Un libro, mi alma, y una flor prensada entre las páginas


Un libro, mi alma, y una flor prensada entre las páginas.




Abrir un libro usado es un poco como descubrir el alma de quienes lo han leído.

Algunos de esos epíritus son discretos, reservados. No dejan rastros en las páginas. Uno podría pensar que se trata de un libro nuevo, sin embargo, se percibe en él una presencia respetuosa, circunspecta.

Otros, en cambio, se manifiestan en apresuradas notas al margen, a menudo indescifrables, palabras subrayadas, descoloridas flores prensadas.

Más extraño es abrir un libro que uno ha leído en el pasado. De algún modo, parece más denso, más pesado de lo que podría deducirse por su tamaño, como si algo nuestro hubiese quedado atrapado entre sus páginas.

Ese algo indefinible, que nadie más podría intepretar cabalmente, se revela entonces como el eco de un sentimiento, un olor, una época irrecuperable.

Con cada lectura imprimimos una porción de nuestra alma, de nosotros mismos, en los libros. Uno puede fragmentarse infinitamente en una biblioteca, no importa cuán austera sea. Y esos pedazos del alma poseen una cualidad indeleble. Permanecen ahí, aun cuando el libro haya pasado a otras manos, aun cuando nosotros mismos hayamos desaparecido.

Eso que sucede cuando abrimos un viejo libro de nuestra biblioteca produce una profunda sensación de extrañeza, pero también de familiaridad. Uno se encuentra a sí mismo en el libro, un yo de antes, mas joven, inalterable.

El destino de todo lector apasionado es convertirse en una flor prensada entre páginas amarillentas. A otros, los que vendrán después, les corresponde recorrer ese jardín recóndito, insondable, que fue nuestra biblioteca, y maravillarse al descubrir un párrafo subrayado, una nota incomprensible al margen, un pétalo que ha desafiado al tiempo.




Diario Éxtimo. I Egosofía.


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1 comentarios:

El Demiurgo de Hurlingham dijo...

Algunas de esa anotaciones revelan lo bien o lo mal, que los anteriores lectores entendieron el cuento.



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