesto de ternura.
Josef Breuer fue el primer médico en tratar su caso con cierto éxito. Luego daría cuenta de él en un libro escrito en colaboración con Sigmund Freud, titulado: Estudios sobre la histeria (Studien über Hysterie).
Allí se la llama simplemente Anna O.
Recordemos que por aquellos años los tratamientos contra la histeria eran verdaderas torturas físicas y psicológicas. La morfina, el hidrato de cloral y el cloroformo eran habituales durante el tratamiento. Jean-Martin Charcot incluso hacía que sus pacientes ingirieran altas dosis de hierro y luego los colgaba del techo con arneses de metal.
Éste era el ambiente clínico que reinaba cuando Joseph Breuer emprendió el tratamiento de Bertha Pappenheim en Viena, en el año 1880.
La joven tenía veintiún años y sufría de diversos síntomas, todos ellos graves. Joseph Breuer la describió del siguiente modo:
(Bertha Pappenheim) "...poseía una inteligencia superior a la media, además de una percepción asombrosamente rápida y una intuición notable".
Su enfermedad, lisa y llanamente histeria, cómo se la llamaba por aquellos años, sintetizando una amplia variedad de patologías, se caracterizaba por síntomas físicos muy llamativos, estados de consciencia oscilantes y repentinas crisis nerviosas.
Entre la miríada de síntomas que la afectaban, Bertha Pappenheim presentaba parálisis parciales en las extremidades y en el cuello, lo que le impedía mover la cabeza y los brazos. Padecía una tos nerviosa que, además de dejarla exhausta, le provocaba ronquera y dificultades para hablar, junto con fuertes migrañas. Sufría a menudo de una curiosa y selectiva pérdida del lenguaje: no podía hablar en alemán, su lengua materna, que era reemplazada por sonidos guturales y balbuceos incomprensibles en los que mezclaba otros cuatro idiomas.
Durante cierto tiempo sólo pudo expresarse en inglés.
Sumado a este conjunto de sufrimientos Bertha Pappenheim padecía alucinaciones espantosas en las que veía serpientes negras, que no eran sino sus propios cabellos. En ocasiones describía unos ojos azules que brillaban junto a su lecho y una voz que la atormentaba con crueles alusiones a su aspecto físico.
Estos pasajes alucinatorios fueron definidos por la propia Bertha Pappenheim como "la nube".
A pesar de estos terribles síntomas, el aporte de Bertha Pappenheim al tratamiento fue tan extraordinario que Joseph Breuer la designó cómo la coautora del método catártico, precursor del método psicoanalítico de Sigmund Freud.
Junto a sus evidentes cualidades literarias, Bertha Pappenheim mostró una bondad sin límites. Incluso durante lo más crudo de su enfermedad solía ayudar en hospitales y hospicios, confortando a los pobres y los abandonados. En 1895 se hizo cargo del orfanato judío de Frankfurt y fue diplomada como la primera asistente social de Alemania.
Pero la verdadera tragedia en la vida de Bertha Pappenheim fue la soledad.
Desbordante de vida intelectual, Bertha Pappenheim pasaba sus días entre las monótonas actividades de una familia puritana, que nada sabía de su vida interior, ni de sus anhelos, esperanzas e ilusiones. En este contexto, fue un claro ejemplo de la desigualdad sufrida por las mujeres. George Eliot, seudónimo de la escritora Mary Ann Evans, captó en la novela Daniel Deronda la naturaleza de los tormentos de Bertha Pappenheim:
"...no eres una mujer, puedes intentarlo, pero nunca podrás imaginar lo que es tener la fuerza del genio de un hombre y, a pesar de ello, sufrir la esclavitud de ser una niña..."
Bertha Pappenheim fue una persona absolutamente singular: inteligente hasta el punto de rozar la brillantez, creativa, imaginativa, y dueña de una voluntad inquebrantable.
Además de fundar hospicios para madres solteras, Bertha Pappenheim escribió poesía, obras teatrales, artículos periodísticos, y varios escritos polémicos. Entre ellos conviene destacar En lo del vendedor de antigüedades (In der Tredelbude) y una interesante traducción al alemán de Una vindicación de los derechos de las mujeres (A Vindication of the Rights of Woman), escrito por Mary Wollstonecraft, madre de Mary Shelley, autora de Frankenstein o el moderno Prometeo (Frankenstein or The Modern Prometheus).
Bertha Pappenheim vivió muchos años, pero nunca pudo recuperarse del todo. Jamás se casó ni conoció la intimidad con un hombre. Sufrió indecibles horrores mientras las noches solitarias se encadenaban unas tras otras sin solución de continuidad.
No fue, en ningún sentido, una mujer de su época.
En 1911 compuso un poema que refleja claramente lo que pasaba por su alma torturada.
El Amor no me alcanzó,
por eso vivo cómo las plantas,
en el sótano, sin luz.
El Amor no me alcanzó.
Por eso sueno cómo un violín
con un arco roto.
El Amor no me alcanzó.
Por eso me sumerjo en el trabajo
y, castigada, vivo para mis deberes.
El Amor no me alcanzó.
Por eso me gusta pensar que La Muerte
tiene un rostro agradable.
Bertha Pappenheim.
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