Simpatía por los libros de mierda


Simpatía por los libros de mierda.




Hay desagrados que no se basan en la experiencia personal. Parecen surgir espontáneamente, sin causa que los justifique, como el irracional desagrado de un niño por ciertas verduras que nunca ha probado. Del mismo modo, hay libros que nunca he leído pero que me causan un profundo rechazo.

El principal objeto de mi desagrado fueron los libros de autoayuda, y al principio supuse que esta reacción participaba de algún tipo de postura ética o filosófica, pero las antipatías son menos complejas que eso.

Odiaba a esos libros, eso sí; su sola presencia en la biblioteca de mis padres me irritaba, en especial cuando su ubicación era vecina de obras que planeaba admirar en el futuro. La sola posibilidad de que alguien, una visita, reparara en esos libros de autoayuda me avergonzaba.

Mayor indignación me causaban sus lectores, gente honrada, sin dudas, pero capaces de utilizar argumentos como el siguiente:

—¿Lo leíste? ¿No? ¿Entonces cómo sabés que es una mierda? No podés criticar algo que no leíste.

Por aquel entonces carecía de los recursos elementales para traducir mi indignación en retruques eficaces, de manera tal que no respondía, como debía haber hecho, que tampoco había probado nunca un sorete, pero que estaba seguro que sabía a mierda.

Recurría entonces a argumentos más bien estéticos, como el arte de tapa —en general, amaneceres—, la cara de los autores —mezcla de ternura forzada con impulsos homicidas—, el olor a incienso que desprendían sus páginas. Naturalmente, estos razonamientos eran de nuevo pulverizados con la misma cantinela: si no lo leíste no podés saber que es una cagada.

Pero lo sé, te juro que lo sé.

Eventualmente entendí que la autoayuda no tenía nada que ver con mi desagrado. Lo que realmente me producía rechazo eran los libros que trataban de decirte cómo vivir. Y no solo eso, sino que además se adjudicaban el conocimiento como para decirte qué es vivir, cómo ser feliz, cómo alcanzar tus metas, tu potencial.

¿Qué importaba si no los había leído? Si esa era la intención, decirme cómo vivir mejor, entonces los odiaba, y con sobrados motivos.

En efecto, uno puede criticar un libro que nunca leyó si se conoce de antemano su intención. Hagamos el siguiente ejercicio: imaginemos que un sujeto se aproxima hacia nosotros con un arma en la mano. Nadie podría decir que nos ha robado, no todavía, pero podemos deducir que su intención es hacerlo. Algo así pasa con los libros. Si veo un amanecer, una playa, un tipo usando una toga blanca en la tapa de un libro, sé que viene a robarme.

El problema con las antipatías es que pierden un poco de magia cuando uno descubre sus mecanismos internos. Ya sabía qué clase de libros me desagradaban, y porqué, pero no alcanzaba a entender cuáles eran las características de los libros que adoraba, y que aun adoro.

Me gustan los libros que funcionan a la inversa, libros que no tienen buenas noticias para darme. Me gustan los libros que son producto de una gran obsesión, que no señalan los carteles de salida, que no dan ninguna salida, ninguna pista, ninguna indicación; me gustan los libros que tratan de pensar, y de hacerme pensar, en la mierda en la que vivimos.




Diario Éxtimo. I Taller literario.


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2 comentarios:

El Demiurgo de Hurlingham dijo...

Un argumento demoledor.
Y hasta puede sospecharse los argumentos usados por el escritor de turno.

Domingo José Bolívar Peralta dijo...

Compartiré esta belleza. Tan claro como decir que ningún dios nos creó a su imagen y semejanza, sinó que los dioses han sido creados a nuestra imagen y semejanza.



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