Genius Loci: el espíritu del lugar (de todos los lugares)


Genius Loci: el espíritu del lugar (de todos los lugares).




Muchos de nosotros percibimos señales en el movimiento azaroso de las nubes, en los caprichos de las sombras, en delicada composición de las hojas en lo alto de un árbol. A veces esas señales son rostros, muecas grotescas; otras, figuras que se acechan entre sí, que parecen querer decirnos algo importante en su singular lenguaje hecho de distorsiones.

La luz y la oscuridad forman esos dioses pasajeros, esos demonios o hadas o ángeles que aparecen de repente. Si tenemos suerte, podemos conservar esas visiones fugaces para nosotros mismos, sin que nadie más pueda verlas.

La ciencia, desde luego, objeta que esas apariciones son en realidad ilusiones ópticas. Incluso forjaron un nombre ostentoso para definirlas: pareidolia.

Quizás sea cierto, y nuestro cerebro procure imponer un orden sobre la conjunción de estímulos caóticos que nos provee la naturaleza. Quizás esas ilusiones sean, después de todo, proyecciones directamente relacionadas con nuestros pensamientos, con nuestra manera de interpretar el mundo que nos rodea.

Porque la posibilidad de que las formas reconocibles en las nubes, los rostros burlescos que aparecen en las sombras, sean otra cosa, es demasiado inquietante siquiera para imaginarlo.

La ciencia, dentro del concepto de pareidolia, deduce que aquellas visiones son proyecciones que no existen de forma objetiva. Es nuestro cerebro quien les adjudica cierto grado de familiaridad, de carácter reconocible, de manera tal que éste puede interpretar, por ejemplo, el perfil de un lobo en una nube o una virgen en una mísera mancha de humedad.

¿Pero qué tal si esas ilusiones pudiesen existir por sí mismas, independientemente del observador?

¿Qué tal si esas señales no fuesen simplemente el intento de nuestro cerebro por interpretar el caos que lo rodea, sino verdaderas señales?

El concepto de Genius Loci, que puede traducirse del latín como: «espíritu del lugar», encaja bastante bien con esta posibilidad.

Los romanos creían que ciertos lugares podían tener sus propios espíritus protectores, entidades que se comunicaban con el ser humano mediante sutiles arreglos en el paisaje y la arquitectura. Un rostro en la corteza de un árbol, una señal casi descuidada en un jirón de nube, un signo indescifrable en un muro decrépito, revelaba la presencia del Genius Loci.

El Genius Loci está presente en la mitología, desde ya, pero también en las religiones y en la ficción. Incluso podemos tomar aquellos programas televisivos que se dedican a rastrear la presencia de fantasmas, probablemente de forma fraudulenta, para advertir que, en esencia, la definición de aquello que buscan se ajusta perfectamente al concepto de Genius Loci.

Porque el Genius Loci no es un ser fantástico de la mitología, ni fue forjado por los dioses en el amanecer de los tiempos. Tampoco es exactamente un fantasma, sino más bien un espíritu residual, un algo que permanece en ciertos lugares específicos de nuestro plano, y que se rehúsa a abandonarlos.

Los grandes maestros de la literatura gótica fueron los primeros en utilizar el concepto del Genius Loci en la ficción, precisamente porque comprendieron que la atmósfera de un lugar es tan importante, o más, que personajes y sus experiencias particulares.

Si traducimos literalmente el término en latín: Genius Loci, «espíritu del lugar», es probable que no logremos capturar la profundidad del concepto. Porque, en definitiva, este ser, este algo, va más allá de lo paranormal: es esencialmente el carácter o la atmósfera de un lugar determinado, su deidad residente, su carácter distintivo, su personalidad. Puede ser protector o tutelar, pero también una entidad hostil, cuyas únicas señales son de advertencia.

Clark Ashton Smith (aunque también podríamos citar a H.P. Lovecraft, Shirley Jackson, J.R.R. Tolkien, Algernon Blackwood, Arthur Machen, como otros referentes en este sentido) utilizó directamente este concepto en el relato: Genius Loci (Genius Loci), publicado en la edición de junio de 1933 de la revista Weird Tales.

Allí, un pintor de paisajes encuentra el lugar ideal para realizar su próxima obra: un lúgubre estanque en los límites de una granja abandonada. Su concentración en la escena es tan intensa que, poco a poco, comienza a ver algo más en la periferia de su visión, algo fantasmal que no solo habita el lugar, sino que en cierto modo es el lugar.

La psicología interpreta la naturaleza del Genius Loci como un reflejo de nuestra ansiedad ante la naturaleza y lo desconocido, en la medida en que nos sentimos separados del mundo natural y no llegamos a entenderlo realmente, y mucho menos a controlarlo. Sin embargo, la explicación quizás sea más compleja.

Quizás solo algo que está inseparablemente unido a la naturaleza, a pesar de sus actitudes hostiles hacia ella, puede percibir la presencia de esas delicadas señales.




Taller literario. I Mitología.


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1 comentarios:

Ricardo Corazón de León dijo...

Y para qué están los ya obsoletos "Tests de Roschard" basados en la interpretación de unas manchas de pintura negra al azar? Pues se basa en lo mismo, la pareidolia. Lo malo es que si no ves lo que todos suelen ver y se dedican a interpretar lo que tú ves, pueden incurrir en la idiotez de tratarte de loco o de afectado por un trastorno de la personalidad o una enfermedad mental. Los loscos son ellos, calificando a sujetos por lo que cada uno ve en unas manchas, visión que es absolutamente personal e inimitable.

Cuánto loco encerrado no habrá en virtud de esas manchas de tinta.



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