Adoptá un libro


Adoptá un libro.




Con el tiempo llegué a desarrollar una aversión por los libros nuevos. No creo ser el único que siente esta antipatía. He visto a otros, en silencio, moverse por las librerías con cierto desprecio reflejado en la mirada, cierta hostilidad, incluso, al manipular un volúmen recién salido de la imprenta.

Los libros nuevos, relucientes, no tienen lugar en mi biblioteca. A estos los mantengo incomunicados para que vayan ganando opacidad, ese temperamento deslucido, cansado, de los libros viejos. Si necesito leerlos, por cuestiones que no vienen al caso, siempre lo hago con desagrado.

No me refiero aquí a primeras ediciones. No es eso lo que quiero decir. Hablo de esos libros que nadie lee, libros que pasan años durmiendo en las mesas de usados, libros abandonados, huérfanos.

Los libros viejos de autores reconocidos, que los libreros suelen colocar en una mesa aparte, con el ostentoso título de «best sellers», por lo general son adoptados rápidamente, aún cuando estuviesen en pésimo estado, vejados por propietarios inescrupulosos. Estos libros tampoco me interesan demasiado. Siguen siendo deseados.

Me gustan esos libros de los que alguien se deshizo en una mudanza; libros de alguien que ha muerto, quizás, descartados por deudos preocupados por recuperar algo de espacio en la casa del difunto.

Estos libros indeseados son los que realmente me atraen. Me gustan porque, a pesar de su estado calamitoso, todavía poseen un espíritu salvaje. Son libros sin hogar, libros que se reúnen en una mesa de saldo y comparten ese destino silencioso durante años; libros que todavía ansían el roce, el tacto de un lector, mientras amarillean inexorablemente.

Estos libros tienen un lugar privilegiado en mi biblioteca, hasta que eventualmente sigan su camino. Poseen un espíritu errante, indomable, que jamás podríamos encontrar en los libros nuevos; que de algún modo me parecen domesticados, dóciles, acaso porque no tienen una historia detrás, un camino recorrido.




Egosofía. I Diario Éxtimo.


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2 comentarios:

Anónimo dijo...

Exacto!!! Y su particupar aroma... un libro nuevo no se le comparará jamás.

Anónimo dijo...

Un día me perdí en el centro de Madrid pues no conocía la ciudad y pasé junto a un callejón sin salida. Al fondo había una sola tienda, muy al fondo. Vi una mesa con una montaña de libros por fuera de la tienda, era una librería de libros usados comprobé cuando me acerqué con recelo. Saludé a un joven barbudo que estaba dentro (¿dueño?), entré y le dije que buscaba un libro descatalogado de Nikos Kazantzakis "Cristo de nuevo crucificado". Me dijo que no lo tenía pero que me lo iba a buscar y me dio su tarjeta. Salí y sin mirar agarré un libro cualquiera al azar. Era "Bizancio" de Judith Herrin. Bastante usado pero de tapa dura y ese olor...Cosas que pasan.



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