El pequeño Destructor de Mundos.
Hora de bañarse.
La madre colocó al bebé en el agua tibia. Una rabieta, casi por reflejo, le salpicó la cara.
¿Estará demasiado caliente?
¿Demasiado fría?
Un codo experimentado verificó la temperatura.
La rabieta se transformó en una especie de pataleo desesperado.
¡Cierto! ¡Faltaban los juguetes!
La madre le trajo barcos y vehículos y animales y hombrecitos articulados.
Las aguas se tranquilizaron.
Después del baño, tomó al bebé en brazos. Había que aprovechar la ocasión, el sopor del agua tibia.
Lo arrulló en brazos.
Mientras cantaba una vieja canción de cuna, la madre se quedó mirando los restos de la catástrofe: embarcaciones hundidas, animales decapitados, a la deriva, hombrecitos con las extremidades arrancadas flotando sobre diminutos ríos de espuma.
Había una cierta calma ahora.
El niño se durmió, y ella siguió cantando, por las dudas, en medio de las ruinas.
Todo presagiaba el temperamento inestable del niño. Ella sabía cómo funcionaban estas profecías, pero no podía hacer otra cosa que amarlo hasta el final.
Egosofía. I Diarios de antiayuda.
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1 comentarios:
Execelente historia saludos oscuros ^^
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